La leyenda dice muchas cosas, la historia también. A menudo, ocultan y se confunden, cuando ya una quiere ser la otra, y la otra se convierte en qué. ¿En anécdota? ¿En exaltación? ¿En olvido? Se escucha que un caballo abreva en la pila de la catedral de Santiago o que un anciano ora y ante quien la mano del temible jinete y caudillo andalusí se muestra piadosa en ese santuario prerrománico. Era el segundo, el erigido en tiempos de Alfonso III el Magno, dicen que el más esplendoroso de la Hispania cristiana de la época, aunque pequeño, como sus campanas, que solo podemos imaginar tocar y la fantasía de verlas arrastrar. ¿Quién salva el sepulcro? ¿Quienes reconstruyen la ciudad? ¿Os acordáis de los sin nombre para la historia que lo construyeron? ¿Y de cuál era la realidad de entonces? Qué no os cuenten milongas, fantaseadlas y acudid a los libros, que, en ambos casos, resulta más entretenido y creativo que el tañido ensordecedor, el rayo cegador y las voces de ¡Al arma! Pongamos que, nacido entre los años 938 y 940 en las inmediaciones de Algeciras, la primera ciudad peninsular fundada por los árabes, Abu Amil Muhammad ben Amir al-Ma Afiri se instruyó en Derecho y Letras en la esplendorosa Córdoba donde llegaría a ser canciller del Califato, pero que más se le recuerda por sus cincuenta y seis campañas victoriosas, una de las cuales le llevó a Compostela en el año 997, ciudad a la que llegó para arrasarla después de que el rey Vermudo II de León —también con B—, coronado en Santiago en el año 982, tras ser proclamado rey por la nobleza gallega —asentada entonces al norte y al sur del río Miño—, dejase de pagar sus tributos al estado cordobés. El monarca “berciano”, por su supuesto natalicio en El Bierzo, aprovechó que Almanzor se encontraba en el norte de África, apaciguando la zona; es decir, guerreando. A su regreso a la península, el ambicioso caudillo militar decidió castigar al rey que, a partir del 985, tras la muerte de Raimundo III, ya no solo reinaría en Galicia, sino en todo el reino de León. Mas, en aquel momento alto medieval, la corona leonesa no era tan fiera como lo sería cuando el joven y belicoso condado de Castilla se hiciese reino en el XI, ni era rival para Almanzor, quien, en una de sus “razzias” veraniegas, vio que sería un acto de su buena fe visitar Santiago y dar un golpe de autoridad a la fe cristiana…
Dicen las voces populares que con el bronce catedralicio a cuestas de esclavos que caminaban hacia la bella capital de los Omeya, recordaba a los del norte quien mandaba en las tierras hispanas, incluso en aquellas que no pertenecían territorialmente al Califato. Aparte de Santiago de Compostela, en sus expediciones entre 976 y 1002, año de su muerte, Al Mansur dejó su devastadora tarjeta de visita en Barcelona (984-85), Pamplona (978), Zamora (979) y otras localidades cristianas. Por entonces, con Toledo y Merida andalusíes, Santiago era, a la par de Braga, el centro religioso de la cristiandad peninsular, debido a su templo y al culto apostólico que se estaba erigiendo en uno de los tres más importantes centros de peregrinación del mundo cristiano, de modo que era un lugar idóneo para dar escarmiento y, de paso, hacer rapiña, puesto que la ciudad gallega se estaba enriqueciendo, gracias al sepulcro hallado en la antiquísima necrópolis de la que toma su Compostela —aunque todavía hay quien piensa que procede del “campo de estrellas”—, y toda expedición conlleva gastos y la posibilidad de grandes beneficios económicos. Así, dirigiendo la expedición personalmente y tomando entre sus huestes soldados islámicos y cristianos, Almanzor emprendió el camino por la Vía de la Plata y se desvió hacia Braga —que había sido la capital de la Galicia sueva y durante el breve reinado de Ordoño lI—, desde donde tomó el Camino Portugués para entrar en la Galicia del lado norte del río Miño, que geográfica e históricamente se corresponde con la antigua Gallaecia lucense romana; la bracarense, quedaba al sur y fue donde, un par de siglos después, en el XII, con el matrimonio de Henrique de Borgoña y Teresa, hija ilegítima de Alfonso VI —el monarca responsable de dividir Galicia en dos condados— y hermanastra de Urraca, se originó el reino de Portugal, que tuvo su primer rey en su hijo Afonso Henriques. Pero, como diría el buen barman y mente lúcida de Irma la Dulce (Irma la Douce, Billy Wilder, 1963), esa es otra historia…
La mayoría de los personajes nombrados en el texto asoman por Rincones sin esquinas, pero esa también es otra historia y se puede adquirir en Amazon:
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