En el asiento trasero, el sudor y el nerviosismo lo acompañan mientras su pensamiento (que se hace audible) introduce la miseria vivida durante su infancia, en su adolescencia, cuando trabajaba de peón en el mercado, así como el amor por su familia, su alternativa y el éxito que lo convirtió en uno de los más afamados toreros mexicanos. Pero también recuerda las muertes de Joselillo y su admirado Manolete, y la sensación de miedo que despertó en él después de reflexionar sobre la cercanía de lo desconocido, un miedo que se hizo cada vez más intenso y provocó su decisión de apartarse de los ruedos, adonde se dirige en el presente, forzado por la presión pública y por los medios de comunicación que, ignorantes de las sensaciones de soledad y de temor a las que se enfrenta los domingos en la arena, se refieren a su retiro como fruto de su cobardía.
Empleando imágenes de ficción (niñez y adolescencia) y de archivo —algunas corridas en las que participó el protagonista— este (en su momento) novedoso docudrama, que influyó en películas tan destacadas como La batalla de Argel (La battaglia de Algeri; Gillo Pontecorvo, 1965), fluye de la interioridad del matador para mostrar las inquietudes y las vivencias que fueron expuestas por Velo desde el realismo propio del género documental y desde la humanidad del personaje, aunque sin olvidarse de la profesionalidad que aleja a Procuna del hambre y de la carestía que marcaron sus primeros años. Como tantos otros jóvenes de por aquel entonces, para Procuna convertirse en torero implicaba dejar atrás los padecimientos que se observan en las secuencias de su infancia y juventud, por ello los sentimientos que lo dominan durante su primer contacto y su ascensión son la ambición y necesidad de enfrentarse al toro y conquistar al público, de humor variable y siempre sediento de sangre. En ese pasado recreado, su enfrentamiento consigo mismo no se produce, porque la prioridad sería dejar de pasar hambre, aunque sí lo hará tiempo después, cuando, rico y famoso, las dudas y el temor lo acompañen sobre la arena donde se hacen tan reales como el rival al que se enfrenta. Más allá del profesional y de sus temores, se encuentra el hombre de familia que goza de una existencia colmada por el cariño de los suyos, pero también está aquel que sufre en silencio la proximidad de la muerte en la arena donde es aplaudido, silbado y juzgado por la presencia externa que insulta, arroja almohadillas, amenaza, exige o, en caso de que sus exigencias sean satisfechas, vitorea e incluso saca a hombros al matador de la plaza.
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