jueves, 13 de diciembre de 2018

E.T., el extraterrestre (1982)


El gusto de Steven Spielberg por la ciencia-ficción es un hecho que se constata en sus constantes incursiones genéricas, lo mismo podría decirse de su importancia dentro del género, algo que no discuto, aunque considero que se mitificó prematuramente, gracias a sus dos exitosas primeras aportaciones profesionales: Encuentros en la tercera fase (Encounters on the Third Kind, 1977) y E.T., El extraterrestre (E.T., the Extra-Terrestrial, 1982). A estas alturas, cuando el cineasta tiene sobre sus espaldas casi cinco décadas de cine profesional, no me cabe la menor duda de que ambas producciones fueron ejercicios de un realizador que, impresionado por el cine de otros y deseoso del agrado popular, carecía de la complejidad que evidenció en Minority Report (2002), un film de ciencia-ficción menos ingenuo y visiblemente más oscuro que estas dos películas, pero han sido estas las que han pasado a formar parte de la historia del cine, aunque ¿lo han hecho por su calidad o por su popular conexión con el público? No planteo si se trata de malas o de buenas películas, tampoco si juzgamos su valor cinematográfico desde una mirada objetiva o subjetiva, consciente de que la mirada del espectador tiende a lo segundo. Y como espectador siento que en ambas películas Spielberg intenta condicionar dicha mirada a través de la música de acompañamiento y de imágenes que exponen situaciones que buscan emocionar y simpatizar con esa parte del público que se decanta por aquellas historias que no le hagan sentirse agredido o incómodo. Ambas cumplen y no molestan la quietud de quien las disfruta, ni invitan a mayores reflexiones que dejarse llevar por la senda establecida por el realizador. Sin la pesadez de la supuesta trascendencia científico-religiosa de 
Encuentros en la tercera fase, en E.T. Spielberg asume la ingenua mirada de un niño y sueña, lo cual provoca la fantasía que conecta al pequeño extraterrestre protagonista con quien se deja seducir por su inocencia, y por la de Elliott (Henry Thomas), con quien el extraviado espacial establece el vínculo físico-emocional que les permite sentir a cada uno las sensaciones del otro. La inocencia de los dos personajes principales, también la de Gertie (Drew Barrymore) y de Michael (Robert McNaughton), fluye desde la pantalla y recibe una respuesta positiva e igual de inocente de quien mira su historia sin más polémica que la de una lágrima, una sonrisa o un rato entretenido. Esta es una de las razones que ha mitificado el film desde su estreno, cuando E.T. arrasó las taquillas de las salas de medio mundo y se convirtió en referente del cine infantil y familiar para toda una generación de niños (y no tan niños). Porque de eso trata, de la familia, de la niñez, de la amistad incondicional y de la ilusión que caracteriza a la infancia, el estado humano de la ingenuidad. Por aquel entonces, la película de Spielberg significó magia, igual que dos años después lo pudo significar Gremlins (Joe Dante, 1984) y uno más tarde, Los Goonies (The GooniesRichard Donner, 1985). Las tres tienen en común que, aún siendo irregulares e infantiles, cumplen con creces la función de entretener e invitar a los más jóvenes a dejar volar su fantasía como vuelan las bicicletas de los niños que intentan regresar a E.T. a su casa. Existen películas más imaginativas, honestas y sutiles, pero desafortunadamente carecieron del gancho comercial y, como consecuencia, no han gozado de la popularidad de este film en el que Spielberg se permitió hacer un guiño a su colega George Lucas u homenajear a John Ford y su El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952), en el montaje paralelo de las secuencias donde E.T. observa la mítica película en el televisor (recurso empleado en Encuentros en la tercera fase para homenajear al cine de Cecil B. DeMille) y, por su contacto psíquico con el extraterrestre, Elliot imita en la escuela al personaje interpretado por John Wayne. Ahí queda la admiración del cineasta por la maestría de Ford, pero, aparte de eso, no aporta a la trama (ya nos había informado de la conexión existente entre los personajes), como tampoco lo hace su constante de introducir planos de las llaves del personaje desconocido que persigue al extraterrestre, planos que pretenden generar una tensión que nunca se cumple, ya que lo que prevalece en la mente del espectador es la relación que se establece entre los niños, sus vivencias comunes y esa carrera hacia la salvación del amigo extraterrestre que se muere lejos de su hogar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario