Había acordado participar en la superproducción que Rouben Mamoulian iba a realizar sobre el triángulo Cleopatra, Julio Cesar y Marco Antonio, cuando su contrato con MGM estaba a punto de concluir, después de dieciocho años en el estudio, pero antes <<aún tenía que rodar su última película para la Metro. El estudio quería explotar los escándalos de su estrella y le ofrecieron protagonizar Una mujer marcada, basada en la vida de una famosa prostituta de lujo en Nueva York. Tras leer el guion, a Liz le pareció un insulto a su persona. “La protagonista es una ninfómana —se lamentó—. Es una historia tan repugnante que no la haré por nada del mundo.” Los ejecutivos la amenazaron con suspenderle el contrato y no podría trabajar en otra película durante dos años. Finalmente aceptó a regañadientes porque no quería perder su contrato millonario con la Fox. Estaba tan enojada que les aseguró que “les iba a causar todo tipo de problemas” y exigió que le dieran un papel a su esposo Eddie Fisher. El rodaje comenzó en enero e Nueva York y para su director Daniel Mann fue una horrible pesadilla. “Liz se mostró más impertinente y caprichosa que nunca, y todos sentimos un gran alivio cuando concluyó la última escena”, confesó.>> (1) Esa película que no quería hacer, y en la que fastidió cuanto pudo, resultó ser un éxito para ella, además de proporcionarle su primer Oscar a la mejor actuación femenina del año, premio dorado que, fuera de su parafernalia y de su implicación económica, en cualquiera de sus categorías (salvo, quizá, las técnicas), dudo que aporte un reconocimiento objetivo del trabajo realizado; sin ir más lejos, aquel mismo año, Shirley MacLaine estaba nominada por su papel en la magistral El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960).
Si algo similar lo hubiera hecho un individuo cualquiera, alguien común, le habrían despedido o abierto un expediente laboral o, en época romanas, enviado junto a Ben-Hur a galeras a remar. Sin embargo, Elizabeth Taylor era una gran estrella, quizá la más mediática y consentida por el estudio mientras fuese una fuente de ingresos. Su paso por la Metro se saldó con un balance positivo, aunque se viera obligaba a aceptar imposiciones laborales de sus superiores; pero ¿quién no las ha de aceptar en su trabajo, por lo general peor pagado que el de la actriz? Aquel contrato, que concluía en Una mujer marcada (BUtterfield 8, 1960), le había permitido la cómoda y lujosa existencia de la que no pretendía renegar. Lo que ella quería era la parte del asunto que le beneficiaba y la libertad para actuar a su antojo; es decir, lo que queremos la mayoría, pero que casi nadie obtiene. Y lo que ella obtuvo de esta película, que nada tenía de escandalosa ni de insulto, sino que se puso a su disposición; aunque despreciase el guion y actuar en la película, fue su libertad laboral y su mayor reconocimiento profesional hasta aquella fecha; aunque esto no quiere decir que fuese su mejor film, de hecho, su resultado apunta lo contrario, ni su interpretación más lograda; ni de lejos. En todo caso, el protagonismo de Elizabeth Taylor es el principal aliciente de este melodrama que, de tan forzado, resulta cansino y ni el talento que se le supone a sus guionistas, Charles Schnee y John Michael Hayes, evita el conformismo y el aburrimiento melodramático que prevalece durante el metraje de Una mujer marcada, en la que Taylor tenía como pareja a Laurence Harvey, cuyo rol bien podría ser una prolongación de su arribista en la muy superior Un lugar en la cumbre (Room at the Top, Jack Clayton, 1958), y no solo escribo “superior” porque su título la sitúe en la cima. La novela BUtterfield 8, de John O’Hara, en la que se basa el guion fue publicada por primera vez en 1935 y resulta mucho más atrevía y moderna. Dicho de otro modo, mantiene su atractivo a ojos de una mirada actual, algo que dudo que suceda con la película ante un público que mire la pantalla y vea más allá de la estrella interpretando a una mujer, combinación sexual y emocional, que daba mucho más de sí que querer casarse, y que se quedó en lo que asoma en este melodrama: un estereotipo para mayor lucimiento de Elizabeth Taylor, lo cual, visto desde los ojos de sus fans y de la industria de Hollywood, tampoco estaba nada mal, pero esto no implica que la película sea mejor de lo que es…
(1) Cristina Morató: Diosas de Hollywood. DeBolsillo, Barcelona, 2020.
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