lunes, 26 de agosto de 2024

Eugenia Grandet (1953)


El escenario y la época pueden cambiar, pero las pasiones humanas parecen transcender los marcos espaciales y temporales y permanecer allí donde el individuo y la sociedad existan, de ahí que las Eugenias y los Eugenios Grandet puedan adaptarse a distintos momentos y lugares, pues espíritus inocentes y avaros los hay sin distinción de dichos marcos. Los hay en el siglo XIX de Honoré de Balzac como en el XX de Julio Alejandro —guionista de esta adaptación de Eugenia Grandet realizada por Emilio Gómez Muriel—, en Francia y México, países donde don Eugenio Grandet (Julio Villarreal) es un ser mezquino, sin distinción de época o nacionalidad. Lo que sí varía son los modos de describir los personajes, las situaciones y los ambientes, dependiendo del medio en el que se realicen. Por ejemplo, la minuciosidad descriptiva de Balzac en el original literario desaparece en la adaptación cinematográfica de Gómez Muriel, cuya obra fílmica pierde verosimilitud respecto a la novela. El realismo de la Eugenia Grandet literaria se sustituye por el melodrama que afecta al ritmo de la película, un ritmo que resulta cansino, en exceso forzado para lograr trasmitir los sentimientos y emociones que (expresados en voz de los personajes) suenan falsos; falsedad que no transmite la lectura del original. En todo caso, me quedo con la idea de que el señor Grandet no se debe tanto al lugar de origen como al dinero, pues este es la pasión que le empuja, su motor vital, lo que más quiere en el mundo.


Cada cumpleaños de su hija Eugenia (Marga López), le entrega un centenario de oro, pero, más que un regalo, parece un depósito. Le insiste en que ha de conservar el oro, eje motriz de su existencia. Ni siquiera sabe que tiene treinta millones de pesos en monedas doradas, solo las esconde y las adora en secreto. El padre padece la fiebre de la avaricia. Los síntomas son claros, su delirio se evidencia en no pocas ocasiones. <<Hay que consérvalos siempre>>, desvaría al hablar de sus centenarios: su tesoro. Quiere adorarlo, protegerlo de manos que no sean las propias. Prefiere malvivir a gastarlo para mayor bienestar familiar. Su avaricia se evidencia tras la ruina y suicidio de su hermano, quien antes de morir le envía a su hijo Carlos (Ramón Gay), para que se haga cargo. Eugenio recela de su sobrino; teme que el joven pretenda apoderarse de su oro, aunque sea él quien se quede con los pocos objetos que Carlos conserva a cambio del dinero para el pasaje que alejará al huérfano de su prima. La intervención de don Eugenio, en la relación amorosa, marca el devenir de su hija y de su sobrino. Pues logra distanciar a Eugenia de Carlos, que debe irse en busca de fortuna. Ella entrega al hombre que ama los centenarios que le ha dado su padre, sin saber que este es capaz de destruir cualquier vida por conservar su oro: <<¡Mi oro! ¡Mi oro!>>, exclama en un momento puntual de la película, cuando descubre que su hija a entregado a otro su pasión, su felicidad, su razón de ser…



4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Francisco. Hay mucho buen cine, literatura, música,... que descubrir y recuperar

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  2. La vi hace algunos meses, junto con el resto de adaptaciones, que no son pocas, de las que esta gran novela ha sido objeto.

    Saludos.

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    1. Cierto, no son pocas. He visto que hay más adaptaciones de las que pensaba. Espero ir viendo las que me faltan, a medida que las vaya encontrando.

      Saludos.

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