jueves, 19 de julio de 2012

Alarma en el expreso (1938)






Previo a su viaje a Estados Unidos y firmar su contrato con
David O. Selznick —para quien 
iba a rodar una película sobre el Titanic que jamás llegaría a filmar, en su lugar haría Rebeca (Rebecca, 1940)—, Alfred Hitchcock estrenó Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938), otra de sus espléndidas y entretenidas intrigas hechas durante su etapa británica. El film carece de rubia y de falso culpable, habituales en el cine de
Hitchcock, pero sí tiene un tren, medio de transporte que reaparece a lo largo de su filmografía, y su malicioso sentido del humor, constante de principio a fin, y su mundo construido sobre falsas imágenes y apariencias. El uso de los espacios cerrados (el hotel y los compartimentos), la ironía, el sexo escondido, pero evidenciado, y la falsedad resultan más atractivos e interesantes que el misterio en sí, aquel en el que Iris (Margaret Lockwood), la protagonista, se ve inmersa cuando despierta en el vagón y no encuentra a Miss Foy (May Whitty), por quien pregunta y a quien todos los pasajeros que la han visto niegan su existencia. Ella afirma que su amable compañera es real, que ha desaparecido, que algo extraño sucede, pero nadie le cree. Tanto la estancia en el hotel como la posterior ausencia y búsqueda permiten a Hitchcock burlarse de las costumbres británicas, de esos pasajeros ingleses capaces de mentir o de mantenerse al margen del incidente para no arriesgar sus objetivos o guardar las apariencias. En el caso de los dos amigos, Caldicott (Naunton Wayne) y Charters (Basil Radford), su silencio obedece a su deseo de llegar a tiempo a Inglaterra para ver un partido de cricket —lo único que despierta el interés de ambos—; y en el de la pareja interpretada por Cecil Parker y Linden Travers, que se oculta en uno de los compartimentos, el no ser descubiertos en infidelidad conyugal. La historia de espionaje arranca en un país imaginario, aunque si se tiene en cuenta que el año de rodaje es 1938, podrían interpretarse como una variante de algún país real de Centroeuropa. En Bandrika, varios súbditos británicos se encuentran a la espera de tomar un tren para salir del país y regresar a Londres, entre esos viajeros que deben pasar la noche en un hotel de un pueblo perdido en las montañas, como consecuencia del mal tiempo, se descubre el rostro de Iris Henderson, quien, tras asumir que ya ha vivido todo tipo de experiencias, regresa a casa para contraer matrimonio, aunque, de momento, debe conformarse con protestar airadamente por la música que no le deja dormir, y cuyo responsable, Gilbert (Michael Redgrave), ni corto ni perezoso, se presenta en su habitación para agradecerle que la dirección del hotel le haya amonestado. Ese mismo individuo, que en el hotel le resulta antipático, se convierte en su única ayuda al día siguiente, cuando emprende el viaje y descubre que Miss Froy, la simpática institutriz que le ha invitado al té en el vagón restaurante, desaparece sin dejar rastro. A partir de ese momento se inicia el juego del gato y del ratón; Gilbert e Iris buscan, el resto oculta y se oculta en ese tren donde el doctor Hartz (Paul Lukas), el prestigioso y elegante neurocirujano praguense, también le ofrece su ayuda, aunque no para encontrar a la desaparecida, sino para superar lo que él supone un trastorno consecuencia del golpe que la joven recibió antes de subir al transporte. El doctor Hartz le ofrece diferentes explicaciones científicas para calmarla y convencerla de que todo es una ilusión que se confunde en su mente, sin embargo, Iris se niega a creerle, sobre todo cuando descubre algunas evidencias que aseguran que la anciana es real y no fruto de su cansancio ni de su imaginación. La intriga de Alarma en el expreso se disfruta a la par que su humor desenfadado, en ocasiones caricaturesco, que prevalece tanto en el hotel como durante el viaje en tren, que si bien se centra en la joven que, sin desearlo, se encuentra envuelta en un misterio, no pierde de vista la insolidaridad de los testigos que niegan haber visto a la desaparecida. Unos lo hacen por intereses tan ingleses como la puntualidad y el cricket, otros por salvaguardar su doble vida y hay quien simplemente lo hace por dinero, quizá esto le reste hipocresía, al tratarse de un negocio, ya que han sido contratados para hacer pasar por verdad la mentira que la pareja protagonista pretende demostrar que es un engaño.




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