Antes de insertar los créditos, Verhoeven inicia el film con un breve noticiario y, tras los títulos, introduce un prólogo que ambienta entre 1938 y 1940. Son dos tiempos distantes: el presente de 1945 y el pasado; entremedias, la guerra y la ocupación. El instante de posguerra se reduce al documental en blanco y negro (y a los minutos finales de la película) que muestra el retorno triunfal de la reina Guillermina, tras su cómodo exilio inglés, donde, como se verá en la segunda mitad del film, cuando comparte pastas y té con Erik, Guus (Jeroen Krabbé) y otros súbditos holandeses, se preocupa por el futuro democrático de su país. Pero, aparte de señalar la vuelta al hogar de la monarca, no es ella quien interesa a la cámara, ni despierta la curiosidad de Verhoeven, que, en ese momento, insinúa que le interesa el oficial en quien centra su atención. Lo hace en varias ocasiones e incluso, en una de ellas, parece que el militar sonríe complicidad. ¿Es una invitación o una impresión del momento? Se trata de Erik. Aunque todavía no lo sabemos, ni conocemos su nombre, se intuye que será el protagonista de la historia que precedió a ese instante de retorno triunfal.
La función del prólogo es clara: presenta a Erik y a quienes formarán su grupo de amigos. Están en 1938, son universitarios y miembros de una fraternidad en la que Erik acaba de entrar. Es un novato y, como tal, sufre vejaciones y humillaciones a manos de los veteranos. En ese instante de violencia, de elitismo, diversión para unos, sufrimiento para otros, y para todos tradición, Verhoeven establece la relación entre los distintos personajes que poco después, en meses siguientes, se divierten juntos sin preocuparse por los nazis, hasta que el conflicto bélico alcanza Holanda, cuyo posicionamiento inicialmente neutral no evita que deba armarse y defenderse de la invasión. Ese instante implica varias opciones, hacer como la monarca, y poner mar de por medio, luchar en la resistencia, ser colaboracionista o intentar que la guerra pase sin apenas rozar las vidas de quienes ahora viven la ocupación. Sin embargo, no resulta tan sencillo mantenerse al margen, Erik lo sabe, pues el solo quería divertirse e, invadido el país, llegar a Inglaterra —el primer intento acaba en la explosión accidental en la playa donde, entre brindis y risas, esperaban hasta la hora de partir. Y cuando logre su propósito, habrá cambiado, pues su camino hacia las islas británicas es el de su transformación, por lo que no saldrá de Holanda hasta que se cumpla ese cambio que permite al espectador ser testigo de excepción del momento y a él le llevará a la lucha activa, la que asume tras la muerte de Jan.
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