<<Con Vampyr quise crear sobre la pantalla un sueño con los ojos abiertos y demostrar que el terror no se encuentra en las cosas que nos rodean, sino en nuestro mismo subconsciente>>. Estas palabras de Carl Theodor Dreyer definen a la perfección lo expuesto en su primera película sonora, en la que predominan las características del cine mudo y la práctica ausencia de diálogos significativos, pues la esencia del film se encuentra en las imágenes, en las sombras, en los objetos y en los sonidos que aumentan el tono sugestivo perseguido por el realizador. El rodaje de Vampyr se inició en 1930, y tras un dificultoso proceso de posproducción, se exhibió al público por primera vez en Alemania en 1932. Sin embargo, puede que por su complejidad onírica, el film no tuvo la acogida que se merecía, lo cual provocó que el director danés sufriese un parón artístico que le alejó de la dirección durante más de una década, hasta que en 1943 regresó con Dies Irae. Ser un autor tan personal como Dreyer conlleva el riesgo de que ni la crítica ni el público sean capaces de comprender aquello que se intenta expresar, pues el arte a menudo choca con lo establecido entre los gustos de cada época, algo que ha sucedido con muchos artistas, y algo que Dreyer ya había experimentado con La pasión de Juana de Arco, cuyo fracaso comercial le obligo a crear su propia productora para poder encontrar la financiación que le permitiese llevar a cabo esta extraña, inquietante y surrealista producción, en la que el vampirismo es la excusa para mostrar el miedo que nace en el interior del personaje principal. Allan Grey (Julian West, seudónimo de Nicolas de Grunzburg, aristócrata francés que aportó parte del capital) llega a un entorno fantasmagórico que provoca su miedo, que nace de la interpretación que su subconsciente realiza de cuanto observa, de tal manera que él mismo provoca su incomprensión de un medio donde lo irreal y lo real se confunden. De ese modo Allan se enfrenta a lo inexplicable, pues no encuentra lógica en los sucesos que presencia, como ocurre cuando un individuo se cuela en su habitación y le entrega un paquete que debe ser abierto cuando aquél fallezca. Esa imagen espectral reaparece poco después en el camino de Allan, pero ya no se trata de una visión, sino del dueño del castillo al que Grey accede en la que se puede considerar la segunda parte de Vampyr. Allí observa la muerte de Bernard (Maurice Schutz), como también descubre que el paquete esconde un libro sobre el vampirismo, que explica parte de los extraños sucesos en los que se ve envuelto. La subjetividad del protagonista prevalece en todo momento, quizá por ello nunca se llega a saber si los hechos forman parte de una pesadilla o de la experiencia real, aunque las palabras de Dreyer y las imágenes apunta hacia lo primero, sobre todo cuando las sombras parecen cobrar vida propia o cuando Allan se descubre a sí mismo en el interior de un ataúd desde donde observa parte de los hechos que le enfrentan a un vampiro que ha tomado la forma de anciana (Henriette Gérard); y que es el o la responsable de la muerte del dueño del castillo y de la infección de Leone (Sybille Schmitz), una de las dos hijas del finado.
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