sábado, 10 de junio de 2023

¡Ay, Carmela! (1989)


Canta el frente del Ebro, Belchite o Bilbao. Canta la retaguardia, las trincheras, las barricadas y el resto de escenarios, elegidos o improvisados, donde suenan acordes de metralla, tambores de artillería, versos de ambos Machado, de Miguel Hernández y de García Lorca. Suena “Mi jaca”, “Suspiros de España” y otras letras populares; se entonan himnos milicianos, libertarios, legionarios y falangistas. Nace “Ay, Carmela” (“Viva la XV Brigada”) y también se escuchan “La paloma”, “Si me quieres escribir” y más temas que recogen las sensaciones y emociones en voces femeninas y masculinas cuya suma da la voz anónima que sufre, se desangra y canta su humanidad y el espectáculo dantesco que otros han creado para ellos. Escribe el chileno Carlos Morla Lynch en sus diarios que <<Siempre le da por cantar al pueblo español, hasta morir. En las tabernas, en los bares, en las plazas, en Madrid, sin piernas, sin brazos, siempre cantan.>> Y aquí Morla emplea pueblo sin distinción de bandos. Ese pueblo, al que él se refiere, es la mayoría que nada sacará de la guerra, salvo el sufrimiento de haberla padecido, más que vivirla, la guerra es morirla, obligados por los agentes que les han empujado a ella. El pueblo español canta en las tascas y en el frente, sus canciones suenan en el cine bélico ambientado en la guerra civil. Lo hace de modo asiduo, pero quizá sea ¡Ay, Carmela! (1989) la de letra más popular, la que suena más patética y tragicómica en las voces de Carmela (Carmen Maura) y Paulino (Andrés Pajares), varietés a lo fino.


Son artistas errantes, cómicos y matrimonio civil, encargados de elevar la moral que ya apenas se sostiene en la vanguardia republicana. Pasean su arte y su espectáculo por el frente hasta que la fortuna y el avance “nacional” los sitúa al otro lado y entonces el sobrevivir se convierte en la excepción, en un lujo para quienes caen en el lado equivocado, porque no es el suyo. Pero, para alguien como Paulino, no existe uno u otro, existe el miedo a morir, la necesidad de vivir, lo que le lleva a aceptar participar en un espectáculo que los italianos, aliados franquistas, preparan en el teatro del pueblo. Paulino y Carmela son los encargados, con la ayuda de su inseparable Gustavete (Gabino Diego), de preparar un espectáculo que agrade a los aliados fascistas, ante la presencia de brigadistas polacos detenidos y condenados a morir por haber luchado junto a los rojos. La situación planteada por Carlos Saura en ¡Ay, Carmela!, que volvía a colaborar en el guion con Rafael Azcona (1), después de más de una década desde su último trabajo común —La prima Angélica (1974)—, no presenta la menor ambigüedad respecto a lo que quiere decir y a quien quiere señalar. Para el realizador aragonés la víctima es la República, representada en Carmela, cuya toma de conciencia es vital para remarcar la sinrazón del totalitarismo que la asesina…


(1) <<Volvimos a colaborar en ¡Ay, Carmela!, que es una película de productor, o sea, de encargo: Andrés Vicente Gómez había comprado los derechos de la obra teatral de Sanchís Sinisterra y me encargó que le hiciera un tratamiento para adaptarla al cine, y ese tratamiento fue la base del guion que luego escribí con Saura. No sé… A lo mejor dejé de trabajar con Carlos porque decidí que le rehuía el humor, pero puedo estar equivocado, o quizá su humor, si es que lo tiene, está reñido con el mío… Pero eso no quiere decir que Saura no sea uno de los mejores ojos del cine español. Carlos viene de la fotografía y eso se nota.>>

Rafael Azcona: Revista Nosferatu, 33, abril, 2000.

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