En 1901, Thomas Mann se daba a conocer al mundo con Los Buddenbrook, una novela que acabaría siendo un enorme éxito editorial. Tan grande fue, que el ámbito empresarial se valió de su título para designar como efecto Buddenbrook la descomposición de las empresas familiares en tres generaciones sucesivas: abuelos (los fundadores que la encumbran), hijos (la mantienen e inician el declive) y nietos (la conducen a la ruina). Esta caída empresarial escalonada, que puede no cumplirse, pues no responde a ninguna ley, suele deberse a la relajación —los abuelos muerden y saltan sobre su presa para hacer crecer la empresa, y los nietos la devoran y dilapidan— y al acomodamiento e inmovilidad en un ámbito que no cesa de moverse ni de sufrir cambios, como las situaciones de la familia que ocupa las páginas de una novela que bebe de la realidad familiar de los Mann. Nacido en Lübeck (Alemania), localidad cuya importancia comercial se remonta al medievo, el escritor ambienta su novela en esa misma ciudad donde su familia habría sufrido un declive similar al descrito en las páginas que el cine llevó por primera vez a la gran pantalla en 1923. La saga familiar volvería a las salas cinematográficas en sucesivas ocasiones: 1959, de la mano de Alfred Weinmann; 1972, en la producción soviética de Aleksandr Orlov; la dirigida por Henrich Brelver en 2008 o la de 2015, a cargo de Eric Watt; y también ha dado pie a series televisivas en 1965, 1971, 1979. Pero esta versión de Gerhard Lamprecht tiene el privilegio de ser la primera producción basada en una obra del autor de Muerte en Venecia, cuya adaptación más famosa correría a cargo de Luchino Visconti. En Los Buddenbrook (Die Buddenbrooks, 1923), Lamprecht quiso hacer un cine popular, más que realista, y para ello sintetizó la obra literaria y dinamizó la acción para centrarse en Tony (Hildegard Imhof), en quien se representa la situación de la mujer en el seno de la familia y de la sociedad mercantil decimonónica, y en las personalidades antagónicas de Thomas (Peter Esser), obsesionado y entregado en cuerpo y alma a la compañía familiar e invirtiendo todo su dinero en un negocio de cereales, y Christian (Alfred Abel), el díscolo vividor que prefiere las fiestas, el alcohol y la compañía de la bailarina Aline Puvogel (Charlotte Böcklin). Son los tres hermanos Buddenbrook, los protagonistas del único film silente que adapta a Mann, un autor del que conviene distanciarse a la hora de realizar una adaptación cinematográfica de cualquiera de sus obras, y no digamos de una tan extensa en contenido, que abarca cuatro décadas de vivencias. Pasarán treinta años hasta que el cine recupere al escritor de la Montaña mágica, tres décadas en las que Thomas, hermano de Heinrich, cuyo Profesor Unrah inspiró a Josef von Sternberg para El ángel azul (Der Blaue Engel, 1930), vivió el éxito popular, intimidades y relaciones personales, el reconocimiento de sus colegas, la persecución nazi que le condujo al exilio y la prohibición de sus libros en Alemania.
Su literatura sería lo más importante para Mann; para los Buddenbrook, y el resto de comerciantes de Lübeck que asoman en la película de Lamprecht, caso de Reeder Arnoldsen (Franz Egenieff), solo existe el negocio. Esa es su religión, similar a la de los empresarios textiles de Lodz que aparecen en La tierra de la gran promesa (Ziemia obiecana, Andrzej Wajda, 1974). Lo demás pasa a un plano secundario, como se comprueba durante el metraje. Y esa obsesión mercantil afecta a la mujer, a quien convierte en moneda de cambio en ese entorno empresarial que no mira sentimientos, busca el beneficio. Esta es la situación de Tony, oprimida por la conveniencia familiar, similar a la de Gerda (Mady Christians), pero esta no llega a rebelarse y acata desde el primer instante el interés del padre. Gerda se casa con Thomas, a pesar de que ama a otro hombre —el violinista que se ve en la escena que se intercala entre la fría pedida del pretendiente, para él no deja de ser un intercambio empresarial, y la petición de tiempo por parte de la muchacha. Tras refugiarse en casa del abuelo, que le dice que debe ceder a los intereses de la familia, que siempre ha sido así, que la empresa tiene derecho de exigir y ella debe obedecer, también Tony acata el orden y el film centra su mirada en Christian y Thomas, sobre todo en este último, que debe de lidiar con la irresponsabilidad laboral de su hermano y ver cómo su obsesión y celo mercantil de van al traste, poco después de ser nombrado senador por la ciudadanía de la ciudad libre y comercial de Lübeck.
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