domingo, 25 de agosto de 2013

Duelo de titanes (1956)

Han sido los muchos los cineastas que ofrecieron su visión del famoso sheriff de Dodge City, pero, por encima de todas ellas, destacan las realizadas por John Ford en Pasión de los fuertes y esta de John Sturges, realizador que reincidiría en el personaje en La hora de las pistolas (Ford también lo haría, aunque desde la caricatura que asume en El gran combate). En cada una de las producciones que se centran en la figura del mitificado representante de la ley se descubren lecturas más allá del hecho de batirse con los hermanos Clayton en el famoso corral O.K. En el caso de Duelo de titanes (Gunfight at the O.K.Corral) domina una perspectiva desmitificadora en la que Wyatt Earp (Burt Lancaster) y John Holliday (Kirk Douglas) se igualan en soledad y en la imposibilidad de mantener más relación que la temporal que surge entre ellos. Así se descubre una visión trágica, violenta, fría y pesimista, en la que no hay cabida para héroes y villanos, ya que todos los personajes muestran comportamientos similares, sin plantearse más cuestiones que aquello que persiguen o que les persigue. De igual modo se comprende que ese espacio dominado por la violencia condena a los más jóvenes, tanto Billy Clayton (Dennis Hopper) como Jim Earp (Martin Milner) sucumben en ese entorno donde aquéllos que emplean las armas como medio de sustento no ven cumplida la treintena. Conscientes de esto se comprende que el Wyatt Earp de John Sturges sea un individuo que actúa condicionado por su manera de entender el medio donde se desenvuelve, circunstancia que le obliga a formar parte de la violencia que impera a su alrededor. Algo similar puede decirse de Holliday, un ser atormentado en un presente en el que se encuentra desahuciado y vacío. Así pues, sin nada por lo que merezca la pena luchar, se le observa al lado de Kate (Jo Van Fleet), a quien no ama y con quien mantiene una relación destructiva en su vagar por pueblos del oeste donde se ha labrado la reputación de matón que aumenta el rechazo de los demás. Desde la primera imagen se comprueba que la autodestrucción de Holliday no solo nace de la tuberculosis que padece, sino también de su convencimiento de que la vida no ha cumplido las expectativas creadas en un pasado lejano que ya solo forma parte de recuerdos que le atormentan en el presente. Sin embargo, su relación con Earp le permite un sentimiento al que aferrarse, porque éste sería lo único positivo en su maltrecha existencia, por eso no duda en seguirlo y ayudarle, aunque con ello deba soportar las vejaciones de Johnny Ringo (John Ireland). En ese breve periodo de relación con Wyatt, Holliday se muestra diferente, recupera parte de aquéllo que algún día fue: incluso demuestra ser un hombre de honor al cumplir la palabra dada a ese amigo que no es muy distinto de él, salvo por la placa de latón que le convierte en representante de la ley. La amistad entre iguales se inicia desde la lejanía para poco a poco transformarse en admiración silenciosa y en la necesidad de saber que existe alguien capaz de comprender el por qué de sus actos, que surgen de la desesperación y de la obligación que las propias mentes de los antihérores provocan. Cuanto sucede dentro y fuera de los personajes confirma la negación de que puedan alcanzar la plenitud que ellos mismos parecen negarse, porque posiblemente ambos están convencidos de que nunca podrá ser; de ese modo se sabe que tanto la enfermedad y la desilusión que aquejan al jugador como el oficio de Earp y su pensamiento les imposibilita el acceso a otro tipo de existencia más plena, como sería la de mantener su amistad más allá de Tombstone o la que acaricia Wyatt cuando conoce a Laura (Rhonda Fleming), a quien abandona porque antepone su visión del mundo en el que habita por encima de cualquier otro sentimiento o sensación. 

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