sábado, 18 de septiembre de 2021

Election (1999)


La fiebre del número uno se contagia y se extiende por todos los campos sociales sin que exista antídoto o, mejor dicho, no se desea cura para una necesidad inventada e impuesta por los propios humanos con la finalidad de producir ídolos y beneficios, y también para reproducir modelos de conducta que, imitando su imagen, perpetúen la competición. Número uno en ventas o en tal o cual deporte, el primero de la clase y de la lista, el enemigo público número uno, el primer ministro o el solo puede quedar uno de Los inmortales (The Highlander, Russell Mulcahy, 1988). Ese privilegiado número uno o primer puesto es el objeto de deseo de la competición que forma parte de la herencia que se trasmite de padres a hijos, lo que implica que los herederos no se planteen los porqué competitivos, como resulta ser el caso de Paul Metzler (Chris Klein), quien, sin saber qué le aguarda o para qué se presenta a las elecciones, acepta alegre porque así se lo indica el profesor McAllister (Matthew Broderick). Según se mire, este docente es el protagonista o el antagonista de Election (1999); en todo caso es el antihéroe norteamericano de la sátira política que Alexander Payne ambienta durante una particular campaña electoral, particular porque Payne no se mueve por la alta política, de republicanos y demócratas, que suele asomar en el cine sobre políticos hecho en Hollywood, sino que desciende varios peldaños, alcanza la base (el sistema educativo) e ironiza sobre la política y la sociedad estadounidense desde la carrera a la presidencia del consejo escolar del instituto Carver de Omaha (Nebraska). La competición está arbitrada por ese profesor que se descubrirá un tanto resentido con la cotidianidad que su voz recuerda plena, aunque las imágenes y situaciones de Election muestra un tanto aburrida. Dice que siempre quiso educar y transmitir valores, pero, en realidad, como maliciosamente apunta la voz de Tracy Flick (Reese Witherspoon), no deja de repetir las mismas lecciones, año tras año, el mismo tipo de camisa y un discurso teórico que difiere de la realidad práctica en la que ambos se enfrentan. Ella asume que el señor M es un tipo anodino, mediocre, quizá alguien que esperaba más que su cotidianidad marital y profesional —hacia eso apunta que desee a Linda (Delaney Driscoll), recién separada de su amigo Dave (Mark Harelik), y que quiera frenar el ascenso de Tracy, la alumna más ambiciosa del centro escolar. Jim McAllister es profesor de historia y ética y, precisamente asumiendo una postura moral que no emplea para reflexionar sobre sí mismo, no ve con buenos ojos a la ambiciosa alumna que siempre lo sabe todo, la misma que levanta la mano para responder cualquier pregunta, la misma que se dejó seducir y la misma que sedujo a Dave, el profesor cuyo patetismo alcanza cotas caricaturescas, sobre todo cuando, entre sollozos y su confesión de amor, lo despiden del instituto. Como tantos otros momentos relacionados con Tracy, este se graba en la mente de Jim y le agudiza su rechazo hacia la candidata que juega para ganar las elecciones.



Según se mire, Tracy es la protagonista o la antagonista de
Election, en cualquier caso es la ganadora norteamericana escogida por Payne para ironizar sobre la hija del “sueño americano”, la que hará cualquier cosa para hacerlo real, aunque la realidad alcanzada difiera de la soñada. Ella es el polo opuesto de Paul, el popular, el deportista, el medianía de pocas luces cuya ausencia de crítica pasa por bondad, desde la cual lo acepta todo sin reflexionar, lo que le permite vivir en la aceptación y con los ojos cerrados; de modo que, para él, las elecciones son en la superficialidad, carecen de sentido y, en esa ausencia, le encuentra sentido. Para Tracy, que prepara su campaña electoral con mimo y cuidando los detalles, la presidencia del consejo escolar es la meta, su primer escalón hacia la cima del éxito que asume merecer, condicionada en buena medida por la superioridad asumida, la educación materna recibida y el gen de competición cuyo origen se encuentra en el nacimiento mismo de la nación estadounidense, un gen ya totalmente globalizado. Ganar, alcanzar el éxito, es lo único que le importa, el resto no le plantea más problema que las soluciones y medios que le acerquen a su objetivo. De ahí que asuma el fin justifica los medios, lo mismo hará McAllister, y mienta cuando este le acusa de arrancar la propaganda electoral de Paul o cuando amenaza a Tammy (Jessica Campbell), después de que, también para fines propios, esta falsee su confesión y asegure que fue ella quien arrancó los carteles. Estos tres adolescentes son ejemplos dispares del mismo espacio donde Payne los suma a los adultos para dar forma a una comedia que satiriza, y mucho, la sociedad que abraza la competición y contradice sus valores, prescindiendo de la colaboración y de la autocrítica.


La caricatura filmada por
Payne radiografía lúcida y ácida un microcosmos que se amplía a un espacio mayor —la propia sociedad— y expone a sus jóvenes candidatos al duelo y a la burla. Sin disimulo, con gracia y sin piedad, en todo momento, Election descarga su absurdo sobre sus personajes o ¿son estos quienes descargan el suyo para señalar el que se produce en la realidad satirizada en la pantalla? Un ejemplo, entre tantos, que desvela el absurdo es la escena de los discursos de los tres candidatos; y también la que seguirá a continuación en el despacho del director, cuando este, representante del orden, asume eliminar a Tammy de las elecciones porque su discurso pone en evidencia al sistema. Minutos antes, la palabras de Tracy remarcaban la personalidad de una política fría y calculadora, que hace suyas las palabras de un escritor —que seguramente su auditorio desconoce— para introducir su discurso, en el cual no cree, salvo para que el resto admire su superioridad intelectual y se convenza de que ella es la elección indicada. Similar en su vacío, aunque opuesto en la forma, Paul tampoco cree en sus palabras; primero porque no son suyas, segundo porque ni siquiera tiene la posibilidad de entenderlas. Lee sin pausa un discurso que alguien le ha escrito —quizá su novia, y ex de su hermana Tammy—, no toma aliento, excepto en un instante en el que, para evitar la falta de aire, respira antes de proseguir su frenética lectura. La única de los candidatos que habla sincera, pues dice lo que le viene a la mente, es Tammy, quizá porque sea la única que no tiene un modelo adulto de referencia. Es rebelde, lesbiana y adoptada, también es la oveja negra de la familia y no se ajusta a las reglas de la competición, pues ella no compite para ganar, sino para fastidiar y vengar su desamor, dando rienda suelta a su inconformismo y a su anarquía juvenil, que resulta vitoreada por el público, que encuentra sentido a su discurso, y repudiada por el director, que la acusa de amenaza para el centro (y el orden establecido).


2 comentarios:

  1. Una película que parece menor y no lo es a cargo de uno de los directores americanos más interesantes de los últimos años.

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    1. Sí, también lo creo así. La película es mucho más de lo que aparenta a simple vista, y también coincido con tu opinión sobre Payne.

      Saludos.

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