lunes, 28 de noviembre de 2011

Ángeles con caras sucias (1938)

La Universal de la década de 1930 se recuerda por su cine de terror, mientras que, aparte de sus aventuras de capa y espada, la Warner de los años treinta se asocia a la modernidad urbana y al peligro gansteril, gracias a los rostros de James Cagney, Edward G. RobinsonHumphrey Bogart y a títulos como Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938) o Los violentos años veinte (The Roaring Twenty; Raoul Walsh, 1938). Sus espacios son calles donde la delincuencia y la corrupción forman parte del paisaje que engulle a niños y adolescentes y escupe criminalidad. El destino de Rocky Sullivan (James Cagney) y Jerry Connelly (Pat O'Brien) podría haber sido el mismo o incluso intercambiable, sin embargo no ha sido así. El hecho de ser atrapado por la policía condenó a Rocky, pero no a su amigo, a quien protegió sin delatar. De este modo le ofreció la oportunidad para que pudiese enderezar su rumbo y convertirse en el padre Connelly, un sacerdote que pretende evitar que otros niños corran la suerte de su amigo Sullivan. La vida del barrio es dura, por sus calles se advierte la presencia de decenas de muchachos condenados a la miseria, a la falta de escuelas o la ausencia de un futuro, fruto del aparente desinterés de las autoridades que no asumen sus responsabilidades sociales. Para la mayoría de estos mocosos, la primera, y más fácil, salida se presenta en forma de pequeños hurtos que nada arreglan y de los que Connelly desea alejarles mediante el deporte o con la construcción de un centro juvenil donde puedan sentirse parte de algo importante. Sin embargo, estos muchachos admiran a los tipos como Rocky, una especie de héroe a quien imitar, porque era uno de ellos y ha alcanzado la cima de la delincuencia (idea de falso éxito) sin doblegarse ante nadie, convirtiéndose en aquello que desearían ser de mayores. El padre Connelly asume, mal que le pese, esta realidad; es consciente de que se trata de un obstáculo para alcanzar el objetivo que se propone, que no es otro que ofrecer la oportunidad que su amigo le brindó a él. Ángeles con caras sucias cuenta la historia de dos muchachos inseparables cuyos rumbos se distanciaron y se sellaron en la adolescencia, como consecuencia de un acto que condenó a Rocky a un reformatorio del que saldría para volver a entrar una y otra vez, mientras se iba transformando en un peligroso delincuente que no lograría enderezar su existencia, convirtiéndose en carne de presidio. Quince años después de su primer tropiezo con la justicia, Sullivan regresa al barrio donde se crio, y lo hace porque debe aguardar a que Frazier (Humphrey Bogart), su socio y abogado, le entregue los cien mil dólares que le debe, no obstante el picapleitos no tiene la menor intención de hacerlo, pues ahora él controla el mundo del hampa y no piensa compartir su poder con nadie. Mientras Frazier planea la eliminación de Rocky, éste se reencuentra con su viejo amigo y con Laury (Ann Sheridan), la chica de quien se burlaba cuando eran pequeños; estos dos individuos son los únicos, junto a los muchachos, con quienes mantiene una relación sincera, que parece indicar que todavía existe la posibilidad de encauzar una senda torcida años atrás. Nada más lejos de la realidad, para él es demasiado tarde, porque ha asumido su condición de fuera de la ley en un entorno en el que debe enfrentarse a las artimañas de Frazier y de MacKeefer (George Bancroft) para poder sobrevivir, para conseguir aquello que considera suyo y para escalar puestos dentro del ranking de delincuentes. El ascenso de Sullivan dentro del hampa, gracias a la posesión de documentos que incriminan a Frazier, marca el inevitable enfrentamiento entre los dos amigos; un enfrentamiento en el que el padre Connelly arremate desde la prensa contra el mundo de los bajos fondos, golpeando con toda la fuerza de que dispone, cuestión que afecta a los intereses de los gánsteres y que convence a MacKeefer de la necesidad de eliminarle. A pesar de ser un delincuente, Rocky es una de las víctimas de la película de Michael Curtiz, un individuo que no tuvo la oportunidad de su amigo, porque el sistema optó por enviarle a un lugar donde adquirió el hábito que marcaría su madurez, pero también es un individuo que mantiene su concepto de amistad como demuestra su sacrificio para ayudar al hombre que pudo haber corrido su misma suerte.

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