Su ubicación temporal en un periodo concreto de la Baja Edad Media, entre finales del XI y principios del XII, y su título El final del camino (2017) apuntan de qué puede ir esta serie dirigida por Miguel Alcantud, Óscar Pedraza y Miguel Conde, al menos dónde se puede desarrollar y, si gusta la historia peninsular medieval, qué personajes pueden asomar por ella y resultar interesantes. También, al tratarse de una ficción, que ha de alcanzar y contentar al mayor número de público posible, corre el riesgo de caer en más de lo mismo: en el tópico en el que ya caen las sagas literarias con catedrales de fondo que se inician en Los pilares de la tierra (Ken Follet, 1989) y La catedral del mar (Ildefonso Falcones, 2006); o mismamente la popular serie Isabel (2012). Y así sucede en no pocas ocasiones a lo largo de sus ocho episodios, en los que va cobrando fuerza una figura política, religiosa y militar imprescindible de Santiago de Compostela, del reino de Galicia y del de León y Castilla. El obispo y, posteriormente, arzobispo compostelano Diego Gelmírez, a quien la ciudad dedica en la actualidad una calle, dos institutos y un colegio mayor, inspira a uno de los personajes de esta aventura que bebe de lo histórico para caer en lo contemporáneo. Trata a sus personajes como si fuesen actuales, es decir, los ofrece como los prefiere el público mayoritario, la corrección actual y el guion de Alberto Guntín, Xosé Morais y Victoriano Sierra Ferreiro, los creadores de esta historia que, sin profundizar en la otra, la que a veces se escribe con H, como el amor escrito por Jardiel Poncela, llenan su medioevo televisivo y compostelano de personajes que transitan la villanía, la ambición, el arrepentimiento, la superación, la igualación, la sustitución, la reducción y la resolución gráfica,… —perdón, que esta es de otra cuenta— que no difieran a las que podrían caminar los de una serie de superhéroes o de otros estereotipos ambientada en el siglo XX o XXI.
El Gelmírez de El final del camino, tal vez, sea el que resulta más ambiguo de los personajes, por supuesto mucho más que el segundo de los hermanos de Catoira, el que se hace pasar por lo que no es. Pero la aparente ambigüedad de Diego Gelmírez no le libra de caer en el tópico, cuando, casi con certeza, el auténtico sería de todo menos un estereotipo, a tenor de cuanto plausible —engrandeció la ciudad, logró para ella el arzobispado, obligó a sus canónigos a elevar su cultura, ordenó obras que mejoraron el panorama urbano, no solo en Compostelana, sino el los lugares que pertenecían a su área metropolitana y a su señorío— y censurable —sin ir demasiado lejos, el robo de las reliquias de la sede de Braga— llevó a cabo. Desde su primer capítulo, esta serie ambientada en el siglo XII presenta dos partes claramente diferenciadas: la que pretende ser histórica y la que desesperadamente busca ser dramática. Esta última no me interesa, recrea situaciones ya vistas en otros lugares teatrales, televisivos y cinematográficos, e intenta falsear sentimientos y emociones que solo lo son en la estampa. En cambio, su recorrido por ese Santiago de Compostela medieval reconstruido para la ocasión y por el Toledo cortesano, recién recuperado o recién arrebatado, según los intereses de quien lo mire, me resulta más atractivo, si quiera porque me gusta entretenerme con la historia, que algunos estudian con mayor seriedad y profesionalidad, a la que miro con ojos de duda porque las fuentes que nos llegan, aparte de ser mínimas respecto al total, también suele ser un ejercicio de búsqueda y ensayo de los historiadores, quienes realizan un estudio que nunca llega a ser completo ni imparcial. Dicho esto, le resulta atractiva su vertiente histórica porque por ella asoma Urraca, Raimundo de Borgoña, Gelmírez, Peláez, el maestro constructor Bernardo e incluso Alfonso VI, e padre de la primera y también de Teresa, abuelo de Alfonso Raimundez, rey de Galicia y, posteriormente, de Castilla y León, y de Afonso Henriques, primer rey portugués. El monarca, que en la serie asoma con rasgos de villano, dividirá Galicia entre sus dos hijas e incluso dejará la orden de coronar a su nieto, si su madre contrae segundas nupcias. A la legítima, Urraca, le cederá la parte norte y a la ilegítima, Teresa, la sur, que ha de ser vasalla de la del otro lado del Miño; aunque la condesa de Portugal y su marido Henrique de Borgoña tienen otros planes… pero esa es otra historia, la que importa en la serie es la alcoba de la realeza, el triángulo de Catoira y las intrigas de Peláez y los usos de Gelmírez.
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