sábado, 30 de noviembre de 2024

El jardinero fiel (2005)


<<Leer. Viajar. Pensar más despacio. Aguzar el ingenio. Arremeter y a la vez permanecer inmóvil, tener la paciencia de un santo y ser tan impulsivo como un niño. Nunca en la vida había sentido Justin tal sed de conocimientos. Ya no quedaba tiempo para preparativos. Había estado preparándose noche y día desde la muerte de Tessa. Se había contenido, pero se había preparado. En el deprimente piso de abajo de Gloria se había preparado. Durante los interrogatorios de la policía, en los que a veces contenerse le había requerido un esfuerzo sobrehumano, había seguido preparándose en algún rincón infatigable de su mente.>> (1) Tal preparación es la constancia del jardinero, su necesidad de cuidar cada detalle para obtener el fruto pretendido; sin embargo, ahora no se trata de flores ni plantas, ni de relaciones diplomáticas, sino de <<sumergirse hasta el centro mismo del mundo secreto de Tessa, identificar todos y cada uno de los jalones y señales de su viaje, anular su propia identidad y resucitar la de ella, matar a Justin y devolver la vida a Tessa.>> (2) El impacto que supuso Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) abrió las puertas del cine internacional a Fernando Meirelles y su primera producción en legua inglesa no decepcionó, pues su recreación en la pantalla de la novela homónima de John Le Carré le deparó una adaptación afortunada, más si cabe si la pienso en relación con la realizada tres años después a partir de la obra de Saramago Ensayo sobre la ceguera, A ciegas (Blindness, 2008). Feliz porque su resultado depara un buen instante cinematográfico cuya narrativa se desarrolla entre el presente y el pasado de un hombre que vive en el dolor, consecuencia de la pérdida del ser querido que retiene en el pensamiento, pero que también se ve empujado a despertar a la realidad oculta, la que Justin (Ralph Fiennes) descubre durante su investigación particular sobre la muerte y vida de Tessa (Rachel Weisz). ¿Por qué no acepta lo evidente? ¿Para qué remover? Acaso ¿su pesquisa forma parte de una penitencia autoimpuesta? ¿Siente culpabilidad, curiosidad, necesidad, negación? Tal vez su postura sea la consecuencia lógica del duelo y del amor, de la necesidad de comprender a una mujer que apenas conocía, pero a la que se había entregado y amaba, una mujer que le propuso matrimonio y con quien se trasladó a Nairobi, su destino diplomático, una mujer que aún muerta continúa con él, en él… y le empuja a prepararse y a descubrirla. <<¿Por dónde empezar? ¡Por todas partes! ¿Qué camino seguir? ¡Todos!>> (3) Justin sospecha la mentira alrededor del fallecimiento de Tessa y quiere limpiar su memoria, esclarecer las causas de su muerte y acabar lo que ella empezó. Tessa, activista, aparentemente fue asesinada por su compañero en la ONG para la que colaboraban, de quien dicen que era su amante; pero Justin no da crédito a las habladurías, fomentadas para crear una cortina de humo alrededor de la realidad que el viudo descubre: una verdad incómoda que no difiere de otras previas (y por venir), pues desvela y apunta la enorme distancia entre “mundos” al tiempo que señala un panorama empresarial —en el caso de El jardinero fiel (The Constant Gardener, 2005), de las farmacéuticas— donde, sin importar el coste humano, el interés económico, el multimillonario negocio de la enfermedad y de su cura, se impone al humanitario defendido por Tessa…

(1) (2) (3) John LeCarré: El jardinero fiel (traducción de Carlos Milla Soler). Random House Mondadori, Barcelona, 2001.

viernes, 29 de noviembre de 2024

Platón y la República

Mi primer contacto oficial con Platón se produjo en el instituto, aunque antes ya hubiera escuchado hablar de él. Pero entonces, con dieciséis años e intereses señalados por la vitalidad e irracionalidad del carpe diem del que hablaban en el medievo y en una película de Peter Weir, y que había leído en el letrero de un restaurante a escasos metros del Rosalía, y que sin saberlo venía practicando de forma natural desde la cuna, poco caso hice al ateniense y a mis profesores. No le culpo por mi desinterés, tampoco a los docentes que, sin exageración, ni presunción por mi parte ni falta por las suyas, nada podían hacer para motivar a alguien como yo, cuya tendencia a aprender por su cuenta y a golpes, a ir por libre, para bien y para mal, me guiaba y marcaba desde temprana edad. Aquel desinterés era mío y mía era la responsabilidad de sacudirlo; y fue mi elección inconsciente que allí quedase hasta unos años después, cuando se produjo el primer encuentro serio con el autor de El banquete. No fue una cita ni nada por el estilo. Nos separaban un mar y dos milenios y pico; y mis gustos, mis aficiones y mis ideas, diferían de las suyas. Las mías, como las de la mayoría de los muchachos de mi edad, eran de andar por casa y salir de fiesta, dispuestas a aceptar otras que llegasen con gracia y sin imposiciones, tal vez creyéndolas originales nuestras. Me convencían, y allí quedaban y evolucionaban o desaparecían. Sin nada en común, me olvidé del mayor propagandista que ha tenido Sócrates, el maestro a quien Roberto Rossellini dedicó una de sus obras didácticas en formato televisivo, y me decanté por otras opciones literarias. Las filosóficas llegarían a su aire.


Un día, Aristocles de nacimiento se presentó en un librería, en forma de volumen de la “República” que todavía conservo. Y si la memoria no me falla, mis sentidos me decían que se trataba de una edición barata y la realidad del bajo coste me permitió y convenció para adquirirlo junto a la “Utopía” de Moro. Así, hará de ello unos treinta años, me acerqué a dos modos de reducir, uniformar y proponer el “mundo”. Creo que fue el primer libro que compré de filosofía, propiamente dicho. Recuerdo que lo leí entre la habitación donde convalecía una tía abuela muy querida y la sala de espera del hospital; por entonces, tenía unos veinte años y mi vida universitaria cobraba mayor intensidad por las noches que en las aulas, a las que acudía muy de cuando en cuando, pero eso no quería decir que no tuviese inquietudes y curiosidad; más bien podría presumir que lo contrario, pues ya por entonces devoraba libros, películas, todo tipo arroces, salvo con leche, y bocadillos en el bar Suso, que de lo dicho es lo único que he dejado de consumir. Fue por aquellos días, cuando empezó a interesarme la filosofía; no como materia académica ni como muermo teórico, sino como medio de aprendizaje, entretenimiento, conocimiento y discusión con los autores, más que conmigo mismo, ya que por entonces veía el mundo con ojos engreídos, burlones y festivos, un mundo que me confirmaba la distancia entre las ideas filosóficas y la vida, y cómo esta trastocaba cualquier teoría más allá de supuestos generales y situaciones que la propia teoría introduce en la realidad de modo distinto al pensado por los filósofos, pues en la realidad, tanto la teoría como la utopía, se dan de bruces con el factor humano.


En el instituto no me interesaba lo más mínimo nada de eso y no me arrepiento de que así haya sido, porque todo tiene su momento y su periodo de maduración. Sin una vivencia y aprendizaje previo no sería yo quien se encontraría con el filósofo heleno, sino un autómata que diría a todo que sí o que no, según le indicasen el viento y la corriente. Recuerdo una imagen del profesor que explicaba filosofía, o la exponía, en mi segundo COU. Su rostro difuminado por las sombras del tiempo me dice que le es imposible suspenderme porque, aunque le escriba lo mínimo en los exámenes y en los textos, todo lo que está comprende y resume en pocas líneas lo que él exige de la materia. Le contesto que me vale así. Es un tipo cercano, espero que continúe siéndolo, que me cae simpático, pero no le digo todo lo que pienso. ¿Quién lo hace realmente, aunque lo presuma? Lo que me callo es que me resulta más fácil conocer y pensar que “chapar” teorías sin entenderlas, que me importa poco o nada suspender, puesto que lo que quiero es buscarme, encontrarme, perderme, aprender y vivir… Con los años, aquel múltiple deseo deparó que combinase las dos últimas querencias para dar una entre las otras tres: aprender a vivir. ¿Lo he conseguido? Sigo en ello, como también continuó leyendo a filósofos y a otros que no lo son, pero cuyos textos resultan invitaciones a dialogar y a plantearse el mundo humano y, por tanto, a uno mismo dentro de un conjunto más grande que escapa a la comprensión y al control del individuo.


Se van poniendo piedras y otras se erosionan sin posibilidad de una construcción perfecta y absoluta, pero, como tantos otros después de él, Platón creía poseer la verdad, pero su verdad hace agua en no pocas ocasiones. Recuerdo una, en un momento puntual de la lectura de su República, cuando pensé que si quienes han de gobernar son los sabios, ¿quién decide que lo son? No me vale el que el filósofo intente guiar mis preguntas y mis respuestas o que me diga que sus sabios han alcanzado un estado de conocimiento mayor que el de los demás, pues como saber que se trata de un conocimiento válido para todos o, sencillamente, que no han caído en el error. ¿Quien confirma su estado de gracia? ¿El grupo de sabios? ¿Un tirano? ¿Un oráculo? ¿Y cómo establecen el grado de sabiduría para considerarse como tal? ¿Sería justo que recayese en ellos su propia elección, apartados como están de las necesidades y vivencias de sus gobernados? Entonces, ¿como saber que es bueno para ellos? ¿Cuántos males se han cometido por el “es por tu bien”, por el malentendido platónico o por la gracia divina? Y si quienes los escogen no son sabios, sino idiotas, ¿podrían equivocarse en su elección y escoger a quienes pasan por tales, sin serlo? Su lectura me daba mucho juego, también me deparó momentos de aburrimiento, pero aquellas palabras suyas no me dejaron indiferente, tampoco la menor duda de que su ciudad ideal sería elitista y cuna de una sociedad vertical en la que la población (la parte horizontal del sistema) sería sometida a los caprichos de los sabios y de los listillos; o sea, que la ciudadanía viviría y trabajaría para una minoría privilegiada sin saber a ciencia cierta cuál sería el objetivo de su servidumbre, de su no poder pensar por sí mismos, de no tener acceso a la sabiduría, (en casos así, cabe la sospecha de que servir se convertiría en un fin en sí mismo) ni poder distinguir entre sabios y listillos, ni en qué casos un mismo individuo podría ser ambos.



jueves, 28 de noviembre de 2024

Diamante de sangre (2006)


Un año antes del estreno de Diamante de sangre (Blood Diamond, Edward Zwick, 2006), mes arriba, mes abajo, había pedido a dos amigas que opinasen sobre una novela que había ambientado en Sierra Leona y que tenía como protagonista a un mercenario de ninguna parte y a dos jóvenes hermanos sierraleoneses. La semana del estreno acudimos al cine, no sabía muy bien qué me iba a encontrar, pero había leído que se ambientaba en el mismo lugar donde había ubicado mi novela; el tema, con los diamantes y la guerra de fondo, me pareció cercano y me desilusionó la coincidencia. Ignoro si los guionistas, Charles Leavitt y C. Gaby Mitchell, habían escrito la historia antes que yo o yo antes que ellos, además, era indiferente. El tema estaba ahí y cualquiera podía inspirarse en la guerra civil de Sierra Leona para hacer una película o un relato. Al terminar el film, quise ver las diferencias, pero mis amigas se centraron en las similitudes; más interesadas en la cercanía argumental que en el estilo, que nada tenían que ver, no solo por ser el cine y la novela dos medios narrativos distintos. Me dijeron algo así como “también es mala suerte que sea tan parecida a tu novela”, “se te han adelantado”, “denúncialos por plagio”. Claro que bromeaban y reí la gracia, pero también les dije, pues estaba algo molesto por la coincidencia, que lo que había escrito era muy distinto, que mi historia transcurría sin narrador y que en la película había uno, aunque no se escuchase. “Zwick narra omnisciente y en la superficie del conflicto”, creo que les comenté algo así, o no, pero seguro que, dijese lo que dijese, sin el apellido del director de Tiempos de gloria (Glory, 1989), tal vez para convencerme a mí mismo, y continué diciendo que mi relato era intimista y más complejo que el que acabábamos de ver en la pantalla, puesto que los hechos en la novela se van descubriendo sobre la marcha de tres perspectivas mentales, ninguna de ellas objetiva, ni omnisciente, ni hollywoodiense. En definitiva, estaba a la defensiva sin razón; y me contradecía a mí mismo, porque considero que nunca hay motivo para asumir dicha postura…

Desde ya no recuerdo cuando, pienso que los “reveses”, las críticas y la ironía, incluso las casualidades y coincidencias, están ahí para sacarles partido y avanzar. Así que aparqué la novela y me dediqué a escribir otra, luego otra y… me confirmé que siempre hay historias que escribir. Pero no llegué a olvidar del todo aquella narración que se sucede por las ideas que los personajes se hacen del entorno y de los demás, al tiempo que se produce su propia evolución; sobre todo por el pensamiento de un mercenario casi nihilista, casi incapaz de sentir, pero ese “casi” le llena de dudas y, mientras estas existan, siempre hay algo que empuja a buscar y a actuar. Con el paso de los años, apenas pienso en ella, pero hubo un tiempo que me llegaban a la mente nuevas opciones para el texto, esporádicas y peregrinas la mayoría; a menudo soy incapaz de controlar las ideas que de golpe asoman en mi mente, pero sí soy capaz de no hacerles el menor caso o hacer de ellas castillos en el aire. Tal vez algún día la retome y edifique sobre el papel los cambios que había pensado, o tal vez quede como está, en el casi olvido, pero no puedo negar que investigar sobre los hechos e idear la manera de narrar y definir los personajes fue un proceso instructivo, ilusionante, exigente, enriquecedor… Me reafirmé en algo que ya sabía: que el mundo no es igual allí que aquí, que la fortuna de nacer lejos de la guerra y de la miseria la ignoran quienes viven lejos de ambas. Nosotros, los que por ahora respiramos, consumimos, despotricamos y nos dejamos ir en un mundo privilegiado, cerramos los ojos y tal vez solo valoremos lo importante cuando lo perdemos o cuando lo sentimos amenazado. ¿Nos hemos insensibilizado? No creo; la mayoría siempre hemos vivido mirando nuestro ombligo, en la practica del “ojos que no ven, corazón que no siente”, aunque tal vez hoy más de moda y globalizada que en cualquier otro periodo. Tanto en mi novela, como en la película de Zwick, no existe bienestar ni su promesa, la realidad es la brutalidad y, a lo sumo, una ligera esperanza que asoma tímida entre la desesperación y la condena, pero que se encuentra ahí, a pesar de que el mundo que se describe es cruel, sí, deshumanizado, también, pero todavía es un mundo de seres humanos y en alguno, quiero creer, aunque cada vez cuesta mas, todavía existe ese algo que, llámenlo compasión, generosidad, humanitarismo, amor…, despierta en el interior del mercenario interpelado por Leonardo DiCaprio y luce con fuerza en la periodista encarnada por Jennifer Connelly y el padre (Djimon Hounsou) que se entrega en cuerpo y alma a la búsqueda de su hijo, secuestrado y adoctrinado para ser niño-soldado…



miércoles, 27 de noviembre de 2024

Infiltrados (2006)

El inicio de Infiltrados (The Departed, 2006) es el de un Martin Scorsese metido de lleno en el crimen organizado; las imágenes lo desvelan y la voz en off de uno de los personajes, presentando un ambiente donde la cámara se mueve a sus anchas, lo confirma. En ese instante, presenta a Frank Costello (Jack Nicholson) y a un niño que, cuando el film salte varios años hacia delante, se convierte en un policía (Matt Damon) y en un topo, confidente de ese mismo hombre que le regala comida y unas monedas cuando era un crío. Aunque omitida en la pantalla, durante la infancia de Colin se establece la relación paterno-filial que continúa en el presente en el que Scorsese introduce al otro infiltrado, Billy (Leonardo DiCaprio), un joven cuya vida le ha deparado la sombra a la que parece seguir condenado cuando le indican que ha de ser un infiltrado en el crimen organizado. La propuesta de Scorsese no es novedosa, pero sí plenamente suya aunque se trate de una versión de la película hongkonesa Juego sucio (Mou gaan dou, Wai Keung Lau y Alan Mak, 2002). Y como en aquella, el cineasta neoyorquino expone la corrupción policial, la infiltración a ambos lados de la ley, dos reflejos en el espejo, y la fina línea que los separa. Scorsese no es un moralista, ni pretende echar un rapapolvo a su público; tiene sus ideas y sus simpatías, pero deja que la acción, el conflicto, los personajes y la violencia fluyan y sigan su curso, aunque este haya sido por él establecido de antemano. Para ello cuenta con su capacidad narrativa, de las mejores entre las de los cineastas estadounidenses de su generación (y de las posteriores, qué duda cabe), y con un reparto, de esos llamados, de lujo que atrae al público a los cines; en este caso, una atracción ya justificada en el nombre del propio realizador, icono cinematográfico que por sí solo atraería a una legión de espectadores a las salas, admiradores de obras míticas como Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (The Ranging Bull, 1980), Uno de los nuestros (Godfellas, 1990), Casino (1995)… Como en estas, aunque menos lograda, los personajes de Infiltrados son vidas al límite, tipos como Billy y Collin —encargado de encontrar al topo, lo que en cierto modo lo hermana al personaje de Ray Milland en El reloj asesino (The Big Clock, John Farrow, 1948) y al de Kevin Costner en la versión “ochentena” No hay salida (No Way Out, Roger Donaldson, 1987)—, en busca de su identidad en un mundo que borra los límites morales para crear un espacio ambiguo donde ya nada es lo que parece —el tema de la identidad es recurrente en Scorsese—, ni siquiera uno mismo, tal vez por ese motivo, más que por las órdenes, se anden buscando entre ellos y a ellos mismos…



lunes, 25 de noviembre de 2024

El guardaespaldas (1992)


Su actuación en Reencuentro (The Big Chill, 1983) fue descartada por Lawrence Kasdan en el montaje final, su rol era el del amigo fallecido, pero dos años después, el director y guionista le compensó y ofreció uno de los papeles principales de Silverado (1985). Era el primer western para Kevin Costner (también para el propio Kasdan), quien, desde entonces, no ha dejado de regresar al género que le catapultó a lo más alto de Hollywood y le colmó de honores en Bailando con lobos (Dancing with Wolves, 1990). Pero esa es otra película, la que ahora corresponde, producida por Kasdan y Costner, también por Jim Wilson, socio del actor, fue un producto diseñado para ser un éxito comercial; y lo consiguió. El guardaespaldas (The Bodyguard, Mick Jackson, 1992), tercera colaboración entre director y actor —Wyatt Earp (1994) sería la cuarta—, además de ser uno de los grandes vehículos para el lucimiento de la estrella, fue su espaldarazo definitivo de cara la taquilla, el que le situó en la posibilidad de hacer la película que quisiera. Pero tal vez no habría sido tan taquillera —igual que Bailando con lobos, superó los cuatrocientos millones de dólares de recaudación— sin la mediática presencia de la popular cantante Whitney Houston, que daba réplica al actor en el romance llevado a la pantalla por Mick Jackson, que fue el encargado de dar imagen a un guion bastante flojo y repetitivo, a tenor de los diálogos, los personajes y las situaciones propuestas y expuestas. Pero más allá de esto, ¿qué? Poco, para quien exija un mínimo narrativo y cinematográfico. No sirvió de mucho contar con un guion de Kasdan, quien, de haberle visto mayores posibilidades, probablemente lo habría dirigido el mismo; o el propio Costner. En todo caso, a priori prometía que el producto sería digno, incluso bueno. Pero es bien sabido que las promesas y las previsiones no siempre se cumplen y el resultado puede ser otro, incluso algo así como esto: ejemplo de la unión de dos grandes estrellas del momento para alcanzar el éxito y no aportar nada cinematográfico, pues ningún momento del film parece que se plantee algo que no sea seguir los pasos del conformismo y de la repetición de la industria hollywoodiense. La idea de aprovechar el gancho mediático de su actor y actriz y cantante principal es lo único que funciona junto con la banda sonora, desde la perspectiva del negocio del cine y de la música. Así, El guardaespaldas, un copia y pega de ideas y situaciones que pueden encontrarse en otras muchas producciones, la mayoría no mejor que ella, no pasa de ser un producto de consumo que logró sus objetivos: hacer mucho dinero y lucir a Whitney Houston, en el papel de estrella cinematográfica y musical, y a Kevin Costner, bebiendo los vientos por ella, pero sin poder amarla como quien duerme a pierna suelta porque no debe perder de vista su trabajo, que no es otro que el protegerla de posibles fanáticos. Y así se esboza el dilema entre el querer y el poder hacer, en la mezcla de los sentimientos y el trabajo, algo que un profesional como Frank no puede tolerar, aunque lo desee. Esta situación genera el conflicto en el guardaespaldas, admirador de Yojimbo (Akira Kurosawa, 1958), pero a años luz del inimitable Sanjuro o mismamente del hombre sin nombre al que Clint Eastwood ofreció su rostro en el popular “plagio” de Sergio Leone, un pistolero distinto pero igual de letal que el mercenario inmortalizado por Toshiro Mifune en dos films de Kurosawa…



sábado, 23 de noviembre de 2024

Boogie Nights (1997)

De ambiente setentero y hortera, alucinada, discotequera, ubicada en la “industria” del porno, Boogie Nights (1997) se desmelena y se exhibe cómica y dramática para abordar sus vidas cruzadas con desenfado. Su descaro es, sin duda, uno de los grandes aciertos. Descarados son tanto los personajes como el empleo que Paul Thomas Anderson hace de su cámara, incansable en su búsqueda y en el seguimiento de los hombres y mujeres que protagonizan esta comedia-drama, chispeante, por momentos desquiciada como el ambiente que muestra y la sociedad que señala, que lo sitúa entre los grandes valores del cine de finales del siglo XX, posición que, por entonces de veintisiete años y con Sidney (Hard Eight, Sidney, 1995) en su haber fílmico, Paul Thomas Anderson amplía en Magnolia (1999) para entrar en el XXI como uno de los grandes cineastas estadounidenses de la nueva centuria, ya hoy veinteañera. A Anderson le gusta el plano secuencia, se marca uno al inicio del film, en la disco de Maurice (Luis Guzmán), donde entra acompañando a Jack Horner (Burt Reynolds) y Amber Waves (Julianne Moore), para presentar el ambiente y a los personajes hasta llegar a Eddie Adams (Mark Wahlberg), de diecisiete años, que vive con sus padres y se gana la vida con un par de empleos a los que suma el enseñar su pantagruélica “minga” por cinco dólares la visual…

El personaje de Wahlberg, futura estrella del porno sobre la que gira la narración, sueña ser grande porque cree tener algo especial; pero tal vez solo sea un muchacho ingenuo, diferente a Tony Manero y otros discotequeros de Fiebre de sábado noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977), a quien Jack, observando sus posibilidades, se presenta: <<Jack Horner, cineasta>>, pero matiza: <<hago películas para adultos>>, aunque con ¿aspiraciones artísticas? Quien sí demuestra ser un cineasta con aspiraciones, y de los buenos, es Anderson en esta película que le dio popularidad. Era su primera “vidas cruzadas”, quizá influenciado por el cine de Robert Altman —pienso, para decir esto, en el plano secuencia que inicia El juego de Hollywood (The Player, 1992) y las relaciones cruzadas de Vidas cruzadas (Short Cuts, 1993), en la que, por cierto, también asoma una magnífica Julianne Moore—; Magnolia sería la siguiente y la más perfecta historia coral de las suyas y de muchas más. Ambientada en el Valle de San Fernando (California), en la época inmediatamente posterior a la de “Garganta profunda”, ya sea la “peli” estrenada en 1972, que marcó un hito en el “cine porno”, o el confidente que ayudó a los periodistas del Washington Post a destapar el escándalo Watergate, Boogie Nights es una recreación de una época desaparecida (finales de los años 70 y primeros 80), como cualquiera que ya haya pasado, de los cambios (en la tecnología, en el negocio, en las adicciones, en la sociedad, aunque no en su doble moralidad e hipocresía), el “todo cambia para que nada cambie” —para el negocio, el dinero siempre será lo primero—, y del inevitable paso del tiempo, una época pretérita que, aun confirmando el fin del sueño americano (o precisamente por ello), fascina a Anderson y que nos la devuelve en su recreación por partida triple: en esta película, en Puro vicio (Inherent Vice, 2014) y en Licorice Pizza (2021)…



jueves, 21 de noviembre de 2024

Don Juan, carne, ideal y mito


<<Pocos personajes de ficción más fecundos que el inventado ya hace casi tres siglos por Tirso de Molina y al que bautizó con el nombre de Don Juan Tenorio. Desde la centuria de su creación y en progresión siempre creciente, Don Juan ha atraído sobre su misteriosa figura la atención de escritores, de músicos, de pensadores y el valor humano encerrado en ella ha engrosado tan considerablemente que ha dado en lo ya sobrehumano, el mito. Don Juan es una de esa media docena de personificaciones en que los hombres condensan una visión del mundo y de la verdad>>, (1) escribió Pedro Salinas acerca del popular personaje. Lo hizo en 1934, a raíz de un nuevo Don Juan que añadir a los previos de Tirso de Molina, Moliere, Zorrilla, Byron, Pushkin, Espronceda, Baudelaire, Bernard Shaw, Azorín, Jardiel Poncela... El nuevo correspondía a Unamuno, que acababa de escribir la obra teatral El hermano Juan, o el mundo es teatro, la cual todavía no había sido representada y, por tanto, era difícil de valorar. Por entonces, el cine acababa de aprender a hablar y, aparte de escritores o músicos como Mozart, los cineastas también se habían fijado en dicha figura. Sin ir más lejos, aquel mismo año, en Inglaterra, Alexander Korda contaba con el protagonismo de Douglas Fairbanks para realizar su versión del mito, irregular en su intención de aunar aventura, comedia y drama, en La vida privada de don Juan (The Private Life of don Juan, 1934). Nueve años antes, otra gran estrella de Hollywood, John Barrymore, había protagonizado para los hermanos Warner la versión realizada por Alan Crosland Don Juan (1925), la cual ha pasado a la historia del cine no por su calidad sino por ser el primer largometraje sonoro, o ya en la década de 1970, el mito donjuanesco cobró cuerpo de mujer en Si don Juan fuese mujer (Don Juan ou si don Juan était une femme…, Roger Vadim, 1973)…

¿Por qué fascinaba o interesaba este caballero, o bella dama en cuerpo de Brigitte Bardot, que rompía con la moral de su época para encontrar su beneficio, su placer, su huida de lo establecido? Molière, a través de uno de los personajes de su obra, Esganarel, lo presenta del siguiente modo antes de que aparezca en escena: <<A mí no me cuesta nada entenderlo. Y si conocieras al bellaco de mi amo, sabrías lo fácil que es para él. No digo que haya variado sus sentimientos para con doña Elvira; aún no lo sé a ciencia cierta. Sabes que me mandó partir primero, y todavía no ha hablado conmigo después de su llegada. Pero, para que estes prevenido, te diré Inter nos que don Juan, mi amo, es el mayor criminal que jamás pisó la tierra: una furia, un cínico, un turco, un hereje, que no cree en cielo, infierno, ni hombres lobos; que vive con una bestia fiera, un cerdo de Epicuro, un verdadero Sardanápalo; que se hace el sordo ante cualquier amonestación cristiana y que tiene por sandeces las cosas que creemos los demás.>> (2) Frente a la ingenuidad y al idealismo que empujan a don Alonso Quijano a lanzarse a la desventura por los caminos del azar donde se producen sus encuentros con seres más terrenales, aparece la figura carnal de don Juan, que también se lanza a la aventura, pero en lugar de destacar por su altruismo, destaca por lo contrario… Es un personaje que nace en pleno Barroco, su primera aparición en escena se sitúa alrededor de 1617, doce años después de la publicación de la primera parte del Quijote, un periodo que <<puede seguir una dirección más liberal y más gozadora de los sentidos>> (3) que épocas previas; sin ir más lejos, en la que habían madurado Cervantes y Shakespeare —ambos mueren en abril de 1616, un año antes de la puesta en escena del primer don Juan—. El seductor barroco alcanza la modernidad de nuestros días sufriendo transformaciones que el Quijote no experimenta, puesto que el cervantino nace en el ideal, en la ensoñación de lo ya perdido o de lo que nunca ha existido, salvo en su creencia. Quijote nos representa a todos y a ninguno, mientras que donjuanes los hay, pero no lo somos todos. El mismo Quijote es un ideal, un cuerpo y una mente en fuga de la realidad de la que no logra escapar, una y otra vez regresa para enfrentarse a ella en un duelo que no puede vencer. Cervantes era consciente de ello, de la imposibilidad de que el ideal venza; en esto fue un realista que se adelantaba dos siglos. En todo caso, su antihéroe, de triste figura no por delgadez, sino porque comprende mucho más de lo que parece a primera vista, se aleja de la carnalidad y de la sensualidad en las que don Juan se hace hombre, seductor y burlador (que engaña a los demás y a sí mismo); desde esa “carne” alcanza el mito que difiere del ideal caballeresco, aunque puedan converger en algún punto, don Alonso Quijano vive mientras pueda soñarse don Quijote, y don Juan mientras logre sus engaños y sus conquistas…

La tragedia del caballero andante es no poder serlo; ya no son tiempos para la caballería ni para los ideales de honor, gloria, amor idealizado. Se podría decir que Quijote es el loco por excelencia, el que vive soñando su realidad y rechazando la de los demás, la que se impone en el mundo real al que ya, “infectado” por la caballería andante, el antihéroe no pertenece; mientras que don Juan es un antisocial que rechaza conscientemente el orden moral de su época. Lo pone a prueba al tiempo que se prueba a sí mismo; sus conquistas no solo son las amantes que parece coleccionar, sino el transgredir y retar. Quijote es un rebelde inconsciente de serlo, porque su rebeldía es su esencia; es decir, cuando sale al mundo lo hace ya rechazando su época, porque no es consciente de la que le corresponde vivir. Quijote cabalga abrazando un pensamiento inexistente, salvo en los libros de los que Cervantes se burla. Sin embargo, don Juan es humano, por lo tanto en constante construcción y destrucción de su pensamiento, de ahí que varíe según la época y el autor. Nadie más que Cervantes, aunque hubo quien lo intentó, podría haber escrito el Quijote, darle alma, sin embargo, han sido muchos los que han llenado de esencia al personaje que Gregorio Marañón vio digno de un estudio psicopatológico, centrado en el burlador de la obra atribuida a Tirso, publicada en 1630, aunque, años antes, en 1617, se había estrenado la versión cuya autoría se atribuye a Andrés de Claramonte (y también al propio Tirso). En ambos casos, el hidalgo y el conquistador hedonista, son referentes literarios universales que han traspasado los límites de literatura y del arte, tal vez porque son reflejos de nuestra condición o de su sueño… 


Boceto de Don Juan, de Salvador Dalí, Museo Reina Sofía.

Filmografía sobre el personaje (seleccionada)


Don Juan (Albert Capellani, 1908) cortometraje

Don Juan (Alan Crosland, 1925)

La vida privada de don Juan (The Private Life of don Juan, Alexander Korda, 1934)

El burlador de Castilla (Adventures of don Juan, Vincent Sherman, 1948)

Don Juan (José Luis Sáenz de Heredia, 1950)

Don Giovanni (Walter Kolm-Veltée, 1955)

El amor de don Juan (John Berry, 1956)

El ojo del diablo (Djävulens öga, Ingmar Bergman, 1960)

Si don Juan fuese mujer (Don Juan ou si don Juan était une femme…, Roger Vadim, 1973)

Don Giovanni (Joseph Losey, 1979)

Don Juan en los infiernos (Gonzalo Suárez, 1991)

Don Juan Demarco (Jeremy Leven, 1994)

Don Juan (Jacques Weber, 1998)

Don John (Joseph Gordon-Levitt, 2013)

(1) Pedro Salinas: Literatura española siglo XX. Alianza Editorial, Madrid, 1970.

(2) Molière: Don Juan (traducción de José Escué). RBA Coleccionables, Barcelona, 1999.

(3) Arnold Hauser: Historia social de la literatuta y del arte (traducción de A. Tovar y F. P. Varas-Reyes). Editorial Labor, Madrid, 1978.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Hijos de los hombres (2006)


Aparte de los temas que trata, y que ya habían sido expuestos en la pantalla con anterioridad, (inmigración, neofaccismo, deshumanización, envejecimiento poblacional, peligro de extinción,…), el que llama mi atención se expone en una breve escena, cuando Theo (Clive Owen), el protagonista de Hijos de los hombres (Children of Men, Alfonso Cuarón, 2006), acude a su primo (Danny Huston), cargo importante en el gobierno británico, y descubre que este se desvive por salvar obras de arte en un mundo humano que se consume y camina hacia su extinción. Theo le dice algo así como que no sabe para que se preocupa, si en cien años nadie podrá disfrutar de esas piezas artísticas que Nigel ha rescatado. El mundo humano presentado en la película agoniza, vive su última generación, lo que supone que nadie quedará para ver el Guernica que luce en la sala donde almuerzan, ni los Velázquez que Nigel dice haber salvado durante la caída de Madrid. Nadie habrá para ser testigo y juez, ni depositario, de lo que llamamos o consideramos obras de arte. Entonces, con la desaparición de la humanidad, también desaparece el Arte creado por la especie. Sin quien lo valore y lo estime, sin quien lo sienta, el arte no existe; lo cual indica que el arte no solo se encuentra en la obra (ni en su creador) sino en la sensibilidad y la mente de quienes la juzgan. Sin ojos con los que mirar un cuadro, una escultura o un Pórtico de la Gloria, sin odios que escuchen una composición de Beethoven, de Bach o de Vivaldi, sin lectores que sientan los versos de Baudelaire, Rosalía, Rilke o Pushkin, sin soñadores que disfruten los escenarios ideados por Shakespeare o Calderón o que transiten la geografía humana del Quijote o sin paladar que lo saboree, el arte es nada; y esa nada es la que amenaza la sociedad de Hijos de los hombres, una tan deshumanizada que ni siquiera pueden tener descendencia, que sería lo más natural a la especie junto con la muerte. Sin la posibilidad de nacimientos, solo queda esta última y de ese modo se altera el ciclo de la vida y se cae en la desesperanza, en la anarquía, en el nihilismo y en los regímenes y comportamientos totalitarios, en la indiferencia que parece marcar los primeros compases del antihéroe en un entorno donde falta humanitarismo y compasión… Juventud divino tesoro cobra mayor importancia en la sociedad de Hijos de los hombres, pues la infertilidad de la raza humana se ha convertido en la realidad de que, concluida esa última juventud, llevará a la especie a la desaparición. Según nos cuenta Cuarón, a partir de la novela de la escritora P. D. James, desde hace más de dieciocho años no se ha producido un nuevo nacimiento en el mundo de Theo, un mundo dominado por el caos, el terror, la violencia y el trato inhumano hacia aquellos que las autoridades consideran inmigrantes ilegales, a quienes se encierra en jaulas a la espera de trasladarlos a lugares de confinamiento a donde muchos no llegan. Aunque genéricamente Hijos de los hombres se encuadre dentro de la ciencia-ficción, su intención parece ser la de mirar a la realidad; pretende establecer entre su recreación de un mundo inexistente y el existente una conexión que desvele problemas reales y presentes. Por ejemplo, el (mal)trato al que se ven sometidos aquellos que no son considerados ciudadanos; es decir, los migrantes ilegales que llegan a Reino Unido en busca de una oportunidad de vida, una oportunidad similar a la perseguida por los inmigrantes extraterrestres que tres años después expuso Neill Blonkamp en District 9 (2008).


sábado, 16 de noviembre de 2024

La verdad sobre el caso Savolta (1978)


La neutralidad española durante la Gran Guerra (1914-1918) enriqueció a la burguesía industrial catalana en una medida insospechada en tiempo de paz. Mientras parte de Europa se destrozaba, los productos catalanes se vendían a alto precio en los mercados de los países en conflicto, desde cacerolas hasta productos textiles, pasando por la venta de alimentos y de ¿armas? Pero, al tiempo que las fortunas crecían y que los afortunados calculaban mal sus inversiones —como se demostraría tiempo después—, los movimientos obreros amenazaban la hegemonía de los patronos industriales. Para ponerle freno, pactaron con el gobierno central, que envió al general Severiano Martínez Anido para hacerse cargo de la gobernación, lo que supuso uno de los máximos momentos de represión de los movimientos sindicalistas y del avance del proletariado barcelonés en sus conquistas laborales y sociales. Más adelante, la represión cambió su cara al establecerse la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) y prohibirse el sindicato obrero C. N. T. (Confederación Nacional de Trabajo), de ideología anarcosindicalista y el de mayor afiliación en Cataluña. Por entonces, la Confederación estaba liderada por Ángel Pestaña, que se había iniciado en el anarquismo desde el periodismo y la propaganda, Joan Peiró, que llegaría a ser ministro durante la guerra civil (1936-1939) y, posteriormente, ejecutado tras el conflicto, y Salvador Seguí, que sería asesinado el 10 de marzo de 1923 por uno de los pistoleros del sindicato “Libre”. Cuando esto último sucede, todavía no existe la F. A. I. (Federación Anarquista Ibérica) y, probablemente, de seguir Seguí con vida, no vería la luz y los confederales no se habrían decantado por la tendencia anarquista que cobra mayor fuerza y contundencia tras la fundación de la Federación Anarquista en 1927. Entonces, en el periodo anterior a la dictadura de Primo de Rivera, los confederales forman un grupo que sueña y pretende la mejora laboral que los patronos no quieren ni pueden consentir porque ven amenazados sus bolsillos, sus privilegios e intereses de clase.

A finales de la década de 1910 e inicios de la siguiente, la Barcelona obrera estaba dominada por el sindicalismo confederal y por el temor de la clase dirigente, formada por el gobierno y los empresarios, a una transformación social que jugaría en contra de su beneficio. Ese miedo al cambio y a sus consecuencias —miedo que se recrudece a partir de la victoria bolchevique en la revolución rusa—, los convenció para ponerle freno. Se hizo, entre otras vías, mediante una fuerza de choque clandestina: el “sindicato libre”, eufemismo tras el que se escondía una realidad diferente a la que su nombre indica. <<El pistolerismo barcelonés, aunque constituye un fenómeno único, puede ser dividido, no obstante, en dos épocas bien diferenciadas. La primera comprende los años que van del 16 al 19, y que tiene su origen en Barcelona a causa de la guerra europea; y la que va del año 19 al 23, que se inicia con la intervención del Sindicato Libre, alcanza su mayor virulencia durante el mandato de Martínez Anido y Arlegui y termina cuando Primo de Rivera, Capitán General de Cataluña, asume todos los poderes y se proclama dictador.>> (1) Con beneplácito de los líderes catalanes, que también se sentían amenazados por un posible cambio que los dejase fuera de juego, e inspirada por Martínez Anido se recrudece un periodo de pistolerismo que Eduardo Mendoza recoge en La verdad sobre el caso Savolta.

Se contrataba a matones a sueldo para que ejerciesen una violencia disuasoria, que no dejó de recrudecerse en la Ciudad Condal, por entonces, la población más industrializada de la península ibérica y uno de los puertos marítimos más importantes del Mediterráneo… Aunque no narra su historia de modo lineal, y emplea diferentes tipos de narrador, desde la primera persona hasta documentos (creados para dotar a la ficción de veracidad histórica), Eduardo Mendoza ubica gran parte de su espléndida novela en ese ambiente de luchas de clases que Antonio Drove recrea de manera lineal en su libre adaptación cinematográfica, la cual encuentra en Jose Luis López Vázquez al excepcional actor que siempre que pudo demostró con creces ser. López Vázquez se transforma en el periodista que, entre quijotesco y sindicalista, lucha con la letra y la verdad por un mundo obrero emancipado del estado de semiesclavitud que todavía predomina en las fábricas como la de Savolta (Omero Antonutti), representante de esa clase dominante que considera el proletario como una subespecie que explotar, fábricas y sistema en los que perseguir un sueño de mejora puede costar la vida. De ese modo, disminuyendo el protagonismo de Javier Miranda (Ovidi Montllor), respecto al que adquiere en la novela, en la que asume el doble rol de narrador y de testigo de los hechos que declara en Nueva York, contando igualmente con el antagonismo del arribista Lepprince (Charles Denner) e incrementando la presencia de “Pajarito” de Soto en la película, Drove logra una narración más convencional, entre la intriga y el docudrama, pero igualmente efectiva a la hora de exponer los diversos temas tratados: amistad, amor, traición, violencia, lucha de clases, sindicalismo, huelgas —el film se inicia poco después de la huelga general de agosto de 1917—… en definitiva, el movimiento obrero y la reacción, aspectos estos que, en la pantalla, quedan mejor retratados en una obra cinematográfica clave como Los camaradas (Il Compagni, Mario Monicelli, 1963).

(1) Ángel María de Lera: Ángel Pestaña. Retrato de un anarquista. Argos Vergara, Barcelona, 1978.

jueves, 14 de noviembre de 2024

La liga de la justicia (2021)

Entre tantos grupos en busca de la unidad para alcanzar una meta económica, religiosa, musical, cómica, bélica… se pueden contar los ciudadanos de la liga de Delos, los argonautas, los doce apóstoles y los del patíbulo, el dúo dinámico y los hermanos Calatrava, la comunidad del anillo o la de Alex de la Iglesia, los siete samuráis y el mismo número de enanitos, los músicos de Bremen y los inhumanos, la patrulla perdida, grupo trece, Tricicle, los cuarenta ladrones, con ocho basta y muchos más de los que no quiero acordarme… Son mejores y peores modelos de grupos que reúnen individualidades para engrandecer el conjunto, al que cada uno de los componentes aporta lo suyo, lo que tienen de diferente y de original, si es que lo hay. En realidad, a la hora de agruparse, conjuntarse o aliarse, sus similitudes suman más que sus diferencias, pues sus intereses convergentes, su ideología común o sus trabajos similares son los que posibilitan el conjunto y que este dure más que la noche de estreno. Aunque de la diversidad técnica, de habilidades y destrezas, mental y emocional nace una riqueza que no se encuentra en las unidades de los clones galácticos, cuya homogeneidad y uniformidad remiten a las S. A. y la S. S, entre otros grupos afines a los totalitarismos cuyas mentes dictatoriales piensan por el resto y lo obliga a ser uniforme. Supongo que si hubiese sido hijo de los videojuegos, de los cómics, de YouTube y de Disney, de un padre y una madre fanáticos de los superhéroes, de las palomitas y de la comida rápida…, añadiría a los grupos nombrados los vengadores y la liga de la justicia. En este superpoderoso lote, incluiría también la de los hombres extraordinarios; pero no he tenido, ni por vía parental ni por experiencia directa, contacto con superhéroes de verdad ni con los que habitan los cómics Marvel ni DC.

Poco sé de superhéroes, aunque haya visto la serie El gran héroe americano (The Greatest American Hero, 1981-1983) — que sí veo hoy, sospecho sería un susto y una decepción, cuando de aquella, a los ocho o diez años, era una esperada diversión de tarde estival— y algunas películas como Superman (Richard Donner, 1978), Batman (Tim Burton, 1989) o la trilogía de Christopher Nolan sobre “el caballero oscuro”. Más allá de estas y de otras como la guerrera Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1983), la cómica Superman III (Richard Lester, 1985) y la comedia gótica y felina Batman vuelve (Batma Returns, Tim Burton, 1992), intuyo que, tras el traje, la cara o la máscara que la oculta, todos son iguales. En realidad, personajes así nunca me han llamado la atención. Tampoco sus temas o cómo los tratan. Mis lecturas de tebeos en la infancia se decantaban por otro tipo de héroes: Astérix y Obelix, Lucky Luke, Mortadelo y Filemón, SuperLópez, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio o los vecinos de la Rúa del Percebe con Rompetechos que pasaba por allí. Tintín me resultaba más que listo, un listillo, vaya, y sin humor (ni buen ni mal humor). Pasado el tiempo, alguien me descubrió a Mafalda; y le agradezco el presentarme a esa maravilla de cría que supongo no suele considerarse una superhéroina. Pues yo, sí; y de las más grandes que hayan dejado su huella impresa en papel. Por ello, la sitúo a la cabeza de todas ellas, a la par de heroínas personales —adjetivo con el que pretendo expresar que fueron personas y que su realidad las engrandece— como puedan ser Egeria, Urraca, Rosa Luxemburgo, Curie madre e hija, Clara Campoamor, Hannah Arendt, Larisa Shepitko o Rosalía, muy por encima de la mujer maravilla o de Mulán, pues los poderes de la criatura de Quino son extraordinarios y raros de narices, en vías de extinción: la observación, la reflexión, la ironía y la capacidad de cuestionarse el mundo.


Pero, supongo, de haber sido criado por otros padres, en otra época y en otro lugar, posiblemente me gustaría una película como La liga de la justicia (Justice League, Zack Snyder, 2021) u otras de superhéroes que tanto llaman la atención de cierto sector del público, no solo del juvenil. En todo caso, del niño que fui no me queda nada, salvo el nombre, los recuerdos mentales y el físico en una cicatriz abdominal; ni siquiera creo que exista ese que dicen que todos llevamos dentro. Igual que dudo de eso, dudo que haya películas más conformistas y repetitivas que las comedias románticas posteriores a Dos en la carretera (Two on the Road, Stanley Donen, 1967), sobre todo las realizadas a partir de la década de 1980, aunque seguro que hay alguna posterior que se salva e incluso reluce, y los films de superhéroes; lo cuales, ya si reúnen a varios, me digo que no aumentan en proporción directa el número de villanos. Entonces, me da la risa, porque ya está ganado de antemano. Los buenos vencen porque ya todo se prepara para eso y a eso lo llamo amaño o trampa; son diez contra uno o, en este caso, seis y Alfred (Jeremy Irons). En este punto, los de la liga difieren de los patibularios o los samuráis, que se enfrentaban a un ejército y a un centenar de ladrones liderados en ambos casos por malvados de mucho cuidado. Quizá por todo esto y por lo que aquí omito, pero que queda escrito en una novela satírica que dudo vea la luz, ya no puedo con los superhéroes, con los que no simpatizo, salvo que sean esos patibularios o aquellos que no tengan más poder que el de mandar a tomar viento al orden dominante, aunque, finalmente, se sacrifiquen por él o este los sacrifique para mantenerse.


Dicen que películas como La liga de la justicia, la versión extendida de Zack Snyder, es un “peliculón”, sustantivón que habrá servido a más de uno para hacer un chiste peor que este. Si no me equivoco, es la primera vez que empleo tal palabra y será de las últimas. Pero a lo que iba. En algún lugar que no recuerdo dónde concretar —tampoco hace falta recordarlo desde que alguien tan genial como Cervantes olvidó el de Quijote y dio luz verde a tal omisión—, escuché o leí que visualmente esta película es puro cine. Lo que no explicaban (y nunca explican cuando se recurre a la pureza cinematográfica) es ¿qué entienden por puro cine? Acaso ¿no sería de mayor pureza el más próximo al cine original? Lo que hay en La liga de la justicia es mucho tópico y mucha tecnología digital al servicio de la estética de Snyder, que se repite de más a menos desde Watchmen. Y como en la adaptación del cómic (hoy novela gráfica) de Alan Moore pretende dotar de algo más que de superpoderes a sus personajes. ¿Lo consigue? Tiempo no le falta, pero… La película, de cuatro horas de duración, busca aportar en el aspecto emocional respecto a la versión estrenada en 2017, cuya duración es la mitad (dos horas) y que fue dirigida por Joss Whedon, debido a problemas personales de Snyder. Pero, aparte de regresar a la idea original y del aspecto visual, lo que veo, aunque me causa mejor impresión que aquella, no me genera mayor interés. Sospecho que para conectar con el film tendría que ser otro, pero, aunque cambie continuamente, no hay forma de dejar de ser quien soy… ¿será el continuo cambio uno de los superpoderes que pasan desapercibidos o un maleficio?



miércoles, 13 de noviembre de 2024

Juego de armas (2016)


Al inicio de Juego de armas (War Dogs, Todd Phillips, 2016), la voz de David Packouz (Miles Teller) cobra protagonismo y ya deja claro que se trata de su historia. Narra en primera persona, por tanto, su relato será subjetivo y contado a su manera, aunque dicha manera sea similar a tantas otras ya escuchadas y vistas en pantalla. Suena repetitiva; no difiere de otras voces que van de subjetivas y de desenfadas que, en su intento de ser tan personales como la del mafiosillo de la excelente Uno de los nuestros (Godfellas, Martin Scorsese, 1991), pueblan el cine desde finales del siglo XX. ¿Pero lo son? La escena inicial se desarrolla en 2008, cuando el personaje se encuentra en Albania y alguien le apunta directamente a la cabeza. Es el instante de mancharse los calzoncillos y de contar su historia. Juego de armas retrocede a 2005, pero, antes de detallar cómo llegó a estar al borde de la muerte, se dirige directamente al público y pregunta, porque es lo que toca para darle un tono crítico y serio del cual el film carece, algo así como qué es la guerra. No precisa ni busca más respuesta que la que él mismo ofrece: <<La guerra es un negocio>>. A su afirmación, directa y concisa, añade que solo quien está en el ajo o un imbécil, o quien se lo hace, lo negaría o diría desconocer que los conflictos bélicos tienen su origen en los billones de dólares que generan la venta de armas. David lo sabe, por eso se encuentra en la situación en la que lo descubrimos en la primera escena, aunque el público aún ignora qué situaciones y personajes lo han llevado hasta allí.


Para satisfacer curiosidades y resolver posibles dudas al respecto, el narrador ofrece su explicación. Sus palabras recuerdan e intentan justificarle; asume que su situación le obliga a tomar la decisión que le pondrá en peligro y también hará peligrar su relación con Iz (Ana de Armas). En realidad, no difiere de tantos buenos chicos que ven su oportunidad de hacerse de oro y la aprovechan o así lo intentan. El dinero es un motor fundamental de la sociedad, sin importar si es capitalista o de otro tipo. Sería hipócrita negarlo; y David no niega que el dinero marca su devenir y su historia, aquella que, tras deambular por varias residencias de ancianos con unas sábanas que nadie quiere comprarle, le lleva a reencontrarse con su viejo amigo Efraim (Jonah Hill), quien le posibilita el sueño americano, aunque dicha fantasía implica el inconveniente de la compañía de ese mismo amigo. Siguiendo la estela de películas como El señor de la guerra (Lord of War, Andrew Niccol, 2005), Juego de Armas se inicia con el engañoso rótulo de basada en una historia real, engañoso porque lo que se cuenta en este tipo de films nunca es real; menos aun los personajes que en ellos asoman. Todd Phillips se toma la libertad de adentrarse en la supuesta realidad con desenfado típico de producciones similares —tal que la ya nombrada de Niccol o Barry Seal, el traficante (American Made, Doug Liman, 2017), por citar una contemporánea— y con ciertas dosis de humor, aunque un humor distinto al que había desarrollado en la trilogía iniciada con Resacón en las Vegas (The Hangover, 2009). El film juega las bazas de ese desenfado narrativo, que tiende a frivolizar cuestiones para nada frívolas, pero lo que se muestra en pantalla suena a repetido. De hecho, son demasiadas las películas que siguen el mismo patrón y cuentan con parejas protagonistas similares, en este caso con la característica de que son admiradores del Scarface dirigido en 1983 por Brian de Palma, la película que les marcó en la niñez; tal vez, debido a ello, ignorantes de la existencia del Scarface original realizado por Howard Hawks en 1932. En todo caso, los dos amigos no dejan de ser ejemplos de personajes acordes con el infantilismo y la necesidad de inmediatez del cine comercial actual, un cine en el se podrían cambiar los equipos artísticos y técnicos, así como el director de turno, y seguiría sonando igual, lo que apunta lo impersonal del asunto que, como tantos de su clase, cumple su propósito de rellenar hora y media de situaciones grotescas que no niego que puedan resultar entretenidas para un amplio sector del público, pero eso no me dice nada en contra ni a favor de unas imágenes que, en un abrir y cerrar de ojos, se olvidan…



martes, 12 de noviembre de 2024

Yo soy aquel, en do menor


“Yo soy aquel que cada noche te persigue…”, escucho al vecino del quinto cantar en do mayor, pero ¿qué aquel soy yo? —me pregunto mientras su voz me llega a través de las paredes de una construcción de papel—. ¿Qué hora es? Son las cuatro y diez; suena en una de Aute. Miro el teléfono, hoy adicción táctil, audiovisual y sonora. Pulso uno de los iconos que llenan la pantalla. Una “red” se abre y, ante mí, la sucesión de cada día: anuncios, cosas, estampas y personas “que quizá puedan interesarte”. Asoman platos, dietas, salud y belleza, máquinas, logotipos, habilidades, polemistas del tres al cuarto, necesitados de llamar la atención, vendedores de humo y expertos en autoayuda que buena falta les hace ayudarse, gente posando su alegría o presumiendo lo bien que le sienta la última moda que adapta a su estilo personal que ya he visto en modelos distintos que apenas se diferencian entre sí. No tarda en aparecer quien se presenta con una sonrisa y con su pila de libros recién comprados. En la siguiente, hay quien mira a la cámara en primer plano, de fondo una estantería con veinte o cuarenta títulos; reconozco algunos, he leído otros y del resto nada sé. En otras instantáneas en movimiento que sustituyen a las anteriores, asoman libros sin personas. ¿Donde están? ¿Por qué no se muestran? Acaso ¿están de vacaciones o les vence la timidez? No. De estar fuera, lo ilustrarían; y de ser tímidos, su voz no se dejaría oír. Informan de lo que leen en este instante y de lo que van a leer durante los próximos dos siglos. Los tiempos cambian, musicaliza el cantautor estadounidense que encuentra sus respuestas soplando en el viento. ¿Es ayer cuando lo canta o es hoy o ya es mañana? Ya cambian y vuelven a cambiar. Vuelven a hacerlo una y diez mil veces más. Ayer, hoy y siempre es continuo cambio. Lo nuevo se establece; aunque nuevo solo expresa que antes no está ahí y ahora sí, que pronto se convierte en habitual y, a no más tardar, alguien dice que ya es viejo. En una de las imágenes se emplea el verbo reseñar, en otra, recomendar. Se presumen lecturas, llegan más vestidos y canciones. Veo uñas, tatuajes, peinados, imitaciones, carteles de película, perros, gatos, un gesto facial forzado…

“…Yo soy aquel que por quererte ya no vive,…”. Aparece el enésimo titular. Alguien dice: después la historia ya se encarga de desvelar la verdad o lo que nos llegue de ella. Cierro el invento. El humo me sale por las orejas. Soy como un dibujo animado que ha tragado más picante del que puede soportar. Necesito un vaso de agua, necesito un litro más. Corro hacia el grifo, me sumerjo bajo el chorro e ignoro cualquier instantánea. Las voces seudofelices me suenan falsas, tapo los oídos, pero continúan llegando frases oídas y leídas en otros lugares que dejo atrás, pero que aparecen ahí delante. Soy como un ratoncillo al que no le gusta la rueda donde le han puesto e, inútilmente, intenta escapar formando parte del juego. Tampoco disfruto el audio enlatado, ni nada que asesine mi ritmo y mi tiempo para pensar, tal vez para soñar o bostezar a mi manera. Los textos en el ahora, se reducen y lo visual llega sin nada detrás. ¿Exagero? Siempre que puedo lo hago para ceñirme a la realidad que siento. En ella, abro el periódico que carece de papel, todo es titular; su texto se reduce, sus mentes, las opciones y las opiniones son de pago. No quiero cookies ni posees dulces, ni acusaciones que poca verdad desvela; no hay elección, si vives en un mundo donde ya solo parece contar la compra-venta. Publicidad, propaganda, más propaganda y publicidad; verdades a medias y de la otra mitad queda algún mensaje que se componen con dos, cuatro o siete palabras y tres engaños. Se feliz, añádele a la vida su buena dosis de emoticonos, de consumo, de rincones idílicos preparados en su fotogenia y de saludos de bienvenida y despedida que a nadie saluda ni despide, porque ya apenas se conoce, pero que simulan lo contrario. No me interesa… Me llega con ser aquel que se mira en el espejo donde me veo desapercibido.

 “Yo soy aquel, que por tenerte da la vida…” La voz retumba a través de las paredes que no protegen. Por fortuna, no me caen encima. Salgo a la calle donde una pareja arroja un plástico al suelo. No le importa; por su complicidad y su gesto aun diría que siente satisfacción por haberse deshecho del envoltorio que tanto parecía molestarles y pesarles. Lo que veo y lo que escucho me generan sensaciones aterradoras, aunque también de rechazo. Quiero arrojarles flores a unos y macetas a ellos, también al fulano que canta. Pero, finalmente, desisto, no quiero agasajar con orquídeas ni con cardos, solo camino y hago mío el estribillo que se me ha quedado grabado. Tarareo la musiquilla, sin querer caer en la tentación de llevar la voz tenor.

“Yo soy aquel, que estando lejos no te olvida…”, entono en do menor, sin que la escala sea capricho. La manejo mejor que la alegre mayor. Al compás de la música imaginada, mi pensamiento canta en estruendoso silencio una letra nueva y vieja. No leo para presumir de mis lecturas. Leo porque es parte del alimento que necesito para nutrirme y seguir viviendo. Leo en el recuerdo y escribo desde entonces, pues la escritura también es nutriente vital en un mundo donde solo parece existir la imagen que se presume y que, más que llamar la atención, la reclama a “gritos” y a golpes de efecto en el ya mismo, en el ha de ser ahora, no cinco segundos después, porque después ya son otras la dirección del viento y el centro de atención, de interés. En el individuo que soy, en él soy aquel formado durante los años que me separan del recién nacido y del que nada recuerdo, en la persona que creo ser, en la que los cercanos dicen que soy, y en la que ni siquiera puede ser consciente de estar formándose y deformándose en el continuo proceso que lo aleja del principio, le acerca al final y entremedias le hace más ajeno a las medidas centralizadoras. Vivo en el yo periférico que descubro cada mañana y al acostarme, incluso en mis pesadillas y en mis sueños, ambas acciones son vitales. No puedo dejar de hacerlas; el día que eso suceda estoy muerto o, lo que comprendo más triste, impedido hasta el punto de sentirme muerto o de verme devorado por una masa homogénea que, peor que la nada que amenaza cualquier fantasía, porque es real, se extiende para hacernos parte indistinguible en un todo que alguien tal vez presuma plural pero que borra las diferencias en beneficio de qué y quién.

“Yo soy aquel…” que nunca se encuentra en la mayoría, ni quiero que se me acepte dentro. No soy inadaptado ni rebelde. Ninguno de ellos puedo, pues para ser lo primero tendría que haber un lugar donde (in)adaptarse; y para lo segundo, solo sería un gesto, un rechazo o una reacción antes de formar parte del orden que se impone... Sencillamente, soy lejos. Hay quien ya es lo que presume: una imagen o una frase hecha que se repite apenas con ligeros cambios. Pero, en mí soy aquel, ninguna imagen preparada para gustar o disgustar puede definirme; mas ¿por qué presumimos? Supongo que hay quien desea promocionarse en busca de la finalidad perseguida por tantos “soy aquel”, pero ¿qué aquel? Que pregunta más idiota, pienso mientras me veo atrapado en la red. ¿Cómo avanzar si soy en presente y en pasado? Vecino, tu voz me satura, me empacha tu aquel y tanta imagen vacía que se acumula y desaparece tan rápido como llega. ¿Qué permanece? ¿El solista del piso de arriba? ¿Los cuerpos que abajo entran y salen, en continúo consumo, insaciables, más y más, más de lo mismo, imparable invariable, día tras día...? ¿Colaboro en esto? Sin duda, puesto que aquí estoy. ¿Atrapado? ¿Quién no?

“Yo soy aquel…” sin talento musical ni aspiraciones a cantante, aunque culpable de querer y, tal vez, no poder escribir su propia canción. ¿Para qué, si la música de hoy ha perdido poesía? La que suena y se consume ha dejado de ser la voz de los diversos pensamientos poéticos, transformada en la búsqueda de un éxito comercial de ritmos pareados. Corren malos tiempos para la lírica, decían hace años, lustros, décadas algún aquel ya casi olvidado. Mañana, probablemente, también lo dirán. Siempre han corrido malos tiempos para ella; y sin embargo, sobrevive entre tanto ruido e indiferencia. Se grita, se parrafea un estribillo, mas nada se dice que no te digan que has de exclamar y reclamar. Trabaja para beneficio de otros o hazte viral. Este adjetivo me chirría, no por su relativa novedad en su uso mediático, igual que lo hace el abstracto empatía, cuando camina en la propaganda hacia el objetivo perseguido de “viralidad”. El término, la imagen, la letra, la música y el habla se convierten en uso estereotipado, en la búsqueda de aceptación, más que de comunicación y de expresión, en el decir que se repite, en el establece que todos somos buenos y que quienes no son como nosotros, malos son. ¿Qué hora es? Ya son más de las cuatro y diez. Cada gesto en busca del aplauso. Luces, cámara, acción. Sonrisas preparadas mientras la compasión y la generosidad caen en desuso, salvo en su minuto de renacer en un espejismo que nos esperanza. Tal vez, nunca hayan existido fuera de ese instante puntual en el que asoma para brillar fugaz, antes de apagarse; o solo sean ecos de épocas más humanitarias, menos guapas y menos instantáneas que la actual; épocas que ya se confunden en su paso hacia el olvido donde también irá a parar esta y las demás. No lo escribo por fastidiar, sino porque esa es la realidad final de cada tiempo y de cada existencia.

“Yo soy aquel…” que, como cualquiera, sale de la inexistencia y respira, quien vive en constante cambio y permanencia, quien intenta olvidarse de la nada y se miente para ilusionarse. Me recuerdo inventado; así la vida se transforma en sueño de eternidad, pero no de inmortalidad. Incluso mientras al despertar del sueño. La vida es cuando soy; y mi soy aquel necesita nutrirse de lecturas y de escritos, de malas y buenas costumbres, de sorpresas, que son las menos y cuando son, algunas me harán reír o llorar, de tiempo para aburrirme y de algo de inventiva que deparará alguna diversión, que no confundo con juerga; de tiempo de pensar en un alguien, de relacionarme en un medio que escapa a mi comprensión, de sentimientos y de emociones que nunca llegó a vencer ni ellas a derrotarme. Todo eso es fuente de energía para que el corazón bombee su rojo oxigenado que alcanza la materia gris, en continua carga y descarga. La electricidad ilumina el cerebro y este se convierte en el centro del universo y de la creación, en el archivo del mundo propio y en cuna de los sentimientos y de las emociones que, en ocasiones, desbordan y hacen vibrar el cuerpo. Ahora se acomoda en una marcha automática. Duerme, duermo yo. ¿Me maneja o lo manejo? A veces se convierte en prisión y otras en liberación; en todo caso siempre corre el riesgo de crear y creer la falsa ilusión de ir sin ser consciente de que permanece inmóvil, clavado allí donde se nos manipula con mayor facilidad.

“Yo soy aquel…” que no nada ni a favor ni a contracorriente, que intenta cruzar el río en prueba de resistencia. La orilla permanece en la distancia, pero no desespero, ni voy a entregarme. Atrás queda la distancia; se agranda. Dicen que podemos aprender del pasado, no lo dudo, pero lo que está por venir me es desconocido. Y lo poco que se puede descubrir del pretérito, ¿lo obviamos? En todo caso, me pregunto si habíamos llegado alguna vez a un punto similar en nuestra historia. Lo dudo, porque la historia no se repite, aunque, a primera vista, lo parezca. Nuestro ahora solo es el principio de un tiempo que otros estudiarán y desconocerán, uno que apunta la deshumanización y el que seamos números cuya utilidad solo es consumo y trabajo; en el mundo comercial se trabaja para poder consumir cualquier producto o idea que nos quieran vender, sean útiles o inútiles, y para disfrutar de instantes de ocio que suelen destinarse al consumo y al trabajo. No poco de lo que hoy se observa parece aventurar que las personas (lo que hasta entonces se ha entendido como tal) sobramos… El vecino del quinto continúa cantando. “Yo soy aquel…”, pero ¿qué aquel me dejan ser?…