Tirso de Molina, Molière, Pushkin o Zorrilla fueron algunos de los autores que escribieron las andanzas de Don Juan, el burlador y mujeriego que de los escenarios pasó a la pantalla en producciones que se inspiraron en su célebre y cínico carácter conquistador, entre ellas el Don Juan que Alan Grosland dirigió en 1925, el primer largometraje sonoro de la Historia, el de Alexander Korda en La vida privada de Don Juan (The Private Life of Don Juan, 1934), la última interpretación acreditada del mítico Douglas Fairbanks, o la realizada en 1950 por José Luis Sáenz de Heredia, la primera que adaptaba las aventuras y amoríos donjuanescos al cine sonoro español, y lo hacía en una época en la que un personaje a contracorriente, que no respeta ningún tipo de autoridad impuesta, chocaba de pleno con el intransigente puritanismo franquista. En la escena XII del primer acto de la obra de Zorrilla, el mujeriego presume de sus hazañas y de su gallardía mientras las compara con las de Luis Mejia, pero lo que deja entrever de su numeración no es más que su rechazo a cualquier estamento o norma.
<<Por donde quiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí
...
Ni reconocí sagrado
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado,
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar>>.
Con estas credenciales, que el autor romántico puso en boca de su don Juan, no cabe duda de que se trata de un personaje que transgrede cualquier convencionalismo social y cualquier ley, divina o seglar. Por ello, resulta controvertido, pero también atractivo; y por ello, una adaptación llevada a cabo en el cine español de la década de 1950 podría desvirtuarlo, sin embargo el Tenorio descrito por Carlos Blanco y Sáenz de Heredia transmite la personalidad del antihéroe sin desdibujar su amoralidad ni su libertinaje, a pesar de su redención final por amor, que también se encuentra en el de Zorrilla. Pero como apunta el inicio de la película, esta no pretende ser una adaptación de ninguna de las fuentes literarias protagonizadas por el osado y temerario galán, sino una libre recreación del mito, intención que no resulta extraña si se tiene en cuenta que el guion fue desarrollado por Carlos Blanco, cuyo universo queda descrito en sus guiones y en sus personajes, hombres y mujeres enfrentados al medio y a sí mismos: Los ojos dejan huella (Sáenz de Heredia, 1952), Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955) o la versión que veintidós años después escribiría del Quijote de Cervantes en Don Quijote cabalga de nuevo (Roberto Gavaldón, 1972).
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