(1) (2) (3) John LeCarré: El jardinero fiel (traducción de Carlos Milla Soler). Random House Mondadori, Barcelona, 2001.
sábado, 30 de noviembre de 2024
El jardinero fiel (2005)
viernes, 29 de noviembre de 2024
Platón y la República
Mi primer contacto oficial con Platón se produjo en el instituto, aunque antes ya hubiera escuchado hablar de él. Pero entonces, con dieciséis años e intereses señalados por la vitalidad e irracionalidad del carpe diem del que hablaban en el medievo y en una película de Peter Weir, y que había leído en el letrero de un restaurante a escasos metros del Rosalía, y que sin saberlo venía practicando de forma natural desde la cuna, poco caso hice al ateniense y a mis profesores. No le culpo por mi desinterés, tampoco a los docentes que, sin exageración, ni presunción por mi parte ni falta por las suyas, nada podían hacer para motivar a alguien como yo, cuya tendencia a aprender por su cuenta y a golpes, a ir por libre, para bien y para mal, me guiaba y marcaba desde temprana edad. Aquel desinterés era mío y mía era la responsabilidad de sacudirlo; y fue mi elección inconsciente que allí quedase hasta unos años después, cuando se produjo el primer encuentro serio con el autor de El banquete. No fue una cita ni nada por el estilo. Nos separaban un mar y dos milenios y pico; y mis gustos, mis aficiones y mis ideas, diferían de las suyas. Las mías, como las de la mayoría de los muchachos de mi edad, eran de andar por casa y salir de fiesta, dispuestas a aceptar otras que llegasen con gracia y sin imposiciones, tal vez creyéndolas originales nuestras. Me convencían, y allí quedaban y evolucionaban o desaparecían. Sin nada en común, me olvidé del mayor propagandista que ha tenido Sócrates, el maestro a quien Roberto Rossellini dedicó una de sus obras didácticas en formato televisivo, y me decanté por otras opciones literarias. Las filosóficas llegarían a su aire.
Un día, Aristocles de nacimiento se presentó en un librería, en forma de volumen de la “República” que todavía conservo. Y si la memoria no me falla, mis sentidos me decían que se trataba de una edición barata y la realidad del bajo coste me permitió y convenció para adquirirlo junto a la “Utopía” de Moro. Así, hará de ello unos treinta años, me acerqué a dos modos de reducir, uniformar y proponer el “mundo”. Creo que fue el primer libro que compré de filosofía, propiamente dicho. Recuerdo que lo leí entre la habitación donde convalecía una tía abuela muy querida y la sala de espera del hospital; por entonces, tenía unos veinte años y mi vida universitaria cobraba mayor intensidad por las noches que en las aulas, a las que acudía muy de cuando en cuando, pero eso no quería decir que no tuviese inquietudes y curiosidad; más bien podría presumir que lo contrario, pues ya por entonces devoraba libros, películas, todo tipo arroces, salvo con leche, y bocadillos en el bar Suso, que de lo dicho es lo único que he dejado de consumir. Fue por aquellos días, cuando empezó a interesarme la filosofía; no como materia académica ni como muermo teórico, sino como medio de aprendizaje, entretenimiento, conocimiento y discusión con los autores, más que conmigo mismo, ya que por entonces veía el mundo con ojos engreídos, burlones y festivos, un mundo que me confirmaba la distancia entre las ideas filosóficas y la vida, y cómo esta trastocaba cualquier teoría más allá de supuestos generales y situaciones que la propia teoría introduce en la realidad de modo distinto al pensado por los filósofos, pues en la realidad, tanto la teoría como la utopía, se dan de bruces con el factor humano.
En el instituto no me interesaba lo más mínimo nada de eso y no me arrepiento de que así haya sido, porque todo tiene su momento y su periodo de maduración. Sin una vivencia y aprendizaje previo no sería yo quien se encontraría con el filósofo heleno, sino un autómata que diría a todo que sí o que no, según le indicasen el viento y la corriente. Recuerdo una imagen del profesor que explicaba filosofía, o la exponía, en mi segundo COU. Su rostro difuminado por las sombras del tiempo me dice que le es imposible suspenderme porque, aunque le escriba lo mínimo en los exámenes y en los textos, todo lo que está comprende y resume en pocas líneas lo que él exige de la materia. Le contesto que me vale así. Es un tipo cercano, espero que continúe siéndolo, que me cae simpático, pero no le digo todo lo que pienso. ¿Quién lo hace realmente, aunque lo presuma? Lo que me callo es que me resulta más fácil conocer y pensar que “chapar” teorías sin entenderlas, que me importa poco o nada suspender, puesto que lo que quiero es buscarme, encontrarme, perderme, aprender y vivir… Con los años, aquel múltiple deseo deparó que combinase las dos últimas querencias para dar una entre las otras tres: aprender a vivir. ¿Lo he conseguido? Sigo en ello, como también continuó leyendo a filósofos y a otros que no lo son, pero cuyos textos resultan invitaciones a dialogar y a plantearse el mundo humano y, por tanto, a uno mismo dentro de un conjunto más grande que escapa a la comprensión y al control del individuo.
Se van poniendo piedras y otras se erosionan sin posibilidad de una construcción perfecta y absoluta, pero, como tantos otros después de él, Platón creía poseer la verdad, pero su verdad hace agua en no pocas ocasiones. Recuerdo una, en un momento puntual de la lectura de su República, cuando pensé que si quienes han de gobernar son los sabios, ¿quién decide que lo son? No me vale el que el filósofo intente guiar mis preguntas y mis respuestas o que me diga que sus sabios han alcanzado un estado de conocimiento mayor que el de los demás, pues como saber que se trata de un conocimiento válido para todos o, sencillamente, que no han caído en el error. ¿Quien confirma su estado de gracia? ¿El grupo de sabios? ¿Un tirano? ¿Un oráculo? ¿Y cómo establecen el grado de sabiduría para considerarse como tal? ¿Sería justo que recayese en ellos su propia elección, apartados como están de las necesidades y vivencias de sus gobernados? Entonces, ¿como saber que es bueno para ellos? ¿Cuántos males se han cometido por el “es por tu bien”, por el malentendido platónico o por la gracia divina? Y si quienes los escogen no son sabios, sino idiotas, ¿podrían equivocarse en su elección y escoger a quienes pasan por tales, sin serlo? Su lectura me daba mucho juego, también me deparó momentos de aburrimiento, pero aquellas palabras suyas no me dejaron indiferente, tampoco la menor duda de que su ciudad ideal sería elitista y cuna de una sociedad vertical en la que la población (la parte horizontal del sistema) sería sometida a los caprichos de los sabios y de los listillos; o sea, que la ciudadanía viviría y trabajaría para una minoría privilegiada sin saber a ciencia cierta cuál sería el objetivo de su servidumbre, de su no poder pensar por sí mismos, de no tener acceso a la sabiduría, (en casos así, cabe la sospecha de que servir se convertiría en un fin en sí mismo) ni poder distinguir entre sabios y listillos, ni en qué casos un mismo individuo podría ser ambos.
jueves, 28 de noviembre de 2024
Diamante de sangre (2006)
Desde ya no recuerdo cuando, pienso que los “reveses”, las críticas y la ironía, incluso las casualidades y coincidencias, están ahí para sacarles partido y avanzar. Así que aparqué la novela y me dediqué a escribir otra, luego otra y… me confirmé que siempre hay historias que escribir. Pero no llegué a olvidar del todo aquella narración que se sucede por las ideas que los personajes se hacen del entorno y de los demás, al tiempo que se produce su propia evolución; sobre todo por el pensamiento de un mercenario casi nihilista, casi incapaz de sentir, pero ese “casi” le llena de dudas y, mientras estas existan, siempre hay algo que empuja a buscar y a actuar. Con el paso de los años, apenas pienso en ella, pero hubo un tiempo que me llegaban a la mente nuevas opciones para el texto, esporádicas y peregrinas la mayoría; a menudo soy incapaz de controlar las ideas que de golpe asoman en mi mente, pero sí soy capaz de no hacerles el menor caso o hacer de ellas castillos en el aire. Tal vez algún día la retome y edifique sobre el papel los cambios que había pensado, o tal vez quede como está, en el casi olvido, pero no puedo negar que investigar sobre los hechos e idear la manera de narrar y definir los personajes fue un proceso instructivo, ilusionante, exigente, enriquecedor… Me reafirmé en algo que ya sabía: que el mundo no es igual allí que aquí, que la fortuna de nacer lejos de la guerra y de la miseria la ignoran quienes viven lejos de ambas. Nosotros, los que por ahora respiramos, consumimos, despotricamos y nos dejamos ir en un mundo privilegiado, cerramos los ojos y tal vez solo valoremos lo importante cuando lo perdemos o cuando lo sentimos amenazado. ¿Nos hemos insensibilizado? No creo; la mayoría siempre hemos vivido mirando nuestro ombligo, en la practica del “ojos que no ven, corazón que no siente”, aunque tal vez hoy más de moda y globalizada que en cualquier otro periodo. Tanto en mi novela, como en la película de Zwick, no existe bienestar ni su promesa, la realidad es la brutalidad y, a lo sumo, una ligera esperanza que asoma tímida entre la desesperación y la condena, pero que se encuentra ahí, a pesar de que el mundo que se describe es cruel, sí, deshumanizado, también, pero todavía es un mundo de seres humanos y en alguno, quiero creer, aunque cada vez cuesta mas, todavía existe ese algo que, llámenlo compasión, generosidad, humanitarismo, amor…, despierta en el interior del mercenario interpelado por Leonardo DiCaprio y luce con fuerza en la periodista encarnada por Jennifer Connelly y el padre (Djimon Hounsou) que se entrega en cuerpo y alma a la búsqueda de su hijo, secuestrado y adoctrinado para ser niño-soldado…
miércoles, 27 de noviembre de 2024
Infiltrados (2006)
El inicio de Infiltrados (The Departed, 2006) es el de un Martin Scorsese metido de lleno en el crimen organizado; las imágenes lo desvelan y la voz en off de uno de los personajes, presentando un ambiente donde la cámara se mueve a sus anchas, lo confirma. En ese instante, presenta a Frank Costello (Jack Nicholson) y a un niño que, cuando el film salte varios años hacia delante, se convierte en un policía (Matt Damon) y en un topo, confidente de ese mismo hombre que le regala comida y unas monedas cuando era un crío. Aunque omitida en la pantalla, durante la infancia de Colin se establece la relación paterno-filial que continúa en el presente en el que Scorsese introduce al otro infiltrado, Billy (Leonardo DiCaprio), un joven cuya vida le ha deparado la sombra a la que parece seguir condenado cuando le indican que ha de ser un infiltrado en el crimen organizado. La propuesta de Scorsese no es novedosa, pero sí plenamente suya aunque se trate de una versión de la película hongkonesa Juego sucio (Mou gaan dou, Wai Keung Lau y Alan Mak, 2002). Y como en aquella, el cineasta neoyorquino expone la corrupción policial, la infiltración a ambos lados de la ley, dos reflejos en el espejo, y la fina línea que los separa. Scorsese no es un moralista, ni pretende echar un rapapolvo a su público; tiene sus ideas y sus simpatías, pero deja que la acción, el conflicto, los personajes y la violencia fluyan y sigan su curso, aunque este haya sido por él establecido de antemano. Para ello cuenta con su capacidad narrativa, de las mejores entre las de los cineastas estadounidenses de su generación (y de las posteriores, qué duda cabe), y con un reparto, de esos llamados, de lujo que atrae al público a los cines; en este caso, una atracción ya justificada en el nombre del propio realizador, icono cinematográfico que por sí solo atraería a una legión de espectadores a las salas, admiradores de obras míticas como Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (The Ranging Bull, 1980), Uno de los nuestros (Godfellas, 1990), Casino (1995)… Como en estas, aunque menos lograda, los personajes de Infiltrados son vidas al límite, tipos como Billy y Collin —encargado de encontrar al topo, lo que en cierto modo lo hermana al personaje de Ray Milland en El reloj asesino (The Big Clock, John Farrow, 1948) y al de Kevin Costner en la versión “ochentena” No hay salida (No Way Out, Roger Donaldson, 1987)—, en busca de su identidad en un mundo que borra los límites morales para crear un espacio ambiguo donde ya nada es lo que parece —el tema de la identidad es recurrente en Scorsese—, ni siquiera uno mismo, tal vez por ese motivo, más que por las órdenes, se anden buscando entre ellos y a ellos mismos…
lunes, 25 de noviembre de 2024
El guardaespaldas (1992)
sábado, 23 de noviembre de 2024
Boogie Nights (1997)
De ambiente setentero y hortera, alucinada, discotequera, ubicada en la “industria” del porno, Boogie Nights (1997) se desmelena y se exhibe cómica y dramática para abordar sus vidas cruzadas con desenfado. Su descaro es, sin duda, uno de los grandes aciertos. Descarados son tanto los personajes como el empleo que Paul Thomas Anderson hace de su cámara, incansable en su búsqueda y en el seguimiento de los hombres y mujeres que protagonizan esta comedia-drama, chispeante, por momentos desquiciada como el ambiente que muestra y la sociedad que señala, que lo sitúa entre los grandes valores del cine de finales del siglo XX, posición que, por entonces de veintisiete años y con Sidney (Hard Eight, Sidney, 1995) en su haber fílmico, Paul Thomas Anderson amplía en Magnolia (1999) para entrar en el XXI como uno de los grandes cineastas estadounidenses de la nueva centuria, ya hoy veinteañera. A Anderson le gusta el plano secuencia, se marca uno al inicio del film, en la disco de Maurice (Luis Guzmán), donde entra acompañando a Jack Horner (Burt Reynolds) y Amber Waves (Julianne Moore), para presentar el ambiente y a los personajes hasta llegar a Eddie Adams (Mark Wahlberg), de diecisiete años, que vive con sus padres y se gana la vida con un par de empleos a los que suma el enseñar su pantagruélica “minga” por cinco dólares la visual…
El personaje de Wahlberg, futura estrella del porno sobre la que gira la narración, sueña ser grande porque cree tener algo especial; pero tal vez solo sea un muchacho ingenuo, diferente a Tony Manero y otros discotequeros de Fiebre de sábado noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977), a quien Jack, observando sus posibilidades, se presenta: <<Jack Horner, cineasta>>, pero matiza: <<hago películas para adultos>>, aunque con ¿aspiraciones artísticas? Quien sí demuestra ser un cineasta con aspiraciones, y de los buenos, es Anderson en esta película que le dio popularidad. Era su primera “vidas cruzadas”, quizá influenciado por el cine de Robert Altman —pienso, para decir esto, en el plano secuencia que inicia El juego de Hollywood (The Player, 1992) y las relaciones cruzadas de Vidas cruzadas (Short Cuts, 1993), en la que, por cierto, también asoma una magnífica Julianne Moore—; Magnolia sería la siguiente y la más perfecta historia coral de las suyas y de muchas más. Ambientada en el Valle de San Fernando (California), en la época inmediatamente posterior a la de “Garganta profunda”, ya sea la “peli” estrenada en 1972, que marcó un hito en el “cine porno”, o el confidente que ayudó a los periodistas del Washington Post a destapar el escándalo Watergate, Boogie Nights es una recreación de una época desaparecida (finales de los años 70 y primeros 80), como cualquiera que ya haya pasado, de los cambios (en la tecnología, en el negocio, en las adicciones, en la sociedad, aunque no en su doble moralidad e hipocresía), el “todo cambia para que nada cambie” —para el negocio, el dinero siempre será lo primero—, y del inevitable paso del tiempo, una época pretérita que, aun confirmando el fin del sueño americano (o precisamente por ello), fascina a Anderson y que nos la devuelve en su recreación por partida triple: en esta película, en Puro vicio (Inherent Vice, 2014) y en Licorice Pizza (2021)…
jueves, 21 de noviembre de 2024
Don Juan, carne, ideal y mito
¿Por qué fascinaba o interesaba este caballero, o bella dama en cuerpo de Brigitte Bardot, que rompía con la moral de su época para encontrar su beneficio, su placer, su huida de lo establecido? Molière, a través de uno de los personajes de su obra, Esganarel, lo presenta del siguiente modo antes de que aparezca en escena: <<A mí no me cuesta nada entenderlo. Y si conocieras al bellaco de mi amo, sabrías lo fácil que es para él. No digo que haya variado sus sentimientos para con doña Elvira; aún no lo sé a ciencia cierta. Sabes que me mandó partir primero, y todavía no ha hablado conmigo después de su llegada. Pero, para que estes prevenido, te diré Inter nos que don Juan, mi amo, es el mayor criminal que jamás pisó la tierra: una furia, un cínico, un turco, un hereje, que no cree en cielo, infierno, ni hombres lobos; que vive con una bestia fiera, un cerdo de Epicuro, un verdadero Sardanápalo; que se hace el sordo ante cualquier amonestación cristiana y que tiene por sandeces las cosas que creemos los demás.>> (2) Frente a la ingenuidad y al idealismo que empujan a don Alonso Quijano a lanzarse a la desventura por los caminos del azar donde se producen sus encuentros con seres más terrenales, aparece la figura carnal de don Juan, que también se lanza a la aventura, pero en lugar de destacar por su altruismo, destaca por lo contrario… Es un personaje que nace en pleno Barroco, su primera aparición en escena se sitúa alrededor de 1617, doce años después de la publicación de la primera parte del Quijote, un periodo que <<puede seguir una dirección más liberal y más gozadora de los sentidos>> (3) que épocas previas; sin ir más lejos, en la que habían madurado Cervantes y Shakespeare —ambos mueren en abril de 1616, un año antes de la puesta en escena del primer don Juan—. El seductor barroco alcanza la modernidad de nuestros días sufriendo transformaciones que el Quijote no experimenta, puesto que el cervantino nace en el ideal, en la ensoñación de lo ya perdido o de lo que nunca ha existido, salvo en su creencia. Quijote nos representa a todos y a ninguno, mientras que donjuanes los hay, pero no lo somos todos. El mismo Quijote es un ideal, un cuerpo y una mente en fuga de la realidad de la que no logra escapar, una y otra vez regresa para enfrentarse a ella en un duelo que no puede vencer. Cervantes era consciente de ello, de la imposibilidad de que el ideal venza; en esto fue un realista que se adelantaba dos siglos. En todo caso, su antihéroe, de triste figura no por delgadez, sino porque comprende mucho más de lo que parece a primera vista, se aleja de la carnalidad y de la sensualidad en las que don Juan se hace hombre, seductor y burlador (que engaña a los demás y a sí mismo); desde esa “carne” alcanza el mito que difiere del ideal caballeresco, aunque puedan converger en algún punto, don Alonso Quijano vive mientras pueda soñarse don Quijote, y don Juan mientras logre sus engaños y sus conquistas…
La tragedia del caballero andante es no poder serlo; ya no son tiempos para la caballería ni para los ideales de honor, gloria, amor idealizado. Se podría decir que Quijote es el loco por excelencia, el que vive soñando su realidad y rechazando la de los demás, la que se impone en el mundo real al que ya, “infectado” por la caballería andante, el antihéroe no pertenece; mientras que don Juan es un antisocial que rechaza conscientemente el orden moral de su época. Lo pone a prueba al tiempo que se prueba a sí mismo; sus conquistas no solo son las amantes que parece coleccionar, sino el transgredir y retar. Quijote es un rebelde inconsciente de serlo, porque su rebeldía es su esencia; es decir, cuando sale al mundo lo hace ya rechazando su época, porque no es consciente de la que le corresponde vivir. Quijote cabalga abrazando un pensamiento inexistente, salvo en los libros de los que Cervantes se burla. Sin embargo, don Juan es humano, por lo tanto en constante construcción y destrucción de su pensamiento, de ahí que varíe según la época y el autor. Nadie más que Cervantes, aunque hubo quien lo intentó, podría haber escrito el Quijote, darle alma, sin embargo, han sido muchos los que han llenado de esencia al personaje que Gregorio Marañón vio digno de un estudio psicopatológico, centrado en el burlador de la obra atribuida a Tirso, publicada en 1630, aunque, años antes, en 1617, se había estrenado la versión cuya autoría se atribuye a Andrés de Claramonte (y también al propio Tirso). En ambos casos, el hidalgo y el conquistador hedonista, son referentes literarios universales que han traspasado los límites de literatura y del arte, tal vez porque son reflejos de nuestra condición o de su sueño…
Filmografía sobre el personaje (seleccionada)
Don Juan (Albert Capellani, 1908) cortometraje
Don Juan (Alan Crosland, 1925)
La vida privada de don Juan (The Private Life of don Juan, Alexander Korda, 1934)
El burlador de Castilla (Adventures of don Juan, Vincent Sherman, 1948)
Don Juan (José Luis Sáenz de Heredia, 1950)
Don Giovanni (Walter Kolm-Veltée, 1955)
El amor de don Juan (John Berry, 1956)
El ojo del diablo (Djävulens öga, Ingmar Bergman, 1960)
Si don Juan fuese mujer (Don Juan ou si don Juan était une femme…, Roger Vadim, 1973)
Don Giovanni (Joseph Losey, 1979)
Don Juan en los infiernos (Gonzalo Suárez, 1991)
Don Juan Demarco (Jeremy Leven, 1994)
Don Juan (Jacques Weber, 1998)
Don John (Joseph Gordon-Levitt, 2013)
(1) Pedro Salinas: Literatura española siglo XX. Alianza Editorial, Madrid, 1970.
(2) Molière: Don Juan (traducción de José Escué). RBA Coleccionables, Barcelona, 1999.
(3) Arnold Hauser: Historia social de la literatuta y del arte (traducción de A. Tovar y F. P. Varas-Reyes). Editorial Labor, Madrid, 1978.
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Hijos de los hombres (2006)
sábado, 16 de noviembre de 2024
La verdad sobre el caso Savolta (1978)
A finales de la década de 1910 e inicios de la siguiente, la Barcelona obrera estaba dominada por el sindicalismo confederal y por el temor de la clase dirigente, formada por el gobierno y los empresarios, a una transformación social que jugaría en contra de su beneficio. Ese miedo al cambio y a sus consecuencias —miedo que se recrudece a partir de la victoria bolchevique en la revolución rusa—, los convenció para ponerle freno. Se hizo, entre otras vías, mediante una fuerza de choque clandestina: el “sindicato libre”, eufemismo tras el que se escondía una realidad diferente a la que su nombre indica. <<El pistolerismo barcelonés, aunque constituye un fenómeno único, puede ser dividido, no obstante, en dos épocas bien diferenciadas. La primera comprende los años que van del 16 al 19, y que tiene su origen en Barcelona a causa de la guerra europea; y la que va del año 19 al 23, que se inicia con la intervención del Sindicato Libre, alcanza su mayor virulencia durante el mandato de Martínez Anido y Arlegui y termina cuando Primo de Rivera, Capitán General de Cataluña, asume todos los poderes y se proclama dictador.>> (1) Con beneplácito de los líderes catalanes, que también se sentían amenazados por un posible cambio que los dejase fuera de juego, e inspirada por Martínez Anido se recrudece un periodo de pistolerismo que Eduardo Mendoza recoge en La verdad sobre el caso Savolta.
Se contrataba a matones a sueldo para que ejerciesen una violencia disuasoria, que no dejó de recrudecerse en la Ciudad Condal, por entonces, la población más industrializada de la península ibérica y uno de los puertos marítimos más importantes del Mediterráneo… Aunque no narra su historia de modo lineal, y emplea diferentes tipos de narrador, desde la primera persona hasta documentos (creados para dotar a la ficción de veracidad histórica), Eduardo Mendoza ubica gran parte de su espléndida novela en ese ambiente de luchas de clases que Antonio Drove recrea de manera lineal en su libre adaptación cinematográfica, la cual encuentra en Jose Luis López Vázquez al excepcional actor que siempre que pudo demostró con creces ser. López Vázquez se transforma en el periodista que, entre quijotesco y sindicalista, lucha con la letra y la verdad por un mundo obrero emancipado del estado de semiesclavitud que todavía predomina en las fábricas como la de Savolta (Omero Antonutti), representante de esa clase dominante que considera el proletario como una subespecie que explotar, fábricas y sistema en los que perseguir un sueño de mejora puede costar la vida. De ese modo, disminuyendo el protagonismo de Javier Miranda (Ovidi Montllor), respecto al que adquiere en la novela, en la que asume el doble rol de narrador y de testigo de los hechos que declara en Nueva York, contando igualmente con el antagonismo del arribista Lepprince (Charles Denner) e incrementando la presencia de “Pajarito” de Soto en la película, Drove logra una narración más convencional, entre la intriga y el docudrama, pero igualmente efectiva a la hora de exponer los diversos temas tratados: amistad, amor, traición, violencia, lucha de clases, sindicalismo, huelgas —el film se inicia poco después de la huelga general de agosto de 1917—… en definitiva, el movimiento obrero y la reacción, aspectos estos que, en la pantalla, quedan mejor retratados en una obra cinematográfica clave como Los camaradas (Il Compagni, Mario Monicelli, 1963).
(1) Ángel María de Lera: Ángel Pestaña. Retrato de un anarquista. Argos Vergara, Barcelona, 1978.
jueves, 14 de noviembre de 2024
La liga de la justicia (2021)
Entre tantos grupos en busca de la unidad para alcanzar una meta económica, religiosa, musical, cómica, bélica… se pueden contar los ciudadanos de la liga de Delos, los argonautas, los doce apóstoles y los del patíbulo, el dúo dinámico y los hermanos Calatrava, la comunidad del anillo o la de Alex de la Iglesia, los siete samuráis y el mismo número de enanitos, los músicos de Bremen y los inhumanos, la patrulla perdida, grupo trece, Tricicle, los cuarenta ladrones, con ocho basta y muchos más de los que no quiero acordarme… Son mejores y peores modelos de grupos que reúnen individualidades para engrandecer el conjunto, al que cada uno de los componentes aporta lo suyo, lo que tienen de diferente y de original, si es que lo hay. En realidad, a la hora de agruparse, conjuntarse o aliarse, sus similitudes suman más que sus diferencias, pues sus intereses convergentes, su ideología común o sus trabajos similares son los que posibilitan el conjunto y que este dure más que la noche de estreno. Aunque de la diversidad técnica, de habilidades y destrezas, mental y emocional nace una riqueza que no se encuentra en las unidades de los clones galácticos, cuya homogeneidad y uniformidad remiten a las S. A. y la S. S, entre otros grupos afines a los totalitarismos cuyas mentes dictatoriales piensan por el resto y lo obliga a ser uniforme. Supongo que si hubiese sido hijo de los videojuegos, de los cómics, de YouTube y de Disney, de un padre y una madre fanáticos de los superhéroes, de las palomitas y de la comida rápida…, añadiría a los grupos nombrados los vengadores y la liga de la justicia. En este superpoderoso lote, incluiría también la de los hombres extraordinarios; pero no he tenido, ni por vía parental ni por experiencia directa, contacto con superhéroes de verdad ni con los que habitan los cómics Marvel ni DC.
Poco sé de superhéroes, aunque haya visto la serie El gran héroe americano (The Greatest American Hero, 1981-1983) — que sí veo hoy, sospecho sería un susto y una decepción, cuando de aquella, a los ocho o diez años, era una esperada diversión de tarde estival— y algunas películas como Superman (Richard Donner, 1978), Batman (Tim Burton, 1989) o la trilogía de Christopher Nolan sobre “el caballero oscuro”. Más allá de estas y de otras como la guerrera Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1983), la cómica Superman III (Richard Lester, 1985) y la comedia gótica y felina Batman vuelve (Batma Returns, Tim Burton, 1992), intuyo que, tras el traje, la cara o la máscara que la oculta, todos son iguales. En realidad, personajes así nunca me han llamado la atención. Tampoco sus temas o cómo los tratan. Mis lecturas de tebeos en la infancia se decantaban por otro tipo de héroes: Astérix y Obelix, Lucky Luke, Mortadelo y Filemón, SuperLópez, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio o los vecinos de la Rúa del Percebe con Rompetechos que pasaba por allí. Tintín me resultaba más que listo, un listillo, vaya, y sin humor (ni buen ni mal humor). Pasado el tiempo, alguien me descubrió a Mafalda; y le agradezco el presentarme a esa maravilla de cría que supongo no suele considerarse una superhéroina. Pues yo, sí; y de las más grandes que hayan dejado su huella impresa en papel. Por ello, la sitúo a la cabeza de todas ellas, a la par de heroínas personales —adjetivo con el que pretendo expresar que fueron personas y que su realidad las engrandece— como puedan ser Egeria, Urraca, Rosa Luxemburgo, Curie madre e hija, Clara Campoamor, Hannah Arendt, Larisa Shepitko o Rosalía, muy por encima de la mujer maravilla o de Mulán, pues los poderes de la criatura de Quino son extraordinarios y raros de narices, en vías de extinción: la observación, la reflexión, la ironía y la capacidad de cuestionarse el mundo.