domingo, 28 de agosto de 2022

Tizoc: Amor indio (1956)



En Tizoc: amor indio (1956), Ismael Rodríguez asume una postura pro india, pero solo en apariencia, puesto que no tarda en convertir (voluntaria o involuntariamente) su discurso en una caricatura melodramática donde Tizoc (Pedro Infante), el nativo que da título al film, sufre la intolerancia racial mientras sublima su amor imposible hacia la heroína interpretada por María Félix, quien a su vez es víctima del patriarcado que la guía: su padre (Miguel Arenas), su prometido (Eduardo Fajardo) y el padrecito Frai Bernardo(Andrés Soler). Los dos personajes protagonistas, María y Tizoc, son el centro sobre el que gira la propuesta de Rodríguez, más centrada en dramatizar que en realizar un acercamiento etnográfico y antropológico a la figura indígena y a la zona rural donde el protagonista asoma cual espíritu libre, poético, iletrado, que vive en estado semisalvaje, apenas contaminado por la civilización que aventura su tragedia. Con ese espacio “desarrollado”, Tizoc mantiene un mínimo contacto comercial —vende pieles de animales para sobrevivir— y religioso, al encomendarse a la virgencita a la que poco después cree ver en María.


Desde el inicio del film, Tizoc sufre el rechazo de otras etnias nativas del lugar, excepto del padrecito y de su padrino. Pero lo que llama mi atención, en este caso negativa, no es ese rechazo entre indios, es la exageración en la que cae Ismael Rodríguez a la hora de mostrar la personalidad de su protagonista masculino, incluso la de María, que funciona mejor, aunque se desaprovecha la presencia de una actriz de la talla y la fuerza de la Félix en un papel que considero más un cliché que un personaje que quiere dejar atrás el entorno patriarcal y tradicional en el que vive atrapada.

 


Según apunta una escena previa a la que sella el destino de la pareja protagónica, en la tradición nativa, la entrega de un pañuelo significa el compromiso de matrimonio. Sin embargo, cuando María se lo entrega a Tizoc, desconoce esta costumbre y el indio interpreta el presente como una señal de amor y una promesa de matrimonio. Esto da pie a un tono que bordea lo irrisorio, puesto el romance, más que en el drama o en la tragedia, se desarrolla en el filo de lo ridículo, pero sin llegar a caer en la ridiculez. Esto se debe a su exceso, a la exageración que hace que Tizoc, la película, no resulte convincente; y el personaje no resulte mínimamente atractivo, ni siquiera en su intento de ser modelo de pureza, ajena al desarrollo y a la intolerancia de la que es víctima. Como tragedia romántica, tampoco funciona. Cierto que se trata de un amor imposible, que en determinados momentos puede recordar a Romeo y Julieta, pero dista de la propuesta emocional de Shakespeare. Aquí, no son dos familias enfrentadas las que matan el amor, es la imposibilidad racial y de clases; pero hay algo más, y es que María no está enamorara de Tizoc, ni siquiera el indio está enamorado de María, sino de la imagen que se ha hecho de ella, la que idolatra y la que le lleva a secuestrarla después de enterarse que su “niña” idealizada va a casarse con otro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario