En 1986, muchos niños de doce años del vecindario y del colegio queríamos ser goonies, pero la fortuna nos deparó formar parte de otra aventura: la realidad y, en ella, sentir la libertad infantil que implica ese instante humano en el que el tiempo se reduce a la hora de llegar a casa o de meterse en cama, de levantarse para ir a la escuela y salir de ella, sobre todo salir de ella y aprovechar el momento para jugar, incluso a juegos ahora “prohibidos” por su “extrema peligrosidad” —el número de bajas lo idearon después, quizá fruto del proteccionismo y de la corrección asumida hoy por los niños de entonces. A los doce, la vida era el momento eterno, la muerte todavía una idea sin determinar, aunque, para una minoría, ya concretada o apunto de concretarse en seres queridos, y el mañana lo era sin el artículo. Sencillamente, mañana era un nuevo día, el siguiente al anterior, una jornada en la que, aun siendo similar a la previa, todo nos parecía distinto, lleno de promesas, bromas, enfados, reconciliaciones, risas, lágrimas, posibilidades, riñas caseras y “luchas” callejeras, en el patio del colegio o a la salida, como sucedía cuando los alumnos mayores —en ocasiones también algún profesor—, más rápidos y fuertes que los pequeños, se deshacían de estos a empujones y se apoderaban de los álbumes y de los cromos que, desde una furgoneta o coche, repartidores sin rostro tiraban a pocos metros del centro, donde se iniciaba la batalla, para unos, y el deseo de ser los mayores del patio, para otros.
En Cuenta conmigo, Reiner adaptaba un relato de Stephen King —volvería a hacerlo en Misery (1990)— y conseguía una película adulta sobre la infancia en su paso hacia la madurez, pero, más que nada, lograba una nostálgica evocación adulta de un momento pasado, entre añorado e idealizado. Además, el film fue el inicio de una serie de exitosas películas que lo convirtieron en uno de los cineastas más relevantes del Hollywood de finales del siglo XX. Pero volviendo al tema, Cuenta conmigo es la aventura de vivir el camino de la infancia en su último tramo, cuando la amistad minimiza el dolor y se cree eterna, un instante en el que también se produce el salto de la educación primaria a la secundaria, con lo que esto implica —la sombra de la ruptura del grupo que hasta entonces ha permanecido unido. Reiner filma un film de memoria y de nostalgia y mira la niñez y la amistad de cuatro niños como la aventura de crecer, pues, sin ser conscientes, viven sus últimos instantes de infancia mientras caminan hacia la adolescencia y la madurez. Desde esta perspectiva, Cuenta conmigo es un canto a ese instante desaparecido en el presente, pero eterno mientras haya alguien que lo recuerde, y ese alguien es el escritor (Richard Dreyfuss) que regresa a su pequeño pueblo natal —el universo sin límites en la infancia— para acudir al entierro de uno de aquellos amigos, Chris Chambers (River Phoenix), el más importante para él, con los que recorrió la vía del tren en busca del cadáver que les concretó la idea de la muerte que obsesiona a Gordie (Wil Wheaton), el narrador, cuya determinación a encontrar el cuerpo sin vida del niño desaparecido implica enfrentarse a la muerte de su hermano mayor —interpretado por John Cusack, quien había sido el protagonista de Juegos de amor en la universidad (The Sure Thing, 1985), el anterior largometraje de Reiner— y aceptar la presencia de la muerte en la vida y en su pensamiento.
Hola, Antonio:
ResponderEliminarEn el 86 yo tenía once años, así que suscribo plenamente tu evocación de la niñez y de la película. Como dijo el poeta Rilke: «La verdadera patria del hombre es la infancia».
Saludos.
Hola, Juan
EliminarSospechaba que pertenecíamos a la misma generación. Quizá fue la última que jugó su infancia en la calle, sin miedo a lastimarse, y en casa sin ordenadores, aunque, si no recuerdo mal, algún compañero de colegio se adelantaba al resto y “tocaba” el futuro con su Spectrum de 128K.
Saludos.