jueves, 3 de abril de 2025

Memorias inéditas de José Antonio

En su Memorias inéditas de José Antonio (1977), el escritor Carlos Rojas toma la excusa de un ficticio Primo de Rivera que sobrevive a su encierro y fusilamiento alicantino, porque otro muere en su lugar. Este personaje le sirve para hablar y reflexionar no solo sobre la guerra civil española —tema recurrente en la obra de Rojas, por ejemplo en Azaña y La guerra civil vista por los exiliados—, sino también para aproximarse a las controvertidas figuras de Stalin y Trotsky, acercándonos la personalidad y la rivalidad de estos dos personajes obsesivos y totalitarios, fundamentales en el devenir político del siglo XX, en la intimidad, donde afloran las dudas, los miedos y los deseos de prevalecer sobre los otros, tal vez de alcanzar la inmortalidad que saben imposible. De ese modo, Rojas profundiza en la época, que amplía al pasado, antes del duelo a muerte entre Koba y León, y al futuro, que es el presente del narrador, en el cual comparte recuerdos, conocimientos sobre los antagónicos y reflexiones sobre sí mismo, sobre la obra de Goya (en cuyas pinturas desvela y refleja el alma humana) y sobre los hechos que narra. El antaño falangista habla a alguien que le ha descubierto en su nueva vida, bajo otro nombre y sin aspiraciones políticas y revolucionarias. Esa nueva existencia nace en la condena a la que Stalin le lleva tras salvarle de morir en aquella cárcel, para encerrarle en otra y retenerle como prisionero, para saber cómo piensa un fascista —por aquello de conoce a tu enemigo—, pero también para tenerle como reflejo, confidente y conciencia... Jose Antonio es la única persona a la que habla con total sinceridad (y no poca falsedad y cinismo) porque no es nadie, solo su deseo, puesto que él quiso mantenerle con vida. José Antonio recuerda sus conversaciones con el líder soviético, un hombre que conoce en la intimidad de esos encuentros que se producen en algunos momentos puntuales de la Segunda Guerra Mundial, durante los cuales hablan sobre ambos y sobre Trotsky, también sobre aspectos que marcan el devenir del siglo XX. El autor barcelonés, también responsable de la espléndida y no menos reflexiva novela Azaña (1973), sitúa a José Antonio en un tiempo presente, 1975, en el que conversa con ese alguien a quien comparte sus impresiones y sus evocaciones, lo que le permite los viajes no lineales en el tiempo (pues se efectúan en la memoria) y ubicar la acción narrativa entre su secuestro, por orden de su futuro carcelero, y su traslado a Moscú, donde se producen sus charlas con el dictador, hasta ese instante presente que coincide con el año de la muerte de otro dictador: Franco, que supo utilizar el nombre de José Antonio para su propio beneficio y propagada, creando un mito, que, como tal, nada tendría que ver con el individuo real, ni con el ficticio en cuya boca Rojas pone ideas tales como <<el ayer nunca es verdadero y la historia, por lo tanto, no resulta jamás críticamente segura>> y <<sobrevivir en estos tiempos es saberse culpable, porque nuestra bestialidad no admite testigos.>>



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