lunes, 17 de diciembre de 2018

Quemado por el sol (1994)


La acción de Quemado por el sol (Utomlennye solntsem, 1994) se desarrolla durante una única jornada campestre, en el interior de un hogar burgués y bohemio -cuyos personajes heredan aspectos cotidianos de los de Anton Chéjov- y en el exterior, a orillas de un río que me trae a la memoria a Jean Renoir y a Una partida de campo (Une partie de campagne, 1936). Ambos espacios son empleados por Nikita Mikhalkov para, desde la comedia y el drama, realizar su crítica a un periodo pasado que en su película se sintetiza en ese único domingo que se inicia con la irrupción de varios tanques que avanzan por el campo rompiendo la tranquilidad y amenazando el trigo cultivado por los agricultores. Desde ese instante, Mikhalkov introduce la época, el estalinismo, y más adelante expondrá con sutiles omisiones la presencia de las purgas llevadas a cabo durante aquel periodo de terror institucionalizado, purgas que se cobraron víctimas como el comandante Sergei Kotov (Nikita Mikhalkov), héroe de la revolución del 1917, padre de familia y, esa jornada dominical, un hombre que disfruta de su día de descanso, el cual se interrumpe momentáneamente cuando debe impedir que los jóvenes soldados destruyan el trabajo del proletariado. Es un momento de confusión, aunque no es el único que desvela la desorientación generalizada, pues las imágenes de Quemado por el sol también muestran a un camionero perdido que no encuentra su rumbo, a voluntarios civiles que dedican su domingo a inútiles ejercicios de defensa contra un dudoso ataque químico del enemigo imperialista y a grupos de jóvenes pioneros que, si bien años atrás rendían culto a Lenin, ahora lo rinden a Stalin, a quien se descubre en las banderas y en los uniformes que lucen. Esta adulación nos hace sospechar que los hechos se desarrollan en la década de 1930 y, avanzado el metraje, el plano en el que Nitia (Oleg Menshikov) se talla, apunta su estatura y la fecha, nos sitúa en 1936, un año antes de la riada de arrestos indiscriminados y sin mayor motivo que la decisión de un hombre y de su estado policial.




En el capítulo de Archipiélago Gulag que Alexsandr Solzhenitsyn dedica a las detenciones practicadas durante el estalinismo, el autor escribe que <<a veces, las detenciones llegaban a parecer un juego, tan fecunda inventiva y tanta energía superflua se depositaba en ello, cuando en realidad la víctima no se resistía aunque no hubiera tamaño despliegue>>. Una inventiva similar la descubrimos en Nitia y la falta de resistencia se observa en Sergei Kotov, los dos protagonistas masculinos de Quemado por el sol. El primero es una herramienta del sistema al que se unió para evitar males mayores mientras que el segundo es una víctima de ese sistema que ayudó a construir y que ya no le necesita. Tanto Nitia como Sergei ocultan a la familia hechos del pasado, también el por qué de la aparición del primero en el presente, una aparición que el espectador empieza a explicarse cuando la pequeña hija (Nadia Mikhalkova) del segundo observa en la distancia la conversación que mantienen ambos adultos. Salvo la inicial, hasta entonces ninguna imagen indica la amenaza que se cierne sobre el comandante Kotov y familia, que disfrutan de un domingo que se ve alterado por la alegre e inesperada aparición del viejo amigo de la familia. ¿Qué fue de Nitia durante tanto tiempo ausente? La secuencia de apertura de Quemado por el sol lo muestra en un apartamento con una pistola a la que quita las balas antes de acercar el cañón a la sien. Algo le sucede, eso queda claro. Tiempo después descubrimos en sus palabras parte de ese pasado que se omite en la pantalla, salvo por las conversaciones que nos lo irán dibujando, pero inicialmente su jovialidad y su apariencia de víctima de la revolución bolchevique provocan que simpaticemos con él. No obstante, el disfraz con el que se presenta, ocultando su identidad, remite a la sombra que oculta sus verdaderas intenciones, una sombra que impide que dicha simpatía sea completa. En un primer momento lo observamos conquistando a los presentes, reviviendo recuerdos sin aparente importancia u ocupando el asiento de Sergei, como si pretendiese también ocupar el lugar que este mantiene dentro del núcleo. Nitia es como la propia película, pues, si esta juega con los hechos ya ocurridos (y de los que apenas tenemos constancia salvo por comentarios) o con aquellos que están sucediendo pero que no se muestran, el recién llegado omite sus verdaderas intenciones y revive recuerdos de juventud en Marusia (Ingeborga Dapkunaite), en el presente casada con Kosov, o alegra la velada con palabras, bromas y con los cuentos que desvelan aquella parte de su pasado que desea dar a conocer. 

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