La famosa frase <<Yo soy tu padre>> buscaba impactar al público, al tiempo que desorienta a uno de los héroes de
El Imperio contraataca (
The Empire Strike Back;
Irwin Kershner, 1980). Años después, a lo largo de una segunda trilogía,
George Lucas intentaría explicar quién fue el padre, aunque sus respuestas no convenciesen o resultasen forzadas. No obstante, aquel descubrimiento golpeaba las creencias y la realidad del aprendiz de Jedi, planteándole aspectos y dudas hasta entonces inexistentes. Aunque no dejaba de ser un recurso con el que dramatizar la ficción propuesta, ¿qué sabía aquel muchacho de su padre o que creía saber? La pregunta vale para cualquier hijo/a real o ficticia, cuya idea de la figura materna y paterna se limita a la imagen que se hace de ambos, aquella que descubre en su primera infancia, en la convivencia posterior y en las historias que le narran. Cuando el guionista
Joe Eszterhas supo que su padre escondía un pasado inconfesable -había escrito panfletos antisemitas durante la Segunda Guerra Mundial- se vio ante una realidad distinta, que implicaba aceptar el absoluto desconocimiento de quien lo había criado, lo que implicaba dudar y replantearse creencias y afectos. La sombra de la duda se proyecta en sus guiones de
El sendero de la traición (
Betrayed, 1988) y
La caja de la música (
Music Box, 1989), dos películas en las que
Costa-Gavras introduce entre sus temas la cara oculta de personajes con quienes las protagonistas mantienen un estrecho lazo afectivo. En la primera, la agente federal encarnada por
Debra Winger inicia un romance con un granjero que no es quien parece ser; en la segunda, resulta más complejo, ya que el desconocido es alguien supuestamente conocido desde siempre: un padre y abuelo, lo cual plantea interrogantes que trastocan y ponen en entredicho la realidad en la que el personaje de
Jessica Lange habría basado parte de su existencia. Como cualquier hija o hijo, la abogada interpretada por
Lange en
La caja de música solo conoce el pasado paterno anterior a su nacimiento a partir de lo que le han contado, pero ella no fue testigo presencial de historias, hechos y anécdotas. Además, tampoco tiene tiempo para pensar que su padre fue joven antes y, como consecuencia lógica de su juventud, que tuvo una vida previa, la cual ignora o apenas le habría interesado conocer más allá de lo escuchado desde su infancia.
La caja de música aborda este desconocimiento, en la relación entre Anne Talbot (
Jessica Lange) y Michael Laszlo (
Armin Mueller-Stalh). Pero, además, desarrolla la negación ante una posible verdad hiriente, negación consecuente al hecho que hace tambalear el mundo de Anne y familia, y que entra en escena con la citación que acusa a Laszlo de haber mentido para conseguir la residencia estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial. Esta mentira oculta otra acusación, la de los crímenes de guerra cometidos por Laszlo durante el conflicto, en su Hungría natal. Aunque rechaza dar crédito a las acusaciones y realiza una defensa encomiable durante el proceso, Anne no puede pasar por alto los testimonios que escucha; le afectan, pero silencia sus dudas. Se aferra a la imagen familiar que conoce, la del hombre que la crío, la del padre, marido y abuelo, la del trabajador que llegó a Estados Unidos treinta y siete años atrás para iniciar una vida lejos de los campos de refugiados y del comunismo que le violenta. Esa realidad familiar la protege, pues en esa verdad su padre nunca puede ser el sádico criminal aludido por el fiscal (
Frederic Forrest) y por los testigos, ni el hombre desconocido que le ha mentido sobre su pasado -no era agricultor, sino policía durante la guerra-. Anne no se plantea que sea culpable. Más aún, lo rechaza, no puede aceptarlo, pues es incapaz de relacionar al ser querido con el monstruo que cometió las atrocidades aludidas durante el juicio. Abraza la inocencia paterna, es su esperanza, pero las declaraciones y las investigaciones, incluso las llevadas a cabo por su ayudante Georgine (
Cheryl Lynn Bruce), siembran la semilla de la sospecha que, aunque calla, se encuentra ahí, latente. Bajo su fachada de drama judicial,
La caja de la música transciende la sala, donde la cámara se mueve con sigilo y atenta a los testigos, a los abogados y a las reacciones del acusado, para sutilmente interiorizar en Anne, que, al contrario que su hermano (
Michael Rooker), empieza a preguntarse ¿qué sabe de su padre? ¿Es la imagen que ella tiene de él, en la que desea creer, o es aquella señalada por el fiscal (
Frederic Forrest) y los testigos? Pero
Gavras también introduce otros aspectos que le interesan: el racismo -con mayor presencia en
El sendero de la traición-, el antisemitismo, la intervención de los servicios de inteligencia estadounidenses -se alude el uso de nazis para frenar el comunismo durante la posguerra-, la guerra fría -la protagonista basa parte de su defensa en un complot de los comunistas o intenta desacreditar a los testigos insinuando su pertenencia al partido comunista húngaro- o mismamente la presencia de Harry Talbot (
Donald Moffat), imagen de la élite conservadora, del poder y quizá la del reaccionario blanco, anglosajón y protestante.
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