jueves, 11 de febrero de 2021

¡Jo, qué noche! (After Hours, 1985)



Su ciudad luce violenta en sus orígenes en los barrios bajos de Gangs of New York (2002) y en la zona alta y elitista de La edad de la Inocencia (The Age of Innocence, 1995). También en la periferia gansteril de Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990), en la soledad y redención de un Taxi Driver (1976) o en el desenfreno nocturno de Al límite (Bringing Out The Dead, 1999). 
Apenas hace falta ver un par de películas de Martin Scorsese para comprender que la presencia de Nueva York es una de las señas de identidad de su cine. Las calles neoyorquinas en Scorsese son escenarios impredecibles, de vida y muerte, para las existencias que las pasean o las habitan, para aquellas que se cruzan por casualidad y esas otras que nunca se encontrarán, aunque quizá hayan entrado en la misma cafetería o viajado alguna vez a un taxi amarillo como el que conduce a Paul Hackett (Griffin Dunne) a su viaje al final de la noche y del Soho. En definitiva, las calles neoyorquinas expuestas por el cineasta nacido en Queens (N. Y.) rebosan vitalidad, peligros, sorpresas, delincuencia, violencia, soledades que buscan compañía de día, de noche y a altas horas de la madrugada. En ¡Jo, qué noche! (After Hours, 1985) son hervidero de almas solitarias: hombres y mujeres que buscan en su aislamiento;  buscan contacto humano, quizá para recordar y sentir que no son los autómatas programados para cumplir su horario laboral y encerrarse en sus hogares a la espera del día siguiente, que volverá a ser la misma jornada. Las calles neoyorquinas piden más que deambular por ellas, piden que uno se deje atrapar o intente huir, pues, en suma, forman un terreno impredecible por donde racionalidad e irracionalidad campan a sus anchas. En After Hours, el neoyorquinismo de Scorsese se acelera en calles recorridas por solitarios, por grupos y buscadores que tienen en común que sienten como la noche se acelera y los acelera, les invita a encuentros imprevistos que generan en Paul la apremiante necesidad de regresar a casa, como si fuera una nueva Dorothy o el último de los The Warriors (Walter Hill, 1979) en ponerse a salvo.


Paul sale de la oficina donde trabaja de programador. Es un empleo sin riesgo, nada especial, aburrido. Pero ese aburrimiento se generaliza en a vida cotidiana, antes de su encuentro con Marcy (
Rosanna Arquette) en una cafetería donde intercambian impresiones sobre Henry Miller -y su Trópico de Cáncer. Ella le da su número de teléfono y se despide. Paul regresa a la soledad de su apartamento, pero le tienta la idea de compañía de la chica. La telefonea y ella le dice que se acerque al Soho. Precisando, Paul busca sexo o el calor de un cuerpo femenino y, para ello, sale a la calle dispuesto a subir al primer taxi que encuentre y a pagar con los veinte dólares que no tardarán en volar a través de la ventanilla. Sin dinero, pero con las esperanzas intactas llega al estudio que Marcy comparte con Kiki (Linda Fiorentino), la artista que hace pisapapeles con formas de pastel. La pérdida del billete parece que no ha estropeado su noche maravillosa, pero pronto comprenderá que no solo ha perdido eso, sino la camisa, las ganas, los nervios y, si lo atrapan, puede que la vida. Sin embargo, mientras espera por su objeto de deseo, todavía lo ignora, aunque empieza a desear a la escultora a quien masajea con intenciones que a ella la relajan y a el lo alteran, en ese instante de manera positiva. Aún no sufre la desorientación que le depara su siguiente contacto con Marcy, de quien empieza a imaginar esto y aquello. Aprovecha la ocasión y sale de allí por piernas, sin dinero, con la ingenua idea de que nunca más volverá a verla. En la calle, lluvia y el deseo de llegar a casa, a la protección que abandonó por la promesa de un polvo. Pero no puede tomar el metro, han subido los precios y su fortuna no alcanza el dólar. De nuevo en la calle, continúa lloviendo, pero las luces de un bar le ofrecen la esperanza de protección. Allí entabla conversación con un tal Tom (John Heard), el camarero; y allí, también trabaja Julie (Teri Garr), la tercera mujer de su velada; pero en ese instante la Dorothy de Scorsese solo quiere regresar a casa. Pero, como el personaje de El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939), del que le había hablado Marcy, no podrá hacerlo de inmediato; primero debe conocer a la fauna del Soho en la alucinada nocturnidad durante la cual será testigo de un suicidio, de robos, de disparos y presa en una caza humana.

1 comentario:

  1. En una época en que se había perdido la esperanza de recuperar un cierto tipo de comedia cultivada antaño por Hollywood y cuyo ejemplo más cercano a la que nos ocupa sería LOS VIAJES DE SULLIVAN, de Preston Sturges, sorprende agradablemente esta modesta (sólo en presupuesto), imaginativa, inteligente y enloquecida comedia que se disfraza de pesadilla kafkiana para sumergirnos a ritmo frenético en las infernales tripas de una sociedad enferma.

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