El Quijote y el Sancho de Terry Gilliam, las dos caras de un mismo individuo, la fantasía y el realismo que, como tal, tiende a escéptico, y en Jack Lucas (Jeff Bridges), también a ególatra, forman la unidad en la búsqueda o la búsqueda de la unidad; que sería la búsqueda que Parry (Robin Williams) y Jack emprenden en común, la que les lleva en pos del grial, el equilibrio del ser, del existir, sentir y soñar. Pero no hay búsqueda más difícil ni quimérica, salvo para quienes dan el primer paso hacia ella y en ella. Esos son Robin Williams y Bridges, que la emprenden juntos. Primero, desde la obligación que Lucas, antigua estrella radiofónica, siente hacia su iluso compañero; y después, desde la amistad y el amor fraternal y esperanzador que les une y les conduce a la poesía del caballero andante, ingenuo, poético, caótico, aquel que ve el mundo diferente, y que se enfrenta y transforma la realidad para desvelar y adentrarse en otra. Ese es Gilliam, influenciado por Cervantes y su don Alonso Quijano, y en El rey pescador (The Fisher King, 1991) cobrando cuerpo audiovisual a partir del guion de Richard LaGravenese. La impronta de ese Gilliam, su fantasía, su propio quijotismo, se descubren en no pocos de sus personajes, extraordinarios en su fuga de la realidad, que no deja de ser una imagen de tantas posibles y soñadas…
En la cima de la popularidad, Jack Lucas, estrella de la radio que basa su éxito en su burlona e hiriente sinceridad, ve como su exitosa carrera se esfuma como consecuencia de uno de sus despectivos comentarios radiofónicos; detonante para que uno de sus oyentes entre en un bar de yuppies y la emprenda a tiros con los clientes. Para Jack, todo acabó ahí. Su vida de ensueño, de egocentrismo y falsa superioridad se ve sustituida por el remordimiento y el vacío que se descubre en un presente que no soporta, al que quiere poner fin arrojándose al East River. Sin embargo, su destino no es morir bajo el puente de Manhattan, sino encontrarse con Parry, un indigente que no solo le salva de la muerte, sino del yo a la deriva en que se ha convertido y del narcisista que un día fue. Lo que podría ser un drama se convierte en manos de Gilliam en una fábula de redención y amistad en la que Jack vive su renacer como persona, gracias a su contacto con ese indigente que renegó de la realidad después de que su esposa muriese a manos de aquel oyente paranoico que acabó con la vida de siete personas. Pero antes de alcanzar la redención, y con ella su renacer, Jack Lucas debe pasar por la maduración interior que evoluciona a medida que se deja envolver por la fantasía de Parry, inmerso en un universo delirante que le mantiene alejado de un pasado del que huye y que le genera el desequilibrio que Jack observa en él. Ninguno es Quijote y Sancho, y ambos lo son, pues, en el cine de Gilliam, prevalece los quijotesco y en El rey pescador más si cabe, en su mezcla de drama, comedia e imaginación, la de un cineasta cuya predilección por personajes estrafalarios, que viven en universos oníricos y caóticos (dentro del orden al que se niegan), queda patente en sus films, ya sean estos los de su etapa en los Monty Python o ya en sus trabajos en solitario, entre los que destacan Los héroes del tiempo (1981), Brazil (1984), Las aventuras del barón Münchausen (1988) o Doce monos (1995), películas que, como El rey pescador, muestran mucho más de lo que se observa a simple vista, ya que la personalidad de sus personajes desvelan las carencias de un entorno que presume de cordura y perfección. En eso también se observa cierta influencia cervantina, pues la mera presencia del ingenioso hidalgo hace florecer el ideal frente al mundo material en que Quijote rechaza vivir. Quizá por ello, el personaje de Parry, que ve belleza en los objetos estropeados, entre la basura, también la encuentra en las personas rotas, como Jack o la joven (
Amanda Plummer) en quien sueña su Dulcinea, saque a relucir lo mejor y lo peor de su compañero de desventuras, quien, inicialmente, actúa por egoísmo, convencido de que si ayuda al vagabundo podrá encauzar su rumbo y recuperar su vida de ensueño; una existencia ahora vacía y, como la anterior, también alejada de aquello que descubre que importa. Y lo descubrirá gracias a esa amistad que va tejiéndose, sin que él se percate, y que le permite alcanzar el equilibrio cuando la acepte sin pensar obtener nada a cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario