viernes, 30 de julio de 2021

El espinazo del diablo (2001)



El “gusto” de Guillermo Del Toro por el horror y el fantástico le viene de niño, la edad natural para fantasear el miedo y darle forma de fantasma que al tiempo fascina y horroriza, un tipo de terror que genera curiosidad y rechazo, del que uno se esconde debajo de las sábanas o espanta con el interruptor que pulsa para dar luz artificial a la oscuridad reinante. Luces y sombras, lo conocido y lo desconocido, tanto los niños como los adultos suelen temer esa oscuridad que no deja ver respuestas, una oscuridad que nace de la ignorancia, de las supersticiones o de la imaginación con la que se rellena lo inexplicable. Esas sombras nocturnas y, en menor medida, diurnas generan el horror y espectros que se reúnen en un film como El espinazo del diablo (2001), que se abre y cierra con la voz del doctor Casares (Federico Luppi) preguntándose y respondiendo qué es un fantasma. Pero sus palabras no son definitivas ni aportan nuevas respuestas a una pregunta que otros responden de forma diferente
 para, quizás, coincidir en que los fantasmas forman parte de los vivos <<el mundo interno está lleno de fantasmas y de fuegos fatuos>>, comenta Nietzsche en Crepúsculo de los ídolos, pues son espectros de miedos, obsesiones y soledades humanas, de creencias y supersticiones, de deseos frustrados o atrapados en su imposibilidad material. Algunos de estos intangibles se citan en El espinazo del diablo, que se ambienta durante la Guerra Civil Española y con la que Guillermo Del Toro homenajea de manera directa al Buñuel de Tristana (1970), en la pierna de madera que Carmen (Marisa Paredes) necesita para permanecer en pie, y al de Los olvidados (1950) y los niños de nadie. Sobre Buñuel, Del Toro comentó en una entrevista que <<Era un tipo que entendía el cine como un arma que liberaba la parte más oscura y negra del pensamiento humano>>. Y añadió que <<es uno de los grandes exponentes del cine. Una persona cuyos intereses iban más allá de su modestia personal. Su vida no dictaba en nada el salvajismo de su imaginación. Eso me gusta mucho. Es una doctrina en la que creo. En lo personal soy bastante tímido, bastante tranquilo, pero soy demasiado salvaje en la vida. Mi imaginación es imposible de domesticar. Y Víctor Erice me arruinó la vida después de ver El espíritu de la colmena porque pensé que jamás iba ser capaz de hacer una película como ésa.>>1


No es casual que Guillermo Del Toro hablase de <<la parte más oscura y negra del pensamiento humano>>, pues eso quiso introducir en películas como El espinazo del diablo y El laberinto del fauno (2006), ni que nombrase a Erice, si se tiene en cuenta que El espíritu de la colmena (1973) es uno de los films que mejor representa la imaginación infantil en su reconstrucción de la realidad que todavía no entiende o que todavía no puede explicar con mayor complejidad, pues aún carece de las herramientas necesarias para generar ideas abstractas de esa realidad, e irrealidad también, que todavía ignora cómo adaptar o encajar en su cotidianidad. E igualmente puede rastrearse la influencia de la literatura de
Lovercraft, uno de los autores admirados por el cineasta mexicano, en El espinazo del diablo, que encierra en su fantasía y su fantasmagoría el miedo infantil y los temores, frustraciones y obsesiones de adultos que, como Carmen, Casares o Jacinto (Eduardo Noriega), viven atrapados. Este último vive encerrado en su obsesiva necesidad de escapar de su miseria, vive en la autocompasión y la violencia que ejerce hacia abajo, vive atrapado entre el huérfano del pasado y el adulto del presente en el cual no ha logrado superar fantasmas pretéritos —ser un niño olvidado, un huérfano como el resto de niños de esa escuela en algún lugar de ninguna parte—, ni los del hoy en el que se descubre violento y obsesionado con el oro que Carmen y Casares guardan en el colegio para la causa republicana. Todos los personajes son fantasmas o viven entre fantasmas, en un tiempo fantasmal cuyo reloj parece ser la bomba del patio, que recuerda que están en guerra, pero también recuerda un instante detenido en el tiempo, entre el contacto y la detonación. Ese tiempo espectral es el lugar donde la ausencia y el olvido les convierte en espectros de sí mismos, y les atrapa entre la vida y la muerte en un presente que mira el pasado y la posibilidad de futuro, para los pequeños, e imposibilidad para los adultos.


<<¿Qué es un fantasma>>, pregunta al inicio y al final del film la voz del doctor, hombre de ciencia, aunque no del todo ajeno a las supersticiones y a la ignorancia que las fomenta —el consumo del ron fermentando en recipientes con fetos humanos parece confirmar que no ha encontrado en la ciencia respuestas para todo, ni soluciones reales que frenen el desgaste provocado por el paso de los años. Sí la tiene para su pregunta, aunque primero dude entre varias opciones que podrían ser la misma: <<un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizá. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo. Como una fotografía borrosa. Como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo>>. Su respuesta apunta que los protagonistas adultos de
El espinazo del diablo son espectros de sí mismos, debido a que no se han enfrentado y superado los temores que anidan en su interior, aquellos que los condena a vivir en la soledad en la que se aíslan o sufren la pensada carga que, por ejemplo, Carmen se ha impuesto. Dicha soledad se simboliza en el medio físico donde silencian ambiciones y aflicciones, donde calman deseos y necesidades carnales —Carmen y Jacinto mantienen relaciones sexuales a la espera de liberarse, cada uno a su manera—, o donde se descubre la orfandad y el olvido de algunos de niños que, como Carlos, han llegado a ese espacio desolado donde inicialmente sus temores infantiles les vencen. Pero solo es una derrota momentánea, ya que los niños asumen enfrentarse a Jacinto y, de ese modo, la película cobra su tono de venganza infantil, la de un grupo de desamparados que, sin ayuda adulta, encara su presente con la intención de regresar a la vida y caminar hacia un futuro liberador.


1.Entrevista a Guillermo Del Toro, Diario El País, 5 de octubre de 2006

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