jueves, 18 de septiembre de 2014

Hoy empieza todo (1999)



Dramas sociales como
Hoy empieza todo (Ça commence aujourd hui, 1999) acercan realidades incómodas que, por su propia razón de ser, no suelen captar la atención mayoritaria, más receptiva a blockbusters insustanciales y repetitivos, comedias carentes de gracia, que apenas presentan variantes las unas de las otras, o dramas faltos de honestidad que buscan a toda costa condicionar emociones y otras reacciones en el espectador. A este respecto, lo ideal sería equilibrar calidad, reflexión y evasión, aunque esto es una cuestión que atañe a los responsables directos de las películas y a los intereses e inquietudes personales del destinatario que las elige, y ahí cada quien es soberano de decidir si desea pagar por un film que no implique mayor esfuerzo que el de permanecer sentado comiendo palomitas o por una historia más compleja, y no por ello menos entretenida, que a menudo obliga a profundizar en las imágenes como las expuestas por Bertrand Tavernier en su acercamiento al centro de educación infantil dirigido por Daniel Lefebvre (Phillippe Torreton). Desde este personaje, la cámara de Tavernier accede a un entorno en crisis, dominado por problemas que afectan tanto a padres como a profesores, pero sobre todo al alumnado.


Las dificultades cotidianas a las que se enfrenta el director de la escuela no tienen que ver con la educación en sí, pues estas superan el ámbito escolar y, por lo tanto, sus efectos a corto y a largo plazo escapan al medio educativo y a los profesionales que en él trabajan. ¿Por qué y a qué se debe la falta de interés de los distintos ámbitos políticos y sociales ante un problema al que parecen dar la espalda? Acaso ¿no les afecta de manera directa e inmediata? Y si no es así, entonces ¿en manos de quién o de quiénes se encuentra el evitar que las niñas y niños del jardín de infancia de
Hoy empieza todo se conviertan en las víctimas del hoy, despojándoles de la opción de ser la esperanza del mañana? Cuestiones de este tipo no escapan a la comprensión de Daniel; por ello pone todo su empeño en paliar una situación que le desborda y que descubre hogares donde se subsiste sin apenas alimentos, condicionados por la falta de higiene o de luz eléctrica, cuyo elevado coste no puede ser asumido por padres y madres que se encuentran en el paro (con una tasa de desempleo que supera el treinta por ciento). De igual modo se comprueba que los servicios sociales ni cuentan con el equipo humano necesario ni con los medios materiales suficientes para atender a la población afectada, lo que implica que la mayoría de niños y niñas que acuden a la escuela se encuentren desprotegidos ante la desnutrición, las enfermedades, la dejadez o los maltratos que algunos sufren dentro de senos familiares rotos. Este ámbito dominado por la carestía, consecuencia de una de tantas crisis económicas nacidas de las reformas de los distintos sectores industriales y laborales, corrobora la continua presencia de problemas económicos y sociales en cualquier país de los considerados desarrollados, solo que estos contratiempos suelen pasar desapercibidos o son enterrados y olvidados por quienes no los sufren de forma directa, hasta que, creyéndose inmunes, acaban por padecerlos. Este aparente desinterés se traduce en que solo una minoría busque soluciones, a menudo insuficientes por falta de medios y apoyos, como sucede en el caso de Daniel, en constante lucha contra las adversidades que se descubren en su cotidianidad y que le exigen más de lo que puede dar. En mayor o menor medida, la realidad que se vive dentro y fuera de la escuela afecta a todos, hasta el extremo de que en algunos casos supera el límite emocional de personas como la madre que, desesperada ante la falta de ayuda y de esperanza, determina acabar de forma drástica con su vida y con la de sus hijos. Esta trágica decisión nace del incumplimiento de la promesa de bienestar que, en realidad, ni es factible ni contempla a todos los miembros que en teoría conforman una sociedad que vuelve su perezosa mirada hacia el comportamiento de esa mujer superada por las circunstancias contra las que Daniel y gente como él continúan luchando a diario, buscando soluciones que, dentro de sus posibles, contemplen las mejores opciones para evitar que los rostros inocentes que cierran Hoy empieza todo se conviertan en víctimas del presente y más adelante, en su etapa adulta, en portadores y transmisores de un problema heredado que se perpetúa en el tiempo, quizá porque quienes poseían los medios no supieron o no vieron prioritario erradicarlo.

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