sábado, 7 de marzo de 2020

Basada en hechos reales (2017)



Saber qué opina cada espectador y espectadora cuando lee en la pantalla "basada en hechos reales" arrojaría luz sobre cómo condiciona y qué reacciones provoca dicha frase (y otras similares) en el pensamiento humano. Por otra parte, el que una historia o una película aclare o afirme que se basa en "hechos reales" apenas aporta información, salvo una que se antoja innecesaria, y la limitación de la supuesta realidad mostrada -en otras palabras, limita al público a la realidad que concretiza, lo cual resulta cómodo para los espectadores- y la consecuencia (pre)determinada por la oración. Sospecho que cualquier historia, e incluyo las de ciencia-ficción y fantasía, se originan en la realidad de quien, a partir de conceptos que habitan o son en su realidad, los filtra en su imaginación y les da cuerpo literario o cinematográfico. Como consecuencia, ninguna película es la realidad que asumimos como real, no puede serlo, aunque sí existe en otra realidad, en la adulteración y en la recreación de los sujetos que la venden como objetiva y, por lo tanto, la muestran indudable e inmutable. Pero Roman Polanski no la pone como frase aclaratoria en su película, sino como título, lo cual supone una diferencia sustancial respecto a la intención de la frase. De ese modo trasforma la información "objetiva" en el subjetivo de su protagonista, Delphine (Emmanuelle Seigner), una escritora frente a su enésima crisis creativa. Ante ella se abre la especulación y la falta de inspiración, el de dónde puede extraer y su incapacidad de filtrar realidades y transformarlas en literatura. Basada en hechos reales (D'Après une histoire vraie, 2017) funciona mejor fuera de la pantalla que en la historia que desarrolla, mezclando thriller psicológico, drama y la fantasía del personaje principal. Delphine firma los ejemplares de su obra, basada en la vida de seres familiares, lo hace sin descanso, entregada a sus incondicionales, aunque, en realidad, esa entrega forma parte del proceso de ventas. Quien escribe se prostituye en ese instante que no le corresponde como escritor, ni siquiera como individuo con derecho a escoger y decir no, sino como comerciante o mercancía de la firma editorial que le exige su presencia. La cercanía de la imagen parece entusiasmar a los lectores, forma parte del negocio, y esta idea llevada fuera de la pantalla, introduce otro espacio; y, entre otras cuestiones, el por qué de una firma o de ver cara a cara, durante apenas cinco segundos, a quien ha escrito la novela a firmar. En ese instante, quizá ella se pregunte algo similar o simplemente desea que toda la parafernalia concluya y, así, regresar a su monotonía, a su vida; sin embargo, concluido un libro, comienza un nuevo proceso creativo-destructivo, el que realmente es exclusivo de la autora. En ese instante, su mente se encuentra en blanco, sin saber qué será lo que escribirá, quiénes serán sus personajes y ella misma o si tendrá algo que escribir. Duda, teme, niega, desespera. No obstante, la aparición de una desconocida (Eva Green) altera su realidad, más bien, crea una nueva para que la escritora, desorientada, se encuentre y encuentre dónde extraer material y cómo filtrarlo a un plano literario. Polanski juega con el cine y la literatura, pero, sobre todo, juega con las identidades (constante en su cine) y con la posibilidad de crear y adulterar, y ahí es donde reside el verdadero interés de una película que, si bien no alcanza perfección en su aspecto visible, si que apunta circunstancias que mejoran en un plano distante de la pantalla, en las reflexiones de los espectadores que aceptan el juego.

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