Ni el empleado más despistado de la Paramutual es ajeno a las diversas realidades e intereses que se esconden detrás de las películas. Morty es el más desastroso y no es ninguna excepción, aunque Jerry Lewis sí lo fue al unirse a la minoría de cineastas que, como Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) o Robert Aldrich en The Big Knife (1955), retrataron la fábrica de sueños desde una perspectiva nada favorecedora. Lewis abrió Un espía en Hollywood (The Errand Boy, 1961) con una vista aérea de la ciudad y con la voz en off que acompaña las imágenes mientras nos habla de la realidad (la justa) y la fantasía (las estrellas y las películas) que si bien no se dan la mano, encuentran su nexo en uno de <<los idiotas disponibles>> del estudio Paramutual, nombre ficticio que esconde las diferencias del realizador con Paramount Pictures y su admiración por la Mutual de la época de Chaplin. A pesar de que no distingue entre la realidad y la fantasía, Morty no es idiota, menos aún lo sería el Lewis real, consciente del mundo al que pertenecía (y que en ciertos aspectos rechazaba) y satiriza en Un espía en Hollywood empleando su histrionismo, su ingenio y sus gags, aunque sin la perfección que se descubre en otros de sus largometrajes. De tal manera, el inicio de la película ya desmonta la fantasía, desvelando trucos que generan la magia del cine, los dobles que realizan las escenas peligrosas o las parejas enamoradas en la pantalla y distanciadas fuera de ella. Enfatizada la falsedad, la cámara se adentra en la sala de juntas donde los dueños del estudio debaten cómo y con quién espiar a sus empleados. Necesitan un idiota que ni pregunte ni exija y ese estúpido no podría ser otro que el patoso Morty S.Tashman, apellido que remite a Frank Tashlin, una de las influencias cinematográficas del actor, productor, director y guionista del film. Morty es generoso, solícito, ingenuo y algo patoso, pero sobre todo personifica el caos que pondrá de patas arriba el entorno que durante prácticamente todo el metraje lo rechaza, por carecer de glamour y, en apariencia, por falta de aptitudes para triunfar. Morty es un soñador que ama el cine y este amor lo empujó a abandonar su hogar y trasladarse a California, donde descubre que, cuando más cerca se encuentra de su sueño, más lejano resulta. Lo idílico esconde las ambiciones, adulaciones, los malos modos de los directivos, la confusión reinante y falsas imágenes que chocan con su inocencia, mientras su presencia se transforma en sinónimo del desastre que desmonta la ficción y posibilita la comicidad (Lewis no olvida que el humor y la torpeza son sus mejor arma para expresarse), la crítica (no duda en señalar aspectos que le disgustan), el narcisismo (él es principio y fin de cuanto se muestra en la pantalla) y la subversión cómica que hace tambalear la idílica imagen que el público tiene de Hollywood.
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