Jóvenes marginales, quizá cachorros de futuros gánsteres o de cadáveres prematuros, calles de Nueva York y ambientes nocturnos centran la atención de Malas calles (Main Street, 1973), uno de los primeros acercamientos de Martin Scorsese a la cotidianidad de un entorno dominado por la presencia de la criminalidad que reaparecería en posteriores títulos del director de Taxi Driver (1976), alcanzando sus máximos en Uno de los nuestros (Godfellas, 1990) y Casino (1995). Malas calles es un film personal, con ciertos toques autobiográficos -como seis años antes lo había sido Who's That Knocking at My Door (1967)-, que se centra en la figura de Charlie (Harvey Keitel, en su tercera colaboración con el realizador), sobrino de un mafioso (Cesare Danova) para quien trabaja realizando cobros mientras aguarda a que su tío le ponga al frente de uno de sus locales. Charlie pasa parte de su tiempo en el bar de Tony (David Proval), donde también se deja ver Johnny Boy (Robert De Niro, en su primer papel para Scorsese), cuyo comportamiento inmaduro se opone al que se observa en Charlie, en quien se percibe cierto sentimiento de culpa que redime mediante su amistad con Johnny, cuya condición de joven desorientado provoca el desequilibrio emocional que le impulsa a mostrarse irrespetuoso, incluso violento, con quienes le rodean, actitud que crea su enfrentamiento con Michael (Richard Romanus), otro de los habituales del local de Tony a quien Johnny debe una importante suma de dinero. El Martin Scorsese de Malas calles muestra la cotidianidad de esos jóvenes que habitan la pequeña Italia, donde la presencia de la violencia, de la mafia, e incluso de la guerra de Vietnam (aunque esta nunca se muestra salvo en el uniforme de uno de los clientes del bar) se dejan sentir en todo momento, aunque la sensación dominante sería la de pérdida común al grupo de jóvenes italo-americanos que, como Johnny o Charlie, muestran su desencanto dejándose llevar hacia una existencia de delincuencia y desorientación. Aunque Charlie intenta mantener el equilibrio entre su espiritualidad y el medio en el que se mueve, no es un individuo pleno, condicionado por su educación católica y su parentesco con la mafia, confrontación que le impide mostrar sus verdaderas necesidades, como ocurre con su amistad con Johnny, a quien trata de proteger, o con la relación que le une a Teresa (Amy Robinson), a quien supedita a su ascensión en los negocios familiares. Malas calles es un buen ejercicio de narrativa cinematográfica con escasos medios, 500.000 dólares de presupuesto, que posee un innegable atractivo que desvela esos aspectos que son una constante en las películas más personales de Scorsese, director que supo reflejar una visión realista del momento en el que viven sus personajes, interpretados por dos jóvenes actores, Harvey Keitel y Robert De Niro, que quedarían ligados al universo del realizador de Toro salvaje y se convertirían en indispensables dentro del cine estadounidense del último cuarto del siglo XX.
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