En Robert Zemeckis el azar, la casualidad y la ausencia de control sobre los hechos y sobre las propias existencias son constantes que se unen a la intención de dominar el tiempo o de escapar de la linealidad temporal que se observa en los relojes que asoman en no pocas películas suyas. Esta intención salta a la vista en la saga Regreso al futuro (Back to the Future) o en La muerte os sienta tan bien (Death Becomes Her, 1992), en la que se pretende retrasar el envejecimiento; incluso en Náufrago (Cast Away, 2000), en la que Wilson y su amigo, interpretado por Tom Hanks, son desterrados del tiempo. Pero en El vuelo (Flight, 2012), Whip Whitaker (Denzel Washington), el protagonista, no trata de escapar de la linealidad temporal. Se le descubre alejándose de sí mismo, a la deriva existencial en una noche y amanecer de sexo, alcohol y cocaína que sería una más entre tantas veladas iguales, en las que espantar los recuerdos que no se olvidan, las culpas que no se acallan y el vacío que no se llena con vodka, ni con güisqui ni con litros de cerveza. Pero, tras su traumática experiencia, a los mandos de su avión, intenta orientar su existencia. Es decir, busca un comienzo, lo cual, de algún modo, resulta cambiar el tiempo, pues altera la línea temporal, la trayectoria vital que viaja a la deriva, creando nuevas alternativas.
La situación del veterano piloto es la de una vida rota, psicológicamente hablando, lo que a priori puede hacer de él alguien inestable en cuyas manos se ponen las vidas de los viajeros y de la tripulación de los aviones que pilota. Se trata de un profesional experimentado, incluso excepcional, puesto que logra aterrizar de manera milagrosa un vuelo accidental, pero ¿fue responsable del siniestro o el héroe que salvo 96 de 102 personas que viajaban en el avión que pilotaba después de una noche de excesos sin dormir? Entre los seis fallecidos, dos auxiliares de vuelo; con una de ellas mantenía una relación íntima. Las autoridades investigan, los medios exaltan su heroicidad, el sindicato intenta protegerle para proteger al resto de sus aficionados, pero la realidad de Whip es la pesadilla de la que no despierta tras el aterrizaje forzoso, cuando físicamente recupera el conocimiento en el hospital donde su amigo Charlie (Bruce Greenwood) le descubre la realidad de lo sucedido y las lágrimas se deslizan por su rostro. Aunque no considera que haya sido culpa suya, existe culpabilidad en él, también miedo. Siente temor y negación de su alcoholismo. <<¡Yo elijo beber!>>, exclama una y otra vez en una secuencia del film. Sin embargo, no escoge, ni se siente libre. Se siente solo, rechazado, herido.
En el hospital, conoce Nicole (Kelly Reilly), ingresada por una sobredosis de heroína. Ella es otra vida sin rumbo, en peligro, si no hay cambio. Mientras se produce un acercamiento entre ambos, la comisión que investiga el siniestro aéreo pretende determinar las causas del accidente y las responsabilidades de las seis muertes. ¿Hubo negligencia criminal por parte del piloto o se debió a fallos mecánicos como él afirma? Queda claro que el aparato no responde por algún motivo mecánico, pero los análisis que realizan a Whitaker en su ingreso en el hospital determinan una tasa de alcohol (de 0,24) y cocaína que lo convierten en sospechoso a ojos de los investigadores, pero ese informe se descarta gracias a la habilidad del abogado contratado por el sindicato de pilotos. Whip se mantiene en sus trece. Elude responsabilidades; no quiere enfrentarse a la verdad, a su adicción, y asegura que el avión estaba en mal estado, que fue un fallo mecánico. No le falta razón respecto a la nave, pero elude el problema que le afecta, incluso quiere que otros mientan para encubrir su ebriedad durante el vuelo, ya que puede caerle la perpetua si se demuestra que es responsable de seis homicidios involuntarios. Dicha posibilidad pesa, asusta, condiciona, amenaza a Whip y a su intención inicial de cambiar su rumbo vital; una intención que no pasa de ahí y que condiciona la relación que establecen el piloto y Nicole, quien sí se esfuerza por un comienzo lejos de las drogas. Se reconocen. Comprenden, tal vez, sus similitudes existenciales y sus necesidades emocionales; en todo caso, su deriva les acerca; pero ¿a dónde? ¿A un comienzo común? ¿A algún punto de partida? ¿A una relación condenada de antemano? En todo caso, si podrán empezar de nuevo y dónde les situaría ese inicio son cuestiones que Zemeckis va respondiendo sin juzgar a sus personajes y sin caer en la sensiblería ni en el exceso melodramático.
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