miércoles, 16 de mayo de 2018

Demasiados maridos (1940)


Comedia ligera y alocada, reverso de Mi mujer favorita (My Favourite WifeGarson Kanin, 1940), en su momento, Demasiados maridos (Too Many Husbands, Wesley Ruggles, 1940) resultaba un film arriesgado, al menos a priori, pues, adaptando la obra teatral de W. Somerset Maugham, el guion de Charles Binyon desarrollaba el enredo inusual de ver a una mujer viviendo con dos maridos —en el film de Garson Kanin es un hombre quién está casado con dos mujeres—; aunque en la comedia de Kanin no se llega a tratar el punto de la convivencia en un matrimonio de tres. Accidentalmente, como le sucede a Nick en Mi mujer favorita, Vicky Lowndes (Jean Arthur) es bígama sin saberlo, pero, al contrario que el personaje de Cary Grant en aquella, cuando Vicky descubre su bigamia, no le importa; y ¿por qué habría de importarle, si está enamorada de ambos? Además, es la primera vez que se siente el centro de las atenciones de sus cónyuges, que solo ahora se esfuerzan porque así lo exige la lucha por ver cuál de los dos es el elegido. Tras su desaparición en un naufragio, Bill Cardew (Fred MacMurray) fue dado por muerto y la desconsolada viuda encontró apoyo y amor para superar su aflicción en Henry Lowndes (Melvin Douglas), el mejor amigo y socio del desaparecido. Pero el presente depara una sorpresa al nuevo matrimonio: el fallecido continúa dando guerra entre los vivos.


Bill telefonea y anuncia su inminente regreso al hogar, después de largo tiempo en una isla desierta, y así se inicia el enredo propuesto por Wesley Ruggles, un cineasta cuyo mayor reconocimiento profesional lo obtuvo con Cimarrón (1931). Pero Ruggles era un cineasta que no supo o no pudo sacar partido al enredo que pide a gritos mayor acidez y osadía y, al no exprimir las posibilidades que presentaba la adaptación de la obra teatral de Maugham, Demasiados maridos se queda en un entretenimiento que funciona a ratos, puede que en momentos puntuales hasta consiga resultar simpática, pero siempre lastrada por su falta de modernidad y por la inocente ironía con la que sus responsables abordan una situación que nunca llega a explotar. Quizá en manos de cineastas de mayor personalidad cinematográfica, más corrosivos, como lo serían Preston Sturges o Billy Wilder (por aquel entonces, ambos guionistas en Paramount), estaríamos hablando de un triángulo amoroso transgresor que seguramente chocaría con la decencia salvaguardada por el código Hays. La burla a la institución matrimonial, base de la familia y de la sociedad occidental, unido a la circunstancia de que Vicky pueda ser feliz viviendo con dos hombres no serían bien recibidas, de modo que, para evitar cualquier problema con el orden establecido, resultaba más adecuado aligerar que arriesgarse a un planteamiento más osado y seguramente más divertido. Pero de haber sido así, estaríamos hablando de otra película y no de Demasiados maridos, que es lo que es y como lo que es pierde fuelle a medida que desarrolla y desperdicia sus bazas, quedándose en una comedia que, aunque posee momentos de descaro, carece de chispa, no arriesga y exprime en exceso la presencia de su rutilante estrella: Jean Arthur.

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