miércoles, 13 de diciembre de 2023

La batalla desconocida (2016)

Antes de familiarizarme con la tabla periódica, ya conocía la existencia del wolframio (W), aunque ignoraba que también recibiese el nombre de tungsteno, el cual se debe al sueco Axel Fredrik Cronstedt, descubridor del niquel (Ni). Pero, al principio, solo era una palabra que, a cada viaje, avivaba mi curiosidad infantil, la cual me animaba a preguntarme qué quería indicarme aquel viejo letrero de carretera donde leía “Mina de Wolframio”. Todavía desconocía que se trataba de un metal de transición, situado hacia la mitad de la tabla (grupo 6, periodo 6), tardaría varios años en saberlo, pero cada vez que pasaba delante de aquel indicador, me sorprendía preguntándome cómo sería la mina y qué era aquel nombre que empezaba por W. Salvo alguna excepción, desconocía cualquier palabra que empezase por una consonante tan rara en castellano y en gallego; más adelante descubrí otras que se inician por dicha letra, tal que “güisqui”. Pero esta implicaría contar otra película, quizá la de Días sin huella (The Lost Weekend, Billy Wilder, 1945). La de ahora me lleva a transitar la carretera que va de Santiago de Compostela a Malpica de Bergantiños. Son unos sesenta y tres kilómetros de recuerdos curvos, salvo dos tramos, de olores y colores dispares, de vía estrecha y dos carriles, de baches, subidas y bajadas, de montes y casas salpicando el recorrido, y, sobre todo, mareantes o, al menos, tengo la idea de que ya me había mareado varias veces antes de llegar al lugar donde estaba situado aquel letrero que leía antes de alcanzar Buño, el pueblo alfarero situado entre Carballo y Malpica y último puesto de la guardia civil o el primero, si aquel flamante coche tomaba la misma dirección y sentido opuesto.

No recuerdo el día que decidí preguntar a mi padre, pero sí puedo evocar y adulterar su explicación. Me respondió que aquella mina llevaba tiempo cerrada y que el wolframio era un mineral que habían usado los alemanes en la guerra para reforzar el blindaje de sus tanques y aumentar la resistencia de su artillería. <<¿Qué guerra?>>, pregunté. Él me contestó que la del Peloponeso y yo le repliqué que no me sonaba. Sonrió y me dijo que era demasiado joven para haber oído hablar de ella. <<Bromeaba>>, acabó reconociendo, mientras sonaba en el radiocasete “….vai o gato metido nun saco, Vai o gato pra terra da Laxe….”, para luego decir que la guerra en la que los alemanes emplearon el wolframio había sido la II Guerra Mundial. Aquello me sonó enorme, pues, a mis oídos, “mundial” sonaba gigantesca. Supongo que a otros niños les parecería una palabra minúscula, insignificante en comparación de  “supercalifragilisticoespiabilidoso”, pero, lo cierto, es que lo pronunciado por el deshollinador nunca despertó mi curiosidad ni mi simpatía. Me interesaba bastante más saber sobre el elemento de número atómico 74 que volver a soportar aquella aburrida y noña película de Robert Stevenson que años después volvería a ver. Entonces también pensaba que conocer la existencia del wolframio no cambiaría mi vida, pero ¿como podría afirmar o negar si lo hizo o no? Lo único que puedo asegurar al respecto, es que avivó mi curiosidad hacia la Historia y las historias. Pero el wolframio sí cambió numerosas existencias y, por un momento, marcó el rumbo de la guerra.

El documental La batalla desconocida (2016) habla de la fiebre del tungsteno que se desató en varios puntos de la península ibérica; en su película, Paula Cons y varios de los entrevistados la comparan con la del oro, metal precioso que abundaba en Galicia hasta la llegada de los romanos; que eran esos tipos que nos dieron todo lo que afirman los Monty Python en la brillante e hilarante La vida de Brian (Life of Brian, Terry Jones, 1979). Fueron los mismos que entraron a saco en el noroeste peninsular después de atravesar el río del olvido. Y lo curioso del asunto: no perdieron la memoria o alguien les recordó el valor del oro, pues, fuese una u otra opción, al descubrir yacimientos y ríos que arrastraban pepitas doradas decidieron transformar el paisaje gallego (y de otros puntos de su mundo conocido) para su mayor enriquecimiento (me refiero al romano). Pero ya es hora de que regrese al tungsteno, que vendría a significar “piedra pesada”. Fue aislado por primera vez por los hermanos Elhúyar, Juan José y Fausto, dos químicos españoles que publicarían sus experiencias en el estudio “Análisis químico del wolfram y examen de un nuevo metal que entra en su composición”. Corría el año 1783. Ciento cincuenta y seis años después, aquel metal que guardaba semejanza con la “baba del lobo” empezaba a cobrar una importancia vital y mortal en el devenir de la historia mundial y también en otras más locales e íntimas, como las que se darían en los alrededores de Santa Comba, localidad coruñesa que en 2007 llegó a contar con 43 licencias de tablao, en Touro, como quien dice, al lado de mi casa, o en el lugar aquí evocado. De repente, un elemento que a nadie parecía importar, se convirtió en el metal más preciado y mejor pagado. A grades rasgos, de eso trata La batalla desconocida, de un tema que no para todos es ignorado, aunque quizá sí para la mayoría a la que se dirige esta propuesta que habla de los intereses económicos, políticos y militares despertados por el wolframio, el que presenta el mayor punto de fusión y ebullición entre los elementos conocidos, lo que explica su elevado valor bélico. El film se inicia recordando el apoyo nazi a los sublevados en la guerra civil, de modo que así establece el eje del documental: la guerra silenciosa que se desató bajo la Mundial. Pero, aunque indica los tejemanejes entre la Alemania de Hitler y el franquismo, nada dice sobre que ni Reino Unido ni Estados Unidos movieron un solo dedo para evitar la victoria de Franco en el conflicto español. Tiempo después, ya inmersos en la guerra contra el Eje, estos dos aliados se verían obligados a impedir el suministro de wolframio español y portugués a Alemania. Lo que implicaba apretar las tuercas a un dictador que veía con buenos ojos la entrada de divisas procedentes de la venta del mineral. Si lo hubiera sospechado entonces, cuando transitaba por aquella carretera, en la parte trasera de aquel viejo automóvil, le preguntaría a mi padre <<¿por qué consintieron el apoyo alemán e italiano a la España nacional y prohibieron la venta de armas a la República, obligándola a ir de compras a la URSS y a México?>> Ignoro si me respondería que <<la política es una práctica amoral, variable y ambigua>> o si se pondría a cantar <<… vai o gato metido nun saco…>>, que, para el caso, vendría a significar lo mismo, pues ya habríamos dejado la mina atrás y mi mente, todavía ajena a la abstracción y a la complejidad del mundo, empezaría a preocuparse por otras partes visibles del paisaje…

Bibliografía y documentación empleada en La batalla desconocida:


Franquismo y Tercer Reich, de Rafael García


La batalla del wolframio, de Joan Maria Thomas


Las armas y el oro, de Ángel Viñas


Franco, Hitler y el estallido de la guerra civil, de Ángel Viñas


El telegrama que salvo a Franco, de Carlos Collado Seidel


War Zone, de Emilio Grandío


Canfranc y el oro, de Ramón J. Campo


Galicia en guerra, de Eduardo Rolland 


La fiebre del wolfram en Galicia, de Joaquín Ruiz Mora


Movimientos de oro en España durante la II Guerra Mundial, de Pablo Martín Aceña


A luz do negro, de Encarna Otero



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