Mecánica nacional (1971)
<<Solo damos servicio a clientes muy machos>> reza el letrero que luce en la fachada del taller "Mecánica Nacional", una frase que da una idea de qué tipo de individuo regenta el negocio, que también hace las veces de vivienda. En su interior se observa a una familia que podría pasar por una de tantas, compuesta por un padre (Manuel Fábregas), una madre (Lucha Villa), dos hijas y una abuela (Sara García). Sin embargo no se tarda en descubrir que todos ellos son caricaturas, como también lo son aquellos a quienes se descubre en la meta de la carrera automovilística de costa a costa, que une las ciudades de Veracruz y Acapulco, y que ha provocado el desplazamiento familiar hasta un descampado donde se concentran miles de hombres y de mujeres. Durante la espera a que los autos crucen la meta, los instintos primarios de los presentes se desatan de tal manera que los allí reunidos se dejan arrastrar por la violencia y por el deseo carnal. Mientras, la abuela continúa a lo suyo y come sin descanso. Total ¿qué puede hacer si a ella no la desnudan con la mirada, como sí hacen con esos cuerpos curvilíneos que su hijo y su compadre radiografían antes de pasar a la acción? Decididos, dejan que sus mujeres se ocupen de las bebidas y cotilleen sobre esas chicas que a ellos les levanta el ánimo y la necesidad de acercarse a probar fortuna. A estos hombres no les importa ser infieles, de hecho, se encuentran convencidos de que es su derecho de machos, aunque les duele que sus mujeres actúen de igual manera, pues la cornamenta resulta una mancha imborrable en su honor masculino. La sátira que se observa a lo largo de la película de Luis Alcoriza resulta al tiempo patética y simpática, ya que se exagera a los personajes y a su deambular nocturno por una fiesta campestre repleta de borrachos, bravucones, pendencieros o don juanes machistas que intentan camelar a la primera maciza que se ponga a tiro. Pero, en realidad, lo que se observa es la total falta de integridad de unos individuos superfluos, egoístas y grotescos que se muestran como tal cuando la fiesta se convierte en tragedia a raíz del fallecimiento repentino de la abuela, debido a una congestión fruto de su goloso apetito. En ese instante se comprueba la naturaleza insensible de quienes cara al exterior ofrecen sus condolencias, pero lo hacen para que las cámaras de televisión graben un espectáculo dantesco que les sirve como pasatiempo mientras aguardan al desenlace de la carrera en la que los vehículos ya se aproximan a la meta, momento en el que la recién fallecida deja de ser la atracción. Pero ¿dónde se han metido aquellos que velaban el cuerpo presente? ¿Y a dónde ha ido ese hijo que mostraba su dolor, tanto por su difunta madre como por la idea de que su mujer casi se los pone? En fin, quién sabe, posiblemente solo se preocupen por sí mismos, por sus interés y por el resultado de una carrera que sirve de excusa para dar rienda suelta a sus pasiones y para que Mecánica Nacional se desarrolle como una divertida y, por momentos, feroz crítica social que desvela aspectos nada complacientes de los hombres y mujeres que por ella se dejan ver.
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