lunes, 5 de agosto de 2013

La mujer en la Luna (1928)


A estas alturas nadie duda a la hora de referirse a Fritz Lang como uno de los grandes maestros del séptimo arte, de igual modo, se habla de sus tres producciones silentes, que podrían encuadrarse dentro de la ciencia-ficción, como obras fundamentales en el desarrollo del género dentro de su ámbito cinematográfico; aunque en el caso de El doctor Mabuse (Dr. Mabuse der spieler, 1922) habría que decir que no se trata de un film de ficción científica propiamente dicho, pero en él ya se observa a uno de los primeros mad doctors, que emplea sus poderes hipnóticos para dominar su entorno, el cual resulta muy distinto al vanguardista que se descubre en Metrópolis (1927), utopía fundamental en la evolución del género, que se decanta por una previsión del mundo del mañana. Y en su último largometraje mudo, La mujer en la Luna (Frau im mond, 1928), el maestro vienés intentó mostrar al hombre técnico del futuro, y para ello se inspiró en la novela de Thea von Harbou, su esposa por aquellos años, y, como ya habían hecho en Los Nibelungos (1924), Los espías (Spione, 1927) o Metrópolis, ambos escribieron el guión, en el que contaron con la colaboración de Hermann Oberth, encargado de supervisar los aspectos científicos de esta odisea, cuya primera parte se desarrolla en la Tierra, y se decanta por la intriga y por la frustración amorosa que atormenta a Wolf Helius (Willy Fritsch), el dueño de la compañía aeronáutica que pone en marcha el proyecto espacial. Al inicio se descubre a Helius en casa del profesor Manfeldt (Klaus Pohl), antaño reputado y admirado, pero en el presente rodeado de miseria como consecuencia de defender la hipótesis de que en la Luna existe un enorme yacimiento de oro. Dicha aseveración, unida a la supuesta imposibilidad de alcanzar el satélite terrestre, provoca, como se descubre durante el flashback, las risas y las censuras de sus colegas, a quienes critica por la escasez de miras que impide el avance de la ciencia. Convencido de cuanto dice, se condena y le condenan a la soledad en la que se le descubre cuando Helius le comenta que ha decidido emprender el viaje espacial. La ilusión ilumina el decadente rostro del profesor, que no duda en ofrecer sus conocimientos y su compañía, ya que de este modo podría ver cumplido su sueño. La conversación resulta vital, gracias a ella se comprenden dos aspectos fundamentales de la historia: la existencia de un extraño que desea apoderarse de los papeles que el profesor entrega a su amigo y el motivo que impulsa al aeronáutico a alejarse del planeta (mediante una nota se sabe que se encuentra enamorado de Friede (Gerda Maurus), y que ésta acaba de comprometerse con Windegger (Gustav von Wangenheim), su amigo y socio). Como se ha apuntado con anterioridad, la primera parte de la trama gira en torno al amor nunca expresado y a la intrigante presencia de Turner (Fritz Rasp), un delincuente de mil rostros que representa los intereses del grupo de traficantes de oro que pretenden sacar tajada en caso de que la hipótesis del científico se confirme como válida. Durante este periplo se produce el robo de los planos y las amenazas empleadas por Turner para formar parte de la expedición. Después de sopesar pros y contras, al empresario no le queda otra alternativa que aceptar la presencia del criminal, y de ese modo la historia se traslada a la base de lanzamiento donde se descubre el cohete que aguarda la cuenta atrás que da pie a la segunda parte de La mujer en la Luna. En la nave viajan el profesor, Helius, Turner, el futuro matrimonio y Gustav (Gustl Gstettenbaur), un polizón que resulta ser un niño aficionado a las viñetas de la “fantaciencia”. Durante el trayecto se observan cuestiones físicas como la ausencia de gravedad en el interior del cohete o la fuerza de aceleración que afecta a los cuerpos mientras se alejan del campo de atracción terrestre. Sin embargo, cuando la nave aluniza, la película pierde su rigor científico y da paso a la aventura por un entorno donde los pioneros se descubren sin trajes y sin bombonas de oxígeno, pues resulta que la superficie lunar posee las mismas características atmosféricas que La Tierra. En ese desconocido entorno rocoso surgen los mayores contratiempos, sobre todo cuando el profesor confirma su hipótesis y la figura de Turner se vuelve más amenazante; no obstante, el mayor escollo se presenta a la hora de regresar a casa, pues los problemas que surgen en el satélite impiden que todos puedan hacerlo.

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