martes, 11 de octubre de 2011

Bésame, tonto (1964)

Ritmo, música, celos, intereses e hilaridad recorren la otra cara del sueño americano expuesta por Billy Wilder en su irónico retrato de un típico matrimonio de clase media. En apariencia, la pareja de Besame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1964) vive en la armonía, solo amenazada por la enfermiza desconfianza de Orville (Ray Walston), quien, además de esposo enamorado y celoso, se gana la vida como profesor de piano y tocando el órgano en la iglesia. En definitiva, es un ejemplo de hombre corriente, quizás tirando a mediocre aunque mantiene la esperanza de dejar de serlo, como corrobora que dedique su tiempo libre a componer canciones junto a su amigo Barney (Cliff Osmond). Todo está en orden para él, salvo cuando en su rutina diaria asoma el lechero o sospecha de su alumno; sin embargo, su estabilidad se desordena definitivamente con la aparición de Dino (Dean Martin), famoso actor y cantante, en quien Barney y Orville encuentran la oportunidad de sus vidas. Es la suya, pueden alcanzar el sueño, el americano, y, sin tiempo que perder, Barney, mecánico en la gasolinera local, no solo llena el depósito del automóvil de la estrella, avería el vehículo. La primera parte del plan del mecánico resulta; ahora toca poner en práctica la segunda: invitar a Dino a pasar la noche en casa de Orville, para que este toque las canciones y, sugestionado por las melodías, el famoso cantante las compre. Este segundo punto contraría al pianista, sobre todo después de que Zelda (Felicia Farr) le comente que fue presidenta y miembro único de un club de admiradoras del artista. De nuevo los celos y su complejo de inferioridad, a los que suma su temor a abrir las puertas de su hogar a un don Juan que no dudaría en hacer el amor a su mujer o a cualquier otra, como apunta la introducción del personaje en un local de Las Vegas. La negativa de Orville pone en peligro el éxito del plan, y obliga a Barney a exprimir su cerebro hasta que idea la brillante estrategia de sustituir a Zelda por Polly (Kim Novak), camarera en el único local de mala reputación de una villa donde sus habitantes ¿son decorosos? Propuesto el enredo, Bésame, tonto satiriza el matrimonio, el concepto de fidelidad, la imagen y la moral pueblerina que visita la casa de la pareja buscando firmas. Lo hace a partir de situaciones que, una vez más, ponen de manifiesto la irreverencia de Billy Wilder, cineasta descarado y genial que no disimuló su burla al estilo de vida estadounidense ni a la fantasiosa mirada del hombre corriente hacia las estrellas del espectáculo. En este punto, la complicidad de Dean Martin, autoparodiándose, resulta fundamental, puesto que agudiza el tono paródico al personificar a un famoso cantante y actor que únicamente piensa en mujeres bonitas y diversión. Cuando Dino llega al pueblo, una de sus primeras preguntas, si no la primera, es dónde puede divertirse. Las ganas de fiesta advierten a Orville del inminente peligro que corre su matrimonio, de modo que acepta la propuesta de Barney e instala a Polly en su casa, poco después de echar, de malos modos y no sin dificultad, a Zelda. En apariencia opuestas, ambas mujeres intercambian inconscientemente sus roles y Wilder las transforma en el contrapunto de dos individuos que priorizan el fin a los medios y de un tercero que solo contempla su placer. Durante su experiencia, Polly descubre el significado de ser una mujer amada y respetada por alguien amable, quizá íntegro, que ni abusa ni se aprovecha de ella. La sensación le agrada y, a la vez, la entristece porque sabe que el instante solo es el sueño de una noche de verano. Además, esa noche tiene quehacer. Y lo hace por generosidad, no por veinticinco dólares, pues, para ella, el dinero deja de importar. No le resulta divertido entretener a Dino, a quien rechaza desde su primer contacto, por su insistencia y prepotencia. Prefiere la compañía del falso marido, que le proporciona sensaciones que no habría experimentado hasta ese momento. Precisamente por eso, y no por los dólares, está dispuesta a sacrificarse, aunque la situación se complica cuando el fondo musical advierte el enésimo ataque de celos orvilleianos. La conciencia de Orville dice basta, porque ni siquiera la promesa del éxito justifica su permisividad ante el acoso al que Dino somete a su esposa, no la habitual, pero sí la de esa noche. Las mejores comedias de Wilder poseen un algo imperecedero; es su alegre desenfado, el que Bésame, tonto muestra al lado de Orville o cuando se centra en Zelda, quien, incapaz de comprender el extraño comportamiento de su pareja, se acerca al bar donde trabaja Polly, se emborracha y, en su infidelidad, asume fidelidad al hombre de quien está enamorada, aquel que, sin ser del todo consciente, es un tonto afortunado.

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