viernes, 1 de febrero de 2019

Un tal La Rocca (1961)


El encuentro profesional de Jacques Becker y Jose Giovanni dio su fruto cinematográfico en La evasión (Le trou, 1960) —a la postre, sería la última película del cineasta francés—, pero también significó el encuentro personal que establecía una relación de amistad entre el novelista y la familia del prestigioso cineasta. Por aquellos últimos años de la década de 1950, Giovanni había encontrado estabilidad en la escritura de novelas y, de la mano de Becker, iniciaba su aventura cinematográfica como guionista; posteriormente, daría el salto a la dirección en La ley del superviviente (La loi du suvirvant, 1967). Por su parte, Jean Becker, hijo de Jacques, había asistido a su padre en No tocar la pasta (Touchez pas au grisbi, 1954), Ali Babá y los cuarenta ladrones (Ali Baba et les 40 voleurs, 1954) y Montparnasse 19 (1958). Durante el rodaje de La evasión ejercía una labor similar y fue entonces cuando entabló amistad con el escritor y guionista. Al año siguiente, Jean Becker debutaba en la dirección con la adaptación de L'excommunié (1956), la cuarta novela de Giovanni, y este no dudó en participar en la escritura del guion. También se encargó de los diálogos, pero Un tal La Rocca (Un nommé La Rocca, 1961), que así se tituló la película, ni es un film de su guionista, como corrobora que años después Giovanni realizase su propia adaptación en El clan de los marselleses (La Scoumoune, 1972), ni de su realizador; al menos, no del Jean Becker que encuentra en la cercanía de sus personajes el tipo de película con el que se identifica. Lo es de un joven que, aunque con experiencia cinematográfica previa, da sus primeros pasos en solitario en el cine, buscando su propio estilo, apuntando ideas que no logra precisar en su narrativa, la cual se antoja irregular, quizá por dar prioridad a su estrella protagonista, Jean-Paul Belmondo, o debido a interferencias del productor y a las influencias heredadas de su padre, quizá de su sombra, pues esta se antojaba demasiado alargada para el hijo que, con el paso del tiempo, encontraría su camino y sus intereses cinematográficos en películas que priman relaciones humanas de amistad, esperanza y aprendizaje.


En Un tal La Rocca todavía no se observa como eje la vida ni la necesidad de dotar de humanidad a los personajes, como sí sucede en La fortuna de vivir (Les enfants du marais, 1999), Conversaciones con mi jardinero (Dialogue avec mon jardinier, 2007) o Mis tardes con Margueritte (La tête en friche, 2010); aquí lo que destaca es el transito de ambientes, del polar al drama carcelario, hasta alcanzar <<el desminado del litoral que realizan los condenados en un fragmento doblemente antológico: por su puesta en escena y por el peligro palpable que corren los convictos. Y también por esa brisa de aventura>> (1). A partir del momento costero, el film funciona mejor que por los tugurios marselleses, ya que los nexos fundamentales en el devenir de los hechos cobran entidad y la atención de Becker logra centrarse en sus protagonistas, que se encuentran ligados por la amistad, por Geneviève (Christine Kaufmann) y por la imposibilidad de hacer real aquello que pretenden. Tanto Roberto La Rocca (Belmondo) como Xavier Adé (Pierre Vaneck) han pasado su vida dentro de la criminalidad, de ahí que poco importe que el segundo sea inocente del crimen por el cual es condenado a trabajos forzados. No sucede lo mismo cuando logran sobrevivir al campo de minas y obtienen su libertad. Ahora se encuentran ante un nuevo comienzo y esa linea de salida les concede una esperanza, la de fundar un hogar en el campo, lejos de la delincuencia que conocen, en compañía de Geneviève, la hermana del segundo y la víctima inocente de las decisiones de los perdedores de Un tal La Rocca. Ella es el único personaje que rezuma inocencia, pues el resto son arquetipos que pueblan los espacios habituales del cine negro francés: delincuentes, jugadores, chulos o matones como el desertor estadounidense (Michel Constantin), a quien Roberto da muerte en defensa propia, hecho por el que sufre su posterior condena en el presidio donde se desarrolla el segundo de los cuatro actos en los que, aparte del prólogo y el final, se divide la película.



(1) José Giovanni, del prólogo del libro de Jean Becker Becker par Becker. Éditions PC, 2004.



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