domingo, 6 de abril de 2025

Mi tierra, de Rosalía de Castro



Mi tierra, de Rosalía de Castro 


   A un tiempo, cual sueño

que halaga y asombra,

de los robles las hojas caían,

del saúco brotaban las hojas.


   Primavera y otoño sin tregua

turnan siempre templando la atmósfera,

sin dejar que no hiele el invierno,

ni agote el estío

las ramas frondosas.


   ¡Y así siempre! en la tierra risueña,

fecunda y hermosa,

surcada de arroyos,

henchida de aromas;


   que es del mundo en el vasto horizonte

la hermosa, la buena, la dulce y la sola;

donde cuantos he amado nacieron,

donde han muerto mi dicha y mis glorias.


   De vuelta está la joven primavera;

mas ¡qué aprisa esta vez y cuán temprano!

¡Y qué hermosos están prados y bosques

desde que ella ha tornado!


   Ha vuelto ya la primavera hermosa;

siempre vuelve la joven y hechicera;

mas ¿en dónde, decidme, se han quedado

los que partieron cuando partió ella?

Esos no tornan nunca,

¡nunca!, si es que nos dejan.


   De sonrosada nieve, salpicada

veo la verde hierba,

son las flores que el viento arranca al árbol

llenas de savia, y de perfumes llenas.


   ¿Por qué siendo tan frescas y tan jóvenes,

a semejanza de las hojas secas

en el otoño, cuando abril sonríe

ellas también sobre la arena ruedan?

¡Por qué mueren los niños,

las flores más hermosas de la tierra!


****


   En sueños te di un beso, vida mía,

tan entrañable y largo...

¡Ay!, pero en él de amargo

tanto, mi bien, como de dulce había.


   Tu infantil boca cada vez más fría,

dejó mi sangre para siempre helada,

y sobre tu semblante reclinada,

besándote, sentí que me moría.


   Más tarde, y ya despierta,

con singular empeño,

pensando proseguí que estaba muerta

y que en tanto a tus restos abrazada

dormía para siempre el postrer sueño

soñaba tristemente que vivía

aún de ti, por la muerte separada.


****


Sintióse agonizar, mil y mil veces,

de dolor, de vergüenza y de amargura,

mas aunque tantas tras de tantas fueron

no se murió ninguna.


   Embargada de asombro

al ver la resistencia de su vida,

en sus horas sin término pensaba,

llena de horror, si nunca moriría.


   Pero una voz secreta y misteriosa

la dijo un día con acento extraño:

Hasta el momento de tocar la dicha

no se mueren jamás los desdichados.


****


En el poema, Rosalía pasa de la alegría a la tristeza, canta la sonrisa vital que regresa cada primavera, llora la pérdida irreparable, su pena y su imposibilidad, pero es esa misma aflicción que la embarga la que, tras encontrar la fortaleza y las palabras adecuadas para expresarla, da forma a la belleza que existe en sus versos. Rosalía no es la melancólica ni el mito que nos llega, el que aceptamos por ignorancia, gusto o interés, si no una mujer poliédrica, condicionada por su época y sus misterios personales, los que solo se discuten con la voz interior, la mujer que planta cara, por su origen, por lo que quiso y no fue, por lo que fue y no quiso, por su maternidad, por su osadía de escribir en gallego cuando no había una gramática sobre la que apoyarse, solo siglos de silencio en la lengua escrita (Séculos Escuros), por su soledad en compañía, por su mente subjetiva, como no puede ser de otra manera, la que dio voz en sus poemas a la tierra que ama, pero que quizá sienta que no le corresponde, a su angustia y a sí misma; es decir, Rosalía canta claroscuros, los que completan y definen la existencia humana. Y es que Rosalía, la mujer real, la existencia que sufre y que también se alegra, probablemente, poco tendría que ver con la idea de la poetisa del romanticismo tardío ni con la voz “lastimera” con la que se evoca o se la asocia en no pocas ocasiones… cuando, en realidad, solo hay que leerla para saber que se trata de una personalidad valiente y reivindicativa. En ninguno de los dos casos esa fue Rosalía la mujer viva, sino la Rosalía mito, la idea icónica que pasa a la historia, la legendaria, romántica, galaica y triste que nos permite representar su ideal. Afortunadamente, para ella y para cualquiera, ningún ideal es de carne y hueso. No es real, aunque se piense como tal, solo la ensoñación y el deseo de lo soñado; y ella fue más que un sueño y un anhelo, fue la persona que, como el resto de los mortales, vivió con sus alegrías y sus tristezas, con sus fortalezas y sus flaquezas, con sus carencias y tenencias, que supo plasmar en su poesía y, en menor grado, en las cinco novelas que conforman su narrativa. Compleja y sencillamente, Rosalía fue ella y lo demás, su obra, la belleza que sentimos y la lectura que queremos… (abajo, el texto en gallego)


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En la fotografía arriba compartida, una imagen del paseo a orillas del río Sarela, a su paso por el parque de Galeras, en Santiago de Compostela, a cuatro minutos da rúa das Hortas, a seis da Porta da Trinidade, una de las antiguas entradas a la ciudad, y a seis minutos y quince segundos, dos arriba o uno abajo, sin incluir parada, del Hostal y del Obradoiro, donde también hay belleza. También asoma a lo largo del paseo fluvial, pero ambas son de otro tipo distinto a la lírica. La del Sarela busca la suya en la naturaleza, y la de la Plaza habita entre la quietud de sus piedras y las emociones e impresiones de quien las contempla sin el apuro de una foto…


No poema, Rosalía pasa da ledicia á tristura, canta o sorriso vital que retorna cada primaveira, chora a perda irreparable, a súa pena e a súa imposibilidade, pero é esa mesma aflición que a fere na alma a que, tras atopar a forza e as palabras axeitadas para expresala, da forma á beleza que existe nos seus versos. Rosalía non é a melancólica nin o mito que nos chega, o que aceptamos por ignorancia, por gosto ou por interese, senón unha muller poliédrica, condicionada pola súa época e os seus misterios persoais, os que só discútense coa voz interior, a muller que da a cara, pola súa orixe, polo que quiso e non foi, polo que foi e non quiso, pola súa maternidad, pola súa ousadía de escribir en galego cando non había una gramática sobre a que apoiarse, somentes catro séculos de silencio na lingua escrita (Séculos Escuros), pola súa soedade en compaña, pola súa mente subxetiva, como non pode ser doutro xeito, a que deu voz nos seus poemas á terra que ama, pero que quizais sinta que no lle corresponde, a súa angustia e a si mesma; é dicir, Rosalía canta claroscuros, os que completan e definen a existencia humana. E é que Rosalía, a muller real, a existencia que sofre e que tamén alédase, probablemente, pouco tería que ver coa idea da poetisa do romanticismo tardío nin coa voz “queixosa” coa que se evoca ou se asocia en non poucas ocasións… cando, en realidade, só hai que lela para saber que trátase dunha personalidade valente. En ningún dos dous casos esa foi Rosalía a muller viva, senón a  Rosalía mito, a idea icónica que pasa á historia, a lexendaria, romántica, galaica e triste que permítenos representar o seu ideal. Afortunadamente, para ela e para calquera, ningún ideal é de carne e oso. Non é real, aínda que se pense como tal, só a ensoñación e o desexo do soñado; e ela foi máis que un soño e un anhelo, foi a persoa que, como o resto de los mortais, viviu coas súas ledicias e as súas tristezas, coas súas fortalezas e as súas fraquezas, con carencias e teñencias, que soubo plasmar na súa poesía e, en menor grao, nas cinco novelas que conforman a súa narrativa. Complexa e sinxelamente, Rosalía foi ela e o demáis, a súa obra, a beleza que sentimos e a lectura que queremos…

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Na fotografía arriba compartida, unha imaxe do paseo a beira do río Sarela, ao seu paso polo parque de Galeras, en Santiago de Compostela, a catro minutos da rúa das Hortas, a seis da Porta da Trinidade, unha das antigas entradas á cidade, e a seis minutos e quince segundos, dous arriba ou un abaixo, sen incluir parada, do Hostal e do Obradoiro, onde tamén hay beleza. Tamén asoma ao longo do paseo fluvial, pero ambas son de outro tipo distinto á lírica. A do Sarela busca a súa na natureza, e a da Praza habita entre a quietude das súas pedras e as emocións e impresións de quen as contempla sen o apuro dunha foto…

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