lunes, 1 de agosto de 2022

The Doors (1991)


¿Discípulo de Dionisio, dios de la fertilidad de origen tracio que los griegos hicieron suyo? ¿Poeta fuera de tiempo o un jinete en la tormenta arrojado a este mundo y entregado al placer, porque solo busca huir de la tempestad que arrastra tras de sí? Pero, de ser Jim Morrison uno de los jinetes aludidos en la última canción que grabó, ¿hacia dónde ir, cuando uno lleva consigo el temporal y la imagen de la muerte? Nadie, puede que ni él mismo, conocería a fondo a Jim Morrison, y seguramente el que asoma en de The Doors (1991) solo es un reflejo de los posibles, pero es innegable que se trata de una gran recreación, el punto más alto de la carrera de Val Kilmer, que crea un personaje contradictorio, hedonista y autodestructivo a partir del mito del famoso cantante de la legendaria banda californiana que da título a este potente y alucinado viaje cinematográfico de Oliver Stone, estrenado el mismo año que su exitosa J. F. K. (1991).



A primera vista, podría parecer que The Doors se encuentra lejos de los intereses del realizador de Salvador (1986) y de la trilogía de Vietnam, pero la ubicación temporal del cuarteto de rock psicodélico le permite continuar transitando la historia estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, ya que el grupo surge avanzada la década de los sesenta, en una época de contracultura, flores y drogas, de lucha por la integración racial, de asesinatos de líderes políticos y sociales —desde John Kennedy hasta su hermano Bobby, pasando por los líderes afroestadounidenes Malcolm X y Martín Luther King— de liberación sexual, de guerra de Vietnam y de otras circunstancias que son clave para entender el distanciamiento de aquella juventud entregada a la “eterna felicidad” y la generación de sus mayores. Jóvenes como Jim y Pam (Meg Ryan) rompen con el conservadurismo de sus madres y padres, cuyos ideales tradicionales arden en las calles de las ciudades y en el campo de batalla que Stone retrata en Platoon (1987).



“Basta de decirnos lo que está bien o mal, basta de mentiras y doble moral, basta de decirnos que todo va bien, cuando nada marcha” parece decir ese sector de la juventud que se lanza a la carretera con Jack Kerouac y en Easy Ryder (Dennis Hopper, 1969) o se congrega en Monterrey (1967) y en Woodstock (1969). La huida, el rechazo y el enfrentamiento estaban servidos: por un lado, los conservadores; por otro, progresistas y los más radicales; y en medio, quienes permanecían en la quietud y quienes preferían escapar hacia el otro lado que encarar ese momento que Stone apunta en una veloz serie de imágenes de archivo o en detalles puntuales como la presencia policial en los conciertos del grupo. El cuento del sueño americano ya no convencía, y jóvenes como Jim ya no creen en él, ni en la sociedad “perfecta”. No pueden hacerlo y se entregan a la búsqueda del placer y a la evasión en viajes más allá de la carretera. Las drogas y el sexo son sus vías de escape, sin embargo no escapan de nada, sino que escapan hacia la nada. Su huida solo es una mentira más dentro del sistema contra el que no se rebelan, ya que su supuesta liberación les encadena de otra manera. Hedonismo, alucinación y contradicción; el querer y no querer de Jim, que camina en la tormenta y a la deriva entre la niñez y la búsqueda de transcender a un nivel espiritual y a un tiempo inexistentes, quizá uno que perpetúe su placer sensorial, al que se entrega en cuerpo y puede que en alma.



Consecuencia del oficio paterno: militar, el cantante es alguien sin hogar fijo —ha tenido tantos que es lo mismo que ninguno—, que inicialmente encuentra su tribu en sus tres compañeros de grupo: Ray Manzarek (Kyle MacLachlan), Robby Krieger (Frank Whaley) y John Densmore (Kevin Dillon). Pero esa sensación de pertenencia a una comunidad familiar que nunca había sentido, apenas dura porque no pretende estabilizarse, ni equilibrar su exceso y poner fin a la autodestrucción y el caos desde el cual rechaza el orden establecido. Ahí, siente una espiritualidad que le hace sentirse por encima, quizá un elegido de las musas. Su éxito le resulta indiferente, aunque al tiempo le gusta. Es otra de las contradicciones de un poeta emocionalmente contradictorio, quizá en el límite donde sus emociones y su desorientación se crispan en su consumo de alcohol, peyote, ácidos y su entrega al desenfreno sexual. Stone toma al personaje, con el cual ni simpatiza ni deja de hacerlo, y filma un viaje a la psicodelia y al caos que precede a la sublimación mediática que dará forma a Asesinos natos (Natural Born Killers, 1994), en la que la sociedad raya en la demencia que convierte en ídolos a dos jóvenes asesinos. Pero no solo es el viaje de Morrison o del grupo, sino de la propia época y de un país del cual el cantante huye hacia el otro lado sin saber si hay ese otro lado.




2 comentarios:

  1. De todas las veces que vi la película “The Doors” la que mas la disfrute fue el lapso de tiempo que tuve hasta la ultima vez que la volví a estudiar. Me paso eso y no sé cuándo retomare la cinta. No recordaba que fuera tan extensa, ni porque se me hizo tan complejo Morrison en su actuar. En los noventas la película me parecía corta, quería más, y Morrison era la estrella mas notable e inalcanzable. Ese dios del vino que todos llevamos dentro y escondemos cuando sale el sol. Ese hermano que permanece escondido porque grita mucho y lo rompe todo. Un amor pasado que como toda ilusión el tiempo va aminorando, me encantaría volver a ese tiempo donde las puertas de la percepción estaban abiertas…

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