martes, 31 de diciembre de 2024

María Teresa León, contra viento y marea

<<La verdad es que yo guardo con cariño dentro de mí tantas cosas como me transmitieron. Creo en esa cadena que nos enlaza. Creo en la canción que teje con las canciones que llegan de tan lejos. Creo en la memoria ancestral. Me gusta la palabra creer. Es la afirmación más rotunda que usamos los mortales. No me gusta la palabra pensar. Hay que pensar. Piense usted. Se debe pensar bien todo… Nos hemos pasado siglos pensando. ¿Qué hemos pensado? Menos mal que hemos dividido los pensamientos en buenos y malos. Los malos pesan más que los buenos. Así lo decía otra María que influyó en mi infancia. ¿Pensar? ¡Para lo bien que lo han hecho los hombres pensando! Eran sus palabras>>, se explica o cree hacerlo María Teresa León en Memoria de la melancolía (1), su recorrido literario por los recuerdos y quizá su mejor libro. Su primera novela, Contra viento y marea, también fue su primer libro publicado. Se editó en el exilio, en Argentina, en 1941, y su autora lo define como Episodios internacionales porque en ella habla del inicio de la guerra civil española, la cual no solo atrajo la mirada internacional, sino a decenas de reporteros y a miles de combatientes procedentes de distintos lugares del globo. Era una guerra civil, pero también ideológica y económica, de clases, de extremos que aventuraba una mayor, a nivel mundial… y que se desataría apenas seis meses después de concluida la española. La novela había sido rechazada en París, el segundo alto en el exilio de María Teresa tras la guerra; el primero había sido uno de los campos de refugiados en la costa sur francesa. El motivo, según la propia autora comenta, fue el desinterés de los editores, a los que según ella no les interesaba el tema que había desangrado España. Era un poco como la estrategia de la avestruz, el esconder la cabeza o el no mirar la realidad que les rodeaba, una estrategia que tampoco difería excesivamente de la asumida por los gobiernos francés y británico durante el conflicto hispano con su hipócrita política de “No intervención”. La permisividad de estas dos democracias para con las dictaduras alemana e italiana jugó a favor de los sublevados españoles, más adelante conocidos como nacionales y franquistas, pero que reunían una diversidad (carlistas, monárquicos, falangistas, militaristas, burgueses y republicanos reaccionarios,…) similar a la de otro bando que se formó en inestabilidad reinante —sin ir más lejos existía incompatibilidad entre anarquistas y comunistas; como se vería en distintos momentos de la guerra—, y contra los intereses de la Segunda República, la cual no despertaba simpatías entre los conservadores británicos, que eran por entonces quienes ejercían mayor control e influencia internacionales.

La guerra mundial estalló en septiembre de 1939, cuando los alemanes invadieron Polonia, país que habían acordado repartirse con los soviéticos, reparto del que la escritora no habla en sus melancólicas memorias porque profundizar en el inesperado pacto Ribbentrop-Molotov implicaría un giro radical en el enfoque de su historia. El avance alemán obligó a María Teresa a abandonar Europa, cruzar el Atlántico y recalar en Argentina, país donde ella y Alberti pasarían los siguientes veinte años de sus vidas. Allí también escribiría tres guiones: Los ojos más lindos del mundo (Luis Saslavsky, 1943), La dama duende (Luis Saslavsky, 1945) y El gran amor de Bécquer (Alberto de Zavalía, 1946). Concluido su periplo americano, la pareja se trasladó a Roma. Ya estaban más cerca de España, al menos geográficamente, aunque no pudieron regresar a ella hasta la muerte del dictador que se había erigido en amo y señor del país. La escritora, de origen burgués, hija de un oficial del ejército, veterano de Cuba, y de una mujer de refinada educación y de personalidad atípica para su época, también era sobrina de la primera española licenciada en Filosofía y Letras. La joven María Teresa ya apuntaba ser distinta a la mayoría de las jóvenes de su época. <<En mi casa habían dicho: ¿la niña, cómica? ¡Jamás! En nuestra familia todas las mujeres han sido decentes. La niña cerró los ojos ante aquella palabra amenazadora de decencia para toda la vida. Pero una vez alcanzó a subir a un escenario y dijo versos. Toda poesía es una nevada, una lluvia fertilizante. Se sintió satisfecha hasta el borde y siguió diciendo versos, declamando lo que deseaba vivir y que ya estaba escrito. En la poesía iba encontrando todo lo que tan insistentemente le había negado la vida. Cerraba los ojos, inundada de sensaciones nuevas hasta colmarse. En su estado de gracia. Había encontrado aquella muchacha un seguro asilo. Dejaba la pequeñez de su vida tirada a sus pies como un montón de olvidos y decía, casi sollozante, los versos que ella no sabía escribir>>. (2) Presentaba inquietudes artísticas y un deseo de liberación que la llevó a romper con lo convencional, incluso a romper su primer matrimonio antes de ser aprobada la ley del divorcio. María Teresa dio el paso decisivo de querer ser mujer, actriz de teatro y escritora, de ser igual a cualquiera, pues estaba segura de su valía y de su valor. Se enamoró de Alberti, de quien había leído Marinero en tierra, extraño lugar para alguien de mar, y el poeta gaditano la correspondió. Fueron algo así como una pareja de moda. Vivieron juntos su primer viaje a Moscú —que ella narra en el libro El viaje a Rusia de 1934–, el verse obligados a ocultarse en el monte ibicenco durante las primeras semanas de la guerra civil, el asumir puestos de responsabilidad cultural y propagandística durante el resto del conflicto y vivir el exilio, el desarraigo, la nostalgia y la melancolía que ella narra en sus memorias, en las que predomina lo poético, la hagiografía de las amistades queridas y lo relacionado con la guerra civil. Fue durante este enfrentamiento fratricida cuando la escritora asumió un papel crucial en la historia contemporánea española, pues fue una de las responsables de proteger el legado artístico de las bombas y la destrucción. María Teresa se encargó del traslado de las obras pictóricas del Prado a Valencia; en sus manos quedaban los Velázquez, los Goya, los Zurbarán… pero también otras muchas obras desperdigadas por diferentes localidades… De esto estaba muy orgullosa, y no es para menos. Supongo que de otras cosas lo estaría menos, aunque de esas no habla o no las recuerda en sus memorias, las cuales van de su brillante inicio a un menos asombroso relato de vivencias e idealizaciones de quienes admira, quiere, echa en falta y recupera en sus páginas; en todo caso se trata de unas espléndidas memorias, desde una perspectiva literaria de las mejores que he leído…


(1) (2) María Teresa León: Memoria de la melancolía. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2021.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Rosalía e os escaparates

Cadro dedicado a Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837 - Padrón, 1885), obra de Manuel López Garabal, por encargo da Facultade de Filosofía e Letras da Universidade de Santiago de Compostela, no ano 1970.


Sinto indiferenza polos escaparates, pero xa se exhiben neles camisetas, mochilas, bolsos, cuncas e outros obxetos con retratos de Rosalia ou de Castelao como reclamo, a miña indiferenza transfórmase en rexeitamento e, cal home araña, de quen tamén véndense prendas e máis, súbome polas paredes e penso que lle parecía á unha e ao outro verse convertidos en reclamos comerciáis, cal histrións, tiburóns, dinosaurios, magos infantís, bonecas loiras, debuxos Disney ou superheroes inexistentes. Entón, desexo que Rosalia rime o seu desengano e Castelao debuxe en dous de sempre a súa disconformidade empapándoa de humorismo e de recoñecible ironía gráfica. Pero sei que ningún deles pode evitar xa ser vistos en imaxes de consumo que perden a esencia de quen son; ao menos de quen os galegos que fomos madurando no século XX, alleos ao “merchandising” que ten de protagonistas á precursora e ao galeguista, cavilamos e sentimos que son: dous indispensables na revitalización da alma e cultura galegas que resisten en silencio os ataques do tempo, do ninguneo político e da historia que non logra pasarlle por riba. Pero agora céntrome na escritora nada en Compostela en 1837 e pregúntome quen é Rosalía. Unha muller aflixida? Unha romántica tardía? Unha rebelde que chora e canta seu sentir e seu querer? O seu berce? Alguén que laiase da inxustiza humana e dun fado funesto en prosa ou en verso? Alguén que busca unha saída para a dor e a morriña que, como tal, non é o votar en falla un concreto e real, aínda que tamén inclúa a nostalxia? Alguén que ama con todo o seu ser? Ela canta versos de si, de aquelo que coñece e añora, pero tamén versifica o non ver cumprido o ideal, lamenta o soñalo sabendo a súa imposibilidade. A escritora comprende que o desexo, xa se trate do fogar, da familia, da súa propia vida, conducea ao anhelo, a votar de menos todo iso, comprende que só escribindo pode liberarse da aflicción, que é aprender a vivir con ela, pero tamén a escritura permítelle expresar ese quen é; e dalgún xeito isto a libera, aínda que non acade romper as cadeas relacionadas coa súa condición de muller nun tempo que relega a todas elas a un lugar de esquecemento, de silencio, de aceptación-sumisión, que Rosalía non sinte seu. Aférrase ao recordo do idealizado, do sufrido, do querido e perdido,… añora e desafía; añoranza e desafío forman parte desa personalidade e fortaleza súas. Tal vez froito da súa resignación que non derrota, Rosalía viva na contradicción e no conflicto entre o ser e o estar presa da súa época, pero négase a perderse, a renderse. É a súa teima e o seu sentir que a levan cara o espirse na lírica e na poética protesta que, aparte de disconformidade, apunta o xa sido e aquelo non existido, aínda que añorado. Seus versos sinalan a súa identidade, disque rosaliana, a que cobra forma nos seus cantares, nas follas novas o na beira do seu Sar, identidade que ata o final continúa a súa loita íntima…

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Rosalía y los escaparates


Siento indiferencia por los escaparates, pero ya si exhiben en ellos camisetas, mochilas, bolsos, tazas y otros objetos con retratos de Rosalia o de Castelao como reclamo, mi indiferencia se transforma en rechazo y, cual hombre araña, de quien también se venden prendas y más, me subo por las paredes y pienso qué le parecía a la una y al outro verse convertidos en reclamos comerciales, cual payasos, tiburones, dinosaurios, magos infantiles, muñecas rubias, dibujos Disney o superhéroes inexistentes. Entonces, deseo que Rosalia rime su desengaño y Castelao dibuje en dos de siempre su disconformidad empapándola de humorismo y de reconocible ironía gráfica. Pero sé que ninguno de ellos puede evitar ya ser vistos en imágenes de consumo que pierden la esencia de quienes son; al menos de quienes los gallegos que fuimos madurando en el siglo XX, ajenos al “merchandising” que tiene de protagonistas a la precursora y al galeguista, pensamos y sentimos que son: dos indispensables en la revitalización del alma y de la cultura gallegas que resisten en silencio los ataques del tiempo, del ninguneo político y de la historia que no logra pasarle por encima. Pero ahora me centro en la escritora nacida en Compostela en 1837 y me pregunto quien es Rosalía. ¿Una mujer afligida? ¿Una romántica tardía? ¿Una rebelde que llora y canta su sentir y su querer? ¿Su cuna? ¿Alguien que se lamenta de la injusticia humana y de un destino funesto en prosa o en verso? ¿Alguien que busca una salida para el dolor y la morriña que, como tal, no es el echar en falta un concreto y real, aunque también incluya la nostalgia? ¿Alguien que ama con todo su ser? Ella canta versos de sí, de aquello que conoce y añora, pero también versifica el no ver cumplido el ideal, lamenta el soñarlo sabiendo su imposibilidad. La escritora comprende que el deseo, ya se trate del hogar, de la familia, de su propia vida, la conduce al anhelo, a echar de menos todo eso, comprende que solo escribiendo puede liberarse de la aflicción, que es aprender a vivir con ella, pero también la escritura le permite expresar ese quien es; y de algún modo esto la libera, aunque no logre romper las cadenas relacionadas con su condición de mujer en un tiempo que relega a todas ellas a un lugar de olvido, de silencio, de aceptación-sumisión, que Rosalía no siente suyo. Se aferra al recuerdo de lo idealizado, de lo sufrido, de lo querido y perdido,…añora y desafía; añoranza y desafío forman parte de esa personalidad y fortaleza suyas. Tal vez fruto de su resignación que no derrota, Rosalía viva en la contradicción y en el conflicto entre el ser y el estar presa de su época, pero se niega a perderse, a rendirse. Y su fijación y su sentir que la llevan hacia el desnudarse en la lírica y en la poética protesta que, aparte de disconformidad, apunta lo ya sido e aquello nunca existido, aunque añorado. Sus versos señalan su identidad, dicen que rosaliana, la que cobra forma en sus cantares, en hojas nuevas o en la orilla de su Sar, identidad que hasta el final continúa su lucha íntima…

domingo, 29 de diciembre de 2024

Mito y leyendas


En un comentario que le agradezco, una persona que considero reflexiva, por lo tanto critica y autocrítica, cuyas palabras no pocas veces me han hecho pensar los temas expuestos y repensar pensamientos propios, razona, considero que con lucidez y totalmente ajeno a mitificar, que <<He leído lo que comentas tú de la Xirgude su fama, pero al final, y en el futuro, solo es un nombre, una referencia histórica, circunstancial, casi de pie de página, cuando se citan las obras de los grandes dramaturgos que interpretó…>> Alude el particular de quien hablábamos, pero que se podría generalizar al resto de los nombres de los actores y actrices teatrales que suenan en los libros, en la memoria y en las voces y ecos que llegan del pasado, tiempo después de su paso por la escena y por la vida. En su momento, tocaron el cielo escénico, se encuentre este donde se encuentre. Expresé mi acuerdo con lo que dijo y me puse a pensar porqué. No recuerdo cuando empecé a reflexionarlo, pero tiempo atrás concluí que todo artista deja de ser ya no en el momento de su muerte, sino en el que nace el mito, que es el que se impone en ese futuro que le recuerda y le reduce a adjetivos como grande, excepcional, ambicioso o lo que se diga e imponga como imagen suya, la que nos venga a la mente al referirnos a fulano o mengana. Diría que con sus diferencias señaladas, unos y otras adquieren un aura mitológica y entran a formar parte del mito sobre el que se construye la cultura popular. Los expertos de las distintas materias se refieren a ellos no por el quien, algo que por otra parte creo imposible, sino por sus obras y su imagen, por la leyenda y la suma de situaciones que más o menos se conocen y pueblan sus biografías, no pocas hagiográficas. Hoy gustan más las anécdotas, que caen tanto fuera de la obra y de su estudio como de la realidad personal del artista, salvo ese instante puntual que a menudo (por no decir siempre) ni siquiera fue como lo cuentan, pero que aceptamos porque nos lo explica un libro, un documental o la lección magistral de turno, cuyo magisterio suele reducirse a la voz o la letra que puede no ser más que la repetición que no invita a pensar sino que busca el aplauso, el asentimiento y la admiración del oyente o del lector…


Los actores y actrices teatrales del ayer, también artistas, científicos, filósofos, políticos… los Homero, Sócrates, Pericles, Fidias, Alejandro, Arquímedes, Cleopatra, Virgilio, Hypatia, Carlomagno, Mateo, Miguel Ángel, Bach, Mozart, Voltaire, Goethe, Van Gogh, Rosalía, Alice Guy, Marie Curie, Bertolt Bretch, Picasso, Chaplin, Céline, Mayerhold, Hemingway, John Ford…, una vez mitificados, nunca son más que la idea que nos llega de ellos, con frecuencia la imagen que se desea tener o la que se vende por algún motivo, obedezca a una moda comercial o una necesidad de “memoria” o de reconstruir el pasado, hacer historia, ya sea la de la ciencia o la de un medio de expresión, a partir de los nombres que lo fueron evolucionando y de cotilleos que parecen satisfacer la curiosidad del presente que los escucha. Quienes legaron a la posteridad una obra tangible permanecen en el imaginario popular y en el artístico diferentes a quienes fueron; sus obras se valoran no pocas veces a partir del mito que damos por realidad, aunque esta no sea la realidad de quien respiró, sintió, pensó y actuó. ¿Quién puede decir hoy algo más sobre Shakespeare que lo que sabemos de las obras que se le suponen y de la “historia” que nos llega y nos lo sitúa como actor y empresario en The Globe? ¿Sus montajes hacían justicia a los textos? ¿Estos merecen su posición en la historia literaria? Solo algunos, pero su leyenda hace que todos parecen en nuestros días de igual valor porque asumimos que el isabelino fue el más grande en su campo. Similar sucede con Cervantes en el suyo u otro cualquiera que vino, vio y venció conquistando nuevos horizontes para la literatura, la música, la escultura, la pintura... Ya Cervantes es su obra y su obra es ya Cervantes. Cervantes persona dejó de existir en el mismo momento que desaparecieron quienes le conocieron y trataron en la cercanía y su obra fue aupada a la categoría de cumbre literaria universal. Pero apenas se nombra más allá de su Quijote; claro que hay quien habla de sus Novelas ejemplares. Pero ya nadie la cuestiona (me refiero a su Quijote), salvo cuando se es adolescente y te la nombran en el instituto o te obligan a leer una antología —lo que personalmente me parece más que ridículo, que también, aberrante, manipulador e hiriente—, pero lo peor es que quien no la ha leído asume conocerla y conocer al propio autor. No es culpa suya ni nuestra, es el aura de la obra (y nuestro humano afán de dar la nota), la que se le ha concedido a lo largo del tiempo y que nos ciega a la hora de referirnos a estos “mitos sagrados”.


Creo que me he desviado algo y mucho, pero en cualquier arte, el artista pasa más allá del arte o desaparece de la historia. En todo caso, al referirnos a los que sobreviven en el tiempo caemos en el tópico histórico, por ejemplo la imagen de Napoleón. Conocemos sus conquistas, sus derrotas, incluso su admiración por el arte egipcio, pero no es un conocimiento “vivo”, sino idealizado. Mayormente se le dibuja, al referirnos a él de modo informal, como el cine lo exhibe, pero dudo que ninguna película, cuadro, obra, novela, biografía,… hayan podido atrapar su esencia, representarla o explicarla. Solo es instantes y hechos concretos. El humano que fue, su ambiciones, sus carencias, sus pasiones… se pierden en la distancia. Esto vale para el artista, el conquistador, el científico, para cualquiera: desaparece del mapa y, en los menos de los casos le sobrevive la leyenda de lo tangible, de lo que perdura y se valora. En ese juicio, la mayoría de las veces establecido y no por un ojo individual y crítico, creo que es donde residen las leyendas, lejos de quienes fueron. Da igual que fuesen actrices de teatro como Margarita Xirgu o de cine como Marilyn Monroe, conquistadores como Alejandro o reyes legendarios como Arturo; al final, se convierten en la imagen que se quiera vender en un tiempo posterior. Claro que en el caso del cine, se cree que puede valorarse el trabajo de los actores y actrices, pero a veces dudo si se valora eso o estamos hablando por la leyenda que nos llega o por su aura de estrella; incluso por las sensaciones que esta o aquella película nos genera. ¿Era buen actor Gary Cooper o era un icono cuyo brillo cegaba y velaba sus carencias dramáticas? ¿Y John Wayne o Brigitte Bardot? ¿Y cuando nos referimos a cineastas como Godard, al tiempo odiado por unos y venerado por otros, y que en ninguno de los caso lo conocieron, pero que se dejan llevar por la imagen que se tiene de él y la mítica que envuelve a sus películas? Al final, creo, hablar de X, Y o Z, aparte de deletrear o de introducir un lenguaje matemático, se reduce a hablar de tópicos, de las sensaciones e ideas que nos genera algunas de sus obras, de lo anecdótico y de su leyenda que nos llega…

sábado, 28 de diciembre de 2024

Párpados (1989)

Si algo puedo decir que sea evidente sobre Iván Zulueta y sus películas (las que he visto suyas) es que ninguna puede acusarse de típica; todo lo contrario. Arrebato (1979), su segundo y último largometraje —el primero fue Un, dos, tres… al escondite inglés (1969), producido por José Luis Borau en el que Zulueta asumió labores de dirección sin contar con la aprobación sindical; no había concluido sus estudios de cinematografía ni poseía el carnet del sindicato, por lo que no pudo acreditarse en la realización— es el mejor ejemplo de ese saltarse lo convencional y alcanzar un grado de locura audiovisual, pero no es la única muestra de esa enajenación cinematográfica única en el cine español que fue Zulueta. Párpados (1989) es otra muestra de su ruptura, de crear algo distinto, rebelde, personal,… Claro que por su empeño en ser suyo y para sí, no de otros y para otros, por no tratarse de una pose de modernidad, sino de intenciones audiovisuales que remitían a su gusto y a su pasión por el cine, el de Zulueta no llegó a triunfar ni a ser popular, aunque cuente con la admiración de una minoría suficientemente amplia para que se le considere un “director de culto”, tal vez, para algunos, aunque no sea mi caso, un genio cinematográfico. Pero todo le salió torcido, es decir, torcido para el gusto comercial. Así que después de realizar su Arrebato hubo de esperar una década para volver a ponerse tras las cámaras. Lo hizo en la serie de Televisión Española Delirios de amor, compuesta por trece historias urbanas, independientes entre sí, de media hora de duración cada una, y rodadas por Zulueta, Emma Cohen, Luis Eduardo Aute, que también se encargó del diseño de la cabecera, Gonzalo García Pelayo, Félix Rotaeta, Eva Lesmes, Imanol Arias, Mocho Alpuente, Javier Memba, Adolfo Arrieta, Ceesepe, Antonio Capella y Antonio Gonzalez Virgil. La de Zulueta encuentra en Carmen (Marisa Paredes) y Carlos (Eusebio Poncela), de Txupa (Lola Valverde/Patricia Valverde) y Lupe (Marta Fernández Muro), la historia de dos o uno, de reflejos, de “par pa dos” y muestra su personalidad cinematográfica, aunque sea un episodio televisivo, el último emitido de la serie creada por González Virgil…



viernes, 27 de diciembre de 2024

Unamuno y ¿para qué la filosofía?


Antes de Ortega y Gasset, de Maria Zambrano o de Javier Marías, y mucho después de Vives, hubo en España un pensador curioso, erudito, original, puede que algo pedante y seguro que genial en sus aportaciones literarias y filosóficas, aunque dudo que este último adjetivo sea el más conveniente para referirse a su pensamiento, que se desarrolla en un constante cuestionar(se). Un tipo inimitable este don Miguel, quien, respondiendo al apellido de Unamuno, se preguntó entre otras muchas cuestiones para qué la filosofía. Esto podría habérselo preguntado un niño o un adolescente cualquiera a su profesor, pero no sería la misma pregunta aunque las palabras, con las que ambos planteasen la cuestión, fuesen idénticas. No serían iguales porque el interrogante del joven buscaría una respuesta rápida y práctica que saciase su curiosidad en el instante, mientras que el autor de El sentimiento trágico de la vida no pretende un concreto inmediato. Buscaría interrogarse a sí mismo al tiempo que invita a que otros hagan lo propio, profundizando en aspectos que, a priori, tanto el niño como su profesor pasarían por alto, puesto que realmente se plantea un para qué de cuestionar más allá del preguntar por preguntar. ¿A qué obedecen los interrogantes que nos hacemos o que planteamos a otros? ¿Buscamos respuestas que conduzcan a verdades que quizá solo sean un punto de partida para nuevos para qué o nuestra condición humana nos empuja a vivir en el interrogante, condenados a no tener una respuesta absoluta de nosotros mismos?

<<Y ahora bien, ¿para qué la filosofía?; es decir, ¿para qué se investigan los primeros principios y los fines últimos de las cosas? ¿Para qué se busca la verdad desinteresada? Porque aquello de que todos los hombres tiendan por naturaleza a conocer está bien; pero, ¿para qué?

Buscan los filósofos un punto de partida teórico o ideal a su trabajo humano, el de filosofar; pero suelen descuidar buscarle el punto de partida práctico y real, el propósito. ¿Cuál es el propósito al hacer filosofía, al pensarla y exponerla luego a los semejantes? ¿Qué busca en ello y con ello el filósofo? ¿La verdad por la verdad misma? ¿La verdad para sujetar a ella nuestra conducta y determinar conforme a ella nuestra actitud espiritual para con la vida y el universo?

La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros hombres de carne y hueso como él. Y haga lo que quiera, filosofa, no con la razón solo, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo. Filosofa el hombre.

Y no quiero emplear aquí el yo, diciendo que al filosofar filosofo yo y no el hombre, para que no se confunda este yo concreto, circunscrito, de carne y hueso, que sufre de mal de muelas y no encuentra soportable la vida si la muerte es la aniquilación de la conciencia personal, para que no se le confunda con ese otro yo de matute, el Yo con letra mayúscula, el Yo teórico que introdujo en la filosofía Fichte, ni aun el Único, también teórico, de Max Stirner. Es mejor decir nosotros. Pero nosotros los circunscritos en espacios.

¡Saber por saber! ¡La verdad por la verdad! Eso es inhumano. Y si decimos que la filosofía teórica se endereza a la práctica, la verdad al bien, la ciencia a la moral, diré: y el bien, ¿para qué? ¿Es acaso un fin en sí? Bueno no es sino lo que contribuye a la conservación, perpetuación y enriquecimiento de la conciencia. El bien se endereza al hombre, al mantenimiento y perfección de la sociedad humana, que se compone de hombres. Y esto, ¿para qué? “Obra de modo que tu acción pueda servir de norma a todos los hombres”, nos dice Kant. Bien, ¿y para qué? Hay que buscar un para qué.

En el punto de partida, en el verdadero punto de partida, el práctico, no el teórico, de toda filosofía, hay un para qué. El filósofo filosofa para algo más que para filosofar. “Primum vivere, deinde philosophari”, dice el antiguo adagio latino, y como el filósofo antes que filósofo es hombre, necesita vivir para poder filosofar, y de hecho filosofa para vivir. Y suele filosofar, o para resignarse a la vida, o para buscarle alguna finalidad, o para divertirse y olvidar penas, o por deporte y juego. Buen ejemplo de esto último, aquel terrible ironista ateniense que fue Sócrates, y de quien nos cuenta Jenofonte, en sus “Memorias”, que de tal modo le expuso a Teodota la cortesana las artes de que debía valerse para atraer a su casa amantes, que pidió ella al filósofo que fuese su compañero de caza, συνθηρατής, su alcahuete, en una palabra. Y es que, de hecho, en arte de alcahuetería, aunque sea espiritual, suele no pocas veces convertirse la filosofía. Y otras en opio para adormecer pesares.>> (1)

(1) Miguel de Unanuno: Del sentimiento trágico de la vida. Clásicos del pensamiento, Biblioteca Nueva, pp 96-97, Madrid, 2006.

jueves, 26 de diciembre de 2024

La mejor juventud (2003)


Miniserie concebida para ser emitida en la RAI, La mejor juventud (La meglio gioventu, Marco Tullio Giordana, 2003) acabó exhibiéndose en el festival de Cannes, donde recibió críticas tan positivas que posibilitaron su posterior deambular por otros festivales y por las salas comerciales que la estrenaron en dos partes, debido a sus seis horas de duración. Los más de trescientos minutos se centran en las vivencias de los miembros de la familia Carati durante un periodo que abarca desde 1966 hasta el año 2003, siguiendo la evolución vital de Nicola (Luigi LoCascio) y Matteo (Alessio Boni), dos hermanos a quienes se conoce cuando ambos son estudiantes a punto de acceder a la universidad. En ese instante, Matteo muestra una sensibilidad que le obliga a dar la espalda a un entorno que rechaza y al que se enfrenta desde que decide ayudar a Georgia (Jasmine Trinca) a escapar del centro psiquiátrico donde con frecuencia le practican electroshocks. En compañía de su hermano, Matteo intenta revitalizar a la muchacha, sin embargo fracasan en su intención y cada uno emprende su camino, su evolución por separado, un recorrido en el que se van acumulando las decepciones deparadas por una época que prometía más de lo que llegó a dar. La mejor juventud muestra aspectos sociales del periodo en el que se desarrollan las relaciones afectivas y emotivas de los protagonistas, resultando por momentos más fluida como crónica de una época histórica y social que como drama intimista, gracias a la cuidada ambientación de las cuatro décadas durante las que se desarrolla la película o miniserie. De ese modo se suceden los disturbios y las revueltas estudiantiles, la crisis económica o el terrorismo que afecta la relación de pareja entre Giulia (Sonia Bergamasco) y Nicola, así como otros aspectos que se desarrollan durante los años de maduración y decepción de aquellos jóvenes italianos en contacto y en conflicto con la realidad que les rodea y que les afecta mientras se produce su entrada en la etapa de adulta. Por el camino aparecen y desaparecen personajes, al tiempo que se producen hechos que marcan su devenir y sus decisiones, no siempre acertadas. Nicola se acepta y se asienta, pero Matteo continúa inadaptado, lo que le obliga a mantenerse alejado de todos y todo, llegando al desequilibrio que provoca su drástica decisión de poner fin a las desilusiones creadas por promesas incumplidas de aquella juventud que da paso a una madurez distinta para Nicola y Matteo, este último derrotado y decidido a dar definitivamente la espalda a una vida que le crea insatisfacción, soledad y desorientación…

martes, 24 de diciembre de 2024

Una historia de tantas: Rincones sin esquinas


La mañana del 20 de diciembre de 2024 abrí Facebook y me saltó la publicidad de un libro recién publicado. Lo leído en ese anuncio, que la editorial había compartido dos días antes (el 18 de diciembre) en dicha red social, se me antojó muy similar en temática y en idea motriz a uno que, el 9 de marzo de 2023, envíe a esa misma editora. La coincidencia me noqueó, pues me tomó por sorpresa.

Aturdido por el impacto, recordé que hacía más de un año había leído en su página web, lo expresaban con claridad, casi invitando a ello, que se podían enviar manuscritos. No sé si el reclamo era el mismo que luce hoy, y que dice lo siguiente: <<¿Eres autor?
Si eres autor y quieres publicar tu libro, puedes enviárnoslo por e-mail acompañado de tus datos personales>>. Confiado en que les interesaría y que valorarían la obra, sobre todo lo primero por la cercanía, ubicada la empresa en el área compostelana y el libro que les proponía sobre historias y personajes naturales de o de paso por Santiago, y lo segundo porque así interpreté el anuncio de envíos de manuscritos que resaltaba en su página web, les envié el siguiente e-mail el día 9 de marzo de 2023, adjuntando una copia en formato PDF de mi libro. El texto dice así:

     <<Hola, espero no importuaros>> —en el momento del envío no me di cuenta de este error— <<, pero he visto en vuestra web que se puede enviar manuscritos a esta dirección. Me llamo Antonio Pardines y soy natural de Santiago de Compostela, donde nací en 1974. Estoy diplomado en Ciencias de la Educación, Especialidad Educación Primaria, por la U.S.C. y soy el responsable del blog “va de vagos - cine” desde abril de 2011 hasta la actualidad. En 2011, publiqué una novela épica e histórica ambientada en Japón en el siglo XII, “Sakura (la flor del cerezo), y en 2020 la novela “Calles de ida. Descubriendo la pasión por el vino”, la cual, al año siguiente, sería publicada en gallego por la Xunta de Galicia con el título “Rúas de ida. Descubrindo a paixón polo viño”. El libro que hoy propongo es un ensayo sobre Santiago de Compostela, a partir de leyendas, historia, personajes, películas (ambientadas en la ciudad), literatura y mi memoria, o mejor, la de alguien que camina en tiempo presente los distintos espacios y pretéritos que asoman por la lectura. El libro tiene una extensión de 147 páginas (letra Arial 12, a doble espacio), divididas en una introducción y 21 capítulos; más una bibliografía.

     Así, a grandes rasgos, “Rincones sin esquinas” pasea su desenfado, su ensoñación y su reflexión en líneas que evocan la tierra y las piedras compostelanas. Avanza o retrocede por la memoria histórica, cinematográfica, legendaria, artística, literaria, jacobea de la ciudad y también por los recuerdos de un narrador que abre puertas temporales al pasado que transita en presente, para recuperar instantes de la ciudad que siempre lo devuelve al momento en el que camina.

     Sus páginas hablan de la memoria y del olvido, de cine y literatura, del nacimiento urbano tras el hallazgo de una tumba que se deseó apostólica y de algunas necesidades que hicieron de Compostela el faro al final de un camino medieval que, por primera vez, tras la caída del imperio romano en Occidente, unía Europa en un efímero esplendor artístico, económico y cultural. Igual que hoy, entonces Galicia y Compostela miraban hacia fuera y abrían sus puertas a millares de peregrinos que hicieron posible el desarrollo urbano, no solo el compostelano, sino a lo largo de los Caminos. Pero, aunque sus momentos se ubican en su práctica totalidad en Santiago, el radio de acción del libro se extiende más allá de la localidad y del tiempo que nos empeñamos en limitar sin éxito, entre la mítica “traslatio” de Santiago Zebedeo, desde tierras palestinas, y la actualidad que avanza hacia algún futuro. Lo hace rompiendo las barreras habituales narrativas y expositivas del ensayo, ya que, propiamente dicho, el texto no lo es; tampoco es novela, ni memorias, ni ficción ni realidad, tal vez mezcle todo eso. Sencillamente, es el viaje por calles y momentos que recuperan sentido para la mente de quien las camina en compañía de películas, libros, leyendas, sueños, hechos, protagonistas anónimos y personajes históricos como Teodomiro, Alfonso II el Casto, Pedro de Mezonzo, Almanzor, Xelmírez, la reina Urraca, el maestro Mateo, la saga de los Fonseca, Prisciliano, Buñuel, Rosalía, Emilia Pardo Bazán, Ánxel Casal, Francisco de Asís o Cary Grant.

     Sin más, adjunto un archivo en pdf del libro, por si os interesa echarle un vistazo, y me despido agradeciendo el tiempo que me habéis dedicado.
     
     Un saludo.>>

Por respuesta solo obtuve un mail impersonal el 22 de marzo que incluía un resumen de las bases de un concurso y un PDF del cartel que anunciaba el premio que la editorial convocaba en colaboración de una diputación provincial. No decía nada más, salvo <<un saúdo>> a modo de despedida, firmada por alguien que meses después formó parte del jurado del premio. Aquello fue suficiente para comprender que, junto con la supuesta invitación a participar, se desentendían de ilusos de un modo que consideraban sutil y que yo interpreté así: “si tal, envíalo a concurso, queda contento y espera sentado”. Y lo envié, aunque con la duda de qué pintaba un libro como el mío en un concurso de novela. Todo eso ya forma parte de mi historia, y queda atrás, pero lo cierto es que el descubrir tal publicidad me desubicó, porque el parecido con mi obra se me antojó razonable; entre otras cosas, leí algo así como que el libro era más que una simple guía, que era una ventana a un pasado que permitiría ver la ciudad con otros ojos, como nunca antes. En realidad, me impactó leer el nombre de la editorial y que la publicación que promocionaba era de temática similar a la obra que les había enviado en marzo de 2023: un recorrido por las calles compostelanas, por su historia y por sus personajes, los que aparecen en los callejeros, en las estatuas, en el cine, en la leyenda,… recuperándolos para el presente del narrador que transita rúas compostelanas. A su manera, dando rienda suelta a su inimitable capacidad literaria, Gonzalo Torrente Ballester ya había escrito sobre personajes y leyendas relacionadas con Santiago décadas atrás en Compostela y su ángel, un libro que descubrí mientras escribía el mío y de ello dejo constancia en mi obra. Obras sobre Santiago hay muchas, desde códices medievales hasta libros de fotografías, pasando por ensayos, novelas y biografías de personajes ilustres. Autores como Rosalía de Castro, Torrente Ballester, Emilia Pardo Bazán, Francisco Fernández del Riego, Alfredo Conde o Suso de Toro se han inspirado en la ciudad y en su mítica, incluso he visto en una bibliografía que existe un libro sobre las placas de la ciudad, Descubre Compostela. Placas para el recuerdo, de Xosé Antonio Neira Cruz,… Tal variedad resulta maravillosa y apunta la riqueza histórica, humana y cultural de la ciudad.

Sentí curiosidad por conocer más sobre el autor de este otro libro, el de reciente publicación, y descubrí una entrevista para una radio local, y su canal de YouTube, en la que comenta que <<a idea xorde —titubea mientras se lo piensa— o ano pasado, o verán do pasado ano, como unha idea un pouquiño máis global. Sí, imos ¿render homenaxe? —el interrogante es mío, ya que no logro escucharle bien— e da editorial X. Imos rendir unha homenaxe a todas aquelas persoas que supuxeron algo en Compostela.>> Su idea y la de la editorial les llegó el verano del pasado año, el de 2023. Ahora me vienen a la mente imágenes de un año y un par de meses atrás. Era 2022, el viernes anterior a Semana Santa, y me encontraba releyendo mi historia compostelana en un tren que me llevaba de Santiago a Madrid, uno que sufrió algo más de dos horas de retraso como consecuencia de alguna avería, o similar, a la altura de Zamora. Imposible olvidarlo; el vagón estaba repleto de gente con mascarillas peor o mejor puestas. Hablaban, algunas con preocupación, pues algunos jóvenes se impacientaban porque iban a perder su conexión. Eran estudiantes de la Universidad de Vigo, supuse que cursarían alguna Ingeniería; y lamenté mentalmente su mala suerte. La mía era distinta, mi destino era Madrid, así que yo leía y leía; aunque en algún momento levantaba la vista de las líneas y echaba pestes mentales porque en Chamartín alguien a quien deseaba ver (y que no veía desde hacía meses) acumulaba minutos imprevistos de espera. Finalmente, llegamos a la estación. Los muchachos salieron corriendo del vagón, algunos tenían que tomar el tren creo que para Alicante, otros eran de Sevilla y los más afortunados se quedaban en Madrid. Por mi parte, había acabado la revisión de la versión que llevaba en formato “mobi”, pues, durante aquel trayecto, hice una práctica que me es habitual desde hace más de una década, cuando empecé a escribir Calles de ida. Apuntaba en mi kindle errores de mi texto y notas para mejorar su contenido. Esta acción, la de corregir el texto, la repetí varias veces más —otra en tren, destino Segovia—, hasta que en febrero de 2023 consideré que había llegado el momento de decir “basta” y llevar la obra al registro de la propiedad intelectual. De regreso al día 20 de diciembre de 2024: después de escuchar la entrevista, llegué a dos conclusiones: la similitud entre las propuestas era evidente y que su libro, desde una perspectiva literaria, nada tendría que ver con el mío. Por otra parte, el resto del día, se apoderó de mí una sensación incómoda que no me dejaba pensar en otra cosa. Así que decidí buscar una copia y la encontré en la biblioteca pública del barrio donde vivo.

No voy a negar que, ojeado el libro, existe ese parecido razonable que intuí en mi primera impresión, aunque cierto es que la temática no es de mi exclusividad, sino de cualquiera, y que varias personas pueden tener la misma idea, es decir, el mismo punto de partida. Con todo, me ha costado deshacerme de la sensación de pérdida, tristeza, duda, decepción, como si hubiese perdido parte de mí o alguien me lo hubiese arrebatado. Solo eran sensaciones, pues la única verdad a la que llegué, respecto de todo esto, al menos verdad para mí, es que de mi exclusividad solo es el como he expuesto mi historia, mi manera de narrarla, de amarla y de pensarla, como viví su desarrollo, mis investigaciones y mis paseos por las calles de Santiago que combinan memoria, leyendas, personajes, historia e historias, para dar forma a un libro que dudo vuelva a enviar a alguna otra editorial. Lo más probable es que lo autopublique directamente en alguna plataforma tipo Amazon —que es la opción a la que me precipitan mis emociones— y que allí se aburra, pero al menos no se quede en el cajón donde han ido a parar otros. En todo caso, me niego a perder las ilusiones depositadas en él… Menos aún el cariño que siento por él. Lo disfruté y lo sentí a flor de piel, durante las muchas horas de mi vida que le dediqué. Quiero dejar claro que pienso que todo esto puede ser una simple coincidencia, y estas líneas una terapia para exorcizar el malestar que se había apoderado de mí, pero eso no evita que mi primera sensación fuese de sorpresa y pérdida. Ya sé que solo es una historia de tantas, por la fecha de su desarrollo un cuento de Navidad, pero esta fue así; y ahora, después de leer un ejemplar de ese libro que no es el mío, y que se compone de semblanzas que son similares a las que pueden encontrarse en cualquier página de consulta o en un blog de biografías, incluso en wikipedia, no tengo la menor duda de que particularmente no me aporta lo más mínimo sobre mi ciudad, la que siento, la que vivo desde la cuna, la que evoco y descubro. Su propuesta, aunque casi idéntica en su idea motora, está lejos de mi caminar narrativo por las calles y la historia, pues la mía era y es una narración más íntima, creativa, arriesgada, emocional y vital que unas letras sin voz literaria. A ver quién puede negármelo; ni siquiera quien haya leído ambos…

viernes, 20 de diciembre de 2024

Boyhood (2014)

Un álbum fotográfico muestra instantáneas que suman un período más o menos largo; pueden ser las de un día especial en la existencia de alguien, las de un año, una década, una vida… En todo caso, lo que atrapan y muestran no es nuestra realidad, ni nuestra existencia, esta no se puede atrapar en fotografías, ni siquiera se puede contemplar, saliéndose de uno mismo, ni comprenderse en la totalidad de quien la vive. Se escapa, siempre hacia delante, al tiempo que viajamos en ella y formamos parte de ella. Podemos evocar el pasado, pero no regresar a ningún momento anterior; tampoco cuando contemplamos esas imágenes que no nos devuelve al ayer, sino que nos trae al presente su espejismo, su recuerdo. La vida evoluciona natural, también de forma misteriosa al no saber que nos depara cada instante posterior, aunque la mayoría pueda caer en lo previsible, en lo rutinario. Sin respuestas absolutas, llama la atención y ocupa el pensamiento, puesto que todo cuanto pensamos forma parte de ella. Incluso reflexionarla llega a convertirse en un motivo, en un motor creativo. Desde antes de su primer éxito, Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993), hasta la fecha, el devenir temporal es constante en la filmografía de Richard Linklater, quien en Boyhood (2014) pretende recrear y reflejar instantes de vida, de cotidianidad, atrapando y relacionando momentos que, sin que los humanos nos percatemos o pensemos en ello, forman y avanzan nuestra existencia desde el primer al último día. Para ello, se centra en el paso de la niñez a la madurez de Mason (Ellar Coltrane) y su hermana Sam (Lorelei Linklater), así como en su madre (Patricia Arquette) y su padre (Ethan Hawke), separados ya antes de iniciarse esta historia que abarca doce años de escenas vitales filmadas a lo largo de ese mismo periodo temporal que lleva a Mason y a Sam de la infancia a su adiós a la adolescencia; lo que explica los cambios físicos en los personajes de modo natural, sin necesidad de sustituir a los niños por adolescentes o de envejecer a los adultos.

Los doce años de rodaje confieren naturalidad a la evolución y al envejecimiento, pero no era la primera vez que sucedía en el cine de Linklater, al menos si uno piensa que la trilogía Antes de… que se inicia en Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), con la pareja protagonista adolescente, pasa por Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) y llega hasta Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), ya en la madurez, abarca las dos décadas siguientes a aquellas horas de su encuentro en el tren. Hasta ahora es una trilogía, y justamente la primera película sitúa a sus personajes dejando atrás la adolescencia. Su viaje les sitúa al principio de la edad adulta, en la primera juventud en la que todavía se mira hacia el futuro con la ilusión de que el camino empieza. La historia de Boyhood ocupa, de fijarnos en las distintas edades con las que asoman Mason y Sam, aquellos años anteriores al viaje de Jesse a Europa, digo Jesse y no Céline, porque el primero es estadounidense como el niño protagonista, a quien se observa en su momento, que resulta la suma de varios que, se quiera o no, van unidos a los de la sociedad y a los de su entorno cercano; es decir, su familia y amigos. Así, la vida en la pantalla de los niños de Boyhood se desarrolla con el telón de fondo de las Torres gemelas, de la guerra de Irak, la de Bush hijo, de la fiebre que supuso Harry Potter (y que a ellos también les afecta) o de las elecciones que llevaron a Obama a La Casa Blanca… Todo forma parte de su cotidianidad, en la que se descubre su historia, sus relaciones, sus cambios físicos y emocionales, sus dramas y sus instantes cómicos y felices, ya que, como cualquier vida, las suyas se componen de instantáneas alegres y tristes…



jueves, 19 de diciembre de 2024

El jinete eléctrico (1979)


Imagino a Sonny Steele (Robert Redford) recién nacido en un país desarrollado y de libre mercado que vibra con los triunfadores, los idolatra mientras brillan y los olvida cuando su estrella se apaga. En su pequeña cabeza, luce una mata oscura como la pez que, con el paso de los días y de los meses, caerá para dejar su lugar a un cabello rubio. El niño abre sus ojitos por primera vez. Llora, siente frío y extrañeza, le duele la luz y el respirar, pero es incapaz de crear imágenes en su mente que le expliquen parte de la realidad en la que descubre la fisonomía de su madre, que le susurra sin que él lo comprenda, en un intento de tranquilizarle entre sus brazos, “no pasa nada, mi vida”. Lo acurruca contra su pecho y el bebé reconoce los latidos; y ese ritmo cardio-familiar le calma. Duerme. Todavía carece de información e ignora que, sin apenas darse cuenta (y sin recordar cuándo se inician), las imágenes poblarán su mente para crear su pensamiento. Más tarde, se acostumbrará a ellas; también a la luminosidad e incluso viajará a lugares luminosos donde le aplaudirán por ser un campeón de la talla del igualmente ficticio Junnior Bonner interpretado por Steve McQueen bajo la dirección de Sam Peckinpah… Se acostumbra a la luz y atrás quedan las sombras de los primeros momentos, aunque haya más delante, por ejemplo cuando luzca el traje luminoso que llama la atención del público y, a la vez, potencial consumidor del desayuno ranchero que el vaquero publicita una vez abandonada la competición.


Sonny y Hallie (Jane Fonda), la periodista con quien comparte parte de su aventura, como cualquier otro ser humano, solo pueden ser de recién nacidos como el modelo platónico que se ciega ante la verdad que le da de pleno en el rostro. En ese primer instante, ni unos ni el otro comprenden las formas ni su significado, pero, poco a poco, las verán con mayor nitidez y ya sin el dolor inicial podrán o no acceder a ellas y comprenderlas. Lo quiera o no, el platónico siempre vive en un mundo de promesas (pues la idea del Bien, no deja de ser inalcanzable); mientras que Sonny ha dejado atrás, en la infancia, ese mundo de cuentos de hadas en el que habría creído hasta su desencanto, cuando descubre la realidad que le rodea y también la propia, la que le hace sentir que se ha vendido al mejor postor. Y ahí adquiere mayor sentido salvar a “Estrella ascendente” el purasangre que pretende liberar porque también es salvarse a sí mismo; algo así como recuperar su alma vendida a la gran empresa que, a toda costa, quiere evitar que se conozca el maltrato al que ha sometido al caballo, pues, de saberse, perderían un negocio de 300 millones de dólares. Los primeros minutos de El jinete eléctrico (The Electric Horseman, 1979) confirman la derrota momentánea de Sonny, momentánea porque da el paso hacia quien es ya sin miedo a ser, uno que pocos darían porque les sitúa fuera. Decide que su vida le pertenece, que vive en la libertad de elección y de expresión desde la cual dice “no”. De joven, vive ese sueño americano que cree alcanzar cuando se convierte en pentacampeón de rodeo, pero solo es una ilusión que se cumple en la excepción. Puede que él fuese el caso, pero ya no. Ahora se descubre en un despertar amargo en el que solo existe el continuar aceptando o nadar a contracorriente y quizá ahogarse en el intento como decide el vaquero a quien da vida Kirk Douglas en Los valientes andan solos (Lonely Are the Brave, David Miller, 1961) ejemplar western moderno, catalogación que implica un enfrentamiento directo entre el individuo que se aferra a los valores y la modernidad que a todo pone valor monetario.


Ya en su madurez, Sonny despierta a su entorno y descubre su mundo en proceso de deshumanización, controlado por las grandes empresas y manipulado por los medios, por la publicidad y el engaño. No es causal que sea en Las Vegas donde Sonny dice “basta, esto no es para mí” y se convierte en un rebelde, en un marginal, en alguien perseguido e incluso en la noticia que Hallie, periodista televisiva, ve en él hasta que intiman y le conoce. Antes, Hellie afirma que busca la verdad, aunque, en realidad, como bien le dice el fugitivo, pretende el reportaje, que no es lo mismo, aunque desvele lo oculto. El humano, es un mundo ambiguo, complejo, de tonos grises. Obviamente, ya de adultos, tanto Hellie como Sonny ya no son similares al ser platónico, pues este ha accedido a su mundo ideal, que vayan ustedes a saber cómo será, negado a los seres reales. Por algún motivo, se antoja que uno idílico, en el que resplandezca la verdad, a fuerza ha de ser un espejismo fruto del deseo de alcanzar el la idea de bien supremo que ni la reportera ni el cowboy persiguen en este film de Sidney Pollack, el quinto con el que contaba con el actor y el segundo con la actriz. Pero ¿cuál es el ideal de Sonny, puesto que todavía es un idealista en un entorno donde estos empiezan a ser rareza? En el mundo al que el jinete abre los ojos se busca el mayor beneficio económico posible, sin importar el impacto que este fin pueda tener en los medios para lograrlo o en las pequeñas cosas que el cowboy había conocido y que ahora ve peligrar. Todo se publicita, todo se encuentra en venta y la mayoría, tal vez todos, se vende o vende su imagen, tal como él mismo ha hecho, y en no pocos casos sus valores o los que asegura que le guían...


El engaño, el consumo como necesidad, los contratos, la decepción han acompañado a Sonny durante su madurez, aunque todavía le queda la posibilidad de elegir. El protagonista de El jinete eléctrico, ya lejos de su infancia y de los cuentos de hadas, ha comprendido su presente comercial, el que le llevado de cowboy a payaso luminoso en pistas donde anuncia un desayuno que, debido a su pésima calidad, no consigue comer. Pero lo que Sonny menos traga todavía es su día a día, por ello bebe más de lo aconsejado y se encierra en sí mismo, hasta que decide dar el paso. A partir de ese instante es otro hombre, el cowboy vital que había sido en el pasado, ya no quien ganó los mundiales de rodeo, sino aquel otro que se crío en la naturaleza y amando a los caballos. Su recuperación para el mundo, para poder continuar viviendo en él, pasa por transitar en compañía de un pura sangre que ha secuestrado para devolverle la libertad, y así evitar los abusos a los que lo sometía la empresa que había hecho del equino (y del vaquero) su imagen comercial. Pero el tránsito de Sonny también le depara una historia de amor, la que mantiene con una mujer en apariencia opuesta, puesto que se descubre urbana y decidida a llevar las riendas de su vida, como la mayoría de las heroínas o anti que asoman en la filmografía de Sydney Pollack, una de las cuales ya había sido interpretada por Jane Fonda en Danzad, danzad, malditos (They Shoot Horses, Don’t They?, 1969). La relación entre ambos depara superar las distancias iniciales, acercamiento, conocimiento y aprendizaje, y logra uno de los romances mejor elaborados por Pollack…



miércoles, 18 de diciembre de 2024

Grand Canyon (1991)


Junto con El turista accidental (The Accidental Tourist, 1988), Grand Canyon (El alma de la ciudad) (1991) pasa por ser una de las grandes películas de Lawrence Kasdan, pero ¿qué significa esto? Pues que busca honestidad en sus personajes y en sus situaciones, en las relaciones que se establecen, en los sentimientos y en las emociones que expresan o acallan. Esos personajes y su sentir, ya sea miedo, soledad, amor, amistad, trauma…, son la historia que asoma y que conquistó el Oso de Oro en Berlín, una historia coral que busca esa humanidad que Kasdan hace sencilla y amable en films como Mumford (1999) o cómica en Te amaré hasta que te mate (I Love You to Dead, 1990). Mas ese afán de crear lazos ya se observa en Reencuentro (The Big Chill, 1983), incluso en su destacado debut en la dirección de largometrajes, Fuego en el cuerpo (Body Heat, 1981), o en la épica Silverado (1985), un western aparentemente sin afán de transcendencia, pero que, gracias al saber homenajear sin caer en la caricatura ni en el ridículo, se ha convertido en uno de los referentes genéricos del cine del Oeste realizado en la década de 1980. Millones de años antes de los tiempos de Wyatt Earp y los hermanos James, el gran cañón del Colorado, al norte de Arizona, a solo nueve horas de la californiana Los Ángeles, estaba ahí y estará después, en su aparente quietud, formando parte de la evolución de la naturaleza, de su grandeza, que nos recuerda la pequeñez y fugacidad humana. Ese símbolo pétreo que hace sentir insignificante, efímero, mortal, no es el espacio donde Kasdan desarrolla sus vidas cruzadas y entrelazadas, aunque allí concluyan para, más que empezar, continuar…

Desde lo alto de la formación geológica puede contemplarse la vida, reflexionarla, dejarse impresionar, sentirse parte de algo más grande, comprenderse pequeño, relativo, mortal. Simon (Danny Glover) lo ha hecho, ha estado allí, ha sentido la pequeñez humana, la suya propia, ese relativo existencial que, a menudo, escapa al pensamiento que no pocas veces magnifica o descarta aspectos existenciales, comunes, propios, casuales, causales o accidentales, sin apenas comprenderlos. Pero, acaso, ¿es fácil comprender la propia existencia? ¿Su deriva? ¿Lo relativo y fugitivo de su esencia? Los hijos crecen, los sueños se desvanecen, se engrisece, se olvida amar y sorprenderse, se envejece, se teme, te asaltan en un barrio deprimido de una gran ciudad donde las diferencias sociales y raciales provocan que los jóvenes sientan que no tienen nada que perder, el corazón falla en el hogar, si se tiene, se muere. Pero la certeza de la muerte, llama a la vida, a reorientar las existencias hacia esas pequeñas cosas que hacen que todo cobre sentido en un mundo que los personajes de Kasdan descubren al borde del precipicio: pobreza, abandono, violencia, criminalidad,… pero también lleno de pequeños milagros como lo son la amistad, la generosidad, la gratitud, el amor,… que entrelazan y potencian las relaciones humanas propuestas por un cineasta que, lejos de la acción que prevalece en sus guiones para la saga Star WarsEn busca del arca perdida (Riders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981), se decanta por un cine afectivo frente al cine de sangre y vísceras, de violencia gratuita al que se dedica Davis (Steve Martin) antes de sufrir el asalto callejero y la bala que le hace replantear su existencia y afirmar que dejará de producir ese tipo de películas que justifica con un “son reflejo de la realidad”. Pero la suya solo es una reacción a esa cercanía de la muerte, que también otros personajes de Grand Canyon descubren en situaciones extraordinarias, que lo son por la ceguera de no querer verlas en la cotidianidad. En cualquier caso, a Mack (Kevin Kline) y a Claire (Mary McDonnell) les abre los ojos y les va llevando a reorientar sus vidas, a recuperarlas. Comprenden que son existencias atrapadas: en el espacio-tiempo, en el miedo, en la distancia… que sus vidas no son suyas, perdidas en algún punto del camino; tal vez nunca lo hayan sido hasta ese despertar en el que aceptan que lo bueno y lo malo van unido…



martes, 17 de diciembre de 2024

Al límite (1999)

La noche neoyorquina es un medio que Martin Scorsese ha mostrado en su cine en distintas ocasiones. Lo ha hecho con gran fortuna, por ejemplo, en Taxi Driver (1976) y ¡Jo, que noche! (After Hours, 1984) y tal vez de modo menos conseguido, o malentendido, en Al límite (Bringing Out the Dead, 1999), una de sus películas más alucinadas. En estas tres Scorsese riza el rizo a la hora de mostrar una sociedad desquiciada dentro de la cual los personajes interpretados por Robert DeNiro, Griffin Dunne y Nicolas Cage luchan por mantener la cordura. La jungla urbana se representa en la pantalla para insistir en varios de los temas recurrentes de su cine: la noche y la ciudad, la sensación de soledad, desamparo y deshumanización, el querer escapar de ese vacío que amenaza con imponerse, el devenir de sus habitantes, su desorientación y desesperación, su descenso a los infiernos en un mundo que se les cae encima,… temas que no son ajenos a Paul Schrader, el guionista de Taxi Driver y de Al límite, en la que adapta la novela de Joe Connolly, entre otras películas en las que ha colaborado con Scorsese. Al contrario, como demuestran sus propias películas, sus guiones para el director neoyorquino o incluso Yakuza (The Yakuza, Sydney Pollack, 1974). El de Queens y el de Michigan poseen “sabiduría” cinematográfica suficiente y la sobrada capacidad para aprovecharla cuando dan forma a sus historias, para que estas no se les vayan de las manos, aunque alguna excepción haya naufragado o no haya sido del gusto del público. En todo caso, en conjunto y por separado, fracasos y éxitos, suman el total de sus filmografías y este es espléndido. El de Schrader es un cine de aflicción y culpa, de la necesidad de redención en un mundo que se va deshumanizando, pero en el que sus antihéroes se resisten al destino, no se rinden aunque desesperen condicionados por su educación represiva (tal vez de origen calvinista como la del propio realizador), el pasado, las relaciones afectivas y la culpabilidad. El de Scorsese, igual de existencial y más irónico, es de identidad, de la necesidad de sus personajes de saber quienes son, de reconocerse, encontrarse y vivir esa ciudad (o en otros espacios) con la que el director de Uno de los nuestros (Godfellas, 1990) se identifica y retrata en constante conflicto, visceral, violenta, humana, nocturna, deprimida, insomne... desde sus albores hasta la actualidad. Su obra habla por él y dice que se trata de un grandísimo narrador cinematográfico y hace lo que todo buen narrador: cuenta envidiablemente bien sus historias. Además, lo hace con estilo y, para quien conozca mínimamente su cine, ese estilo es reconocible, atractivo, en momentos puntuales agresivo y desquiciado, visual, cómico y emocional, reflejo de las vidas al límite que sitúa en ese punto al borde del no retorno donde ubica al taxista Travis, ejemplo ya mítico de un tipo desbordado por un entorno que se hunde, y al paramédico Frank Pierce, menos recordado que aquel, aunque no por ello deje de ser un retrato ejemplar de un personaje tanto de Scorsese como de Schrader…



lunes, 16 de diciembre de 2024

Men in Black (1997)

El cine hecho en Hollywood ha sido, de largo, uno de los medios de difusión de conformismo para sedación y tranquilidad de la clase media; cierto que hay excepciones, tales como Charles Chaplin, Preston Sturges, Orson Welles, tres expulsados del paraíso porque comieron del árbol prohibido de la independencia creativa, John Ford, indiferente a los mandamases, Billy Wilder, cuya ironía le llevó a burlarse del sistema desde dentro, y los nombres que se les ocurran, pero son los menos… Por norma no escrita, aunque sí asumida y fomentada desde la era de los estudios, Hollywood fabrica un producto que pretende llegar al mayor número posible de consumidores; lo cual, a priori, es generoso, pero, en realidad, no le impulsa la generosidad, de la que carece, sino la posibilidad de un buen negocio. De modo que la “orden” es no exigirle un pensamiento crítico, solo complacerlo sin obligarle a un ejercicio de mínima reflexión que podría espantarlo o hacerle pensar. Ya no se trata de dar al público lo que quiere; nunca se ha tratado de eso, sino de venderle lo que no le contraríe, lo que se le imponga y se le venda como atractivo y elección suya, venta que aumenta sus posibilidades de éxito mediante reclamos publicitarios como puedan ser las “estrellas” que participan en tal o cual producción, o mismamente aprovecharse de la fama de una novela o de un género de moda. En todo caso, las empresas dedicadas a fabricar películas ofertan un producto que destinan a un público que juzgan infantil y poco exigente, tal vez por ello su producto más exitoso sea estándar destinado a un conjunto que valoran falto de inquietudes y de dudosa inteligencia. Lo cual me parece un desacierto, pero donde uno ve un error, otros lo interpretan como acierto y virtud, fuente de ingresos, de risas, de escapismo. Para explicarme, tal vez, Men in Black (Barry Sonnenfeld, 1997) sea un buen ejemplo…

En el cine en la que la vi, recuerdo que la mayoría reía incluso cuando no había chiste, carcajadas que me impedían, cómo siempre que se desataban, escuchar los diálogos. Lo bueno, me digo hoy, es que en películas como esta apenas importan las palabras ni las ideas porque su argumento cae en lo repetitivo y previsible, y los temas a desarrollar, por parte de guionistas y directores, son inexistentes. No hay intención de crear algo de peso que pueda exigir un esfuerzo. Se opta por tonos ligeros, que bien desarrollados y narrados pueden deparar resultados espléndidos e incluso magistrales, o por la saturación de chistes sin gracia, justificada en la supuesta comicidad de los comentarios de personajes-estereotipos como el joven “voy de guay y dicharachero” interpretado por Will Smith en contraste del “soy carca y lacónico” a quien da vida Tommy Lee Jones. El resto de la película es la cotidianidad de salvar al mundo y alardear de medios técnicos que no sirven para que algo evolucione, ni siquiera está historia de salvación terrestre, de etés y de colegas. Esos efectos no son un medio que ayude o aporte, son el fin mismo de la película, junto con su tono de comedia floja y de colegas que se suponen opuestos.

La trama de Men in Black tiene buenos, villanos, un maestro y un alumno, e incluso inmigrantes ilegales llegados allende las fronteras terrestres escapando de las penurias de sus planetas. Son seres galácticos y dicho adjetivo no obedece a una intención sensacionalista ni propagandística, solo indica y amplia su origen. Tampoco son como E. T. No quieren un teléfono ni regresar a casa, pues se encuentran muy a gusto en los Estados Unidos, sobre todo en Manhattan. Llegan al hogar de las barras y estrellas tal vez atraídos por su fama de país de emigrantes, aunque ignoran que allí hay clases migratorias y que la suya estará muy por debajo de los descendientes de los “peregrinos” del Mayflower… En todo caso, esta comedia dirigida por Barry Sonnefeld, director de fotografía de los hermanos Coen y de Rob Reiner en varias producciones de la década de 1980, y con producción ejecutiva de Steven Spielberg es ejemplo de “olvídese de lo que ha visto tan pronto salga de la sala y siga creyendo que el cine hollywoodiense es el único del planeta”. Puede que mi apreciación sea injusta, pero se basa en que Men in Black exprime el chiste fácil y los efectos especiales, pero, más allá de esto, su razón de ser y su prioridad resultan trasparentes: esto es un negocio y hay que obtener beneficios. La mejor forma: dándole al consumidor ese producto infantil que no le exige masticarlo, que no le obligue a un esfuerzo, que no le saque de su comodidad; y no hay nada que menos la altere que el vivir en la repetición, sin sobresaltos, sin nada que haga peligrar la sensación de bienestar y de seguridad; que para algo existen los hombres de negro, dispuestos a salvar el mundo en la pantalla y lograr mucho dinero fuera de ella, tanto que sus autores no dudaron en aprovechar el filón en sucesivas secuelas entre otras fuentes de ingreso... Suspiro un así le va al cine en general, pero habrá quien la vea con otros ojos, tal vez quien diga que se trata de una película con doble lectura y que, por lo bajo, habla de la emigración; o quien asegure que entretiene, que es lo que espera del cine, como alguien pueda decir con igual validez que le entretiene y divierte un verano de borrachera prolongada; aunque esto de los gustos no quiere decir que la película y la melopea sean buenas, solo placenteras con quienes así lo sientan…



domingo, 15 de diciembre de 2024

Carceleras (1922)

Un día de noviembre, en Glasgow, Escocia, hará un cuarto de siglo ya, un individuo me escuchó hablar y se acercó al lugar del parque donde estábamos conversando. Me preguntó de dónde era y le respondí que venía de España, pues pensé que ampliar el marco le haría más sencillo el ubicar mi procedencia, que decirle mi localidad natal. También pensé que así saciaría su curiosidad y que se iría por donde había venido, para seguir con lo suyo y nosotros con lo nuestro. Sorprendido, tal vez alegre por conocer el lugar que nombré, aunque fuese de oídas, exclamó en un castellano de circunstancias: ¡Toros! ¡Sol! ¡Olé! A lo que respondí en un inglés de similares características: Soy del noroeste. Allí no toros, vacas. Y el sol, no siempre da la cara. Llueve como aquí, sino más. Lo dicho viene a cuento de que España, nacida de aquella Hispania provincia romana, es el conjunto de climas dispares, de diferentes paisajes naturales e identidades y acentos que se fueron forjando según las influencias e invasiones recibidas, que no han sido pocas ni igual para todas sus zonas. Por ejemplo, mi cuna, Galicia, no se corresponde con la descripción soleada y seca que exclamaba aquel desconocido; tampoco se corresponde con la que se hace habitualmente de la soleada Andalucía, del cálido Levante o de la inabarcable meseta castellana. El rincón del que soy es húmedo, de cuerpo sinuoso, bañado por el Atlántico en su choque feroz con la costa que abraza el mar abierto y suave con la que se protege en las rías. Separado de Castilla por montes que parecen confirmar a los de aquí aquello de “Galicia sitio distinto”. Pero mi hogar no es un tópico; es una realidad cambiante. Es decir, es como es. Y sí, ese “es” resulta diferente al resto, en la medida que lo son todos los demás pueblos que creen y sientan serlo.

Las diferencias enriquecen, y ni siquiera aquí o allí existe homogeneidad. ¿Qué tienen en común la Galicia costera y la profunda? ¿O la urbana y la parroquial? Y esta diversidad es positiva para el conjunto; lo mismo sucede con España, Europa,… Aunque desde los reyes católicos siempre hubo quien ha querido reducir la historia a una única identidad. Y el cine no ha sido ajeno a esta idea reductora y unificadora con la que asoma en la pantalla desde el período mudo. Una película como Carceleras (1922) generaliza con este rótulo que abre su acción y que las posteriores imágenes desmienten: <<La casa Atlántida, al llevar a la pantalla esta popular zarzuela, lo ha hecho con el objeto de presentar una obra genuinamente española, sin falseamiento de tipos y costumbres y para que en el mundo entero puedan conocer, no la España de pandereta que solo han visto hasta ahora, sino su verdadero ambiente y las fuertes pasiones de su raza>>. Claro está que al referirse a España solo hace alusión a una parte, la que centraliza todo alrededor del tópico España ¡Toros! ¡Sol! ¡Olé! La España que asoma en la película de José Buchs es la folclórica; y si no de pandereta, sí de estereotipo y zarzuela: en algunos momentos del film, Buchs inserta rótulos con fragmentos de las canciones de la obra de Ricardo Flores, el autor del libreto, y Vicente Peydró, el compositor de la partitura. Se abre la película a una España andaluza, cordobesa, que nada tiene que ver, por ejemplo, con el norte húmedo, verde, de minifundios, sin cortijos como ese espacio donde José Buchs desarrolla parte del drama silente de Soleá (Elisa Ruiz Romero) —diez años después, el cineasta santanderino realizaría la versión sonora—, la mujer que se entrega en cuerpo y alma a Gabriel (José Romeu)... La otra parte la ubica en la bella Córdoba, localidad a la que la protagonista llega cuando encierran al hombre amado y la ciudad donde probé el peor flamenquín que he tenido el disgusto y la risa de probar…