jueves, 3 de mayo de 2018

Asfalto (1929)

El grupo de trabajadores que asfalta la carretera da paso a la mañana urbana de tranvías, vehículos, anuncios publicitarios y el continuo movimiento que se detiene ante un pájaro enjaulado, un reloj y una familia, los Holk: padre, madre e hijo. De nuevo la ciudad, transeúntes, escaparates, multitudes, algún carterista, un guardia urbano y vehículos, que desfilan o se detienen en el asfalto, parecen apuntar que se trata de una sinfonía urbana, aunque solo son las influencias que de Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Berlin, die Symphonie der Grosstadt; Walther Ruttman, 1927) presenta el arranque de Asfalto (Asphalt, 1929), la cumbre cinematográfica de Joe May, un cineasta quizá olvidado, pero con varios títulos a recordar y reivindicar, sobre todo este drama romántico, urbano, dinámico y en ciertos aspectos precursor del cine negro estadounidense de los años cuarenta. Sin mayores influencias sinfónicas y superado el expresionismo previo, Asfalto se decanta por el realismo de imágenes que se abren a la nocturnidad urbana, donde se produce el enfrentamiento entre el deber y el deseo, y momentos tan brillantes como la seducción de Else (Betty Amann) a Albert (Gustav Fröhlich), el planificado robo al banco parisino por parte de Langen (Hans Adalbert Schlettow), la brutal pelea que ambos hombres mantienen ante la mujer que yace en el suelo tras ser golpeada por el segundo o la contrarias posturas del matrimonio Holk ante la confesión de su hijo. La modernidad que Asfalto desveló en su momento perdura en la actualidad gracias al enfoque asumido por May a la hora de exponer a Albert ante la innata sexualidad de Else, que fluye natural para distraer al joyero a quien roba y salvaje para seducir al policía que la detiene. La atrevida y dinámica exposición de los hechos que se suceden evita que una historia de pasión, arrepentimiento, deseo y culpa que podría ser convencional, no lo sea y se adelante en el tiempo a otras tramas sombrías protagonizadas por mujeres fatales y las víctimas de sus encantos. Sin embargo, la heroína de Asfalto no es una mujer fatal, al menos no al estilo de la protagonista de Perdición (Double Indemnity; Billy Wilder, 1944), se trata de una víctima de su realidad, bajo el yugo del ladrón que la colma de bienes materiales y que la retiene en una vida de insatisfacción que no logra dejar atrás. May inicia su película enfrentando una ciudad caótica y bulliciosa con la rectitud silenciosa de Albert, cumplidor y guardián de la ley. No en vano, su padre (Albert Steinrück), un agente de policía retirado, le ha inculcado sus valores y la entrega a la labor de guardia urbano. Hijo modélico, observamos a Albert sobre el asfalto, dando paso o deteniendo automóviles, aguantando las protestas de los conductores o multando a los infractores y, por encima de todo, comprobamos su integridad, herencia paterna. Pero este rasgo que lo define desvela algo más que el cumplimiento del deber que se ve amenazado a raíz de su contacto con Else, la mujer a quien arresta en la joyería donde ella pretendía robar un diamante. Nos dice que Albert, en su inquebrantable noción de lo correcto y en su inocencia, inicialmente solo contempla el blanco y el negro, y ni comprende las debilidades humanas ni se plantea el mudo de tonos grises que descubre cuando el deseo provoca que su existencia empiece a girar en torno a la mujer a quien ha dejado libre, incumpliendo con su deber y con la tradición que le inculcaron.

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