El itinerario físico propuesto por Tommy Lee Jones en Deuda de honor (The Hoseman, 2014) no es el único que vemos en la pantalla, pues las imágenes hacen evidente el viaje a almas y mentes rotas que transitan el dolor, el desarraigo, la desesperación. Primero fue el trayecto que recorrieron en busca de un lugar y un hogar, sin saber que ese recorrido les depararía la negación de la existencia que se descubre en el arranque del film, cuando se comprende que Mary Bee Cuddy (Hilary Swank), al igual que las tres mujeres que han perdido el juicio, debido a la dureza del entorno, también es un alma herida, condenada. Aunque lo haga en silencio, quizá en ese instante es la que más sufre, puesto que aún mantiene su lucidez y el contacto con la realidad hiriente, un contacto que las mujeres que asume trasladar a Ohio han perdido. Ella todavía sufre la realidad y en la realidad. Es consciente de que cada día que pasa se encuentra más lejos de hacer real su necesidad, su deseo, posiblemente la razón por la que se trasladó allí: fundar el hogar donde sentir el calor de un cuerpo junto al suyo, donde, además, pueda sentir que es un ser humano y no un objeto. Los hombres la rechazan, dicen que es fea y mandona, pero posiblemente le teman porque no se muestra sumisa ni evidencia la debilidad se atribuye a su sexo. Ella no destaca por ser mejor o peor, fea o guapa, independiente o dependiente, destaca porque es decente y valiente, como afirmará George Briggs (Tommy Lee Jones) avanzado el metraje, cuando responde a Altha Carter (Meryl Streep) —la mujer civilizada que acoge a las viajeras, pero que, en su negación a la realidad vivida y padecida por las condenadas, no quiere oír hablar de su sufrimiento ni de sus actos. Quizá por esos mismos atributos no encuentre sosiego, ni su lugar en un mundo que descubre contrario a ella: mujer sensible, refinada, trabajadora, generosa, entregada. El mundo que la acoge resulta en comparación indecente, cruel y cobarde, e hipócrita cuanto más se acercan al “este civilizado”. Ese enfrentamiento la convierte en un ser marginal, pero, al contrario que Briggs, a la fuerza. <<Eres igual de hombre que cualquier hombre de por aquí y lo que vas a hacer es una muy buen acción>> le dice Buster Shavers (Barry Corbin) a Mary Bee cuando le entrega la carreta donde transportará a las mujeres desde la dura Nebraska, donde ella misma sufre la soledad en su rancho, que trabaja con esmero y esfuerzo. Pero sus dominios no son su hogar, son su aislamiento hiriente, la enfermedad enraizada en un territorio yermo e inhóspito que cala, aísla, agudiza egoísmos y apenas permite lazos humanos.
<<Creo que la película habla por sí sola. Habla de la “cosificación” de la mujer en la América del siglo XIX. Hoy podemos aprender de esa situación en todos los campos. No hay que interpretar la película habla por sí sola>>
Tommy Lee Jones: entrevistado por David Matos. Diario ABC, 8 de octubre de 2015
Durante los primeros compases de Deuda de honor queda claro que se trata de un lugar exigente con los hombres, más aún con las mujeres que lo habitan, que son tratadas por sus maridos como objetos —la “cosificación” señalada por Tommy Lee Jones. Ese páramo condicionado por las duras condiciones climáticas, por el hambre, las enfermedades, la elevada tasa de muerte infantil, apenas resulta apto para la vida, menos aún para relaciones sociales. Es un espacio que puede enloquecer a almas sensibles, castigadas por una cotidianidad que las acaba por asfixiar. Las tres mujeres que han perdido la razón no solo son víctimas del medio natural, sino del humano que condena a una cuarta a vivir esperando y desesperando por algo que no llega. Espera una salida, y desespera porque descubre que son como habitaciones incomunicadas, que no encuentran una puerta de salida a relaciones que le hagan sentir parte y todo. Mary Bee, en apariencia, es fuerte y parece capacitada para soportar el aislamiento, o eso se presume de que siempre toma las riendas de su existencia: no duda en proponer a su vecino una asociación matrimonial —le dice que para ampliar las tierras de ambos, pero calla que también para sentir cercanía y calor, para alcanzar el sueño hogareño. No obstante, recibe una respuesta negativa, grosera, de un hombre tosco y sin modales. No hay amor en su propuesta, habla claro, pero calla la ausencia que predomina a lo largo de este espléndido recorrido por las distancias y la soledad dirigido con encomiable sensibilidad por un Tommy Lee Jones que capta con su cámara un espacio sin piedad, que nada sabe de ella. Los hombres tampoco, ni comprenden el valor ni el sufrimiento femenino en un lugar de la nada, sin música, sin amor, sin esperanza, que poco a poco va erosionando el alma de tres mujeres y una cuarta que llega al límite de sus fuerzas, gastando el último soplo en un gesto que muestra su generosidad y su valor, pero también su imposibilidad. Aunque parten del rechazo mutuo, la unión laboral de Mary Bee y George Briggs es fruto de las necesidades de ambos, George la admira e impulsa a cumplir su deuda, la que contrae con su juramento (de cumplir todo lo que ella le pida) cuando ella le salva de morir ahorcado. Para Mary, quizá él sea su última oportunidad de encontrar ese hombre que anhela, que le aparte de la soledad y con el que fundar un hogar que, por otra parte, no deja de ser también la imposición social para ser totalmente aceptada por las comunidades que habitan tanto el oeste primitivo como el este civilizado.
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