La importancia de que los haya y el peligro que implica ser reportero en un mundo marcado por los conflictos geopolíticos son incuestionables en una sociedad en constante comunicación e incomunicación, amenazada por la censura, las guerras y los enfrentamientos que se desatan a cada instante y aquellos que se prolongan en el tiempo. Se les encuentra en las guerras, en las revoluciones, destapando crímenes de Estado y contra la humanidad, adentrándose allí donde la noticia estalla; pero también son testigos de las pequeñas cosas que, a menudo, no son noticia aunque sean aspectos importantes de la vida que se omite porque no vende allá donde la cotidianidad no sufre alteraciones importantes en su sueño de bienestar. Los reporteros son quienes informan al mundo de los sucesos y quienes arriesga sus vidas al hacerlo. ¿Por qué? ¿Por ofrecer una cara de la realidad que, aparte de los segundos o de los párrafos que los medios le dedican, caerá en el olvido? ¿Cambian el mundo? No es su función. La suya es captarlo y expresarlo allí donde no alcanzamos a ver. Es probable que nada cambie, pero es necesario conocer para poder reflexionar y comprender, que son herramientas para que el cambio se produzca; pero dicha sospecha no impide que hombres y mujeres como Ernest Hemingway, Vasili Grossman, Gerda Taro y Robert Kapa, o los ficticios interpretados por Linda Hunt y Mel Gibson en El año que vivimos peligrosamente (The Year of Living Dangerously,
Peter Weir, 1982) se sumerjan en el conflicto que se desata ante ellos, fruto de la geopolítica que marca el violento e inestable devenir siglo XX, para dar testimonio al mundo de lo que sucede en Indonesia hacia el final del mandato de Sukarno, el presidente indonesio al que se le atribuyen entre el medio millón y el millón de muertos. Sin los reporteros, sin la libertad de prensa y de expresión, cualquier crimen de estas proporciones quedaría sin conocerse, es decir, no existiría a ojos de la humanidad y no podría ser juzgado ni otros posibles evitados…
Por otra parte, los reporteros no dejan de ser personas y estas se encuentran condicionadas por sus sentimientos y emociones; algunos, como el amor y la amistad, impensables antes de que se presenten. Y así, o casi, van surgiendo las historias dentro de la Historia; por ejemplo la historia de amor que Peter Weir narra en El año que vivimos peligrosamente, la que le sirve de excusa para mostrar un entorno de miseria y corrupción donde los periodistas occidentales pasan sus días esperando acontecimientos entorno a la situación política de Yakarta, capital de Indonesia, en plena convulsión civil, pero obviando la pobreza que domina en cada uno de los rincones de la ciudad a la que llega Hamilton (Mel Gibson), corresponsal australiano que por primera vez se aleja de su país natal. La presentación de Hamilton corre a cargo del pensamiento y el dossier de Billy Kwan (Linda Hunt), el fotógrafo chino-australiano que observa en el recién llegado a un individuo distinto al resto de los corresponsales occidentales. Por ello, decide ayudarle y mueve los hilos para que el joven periodista pueda acceder a noticias y a entrevistas, pero sobre todo para que inicie una relación sentimental con Jill (Sigourney Weaver), agregada de la embajada británica a quien Kwan tiene en muy alta estima.
En Billy se descubren aspectos humanos que no se observan en un grupo de periodistas a la espera de la noticia que beneficie sus carreras, individuos a quienes no afecta la cruda realidad que domina el entorno, y que Hamilton descubre gracias a su amistad con ese pequeño y enigmático fotógrafo que no sabe qué hacer para paliar la miseria en la que vive el pueblo Indonesio. Alrededor de esto, Weir plantea una cuestión tan sencilla que resulta compleja su respuesta: ¿por qué existe un abismo entre el primer mundo y aquellos países a cuya población se le niega el acceso a comodidades y libertades que disfrutan los occidentales; más bien, vive explotada? La corrupción política, el hambre y las enfermedades están presentes en esta historia de amor y de amistad, dejándose ver en cada rincón de un país al borde de una revuelta civil, donde los líderes comunistas amenazan con la lucha armada contra el poder militar establecido, noticia que Jill confirma a su amante para salvarle la vida. Ante la inminente llegada de un barco repleto de armas, Hamilton no puede evitar sentirse pleno al tener entre sus manos la primicia que podría convertirse en la noticia de la década, oportunidad que aprovecha sin tener en cuenta que su ambiciosa actitud rompe su idilio con Jill y su buena sintonía con Billy (desesperado ante una situación que va más allá de su control). El año que vivimos peligrosamente no es un film que gire entorno al romance de los dos extranjeros, su verdadero interés reside en su crítica social, que se descubre en el mismo espacio donde se enamoran Jill y Hamilton y donde se producen situaciones que atentan contra la dignidad de una población que sólo quiere una vida más digna, similar a la de los occidentales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario