miércoles, 26 de diciembre de 2018

Buda explotó por vergüenza (2007)


Hija del cineasta Mohsen Makhmalbaf y hermana de la también realizadora Samira Makhmalbaf
Hana Makhmalbaf puso en práctica las lecciones familiares y se adentró en su primer largometraje en el espacio humano de Buda explotó por vergüenza (Buda az sharm forn rikht, 2007) entremezclando el tono documental, que muestra varios momentos del día de su protagonista, y la evocación de la realidad, que nos llega a partir del encuentro de la pequeña Baktay (Nikbakht Noruz) con el grupo de niños que, a través de sus juegos de guerra, introducen la compleja y cruda situación que la cineasta vuelve subjetiva, al asumir como suya la mirada de esa niña inocente cuya odisea nos lleva a un entorno lejano; prácticamente solo accesible para el público occidental mediante las breves imágenes proyectadas por los medios de comunicación.


La explosión de la estatua de Buda antecede a la presentación de la niña protagonista, desde quien accedemos al entorno pétreo y arenoso donde se produjo la explosión. Ella es la encargada de guiarnos por el espacio que su odisea infantil nos acerca y que, precisamente por la elección subjetiva de 
Hana Makhmalbaf, también asumimos la mirada de la niña para interpretar el medio humano expuesto en Buda explotó por vergüenza. Vemos desde su ingenuidad, desde sus ilusiones iniciales y desde su posterior padecimiento, en definitiva, hacemos nuestra su perspectiva vital, porque la cámara de la cineasta encuentra en la inocencia e ilusiones de Baktay sus mejores bazas para exponer el conflicto que pretende mostrarnos. A la pequeña no le gusta jugar a la guerra, ella quiere aprender cuentos e historias divertidas, pero su historia nada tiene de divertida, puesto que la suya es una historia de padecimiento que se desarrolla en una zona de Afganistán donde parece que el tiempo transcurre al ritmo de la erosión de las cuevas que hacen las veces de hogares. Allí escucha la lectura de su vecino Abbas (Abbas Alijome), una repetición de frases que provoca en ella el deseo de acudir a la escuela. Quiere aprender las letras y, sobre todo, escuchar relatos que le hagan fantasear y reír. Esa es su idea, la única que ronda por su mente infantil, aunque para hacerla real necesita un cuaderno y un lápiz. Y sin dinero, son dos imposibles que intenta superar vendiendo huevos por un mercado abarrotado, donde nadie parece verla, pero donde ella continua su caminar sin desesperarse, pues las historias divertidas le aguardan al final del camino.


Pero la historia de Baktay sufre un vuelco cuando logra el cuaderno y llega a la escuela de donde la echan porque ella es una niña y la de estas se encuentra más allá. Sin perder la ilusión, continua su caminar, que la conduce hacia la zona donde varios niños juegan, aunque son juegos de guerra, extraídos del mismo conflicto que han vivido desde la cuna. Los niños de
Buda explotó por vergüenza asumen ser talibanes y asaltan a la pequeña en una serie de secuencias que desvelan parte de la trágica situación por la que atraviesan las mujeres afganas. Aunque se trate de un juego, el espectador contempla una realidad que afecta a la infancia y a los adultos, pero que no tiene nada de infantil ni de lúdica. Se trata de una realidad irracional que nos llega a través del grupo que asalta a Baktay, la denigran por ser mujer e intentan romper su sueño de aprender. Pero ella es más fuerte de lo que su cuerpo en vías de desarrollo atestigua; así, pues, no desespera, logra huir de su secuestro y continúa buscando la escuela de sus sueños. A lo largo de la película, observamos que Baktay no se cansa de repetir que desea aprender historias divertidas, pero en su mundo nada hay de divertido: los profesores no son divertidos, ni siquiera parecen ser conscientes de que trabajan con niños, de ahí que existan castigos o la incomprensión que la niña sufre tanto el el aula al aire libre masculina como en el interior del colegio femenino.


En su mundo los niños juegan a la guerra, a imitar a los mayores, a asumir su intolerancia, de modo que sus pasatiempos se convierten en peligrosos y en extensiones de la irracionalidad que se impone durante parte del recorrido de la pequeña. Esos niños, que entorpecen el libre desarrollo de la protagonista, no solo asumen la postura integrista, ya que durante el viaje de regreso de Baktay a su hogar, cambian su rol y se convierten en soldados estadounidenses que también la atacan. Como consecuencia, comprendemos que la situación no cambia para ella, pues, el grupo que primero asumen ser talibanes y posteriormente norteamericanos ven en ella al enemigo y, por lo tanto, también es la víctima de ambos bandos. Esa es su realidad, de la cual no puede escapar salvo cuando asume la exclamación de Abbas, <<¡Baktay, muérete sino no serás libre!>>, y la lleva a cabo para liberarse del odio, de las persecuciones y de las vejaciones que ha ido sufriendo a lo largo de la jornada.

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