El protagonista de un diario es el “yo”, sus impresiones y sus reflexiones; un “yo” siempre en presente y siempre en pasado que escapa a la contradictoria simultaneidad temporal porque existe en ambos, incluso puede transcenderlos. El “yo” modelo narrativo de un “diario” es tanto el que se habla a sí mismo, en busca de conocerse o de plantearse en la vida, como el que habla al “nosotros”, suma del “yo” que escribe experiencias y pensamientos y el “nosotros” que las leemos en un tiempo posterior: futuro para el autor y presente para el lector. Cierto que prevalece la intimidad, pero todo pensamiento escrito aspira a la supervivencia tras el fin del “yo”. Es reflexión, testimonio, eco, olvido, memoria; nunca una verdad absoluta, incluso puede llegar a ser una vía de liberación, recurso que emplea la persona que escribe para enfrentarse a la cotidianidad en la que se descubre atrapada. En ese caso, el narrador del diario quizá busque liberarse de la sensación presidiaria que le asalta cuando se detiene a contemplar y se plantea en el mundo. En la mayoría de los diarios el “yo” habla para sí y, aunque sea inconscientemente, lo hace sin dejar de hacerlo al exterior donde habita el posible lector. Esta posibilidad de contacto tiende a ocultar, pero Francisco es consciente de ella; lo acepta y asume que una de las finalidades de su “Diario” es que otros lo lean y le descubran. Quiere compartir y dialogar con quien abra su libro. Desnuda su humanidad y deja entrever su fondo, su ilusión por mostrar y comunicarse; pues, ante todo, Francisco es el mejor transmisor de sus pensamientos y de sus ideas. Emotivo y vivencial, reflexivo y amante del conocimiento, invita a cada particular que le acompañe en la lectura a sacar sus propias conclusiones.
El <<profesor también es un relato y un conjunto de acontecimientos vitales, unidos en un “yo”.>> (1) Y como tal, es el protagonista de su aventura docente y vital, profesional y personal. Francisco invita a conocerla. La acota a su tiempo docente, entre 1989 y 2023, año en el que cuelga los “hábitos”, pero no su seguir guerreando en su afán de aprender, comprender y compartir lo vivido. Así, como alguien que desea expresarse, darse a conocer, asoma en las páginas de Diario de un profesor de Filosofía explicando en cuatro breves prólogos (analógico, ontológico, epistemológico, jubiloso) su intención, prólogos que preceden a su Diario. Da el primer paso en la docencia, cuando recibe un telegrama para realizar la sustitución que marca un antes y un después. Aunque solo es un contacto superficial y circunstancial, todo le resulta novedoso, porque ahora se encuentra en el lado que nunca había estado. Las ilusiones están intactas, pues es el inicio de su aventura. La historia y la vida del docente nace en ese instante. Son sus primeros pasos, los da en aquellos lejanos tiempos del BUP y el COU; que para él, para mí y para tantos más todavía viajan con nosotros, formando parte nuestra. Son años de cursos en los que me reconozco desinteresado, pues, en el curso 1989-1990, la educación formal no me llena. Pertenezco al otro bando: el del alumnado. Curso 3º de BUP y me veo pasando de las asignaturas y de los profesores. ¿Cuántos captan mi atención? ¿Uno? ¿Dos? ¿Ninguno? ¿Solo la evocación magnificada por los años que agrandan su leyenda, la de un profesor de Historia? Mi atención de entonces es para los amigos, para las chicas, el cine, la música y algunos libros. Son años de despertar y de fiesta, pero también de aprendizaje. Quiero el mío más informal que formal, pues me anima más el fuera que el dentro del aula; aunque al final nunca llegue a alejarme por completo de ella. Por otra parte, tengo la certeza de que los alumnos juzgamos a los profesores, como ellos lo hacen con el alumnado; en todo caso, los tratamos según el dictamen al que se llegue: si son de dictadura o de dictablanda; si simpáticos o antipáticos, más de una vez se escucha <<que enrollada>> o <<que plomazo>>. En otra categoría entran los sustitutos o los de prácticas, a quienes juzgamos con menor autoridad que a los titulares. Con esto quiero decir, que el trato no es igual para esta que para aquella otra persona, a veces sin darles la menor oportunidad para dejarles ser ellas.
Ignoro cómo habría sido mi encuentro escolar con aquel joven Francisco que en 1989 llega a Venta de Baños (Palencia) sin experiencia previa en la docencia. Lo ignoro porque nunca hubo tal encuentro, aunque bien podría inventarlo, pero el resultado sería un cuento; y aunque inocente, no dejaría de ser un engaño. La filosofía necesita la verdad; es su razón de ser, su aspiración, su conocimiento final, solo que este no concluye. ¿Quién podría determinar el porqué? Tal vez por el olvido, la desgana, la huída y los mitos lo oculten, pero lo dudo. Prefiero creer que se trata de nuestra propia condición, la cual nos limite a ser siempre seres en busca, en camino de encontrar y reencontrarnos. Aquel primerizo entra a formar parte del otro bando: el profesorado, cuya mayoría me sonaba aburrida, más que autoritaria; la verdad, desde que me recuerdo he tenido un distanciamiento con cualquier forma de autoritarismo y con el orden que impone. ¿Por qué? Hay preguntas sin respuesta o que me respondo en la intimidad, tal vez el lugar donde mejor me muevo, pero leyendo este “Diario” encontré posibles en la relación maestro-alumno y del profesor con sí mismo. Supongo y quiero creer que cualquier otro u otra lectora encontrará las suyas, pero lo más interesante reside en el plantearse, pues, aunque las personas sean las mismas, nunca lo somos de un modo definitivo y menos ante los ojos de los otros. Condenados a ser en los demás (la proyección) y en el propio continuo y cambiante emocional y racional en el que nos hacemos, desde el primer momento hasta el último suspiro, nos construirnos en el yo y nos establecemos en el nosotros. Vivimos en las relaciones con los demás y con uno mismo, lo que me lleva a pensar que somos mientras nos construimos y nos destruimos, pero, en realidad, ¿quienes somos? Francisco vive su evolución desde su primer día, pero no descubre su vocación hasta 1991. A partir de entonces, da un paso creativo. Enamorado, su <<vocación —esa forma de amor>> (2), continúa su aprendizaje al tiempo que su enseñanza. Así, Francisco conoce el doble sentido de la relación que establece el maestro y el alumno, una relación que no resulta idílica, pero que roza el ideal cuando este respeta a aquel, aquel a este y se establece una admiración mutua, donde ambos participan. A menudo, tampoco resulta satisfactoria, pero siempre se da entre seres sensibles y emocionales, aunque algunos entre los docentes y el alumnado parezcan piedras o fieras de la selva. Condicionados por tantas cuestiones, desde sus intereses y sus conocimientos, hasta sus querencias, sus motivos, sus dudas y sus circunstancias, la satisfacción y la frustración asoman en el aula.
Cuando vuelvo la vista atrás, comprendo que he recorrido más de la mitad de la vida, que es un camino en el que el enseñar y el aprender van parejos. A veces duele, pero otras gratifica. Se camina y mientas damos los pasos se puede amar y admirar el paisaje, y descubrirse ante un nuevo comienzo. Y si algo queda claro al final de la lectura de Diario de un profesor de Filosofía es que no hay final, hay el amor de Francisco por conocer, por plantearse y por animar a otros a buscarse y a conocerse un poco más. El maestro prefiere mostrar, que dar una lección de sabiduría, en una comunión no siempre posible entre el “yo” y el “nosotros”. Para todos, los años pasan; y para los ilusos, los gigantes acaban por convertirse en molinos. Las desilusiones ganan a las ilusiones, pero el relato y el conjunto de acontecimientos vitales continúan, siguen en marcha: el aprendizaje y <<la labor de enseñar transcienden los límites de la asignatura (del aula, de la escuela, del sistema educativo oficial) —la cursilla es mía— y produce una mejora en el ser humano, a pesar del desaliento, la tristeza, con la que nos enfrentamos diariamente: la desmotivación e ignorancia reinantes en la sociedad.>> (3)
(1) (2) (3) Francisco Huertas Hernández: Diario de un profesor de Filosofía (1989-2023). Editorial Forment, Barcelona, 2024.
Toño, es la primera crítica de mi libro. La más humana y la mejor, seguramente. Además aquí está la experiencia del lector que también forma parte de ese proceso sin final del aprender y descubrir...
ResponderEliminarFrancisco
Muchísimas gracias Toño
ResponderEliminarGracias a ti, Francisco, por la lectura, por invitar a conocer tu pensamiento y tu experiencia docente y humana. Me ha gustado mucho como expones la relación aprendizaje-enseñanza en el aula, entre tus alumnos y tú (en doble sentido, dialogando, cuestionando y llegando a respuestas que llevan a más cuestiones) y entre ellos, cómo establece su propio diálogo interior. Me reconozco en pensamientos de tu “Diario”, pues comparto ideas que asoman en él. Además, ha sido una lectura gratificante y, no en pocos momentos, emotiva. Abrazos
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