jueves, 4 de enero de 2024

Condenado a vivir (2001)

Antes de que Alejandro Amenábar obtuviese el aplauso popular contando el padecimiento de Ramón Sampedro en Mar adentro (2004), Roberto Bodegas tomaba el guion de Javier Maqua y realizaba un telefilm producido por las televisiones autonómicas en el que narraba la misma experiencia, pero con Ernesto Chao en el rol protagonista. Chao era un actor sin la popularidad nacional e internacional de Javier Bardem, pero en su Galicia natal era uno de los rostros televisivos más conocidos gracias a su Milo Pereira. Su personaje en la serie cómica producida por la Televisión de Galicia (TVG) Pratos combinados (1995-2006) le daba acceso a la mayoría de los hogares gallegos, del mismo modo que creaba la imagen cómica que le dio fama. Pero, más allá de la comedia y la televisión, era un actor con gran experiencia a sus espaldas y uno de los intérpretes principales de Urxa (Alfredo García Pinal y Carlos López Piñeiro, 1989) —uno de los tres largometrajes seminales del cine gallego—. Se había iniciado en el teatro y su capacidad dramática queda expuesta en esta película en la que hace creíble su recreación del controvertido personaje; controvertido porque la sociedad no estaba preparada para dejarle asumir su decisión vital, aquella que le correspondería de existir la libertad individual, la que le permitiese decidir si vivir o no. La libertad del individuo no pertenece al conjunto, ni a un grupo de presión ni al Estado, aunque estos se empeñen en que sea lo contrario. En este tipo de imposición surge el conflicto entre la persona y el poder establecido que, con sus leyes y su moral, rige y guía al individuo y al conjunto acotando la libertad individual, la cual vendría a situarse entre la libre elección y el respeto al grupo, siempre y cuando el colectivo o sus representantes no atenten contra el uno.

En De la libertad, John Stuart Mill escribía algo así como que el conjunto puede llegar a ser el mayor represor para el individuo, impidiéndole actuar con libertad. Su censura, su presión y su opresión pueden llegar a ser hirientes e incluso mortales para sus víctimas. Pero en este caso, dicho conjunto (la sociedad) no es el victimario directo, sino que se encuentra dividido entre el derecho a la vida y el derecho a morir dignamente; pero, según qué caso ¿no podrían ser complementarios o ir unidos? Nadie que no sea uno mismo habita bajo su piel; y nadie más que el protagonista ha tenido sus treinta años de inmovilidad para pensar en su situación y en su conclusión. El gallego llevaba tres décadas sin poder moverse, desde 1968, cuando se lanzó al mar y su cuerpo chocó con el fondo, precipitando su estado irreversible, el que le condena a permanecer inmóvil, sin posibilidad de abandonar la prisión física que depara su certeza psicológica, la que la ha llevado a la conclusión de querer morir. Ramón ha tenido tiempo suficiente para pensar, para sufrir y decidir; nadie más que él puede saber qué situación padece —deja constancia de ella en una serie de cartas que se publicaron en un volumen titulado Cartas desde el infierno—; no se trata de un dictamen médico, ni de una causa para la ley ni para la religión, si es que esta da validez al libre albedrío, no es un fenómeno social, sino individual; es decir, para el individuo como ser libre y dueño de sí mismo. En estado psicológico óptimo, considera que la última palabra sobre su existencia debería corresponderle; pero la legislación prohíbe la eutanasia y cualquiera que le ayude a morir (que ya es su único objetivo en la vida) estaría incurriendo en un delito contra la ley. Thoreau afirmaba en Desobediencia civil que <<Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se deriven su propio poder y autoridad y le trate en consecuencia.>> ¿Es posible? Para que existiese un Estado así, el individuo también tendría que ser realmente libre y culto. ¿Y donde nos deja esto? La Ley y lo justo, desde la perspectiva de la libertad individual a la que todo individuo debería tener derecho tras ser “expulsado” al mundo, no son lo mismo. En realidad, suelen diferir, y eso piensa el protagonista de Condenado a vivir (2001) mientras espera a morir; aunque suene extraño, su esperanza es morir, no vivir, se aferra a la idea de su muerte. No lo desea por capricho, por enajenación o por nihilismo, sino por el sufrimiento que le acarrea su imposibilidad y el “vivir” en un infierno donde no encuentra más posibilidad de dejar de ser un “muerto crónico” —eso se considera— que la muerte definitiva, en la que deposita sus esperanzas para lo que él ha vivido como décadas de encierro y padecimiento: <<mi propia muerte… la veo dulce. Si quiero morir es por amor a la vida. Para mí, morir será liberarme, fundirme con la naturaleza y quizás volver a nacer o por lo menos servir de estiércol para que la vida germine de nuevo>>, expresa a la cámara del documental con el que pretende dar a conocer su realidad para lograr su derecho a morir, el cual, visto desde su perspectiva, es su derecho a la vida, a ser dueño de ella.



2 comentarios:

  1. Gracias por dar a conocer esta película de TV
    Creo que Ramón Chao es más creíble que Bardem

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    1. De nada, Francisco. Gracias a ti. También lo creo. La primera vez que vi “Mar adentro” me llamó la atención como Bardem forzaba el acento para resultar más creíble (y a mí me generaba lo contrario), cuando a los gallegos nos sale natural desde la cuna, más o menos pronunciado, y diferente según si de costa o de interior, de norte o sur. Vamos, como en cualquier otra parte. En cambio, noté más natural a Lola Dueñas.

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