martes, 23 de agosto de 2011

Ladrón de bicicletas (1948)


Fruto de la colaboración entre Cesare Zavattini y Vittorio De SicaLadrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) es una de las grandes referencias del noerrealismo italiano. Desde su inicio, guionista y director apostaron por una narración ajena a florituras en la que prima la sinceridad y la realidad. Para ello también contaron con la colaboración en el guion de Suso Cecchi D'Amico y con actores no profesionales como Lamberto Maggionari, que dio vida a Antonio, un hombre necesitado de un trabajo que le permita mantener a su familia. Por fortuna, después de largo tiempo aguardando, por fin lo encuentra, aunque con la condición de que debe tener una bicicleta de su propiedad para realizar los repartos. El vehículo es fundamental para conseguir el empleo, ya que necesita ir de aquí para allá pegando carteles por toda la ciudad. La ilusión y la esperanza que significan los honorarios animan a María (Lianella Carell), su mujer, a empeñar las sábanas y otros objetos para desempeñar la bici de Antonio, herramienta que les permitiría mantener a sus dos hijos, Bruno (Enzo Staiola) y el bebé. Sin embargo durante su primera jornada laboral le roban su medio de transporte, y fuente de ingresos, iniciándose de esta forma un calvario para ellos. Consciente de que sin su más valiosa pertenencia no podrá mantener el trabajo, que en los tiempos que corren casi podría considerarse un lujo, se desespera ante la ineficacia de las autoridades a las que ha denunciado un hurto que implica más que el hecho de ser despojado de un objeto de su propiedad, porque significa el fin de un sueño de prosperidad, que se esfuma con el duro despertar a la realidad. Apenas sin esperanzas, recorriendo las calles en compañía de su hijo Bruno, este vive en su propia carne la ansiedad que oprime a su padre, al comprender y compartir la dura experiencia y la necesidad vital de recuperar el vehículo. Allí donde buscan se observa la miseria que puebla las calles, de barrios marginales llenos de seres que sufren situaciones similares a la suya. ¿Cómo van a sobrevivir sin la bicicleta? Deben encontrarla de inmediato, si no será una tarea imposible. La prisa por alcanzar el objetivo y la incapacidad de lograrlo merma la moral de Antonio. La amenaza de una terrible catástrofe llamada desempleo, sinónimo de hambre y miseria, destruiría su futuro y el de los suyos. La imagen de un futuro sin esperanza provoca su estado de desesperación y le lleva a pagar su frustración con la víctima inocente que le acompaña. Bruno sufre, su rostro y sus lágrimas así lo atestiguan, porque descubre en su padre la desesperanza y la gravedad de un hecho que para los comensales del restaurante donde gastan lo poco que tienen no significa nada, pero que para ellos lo significa todo. Ladrón de bicicletas muestra una sociedad pobre caracterizada por las diferencias económico-sociales que, en parte, provocan la existencia de los hurtos que pueden cambiar la vida tanto de las víctimas como de los delincuentes. Por esa diferencia, entre comer y no comer, vivir o malvivir, un hombre honrado, desesperado y frustrado no encuentra más salida que hacer aquello que le ha llevado a un estado de imposibilidad, desesperación y frustración. La evolución (involución) que se observa en Antonio a lo largo de la aciaga jornada le conduce por mercados y barrios, le obliga a perseguir a presuntos ladrones y cómplices, que le convencen más y más del imposible de recuperar un objeto más valioso que el oro que le pertenece y que se le niega. ¿Resulta extraño que desista y se deje llevar por un intento desesperado, que en su mente perturbada se convierte en su última esperanza? Ladrón de bicicletas contó con un reparto no profesional, como muchas de las películas inscritas en el movimiento neorrealista, cuyos rostros reflejan la angustia, el miedo, la imposibilidad y la desesperación que produce saberse despojados de ese ansiado sueño de seguridad y de bienestar al que ya no tienen derecho, porque ha sido robado al tiempo que su bicicleta.

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