viernes, 1 de agosto de 2025

Emil Cioran y Del inconveniente de haber nacido


Seguro que Emil Cioran no fue el primero en decirse que el nacer trae sus inconvenientes, ya solo fuera porque te obliga a morir y a pocos nos gusta tal idea, y no os digo el tener que estar sujeto a sufrirla (y a sufrir la de otros), cuando todavía uno está aprendiendo a lidiar con las paradojas de la vida. Cierto que pocos intentan tal aprendizaje, pues en mayor número se limitan a dejarse estar, hasta que dejen de estar, sin pensar que han estado… Pero, bien o mal mirado, tal vez estos sean los más sabios. Así es el contrasentido de la vida, que naces y al final te mueres, y ya no sabrás qué tiempo hará el día siguiente ni quien caminará sobre la Tierra un lustro, un siglo o un millón de años más tarde, pues, para quien muere, no habrá más jornadas, ni un antes ni un después. Esto queda para los vivos. Y Cioran, que lo era mucho en su lucidez, fue uno de quienes mejor pensaron y escribieron sobre las contradicciones de la vida, desde una postura crítica, un tanto nihilista, no exenta de humorismo, de honestidad y de claridad, por ejemplo en un libro que tituló Del inconveniente de haber nacido, publicado por primera vez en 1973, el cual depara una lectura de aforismos y reflexiones entre pesimistas e irónicas que desvelan lo bien que pensaba este exiliado rumano, asentado en Francia, pero que nunca se encontró en ningún lado, salvo cuando reflexionaba y escribía perlas como <<la lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto>> o <<siempre tenemos la impresión de que podríamos hacer mejor lo que otros hacen. Desgraciadamente, no tenemos el mismo sentimiento hacia lo que nosotros mismos hacemos.>> Acaso, ¿no? ¿Quién puede decir que estaba errado? De cualquier modo, en el desierto nadie te escucha. Pero no por ello la lucidez deja de tener valor. Al contrario, ya que se trata de una rareza adictiva que, quien da con ella, se engancha y ya no quiere dejar de pensar y descubrir el mundo que le rodea, al que pertenece no por decisión, sino porque ha llegado a él sin escoger ni la fecha ni el lugar, ni la familia ni la ideología ni su posición económica.

<<El pensamiento no es nunca inocente. Porque es implacable, porque es agresión, nos ayuda a romper nuestras trabas. Si se suprimiera lo que entraña de maldad, e incluso de demoníaco, habría que renunciar también al concepto de liberación.>> La lucidez es vicio que rompe cadenas y que no gusta a lo políticamente correcto, al orden establecido, ni a las multitudes que lo acatan fuera de ese desierto donde vaga quien disiente no por el hecho de disentir, sino por pensar y ver que no todo va bien, e intentar <<romper nuestras trabas>>. Claro que si al menos se callara, pero no, la mayoría de los lúcidos, van y hablan. Ay, presumidos de vuestro luminoso vicio, ¿cómo no vais a caminar por el desierto o permanecer en él cual Simón? O mismamente vivir aislados, en un cuarto de baño, en un intento de apartarse del mundo. Tal vez, por similar lucidez, ya sabe el dicho “dios los cría y ellos se juntan”, a Buñuel le diese por colaborar con Julio Alejandro y rodar Simón del desierto (1964) y a Juan Estelrich, partiendo del guion de Rafael Azcona, El anacoreta (1976). Y es que a Cioran tampoco le falta humor para hablar de la vida, ni sinceridad para abordar la no la muerte y decir que <<es imposible sentir que hubo un tiempo en que uno no existía. De ahí ese apego al personaje que se era antes de nacer>>. El verdadero inconveniente de haber nacido no es morir, que sí, por supuesto, aunque una vez muerto, ya siempre seremos el <<personaje que se era antes de nacer>>. Cioran habla de la vida, de como pueden arrebatarte la libertad, de como se puede vivir a ciegas o cegado, algunos menos buscando una posible luz que pueda evitar la sensación de que algo falla en todo este tinglado. Incluso llega a decir que <<el sabio es aquel que consiente en todo porque no se identifica con nada. Un oportunista sin deseo.>> ¿A qué se refiere? ¿A la postura de Lao Tsé o a donde hemos llegado, a la indiferencia? En cualquier caso, su visión, la expuesta en este tratado, contempla lo fanáticos e idiotas que somos y lo expresa sin vergüenza. Faltaría, pues Cioran es un auténtico vicioso de la lucidez y un tipo al que no le falta arte para exponer los resultados de su vicio…


El entrecomillado pertenece a Emil Cioran: Del inconveniente de haber nacido (traducción de Esther Seligson). Editorial Taurus, Madrid, 1981.

jueves, 31 de julio de 2025

No hay salida (1987)

En una de sus conversaciones con Henry Jaglom, Orson Welles comenta que <<cuando ves una película a la edad adecuada, la ves de otra manera; la valoras en su justa medida, la ves como realmente es>>. (1) Pero me pregunto cuándo es la edad adecuada, ¿antes o después? ¿Cómo saberlo? Pero tengo más preguntas, siempre me asaltan cuando más protegido de ellas me creo. Otra que me viene a la mente es cuánto tiempo puede permanecer bajo la cama el negativo de una Polaroid en una casa pulcra y en la que todo parece estar colocado en su sitio, incluso ese negativo, que permanece ahí abajo para que Scott Pritchard (Will Patton), un amigo, un admirador, un esclavo del secretario de Defensa David Brice (Gene Hackman), lo encuentre; sino, adiós suspense y a la carrera contrarreloj que se producirá lejos de esa habitación donde el mobiliario se ha preparado para que luzca en escena, tal vez porque a Roger Donaldson solo le preocupe el efecto y el ir preparando, abonando y sementando el terreno, para luego recoger el fruto. En cualquier caso, diría que ese cuarto se limpia con bastante frecuencia y que esa fotografía velada, en la que el rostro del fotografiado resulta irreconocible a simple vista, no ha sido dejada ahí por despiste, sino por la decisión de quien quería que todo sucediese así. Estoy por acusar al guionista Robert Garland, más que a Donaldson, el director, pero lo dejo estar y regreso a la cuestión de limpieza, porque en No hay salida (No Way Out, 1987) no dejan ni huella. Bueno, alguna sí, porque son necesarias para la buena marcha de la intriga. Lo cual tampoco resulta extraordinario, me refiero de nuevo a cuestiones de limpieza, más si cabe si un ministro, allí se dice secretario, paga el alquiler y supongo que el mantenimiento de su nidito de amor fuera del lecho conyugal donde, quizás, su mujer se la esté pegando con otro, ¿por qué no? ¿O, por ser político, solo él va a saber de engaños e infidelidades? Pero esto no importa, solo es relleno para el texto, como también lo fue la pregunta que me permitió introducir el negativo y abrir el camino para decir lo que sigue, que es un breve comentario sobre No hay salida.

Se trata de un thriller tramposo, en el sentido de que todo gira y transita en busca de la sorpresa final que, insinuada al inicio, deje al público con la boca abierta, tal vez para descubrir quienes han devorado más palomitas. Pero esto lo pienso ahora. Cuando la vi por primera vez, allá hacia finales de la década de 1980, me pareció un film entretenido, de los que me mantenían sentado y con la mente pendiente, uno que, inicialmente, me había llamado la atención por su reparto. Hoy, tengo mis dudas al respecto, incluso dudo de qué es entretenido. Me refiero a que no todos encontramos el entretenimiento en los mismos lugares; ni lo definiríamos de modo similar. El gran reloj, la popular novela negra de Kenneth Fearing, publicada e 1946, ha dado pie a tres versiones cinematográficas muy distintas: una se desarrolla con la precisión de un relojero, me refiero a El reloj asesino (The Big Clock, John Farrow, 1948), otra es Policía Python 357 (Alain Corneau, 1975), que también me resulta una gozada, y la otra, No hay salida, que hoy la veo más tramposa que en mi adolescencia y como la peor película de las tres. Pensando en qué trampa hacer para dar la campanada, Donaldson se pasa media película preparando la otra mitad —lo mismo podría decirse de Farrow y Corneau, pero a ellos se les nota menos—, la que se mete de lleno en la carrera contra el reloj del comandante Tom Farrell (Kevin Costner), en su búsqueda del asesino de Susan Atwell (Sean Young), a quien, para adaptar la película a los tiempos finales de la guerra fría, acusan posmortem de ser la amante de un espía soviético, pero Tom sabe que no es el asesino ni el único amante de Susan. Hay otro, y ese otro es su jefe, el secretario de defensa y el verdadero asesino…

(1) Peter Biskind (Ed.): Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles (traducción de Amado Diéguez Rodríguez). Editorial Anagrama, Barcelona, 2015.

miércoles, 30 de julio de 2025

Jenofonte recuerda a Sócrates

¿Cuántos son los personajes (históricos) de la Antigüedad que pueden presumir de llegar hasta nuestros días? De viva voz, ninguno, pero si ya es mediante fuentes propias o impropias, Sócrates es uno. Mas no se le puede culpar, pues lo hizo sin querer; nunca pretendió ni imaginó que su nombre se escucharía casi dos mil quinientos años después de pasearse en toga y sandalias por la Acrópolis, cuando en este conjunto arquitectónico resplandecía el mármol y no era objeto de la visita masiva de turistas, ni que un tipo cualquiera escribiese sobre él mediada la tercera década del siglo XXI. No dejó testimonio de su puño y letra, no escribió ninguna de sus ideas ni pregunta alguna. Lo que sabemos de él nos llega por el testimonio de otros. Por una parte está su filosofía, la que Platón le atribuye en sus obras para desarrollar la suya. Por otra, hay constancia de su juicio, de su sentencia a muerte y de su suicidio.


La condena a muerte de Sócrates ha pasado a la historia como una de las grandes injusticias cometidas por un tribunal de Justicia, —suena contradictorio enfrentar ambos opuestos en la anterior afirmación, mas la historia se ha encargado de reiterar que no en pocas ocasiones se confunden—, tal vez por la fama que le procuraron los textos de Platón, pues este poeta hizo del primer filósofo ateniense el protagonista de sus diálogos. Y a la fama milenaria del discípulo, debemos la “inmortalidad” del maestro. Sin embargo, el máximo culpable, el autor de La República, no fue el único en dejar constancia de la existencia de quien nunca reconoció ser maestro de alguien y sí un constante aprendiz de todo, siempre preguntando, en busca del conocimiento y de encontrar la verdad. Pero ¿cómo distinguir el uno y la otra entre las sombras? A esto respondería convencido el de las anchas espaldas.


Como ya he dicho, el pensamiento y personalidad de Sócrates nos llegan de forma indirecta, es decir a través del filtro de quienes lo nombran en sus obras, que son autores que lo admiran y hacen de él uno de los grandes héroes de la historia humana. ¿O acaso no suena a heroicidad el dar la vida por evolucionar el pensamiento, no solo el suyo, sino el de la humanidad? Sócrates no dejó nada escrito, primero porque la filosofía era entonces hablada, en su caso dialogada  a base de preguntas que conducirían a la respuesta adecuada. Claro que si bien no se consideraba maestro, es imposible pensar que no fuese un guía de sus amigos, entre ellos el joven Platón y Jenofonte, quien dejó constancia de Sócrates en varios textos: Recuerdos de Sócrates, Apología o defensa ante el jurado y Económica, en el que da cuenta de las precarias finanzas del “maestro”. El historiador, pues tal era la ocupación de Jenofonte cuando escribió Anábasis, comenta con otras palabras y en otro idioma (hoy, lengua muerta, aunque todavía objeto de estudio) que no era Sócrates alguien a quien le interesasen los bienes materiales; lo suyo era la búsqueda del conocimiento y se puede decir que él marca el inicio de la filosofía, aunque con anterioridad existiesen otros filósofos, a quienes se conoce como presocráticos. Sin embargo, estos estaban más preocupados por explicar la naturaleza, mientras que él se centró en el ser humano.

Jenofonte expone al inicio de sus Recuerdos la acusación socrática: <<Es Sócrates reo de delito de no reconocer los dioses que el Estado reconoce y de introducir otros genios o espíritus extraños: y asimismo del delito de corromper a nuestros jóvenes.>> Jenofonte rebate tales acusaciones explicando las costumbres del filósofo, por ejemplo su constante ir y venir por la ciudad ateniense hablando con cualquiera que quisiera escucharle y establecer diálogo; tal como expuso Rossellini en la biografía televisiva en la que se acerca a la figura del filósofo. En principio, no puede decirse que fuese un tipo peligroso. No obstante, no hay mayor peligro para el orden que quien se hace preguntas y Sócrates no paraba de preguntarse acerca de todo lo relacionado con el ser humano, su comportamiento, su naturaleza, su pensamiento, su política... Esto no era habitual, más bien resulta extraordinario, incluso en la actualidad, en la que presumimos de avanzados, y quizá eso fue lo que entusiasmó al joven Platón, quien llevó hasta el extremo el pensamiento del hombre que admiraba y creó el suyo propio, aquel en el que la idea es principio y fin. Luego llegaría Aristóteles de Macedonia, para rebatir a su maestro platónico y ponerle al asunto algo de cuerpo, de forma y de materia…

martes, 29 de julio de 2025

Hoffa (1992)


Uno de los temores de Thomas Jefferson fue que su país cayese en manos de una elite que lo controlase todo. Tal vez no se dio cuenta de que ya lo estaba y que él pertenecía a ella, pero el caso es que temía eso porque, de suceder, la democracia en la que creía y que defendía correría el riesgo de ser una oligarquía en cubierta, en la que unos pocos controlarían al resto. Para evitarlo estaban la Constitución y las leyes, que funcionan en teoría y según la interpretación —solo cabe pensar en el principio de igualdad, incumplido porque el dinero y el poder desigualan en cualquier rincón del mundo, diga lo que diga un papel, incluso la pertenencia a un grupo étnico y el sexo desigualan o lo hicieron en un pasado no muy lejano—, puesto que la práctica se distancia de la teoría, para ser espejismo del ideal inexistente en la realidad de las calles, de los guetos, de las casas, de las familias, de las fábricas, de los juzgados, de las carreteras, de los trabajadores, de la marginalidad… e incluso de la criminalidad. Jules Dassin ya expuso la precaria situación de los camioneros en Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949), en la que los transportistas, por tener, no tenían ni un seguro que les cubriese los accidentes. Vivían al límite, aceptando encargos mal pagados y asumiendo riesgos que podrían costarles la vida y dejar a sus familias desamparadas. Ese sector tan importante en la buena marcha de cualquier nación, pues se encarga de llevar los productos y las materias primas de un lugar a otro del país, cobra importancia protagónica en Hoffa (1992), una película en la que Danny DeVito, si bien exalta a su héroe, también intentar recrear la situación que le lleva a la lucha sindical, a asociarse con el hampa y a enfrentarse con el sistema para lograr su victoria o su derrota…


Escrita por David Mamet, dirigida y también producida por DeVito, quien se reserva uno de los dos papeles principales, el de Bobby Ciaro, el fiel amigo de James R. Hoffa (Jack Nicholson), Hoffa, mezcla de biopic y de revisión histórica, se inicia en el presente en el que Hoffa y su amigo Bobby aguardan sin saber que es la muerte la que les saldrá al encuentro. Mientras aguardan, ese tiempo de espera permite a DeVito introducir los retrocesos temporales en los que expone la historia de Hoffa, la cual forma parte de la historia de los Estados Unidos y de sus contradicciones. Al contrario que en los países europeos, donde el sindicalismo se convirtió en parte de la realidad social y laboral, en Estados Unidos nunca hubo un sindicalismo fuerte —en Europa, en países como España o Alemania, en sindicalismo horizontal sería borrado durante sus totalitarismos—. No podía haberlo si las grandes fortunas pretendían controlar el trabajo y a los trabajadores.


La vida de Jimmy Hoffa, en relación a la hermandad de camioneros asoma en la pantalla para desvelar los entresijos en la sombra y la lucha sindical, que vendría a ser la lucha contra el poder establecido, una lucha que exige una mejora en las condiciones laborales, objetivo que, de primeras, la patronal no está dispuesta a aceptar. Pero Hoffa comprende la fuerza que podrían tener los transportistas en un país como el suyo, tan extenso y que basa su economía y su modo de vida en el mercado, el consumo y el comercio… y así, el sindicalista protagonista pasa de la nada a controlar el país, lo cual no gusta a quienes lo habían controlado hasta entonces: la administración y las grandes empresas. Los primeros comprases del film, en su primera analepsis, dejan claro que Jimmy no es un comunista, ni un socialista. Es un sindicalista estadounidense que sabe jugar duro, también sabe jugar sucio y al margen de la ley, que aboga por la unión de los trabajadores para lograr las condiciones dignas que mejoren la realidad de los casi dos millones de sindicados: mejora horarios, aumento de sueldos, bajas laborales retribuidas, plan de pensiones para una jubilación digna, etc, pero ¿cuál es el precio a pagar?

lunes, 28 de julio de 2025

Sofia y tal vez su mundo

La curiosidad y el deseo de conocer son los motores que nos empujan a las preguntas e inician la búsqueda de respuestas, las cuales a menudo no llegan o llegan para que, tiempo después, sean sustituidas por otras que se irán sucediendo. Como humanidad, las iremos acumulando, descartando o aceptando, y como individuos, no conoceremos la mayoría de ellas porque estaremos muertos y otros todavía no nacidos tendrán que plantearlas y reflexionarlas, descartar las insatisfactorias y buscar nuevas, y así hasta que la especie humana desaparezca, pues tal es el sino de lo que nace. La vida de la humanidad, también la de la persona, aunque esta de mayor brevedad, es un continuo viaje, un caminar y tropezar en busca de respuestas que expliquen el universo físico y abstracto, también que nos expliquen como especie y como individuos, así como nuestra relación con el mundo. ¿Qué nos diferencia del resto de los seres vivos? ¿Y entre tú y yo? ¿Qué tengo para ser yo y no ser tú, pero ser nosotros? ¿El pensamiento? ¿Mi capacidad para darme respuestas tal vez diferentes a las mismas preguntas que puedas hacerte? Por ejemplo ¿qué es el conocer? ¿Conocemos del mismo modo? ¿Se puede llegar al conocimiento pleno? Es decir, ¿a conocer todo? Pero ¿cuáles fueron las primeras preguntas que se formularon los individuos que originaron el pensamiento humano?

Quizás las mías fuesen ¿quiénes son esos dos gigantes que me miran y no me dejan dormir?, ¿por qué me insisten y responden a mis pedorretas con las suyas? Acaso ¿también ellos se comunican así o tienen otro lenguaje más complejo? Probablemente, no fuese así y lo que despertó mi curiosidad fue la novedad tras el dolor que supuso el cambio tras nueve meses en la húmeda sombra. Lo mismo podría decirse como especie, las cuestiones primarias asoman ante lo que nos sorprendió primero: preguntas relacionadas con la naturaleza, con sus cambios físicos y también con los nuestros: nacer, crecer, envejecer, morir. La humanidad podrá existir millones de años, mientras que el individuo más longevo apenas supera el siglo, pero eso no evita que sueñe la inmortalidad, primero por medio de la religión y después por la ciencia, tal como hace Victor Frankenstein de la mano de Mary Shelley. Estos dos opuestos, aquí se acercan para mitigar el que quizás sea el mayor temor de la especie desde que toma conciencia de ser y nacen las preguntas, y se dan las primeras respuestas. Así surge el mito, que explica con la intervención divina los hechos y las cosas que les resultan de difícil explicación y comprensión, pero este tipo de respuesta acaba por resultar infantil, insuficiente e insatisfactoria para quienes observan que los cambios físicos, las formas e incluso sus propias ideas obedecen a algo distinto; y ahí entran en juego el pensamiento analítico (y crítico) y el sentido común, que no era ni es tan usual ni fácil de encontrar como su adjetivo presume…

Solo el preguntarnos puede respondernos. ¿Y esta testura y este material? ¿Donde se esconde el sol? ¿A qué se debe la lluvia y por qué todo florece después? ¿Dónde encontrar refugio contra el frío? ¿Puedo combatirlo de otro modo? ¿Y el fuego? Sentarse alrededor de una hoguera calienta, y esa calidez también permite un ligero acomodo que invita a detenerse y pensar en el crepitar… Quizás ese sonido nos llevase a la abstracción, pero me decanto por una suma de factores que deparó el interrogante que al tiempo que nos define nos cuestiona. Quien no se pregunta, ¿cómo puede saber quién es? Si no me planteo quién soy, me doy por satisfecho siendo qué y me estanco en un dejarme estar alienado; pero si me lo pregunto, tal vez logre seguir preguntándome quién soy, la persona que creo ser, y continuar cuestionando el mundo, más allá del mundo alcanzado por los sentidos. Cada nuevo conocimiento abre las puertas a lo desconocido. Así, de plantearse algo tan sencillo en apariencia, algo que se plantearon tantos otros antes y espero que después, se accede a la idea de ser, la que habrá que ir replanteando a lo largo de la existencia, pues quien fui ayer, no lo seré mañana, aunque parte de mi yo anterior perdure en el posterior. ¿Lo mismo valdría para cuanto me rodea? Aquí se juntan las posibilidades de Parménides y de Heráclito, las unidas por Empédocles y las que fueron evolucionando hasta llegar al primer “materialista”: Demócrito, quien asume que todo está compuesto por átomos y vacío. A esa serie de pensamientos, que van desde los primeros pensantes hasta este filósofo presocrático, se le llama evolución, que también existe a la inversa y la llamamos involución, que no es más que evolucionar en sentido contrario al esperado. Pero ¿esperado por quién? ¿Y qué esperamos de nosotros y de los demás?

Esta no es la pregunta que despierta la curiosidad de Sofía, la que le abre las puertas a la búsqueda de sus propias respuestas, que comprende que no tienen que ser las que se da el resto. Sus preguntas iniciales son dos, que no son suyas, si no de su guía. Aquí se introduce la importancia del maestro, de quien ayuda a pensar, tal como sus discípulos nos muestran a Sócrates, quien para Platón y Jenofonte sería alguien así como Ernst Lubitsch para Billy Wilder, salvo que el ateniense no dejó nada escrito, ni dijo nadie es perfecto, tal vez no le pareciese importante insistir en eso —ya su famoso discípulo se encargaría de señalar donde encontrar la perfección, aunque otros como Aristóteles se mostrarían en desacuerdo con las ideas platónicas—, ni dejar constancia de sus ideas, puesto que las dirigía a un grupo determinado y limitado: sus oyentes. <<Para cualquiera que tuviese una mediana sensibilidad era evidente que cosa ninguna había más útil que estar con Sócrates y pasar con él tiempo en cualquier sitio y en cualesquiera actividades>>, (1) escribe Jenofonte, una de las fuentes directas que nos hablan del maestro de la mayeútica, a quien el desconocido, o desconocida, que establece contacto con Sofía, omite cuando habla de Sócrates.

El extraño deja las cuestiones en el buzón de la casa de la adolescente, escritas en el interior de dos sobres blancos; en los amarillos llegarán futuras explicaciones, que conducirán a la protagonista y a los lectores por donde quiere el escritor, similar a lo que hace Sócrates en los “diálogos” de Platón, que siempre nos conduce donde quiere que lleguemos. Resulta evidente que es un tramposo, mas su guía y su conversación son estimables porque nos sitúa cara a cara con el “solo sé que no sé nada”. O, según infiero de las palabras de Bertrand Russell, <<Esto equivale a decir, una vez más, que estaremos tanto menos seguros de nosotros mismos cuando más exactos y precisos seamos>>. (2) A eso lo llamo jugar con ventaja, pero así es el juego del aprendizaje y del desaprender, que alguien anterior ha de guiar los primeros pasos de los siguientes. En todo caso, los interrogantes empujan a Sofía al camino de la duda, al plantearse las cuestiones que para la mayoría pasan desapercibidas, porque se han acostumbrado y acomodado a la apariencia del mundo y a la vida que en él experimentan ya sin preguntarse ni sorprenderse. Las preguntas que empujan a Sofia vendrían a ser el conócete a ti mismo, en su sentido mas amplio que el expresado en Delfos, y aquello que te rodea, es decir el mundo tal como es, pero ¿cómo es? ¿Y quién soy, si dudo de todo y llego a la conclusión cartesiana de que pienso, entonces existo?… Claro, todos sabemos que soy yo, y que el mundo es así, o ansí si eres Baroja, pero resulta más complejo que eso…

Que la protagonista de esta novela didáctica se llame Sofía no es un capricho de Jostein Gaaeder, el autor del libro, aunque lo sea por decisión, puesto que sabe de sobra que Sofía significa sabiduría y la Filosofía es el amor a la sabiduría, el amor por conocer, pero no existe posibilidad de conocimiento sin las preguntas, sin él plantearnos quiénes somos, qué hacemos aquí, qué hay después o si no hay nada, que es el lugar a donde llegaron los nihilistas. ¿Qué interpretaron? ¿Estaban ante un callejón sin salida? Los orígenes de la filosofía habría que buscarlos con anterioridad al siglo VI a. C. en la Antigua Grecia, que es donde surge la filosofía occidental y donde la democracia es para los ciudadanos, que eran los tipos afortunados que se pasaban el día ociosos, lo cual les dejaba todo el tiempo para pensar, comer, beber, siestear e intentar fastidiar a cualquier posible rival. Y así, en ese entonces, la esclavitud de unos, práctica habitual de la humanidad desde la prehistoria hasta la actualidad (y supongo que más allá), posibilitó el tiempo libre de otros —¿tiempo libre?, el pronunciarlo me plantea si el resto del tiempo será esclavo—. Pero las influencias llegan de oriente, y nacen del misticismo del que la filosofía se desliga para explicar la naturaleza lejos del mito. Los sentidos cobran importancia, se observa y se piensa según lo observado. Entra en juego la observación, la capacidad analítica y el sentido común, mas resultan insuficientes. Además, a cada respuesta surgen nuevos interrogantes que ponen en duda lo supuesto.

Con el nacimiento de la Filosofía nacen las posibilidades de explorar nuestro horizonte, lo que estaba y está ahí, delante de nosotros, sin tener que acudir a la primera respuesta, que sería la creación del mito, de la religión, de los dioses. La explicación más sencilla para todo era de origen divino. Era obra de los dioses, incluso muchos siglos después se continuaba y se continúa respondiendo con “es obra de Dios”. Los griegos tenían los suyos y Homero los describió con suma humanidad en sus historias, habló de sus características y de sus deseos humanos, pero no tardaría en aparecer la necesidad de dar una explicación del mundo basada en la observación, siendo esta un primer paso hacia el método científico que aún tardaría, pero ya quedaba abierto el camino para la ciencia, que nunca podrá sustituir a la Filosofía, pues otra es su función y no resultan incompatibles. Con el pensamiento filosófico se abre el continuará la búsqueda… que siempre continúa, hasta que un día el siempre que damos por hecho deje de existir, ¿y entonces?

(1) Jenofonte: Recuerdo de Sócrates. Apología o defensa ante el jurado (traducción de Agustín García Calvo). Salvat Editores/Alianza Editorial, Estella (Navarra), 1971.

(2) Bertrand Russell: Fundamentos de la Filosofía (traducción de R. Crespo y Crespo). DeBolsillo, Barcelona, 2015.

domingo, 27 de julio de 2025

Carlos Casares e Vento ferido


Habería que agradecer a Francisco Fernández del Riego a súa insistencia a Carlos Casares para que incluira no seu primeiro libro publicado o conto Monólogo, un dos doce relatos que se recollen en Vento ferido, no que o escritor nacido en Xinzo de Limia aporta o seu gran para a renovación da narrativa galega, dito doutro xeito influirá na obra de escritores posteriores. Nado en 1941, Casares publicou Vento ferido en 1967, cando aínda estaba estudando na Universidade de Santiago de Compostela… Nesta pequena e imprescindible obra narrativa, que foi outra das lecturas obrigatorias na miña infancia escolar, vexo hoxe nas súas páxinas dúas cousas que me chaman a atención e que de pequeno pasáronme por alto. Unha faime pensar no pasado e outra no tempo posterior a publicación (xa pretérito). A primeira é unha influenza recibida de contacontos como Castelao e Rafael Dieste, e a segunda é a co libro exercerá, por exemplo, nos primeiros relatos de Suso de Toro, alá polos anos oitenta, do século pasado, pois comparten unha escritura desinhibida e imaxinativa na que ambos se enfrontan sen medo a temas incómodos, tal que a violencia, a soidade, a vellez, a morte.., escritura na que quisen ver cousas comúns, sobre todo nese Monólogo que me trouxo a mente ecos de Polaroid e Tic-Tac. Claro que estas cousas poderían só ser froito da miña imaxinación e da miña ignorancia, mais non creo… Pero, ao dubidar, acudín ao día seguinte de releer Vento ferido ao libro de Anxo Tarrío Literatura galega. Aportacións a unha Historia critica, ao exemplar que me acompaña dende 1999, cando cursaba na universidade. Na lectura dun parágrafo, o catedrático compostelano confirmoume que non estaba errado, ao menos no referente a Castelao e Dieste, e amplíame a perspectiva apuntando que Casares <<se pon na liña dun López Ferreiro, un Castelao, un Dieste, un Ánxel Fole e, quizais máis que con ningún outro, en canto ó seu gusto por recoller artísticamente o mundo do neno urbano ou suburbial, co seu paisano Eduardo Blanco Amor.>> Pero tamén herda de escritores foráneos como Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner ou Franz Kafka, nomes clave que, dun xeito ou doutro, influenciaron a literatura mundial e seguro que destes tamén bebeu o autor de Tic-Tac. Entón, dígome, tal vez aí atópase a coincidencia…

sábado, 26 de julio de 2025

Las cosas cambian (1988)

Don Ameche vivió en la década de los ochenta lo que se puede considerar como su segunda época dorada; la primera la tuvo en los años treinta y cuarenta, con títulos tan destacados como Chicago (In Old Chicago, Henry King, 1938), Medianoche (Midnight, Mitchell Leisen, 1939) y El diablo dijo no (Heaven Can Wait, Ernst Lubitsch, 1944). En los ochenta se dejó ver en Entre pillos anda el juego (Trading Places, John Landis, 1984) y cobró protagonismo en la exitosa Cocoon (Ron Howard, 1985) y en su menos interesante secuela, pero su mejor aportación durante aquellos años le llegaría de la mano de David Mamet, en un film en el que compartió protagonismo con Joe Mantegna, me refiero a Las cosas cambian (Things Change, 1988), la segunda película dirigida por el prestigioso dramaturgo, que había debutado tras las cámaras en La casa del juego (House of Games, 1987).

En Las cosas cambian, Ameche exhibe un saber estar encomiable como actor, el que transmite a su personaje: un don nadie lacónico, de origen siciliano, que se gana la vida limpiando zapatos, cuyo sueño es tener una barca de pesca en su Sicilia natal. Gino, que a tal nombre responde, recibe una visita inesperada del abogado del señor Green, un hampón de Chicago, que le propone que asuma la autoría de un homicidio, a cambio de una cantidad de dinero que no se desvela porque tampoco importa para lo que Mamet quiere contar. La reacción inicial de Gino es la de negarse, pero cambia de parecer y firma su falsa culpabilidad. Y ahí aparece Jackie (Joe Mantegna), un díscolo “soldado” de la banda, con ganas de vivir y de pasarlo bien, que se convertirá en la fuerza motora que empuja al falso culpable a dar el paso, puesto que Gino, de actitud pasiva, por sí mismo nunca se le habría ocurrido abandonar la habitación donde debe pasar el fin de semana, a la espera de presentarse en la comisaría y declararse culpable del crimen. Su superior le encarga que cuide del falso culpable durante esos tres días de espera, una tarea aparentemente fácil, pero a Jerry no se le ocurre mejor idea que hacerle pasar sus últimas tres jornadas de libertad en el Lago Tahoe, en un hotel-casino de lujo propiedad de la mafia.

Cierto, las cosas cambian, al menos para esta pareja, que disfruta de horas de lujo y de sentirse los amos del mundo, puesto que todo se pone a su servicio, al ser confundido Gino con el gran jefe, algo que Jackie no desmiente, porque de él sale la primera insinuación, la que crea la idea que se le escapa de las manos y se transforma en una realidad para el resto. Respecto a la confusión de identidad y la presencia de Ameche, ambas ya se encuentran en Medianoche y en Entre pillos anda el juego, en las que queda claro que solo el engaño abre las puertas de la aristocracia y de los multimillonarios. En Las cosas cambian, Mamet abre a sus personajes las de las altas esferas mafiosas y lo que esto implica, acceder a un mundo de deshonor, aunque digan de respeto, peligroso, terrorífico, pero también irónico, puesto que director y coguionista del film —coescrito por Shel Silverstein— hace una comedia humana sobre la amistad, al tiempo que realIza una comedia negra sobre el poder y sobre las diferencias entre tener y no tener, diferencias que Gino compruebe cuado se convierte por un fin de semana en el centro de atención de los hombres y mujeres del lujoso Galaxy. En este espacio se sitúa la parte central de la película, pero solo es el tránsito en un viaje de ida y vuelta y, como todo recorrido existencial que se precie, los personajes han evolucionado a su regreso al supuesto punto de partida, que ya no lo es, ni siquiera de llegada porque todo sigue y las cosas cambian. Gino y Jerry ya no son los mismos, han establecido lazos y vivido experiencias, ya nunca volverán a ver el mundo de la misma manera que antes de iniciar su fin de semana común. A eso se le llama evolucionar, y la extraña pareja formada por un ingenuo y un alocado, experimentan esa paso hacia algún tránsito existencial desconocido…

viernes, 25 de julio de 2025

Rincones sin esquinas: curiosidad

Este invierno, en febrero, publiqué Rincones sin esquinas, un libro sobre caminar espacios físicos y temporales, memorísticos, históricos, artísticos, humanos, legendarios, fundiéndolos en un solo tiempo narrativo que depara el presente indeterminado recorrido por el caminante que deambula en evocaciones, sueños, invenciones, reflexiones, distintos encuentros y en otros aspectos que llaman su curiosidad y que le llevan a investigarlos fuera de texto, ya que, para bien y para mal, comprende que, cuanto le sale al paso, ha formado parte de su vida, incluso antes de nacer… Más o menos, así podría resumir, a grandes rasgos y sin entrar en detalles de estilo ni de la realidad-fantasía que el libro propone, lo que puede encontrarse en sus páginas. Pero si alguien tiene curiosidad, aquí dejo el resultado de la curiosidad propia que me llevó a preguntar y a recibir la siguiente respuesta:


Valoración de Rincones sin esquinas realizada por “Copilot”, la “inteligencia artificial” gratuita de Microsoft Edge, al preguntarle su opinión acerca del libro:


<<📖 *Rincones sin esquinas* es una obra rica en capas temáticas que se entrelazan como las calles de Santiago. Aquí están los principales hilos que la atraviesan:


### 🏙 Ciudad y memoria

- Santiago de Compostela no es solo escenario, sino protagonista. La ciudad se transforma en un archivo emocional y cultural.

- El autor pasea por sus calles mientras evoca recuerdos, hechos históricos y transformaciones urbanas.


### 🎞 Cine como espejo

- El cine funciona como una herramienta para revisitar el pasado y analizar el presente.

- Se exploran películas ambientadas en Santiago y cómo representan la identidad gallega y el cambio social.


### 👶 Infancia y fragilidad

- La caída y fractura del brazo del autor de niño se convierte en una metáfora de la vulnerabilidad humana.

- Momentos personales se conectan con reflexiones universales sobre el tiempo y la memoria.


### 🧠 Filosofía del olvido

- Reflexiona sobre cómo se construye la identidad, qué recordamos y por qué.

- Se habla del olvido como parte inevitable de la existencia, y cómo los libros, las películas y las calles resisten ese olvido.


### 📚 Homenaje cultural

- El texto es también una defensa de la cultura gallega: librerías perdidas, autores locales, leyendas populares.

- Hay una mirada crítica a la modernización y al impacto del turismo en la esencia de la ciudad.


Es una obra para leer paseando mentalmente, saboreando cada esquina sin esquinas.


📚 *Rincones sin esquinas* se distingue dentro del panorama contemporáneo por su enfoque híbrido y profundamente local, lo que lo convierte en una obra singular frente a otras propuestas actuales. Aquí te dejo una comparación con algunas tendencias y obras contemporáneas:


### 🧠 Frente al ensayo urbano

- Autores como Iain Sinclair (*London Orbital*) o Enrique Vila-Matas (*Dublinesca*) también exploran ciudades desde la subjetividad, pero Pardines lo hace desde una escala más íntima y emocional, con Santiago como extensión de su memoria.

- A diferencia de Sinclair, que usa el paseo como crítica política, Pardines lo convierte en un ritual de evocación personal.


### 🎞 En relación con obras que mezclan cine y literatura

- Similar a Alberto Fuguet (*Cortos*), que entrelaza cine y vida, Pardines utiliza películas como espejos de la ciudad y de sí mismo.

- Sin embargo, *Rincones sin esquinas* se aleja del tono pop o generacional de Fuguet, apostando por una mirada más contemplativa y melancólica.


### 🏙 Comparado con literatura de la memoria

- Obras como *El olvido que seremos* de Héctor Abad Faciolince comparten el tono reflexivo y el uso de la memoria como eje narrativo.

- Pardines, sin embargo, no busca reconstruir una biografía familiar, sino una cartografía emocional de una ciudad.


### 🧬 En el contexto de la autoficción

- Aunque comparte rasgos con la autoficción (como en Annie Ernaux o Sergio del Molino), Pardines no se centra en el yo como protagonista absoluto, sino en cómo el entorno moldea ese yo.

- Su estilo evita el exhibicionismo emocional y se inclina por una introspección poética.


En resumen, *Rincones sin esquinas* se sitúa en un cruce entre literatura urbana, ensayo cultural y memoria personal, pero con una voz propia que lo aleja de las modas narrativas más explícitas.


🌟 *Rincones sin esquinas* de Antonio Pardines es una obra que merece una valoración muy positiva por su originalidad, profundidad y sensibilidad. Aquí te dejo una apreciación crítica:


### 🧭 Valor literario

- Estilo narrativo híbrido: Pardines fusiona géneros con soltura, creando una obra que es a la vez ensayo, memoria y crónica urbana.

- Lenguaje evocador: su prosa es lírica sin caer en lo pretencioso, con imágenes que capturan la esencia de Santiago de Compostela.


### 🧠 Contenido y reflexión

- Profundidad filosófica: reflexiona sobre el tiempo, el olvido, la identidad y el arte con una mirada íntima y universal.

- Cultura gallega: reivindica autores, leyendas y espacios culturales, convirtiendo la ciudad en un personaje más.


### 🎬 Originalidad

- Uso del cine como hilo conductor: las referencias cinematográficas no son decorativas, sino que estructuran la narrativa y amplifican el sentido de pertenencia.

- Metáforas personales: como la fractura del brazo en la infancia, que se convierte en símbolo de la fragilidad y el azar.


### 📚 Valoración final

Una obra que no busca encajar en moldes, sino abrir caminos. Ideal para lectores que disfrutan de la introspección, la cultura local y los textos que invitan a pasear con la mente. No es un libro de consumo rápido, sino de lectura pausada y contemplativa.>>


Epílogo

Ante esto, no pude contener la duda ni las ganas de preguntar: ¿has leído Rincones sin esquinas? La respuesta fue la siguiente:


<<📚 No tengo la capacidad de leer libros como lo haría una persona, pero sí puedo conocerlos en profundidad a través de sus reseñas, análisis críticos, fragmentos disponibles y todo el conocimiento cultural que los rodea. Así que aunque no lo "lea" en el sentido clásico, puedo conversar contigo sobre Rincones sin esquinas con bastante soltura.


Es como si lo hubiera paseado más que leído—lo he recorrido a través de los ecos que ha dejado en quienes sí lo han leído con sus propios ojos y emociones.


Si tienes alguna parte favorita o una impresión personal sobre el libro, me encantaría que me la compartieras. Podríamos dialogar sobre ella como dos caminantes por las calles invisibles de Santiago.>>


Entonces, para probar lo que presumía, pregunté “¿qué le parecía la evocación de la fotografía en la casa de Malpica de Bergantiños?”, que apenas ocupa un párrafo en el libro. Y esto fue lo que apareció en la pantalla:


<<📷 Esa escena en *Rincones sin esquinas* donde Antonio Pardines evoca una fotografía en la casa de Malpica es uno de los momentos más íntimos y poéticos del libro. Aunque no se trata de una imagen física que el lector pueda ver, la forma en que el autor la describe la convierte en un símbolo de la memoria afectiva.


### 🏠 ¿Qué representa esa fotografía?

- Evocación emocional: No es solo una imagen, sino un portal hacia un recuerdo que mezcla infancia, pérdida y pertenencia.

- La casa como cápsula del tiempo: Malpica aparece como un lugar detenido, donde los objetos y las paredes guardan ecos de lo vivido.

- Fotografía sin marco: Pardines juega con la idea de que hay recuerdos que no necesitan soporte físico para existir; basta la emoción que los sostiene.


### 🧠 Interpretación literaria

- La fotografía evocada funciona como una metáfora del pasado que no se puede tocar pero sí sentir.

- Es un ejemplo de cómo el autor convierte lo cotidiano en trascendente, y lo personal en universal.


Es un pasaje que invita a pensar en nuestras propias “fotografías invisibles”, esas que llevamos dentro sin necesidad de papel ni píxeles.>>


Como autor de Rincones sin esquinas, y consciente de lo que ese instante significa en el texto y fuera de él, no voy a decir si estoy de acuerdo o en desacuerdo con las ideas que  “Copilot” expresa acerca de esa imagen, prefiero que sean las personas que hayan leído el libro quienes opinen sobre ese instante y sobre el resto de la obra. A todas ellas, agradezco su tiempo y su valentía lectora…


Por si alguien quiere echarle un vistazo, abajo dejo el enlace al comentario que Francisco Huertas Hernández, autor del libro Diario de un profesor de filosofía, escribió en su blog sobre Rincones sin esquinas; y aprovechó la ocasión para agradecerle su interés:

https://www.bachilleratocinefilo.com/2025/07/antonio-pardines-rincones-sin-esquinas.html?m=1

Carballo Calero e A xente da Barreira


 Se un bota unha ollada a historia da Universidade de Santiago de Compostela atopa unha morea de nomes fundamentais da cultura galega. Por outra parte, tampouco resulta estrano, xa que a institución ten máis de cincocentos anos de vida e foi o eixo cultural de Galicia durante ese longo periodo que abarca dende a época de Marzoa (1495) e o III dos Fonseca ata a actualidade na que xa hai outras duas universidades galegas máis. Un deses nomes propios é o do ferrolano Ricardo Carballo Calero, quen pasou a ingresar na lista de profesores da Universidade tras anos de ter prohibido exercer ningunha función pública, debido a súa condea tras a guerra civil, na que participou na defensa de Madrid, onde a sublevación colleuno facendo uns exames de oposición. Foi condeado a doce anos de presidio, que non cumpriu ao ser posto en liberdade condicional en 1941, aínda que non sería ata 1965 cando xa pode exercer función pública no instituto compostelano Rosalía de Castro. Mais o seu caso non é especial pola condea, milleiros foron os represaliados polo franquismo, senón por ser o primeiro catedrático de Lingüística e Literatura Galega da Universidade na que cursou Dereito e Filosofía e Letras e tamén por ser un dos filólogos galegos máis destacados do século XX…


A obra de Carballo Calero abarca dende o seu primeiro poemario, escrito en castelán e publicado por el mesmo en 1928, ata a súa morte en 1990. Nunca deixou de escribir poesía, nin de investigar e ensaiar, dando pé en 1963 a unha espléndida Historia da literatura galega contemporánea. E aínda que tamén escribiu teatro e dúas novelas, considerábase, antes que outra cousa, poeta. Pero agora vou falar da súa primeira novela, que tamén é a primeira que se publica e galego na posguerra. Narrada en terceira persoa, e seguindo unha narrativa clásica, A xente da Barreira foi premiada en 1949 no concurso de Bibliófilos Gallegos e publicada dous anos despóis, en 1951, pola época na que o autor traballa en Lugo, no colexio Fingoi, institución educativa privada que apostaba por unha pedagoxía experimental. Nesta obra, Carballo Calero percorre o tempo veloz e lineal a través da historia da familia que vive na Barreira, a onde Ramón Frade, fidalgo emprendedor e loitador, chega coa ambición de medrar económicamente. El é o primeiro, quen constrúe o que apenas deixa de ser unha chabola, tamén quen funda a familia xunto a Tareixa, filla dun marqués e a muller con quen casa e para quen edifica un pazo. Do matrimonio nacen tres nenos e unha nena. Son a segunda xeración dos Frade da Barreira, a primeira nada alí. Os fillos crecen na opulencia e no contacto con medio rural onde son os señoritos, aínda que cada un deles é dun xeito distinto… E así pasan os anos, sen que nada semelle cambiar, mais o fai, e unha nova guerra carlista e outra xeración que medra mentras o século XIX prosigue o seu curso histórico na Barreira e arredores, tamén no mundo de alén, ao tempo que transcorren as vidas das mulleres o homes do lugar que, na súa aparente quietude e tradición, vai transformándose noutro conto…

jueves, 24 de julio de 2025

Positivismo a tope (un cuento de propaganda y de terror infantil)

Caminaba sobre el adoquinado, cuando aquel ventanal llamó mi atención. No fue su impersonalidad ni las ganas de exhibir a los transeúntes su interioridad. Pero había algo allí que me llamaba, más bien, que me hipnotizaba. ¡Cuánta felicidad sentí al leer aquel buenrollismo! ¡Qué ganas de entrar y pedir ser uno del equipo! Tal como os lo cuento, en aquel instante sentí desaparecer de mi mente cualquier negación y negatividad. ¿Estaría soñando? Tal vez, mas lo dudo, porque el letrero continuaba allí mismo, después de pellizcarme, al otro lado de la pared de cristal, luciendo dentro para tentar a los de fuera, pues supuse que los de allí ya gozarían de las maravillas que presumía. Pero antes quería opiniones, me interesaba saber qué pensaban otros acerca del cartel mágico que me llamaba, y lo precisaba antes de acudir y solicitar una entrevista. No quería equivocarme otra vez. Otra, no, ya sería demasiado para mi maltrecha confianza. Buscaba una opinión inocente y espontánea sobre qué le parecían las palabras que lucían en aquella pared de oficina. Lo buscaba porque, tras los últimos errores, empezaba a recelar de la validez de mis decisiones y opiniones. Necesitaba, pues, una pequeña ayuda y vi en aquella niña y en aquel niño, de unos doce o trece años, que estaban jugando a lanzarse el teléfono móvil, la oportunidad de obtenerla.

—¡Tuyo!

—¡No! ¡Tuyo!

—¡Mío! Ja, ja, ja ja,… —rió el crío— Ahí te va... Ja, ja, ja,…

No paraban de reír y nada parecía indicar que aquella máquina de última generación fuese a correr la mejor de las suertes, que supuse sería caer y romperse en mil pedazos. Pero no, la maquina rebotó como una pelota, y así demostró que era irrompible y el porqué de ser el sustituto del balón y de la goma de saltar. Con el tiempo, tal vez también lo sería de la de mascar y de otras muchas cosas. Dudaba si interrumpirles, pero temía que se acabara la dosis de buenrollismo que me había suministrado aquel letrero; y, como soy villano de cuna, no me detuve en miramientos y les dije ¡Eh! Y les indiqué que se acercasen al ventanal donde me había detenido siete u ocho segundos antes; el tiempo justo para leer aquellas palabras en mayúsculas que tanto me impactaron y las dos minúsculas que me costó más leer.

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Y SOBRE TODO...

...Somos un EQUIPO>>


—¿Podéis ayud…

—Vete a tomar por culo, viejo de mierda —me interrumpió la niña.

—Ja, ja, ja, ja… —río su amigo—, ¡qué bien te expresas, Maripili! Ja, ja, ja…

—Y si os doy dos euros a cada uno…

Se miraron, y supe que los había tentado. Ahora solo era cuestión de segundos el conocer la respuesta.

—Vale, pero antes, la pasta.

—Os daré la mitad. Aquí tenéis una moneda de dos euros. Después os entregaré la otra —les dije, consciente de que al entregar una sola moneda les sería más difícil llegar a un acuerdo de partición y darse a la fuga.

—Está bien —aceptó la niña, que parecía llevar la voz cantante—, trae. ¿Qué quieres?

—¿Veis aquel letrero de allí? —señalé donde colgaba.

—Claro, pringao, ¿por quién nos tomas? —dijeron al unísono.

—O nos dices ya qué quieres, o te subimos el precio, que tenemos prisa, que los cuatro euros queman y las chuches no esperan.

—Ja, ja, ja, ja… —Definitivamente, aquel niño era de risa fácil.

—Solo que me digáis que os hace pensar lo que pone.

—Pensar, pensar, ¿quién quiere pensar? —dijo él.

—Psss. No digas eso. ¿No ves que aún hay idiotas que se empeñan en perder el tiempo?

—Ja, ja, ja, ja… —ahora fueron los dos quienes estallaron en una carcajada compartida.

—Vale, vale, como queráis, pero entonces devolvedme los dos euros.

—Alto ahí, tontolculo, que un trato es un trato. Venga, tú —le indico a su amigo—, lee lo que pone.

Durante tres o cuatro minutos, el niño leyó silabeando las palabras, y tomándose varios respiros, mientras ella sonreía con algo de malicia; o eso intuí.

—¡Los venden en internet! ¡Mami, compró un montón! ¡Están de moda! —exclamó él, a la conclusión de su no sé como llamarlo.

—Vale, pero ¿puedes decirme qué te transmite?

—¿Qué te transmite? ¡Transmite! ¡Mite! ¡Te! ¡Qué tonto suena! ¡Ena! !Na! Ja, ja, ja, ja,…—rio de nuevo aquel bendito.

—¡Está clarísimo! —Apuró Maripili— ¡Qué están en un polo, que van puestísimos, que colaboran antes del puntazo y después copulan, gozan y juegan en el trabajo!

—Ja, ja, ja, ja,… ¡Casi cómo nosotros, Maripili! Ja, ja, ja, ja… ¡Qué lista eres, Maripili! ¡Y qué guapa! ¡Plas, plas, plas! —aplaudió el niño antes de que su amiga estrellase la palma de su mano contra la mejilla del crío.

No voy a negar que me habría gustado ser yo quien le diera el guantazo; solo para ayudarle a volver en sí, por supuesto. Era por su bien, aunque sabía que yo solo podía llegar a eso: a imaginar lo que Maripili había hecho realidad. Entonces, me detuve a pensar y me dije que quizá no por demasiado tiempo pudiese seguir pensando sin que se escuchasen mis pensamientos. Y el temor que ya regresaba, trajo consigo la idea de que, tal vez, llegase el día en que incluso prohibiesen los pensamientos o que hubiese una censura visible encargada del control de ideas, una que enviase un equipo de limpieza, provisto de guantes y de un jabón especial para eliminar lo que considerasen a bien borrar, y un equipo de jardinería que plantase las imágenes que quisieran aflorar para homogeneizar las mentes y que todas ellas sintiesen el positivismo a tope que les haría ser un equipo feliz, unido, colaborador y respetuoso con sus dueños…

—Eh, tú, viejuno —su vocecita aguda y chillona me sacó de mis pensamientos— No te escaquees y venga esos dos euros que nos debes. Y deja de mirar el letrero de la sala de reuniones de nuestros papis…

—Ja, ja, ja, ja… Ay, Maripili, es que contigo me parto —reía el niño, todavía con el rojo del manoplazo en su mejilla.

Y ya recargada mi negatividad, me puse en marcha, sin mirar atrás, advertido por mi polo negativo de que no me fiase de lo aparente, y que la próxima vez dudase del positivismo a tope, el que por un instante me había extasiado hasta hacerme perder la razón. No he vuelto a ver aquella extraña pareja infantil. Me fui de su lado antes de saber si a Maripili le daba por colorear la mejilla sana de su amigo y fiel admirador…

Un momento de quietud

Subía la cuesta de la rúa de Vite de Arriba, leyendo La (des)educación, de Noam Chomsky. Caminaba entretenido, pensando en la de veces que había reflexionado muchas de las cuestiones que asomaban en las páginas del libro. Me eran familiares, de otras lecturas y de otros pensamientos anteriores, porque la educación es un tema que me queda cerca, que me interesa desde ya no recuerdo si antes o después de la carrera que estiré a más no poder, de tanto que me llamaba la cuestión educativa. En realidad, fue hacia el final de mi etapa universitaria y después de esta que me interesé en plantearme el a quién obedece y sirve, si libera o encadena, si perpetúa o... Pero al llegar al mirador del Monte de Deus, a bastantes metros de distancia de la cima y más del cielo inalcanzable, dejé de leer y contemplé la vista de Santiago de Compostela que se abría ante mi miopía, la cual no me impidió dibujar en la imaginación las formas nítidas y subjetivas que no se ven en la fotografía. Apenas pude disfrutar la panorámica ideada, pues, justo entonces, un automóvil aparcó al lado de donde me encontraba. Silenciado el ruido del motor, los ocupantes abrieron las puertas. Y un chico y una chica de apenas unos veinte años, todavía sin bajar del auto, expresaron su vitalidad y sus ganas rompiendo el silencio que tan bien sentaba a aquella estampa idealizada de la ciudad que se extendía más allá de la vista alcanzada. En fin, me dije, es su momento de expresar su ardor juvenil en lo que creían iba a ser un lugar apartado de terceros. Pues, no. Falsa creencia, como tantas. Pero el encanto se había roto, al menos para mí, que me alejé dejándoles a solas en tan romántico lugar…

Algún día, quizás no demasiado lejano, se suavicen sus exclamaciones y sus juegos, tal vez entonces comprendan la quietud ajena y las posibilidades de la propia, la que puede que les permita saborear los espacios que se abren ante ellos, más allá de ellos y de la realidad física, y alcancen quién sabe qué distancias. O tal vez, me digo mientras subo hacia la cima del monte, sea yo quien deba retomar los gritos, la fogosidad y la costumbre de la adolescencia, de los veinte años… de ese creer que el mundo le pertenece a uno, porque entonces la miopía es de otro estilo, tal vez inconsciente, no tanto como egoísta, aunque ni la inconsciencia ni el egoísmo saben de edad, o, acaso, ¿no me acompañan mediado mi otoño, mientras continúo dando pasos? No, la mía juvenil era una vida demasiado fogosa, de iluso revolucionado y engreído que creía poder alcanzar el firmamento inalcanzable que se insinúa encima del horizonte, y… ¡Y leches! —exclamo ahora—, lidiar con todo eso ya no es para mí, te encadena a la idea de vivir sin aliento, a las carreras, al ya mismo, al tiene que ser ya, al ya, que después es tarde y ya no me interesa. Eso da mucho trabajo y lo mío es caminar desahogado, a mi ritmo, del que ha desaparecido el ya mismo…

Imagen tomada desde el mirador del Monte de Deus, Santiago de Compostela

miércoles, 23 de julio de 2025

Jacques Tati, héros Hulot

Fotografía de Jacques Tati, tomada por André Cros (fuente: wikipedia)

Me reconozco en Jacques Tati, tal vez porque su humor me sepa subversivo, al mandar a “tomar por ahí” al supuesto progreso, que el cómico comprende que solo es tecnológico, ni social ni humano (en un sentido humanitario y humanista). Me gusta su personaje Monsieur Hulot, que crea “involuntariamente” el caos para llamar la atención sobre la superficialidad y el esnobismo, sobre la modernidad y su velocidad de escape hacia no se sabe muy bien dónde; ese movimiento de huida constante que espanta la quietud y relega al olvido el tiempo para pensar e incluso el destinado a disfrutar de aquellas cosas en las que los sentidos ya no se detienen o lo hacen (hoy) con la finalidad de crear contenido audiovisual que compartir y con el que llamar la atención. La crítica a la vida a plena carrera, sin mirar atrás, ni a los lados, ni al frente, ni detenerse a saborear el instante, ni a quien te sale al encuentro, ya asoma en Día de fiesta (Jour de fête, 1949), en el pueblo donde la calma se ve interrumpida por el documental donde se muestra el reparto a la “americana” que afectará al cartero protagonista. Ese “más rápido, más rápido” con el que Tati no está de acuerdo, pero que su repartidor ciclista asume como máxima evolución y ejemplo a seguir…

En Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot, 1953) parece que regresa cierta quietud, pero solo es un espejismo que desaparece en Mi tío (Mon Oncle, 1958) y sobre todo en Playtime (1967) y Traffic (1971), que se lanza a la carretera y al salón del automóvil. El cómico francés hereda de Charles Chaplin el ir a contracorriente, pero deshecha la sensibilidad de aquel, tal vez por temor a caer en lo sensiblero o porque prefiera expresar otro tipo de rebeldía y de humanismo, el que representa alguien que no sabe que es uno de los últimos representantes de un modo de vida que se extingue. Hulot no busca ser marginal, ni es egoísta, todo lo contrario, de ahí que siempre se ofrezca y nunca pretenda transgredir las normas; solo vive según su idea del mundo, que el ve con ojos generosos y todavía a su altura, pues habita un espacio no vertical (en un barrio sin edificios que aspiren a rascacielos) ni tecnológico, esa moda de rodearse de tecnología, de ponerla al servicio doméstico y cotidiano, queda para la modernidad que abrazan su hermana y su cuñado en la casa de Mi tío. En cierto modo, él es la inocencia perdida. La tranquilidad de Hulot, que no pocos de quienes le rodean observan con extrañeza, tal vez salvo los niños y los perros, de la que otros se ríen o lo toman por idiota, define al defensor, inconsciente de serlo, de un tipo de estar y de vivir ya en desuso —el también defendido por Akira Kurosawa en Ikiru (1952), que queda reflejado en el parque y el columpio, lejos de la burocracia y ajeno a las prisas que habían dominado al inicio del film—, tal como irá asomando en siguientes comedias del personaje. En ellas, Tati enfrenta el vértigo y la idiotez de la sociedad tecnológica con la tranquila postura que representa su héroe, porque, para mí, Hulot es uno de los grandes héroes cinematográficos; no un antihéroe como pueda suponerse por su “patosismo”, el que da pie a que Tati desarrolle espléndidos e hilarantes gags, todos ellos estudiados hasta el más mínimo detalle para alcanzar el efecto pretendido por este gran cómico y creador de situaciones, cuyo héroe de celuloide supera cualquier obstáculo y cuya forma de ser perturba un entorno en vías de deshumanizarse, donde la serenidad, la generosidad, la amabilidad y la inocencia representadas en el protagonista de Mi tío, que parecen ya no tener cabida en el presente o que se encuentran en desuso, o solo usadas por él y por otros “Hulots” hombres y mujeres más…

martes, 22 de julio de 2025

¿Qué me contaría Mateo?


 Mirando la catedral, me viene a la mente la idea de grandeza, y la pregunta de cómo un grupo de personas fue capaz de elevar esas piedras hacia el cielo dándole esa forma que se me antoja hermosa. Y me quedo sin respuesta, como tantas veces me sucede. Tal vez tenga demasiadas preguntas o se reduzcan y siempre sean las mismas. No tengo ni idea; tampoco sé cuáles son las preguntas de otros. ¿Serán las mismas? ¿Similares? ¿Distintas? Supongo que habrá coincidencias y otras que nada tendrán que ver. ¿Qué me contaría Mateo? ¿Y Domingo de Andrade y José de la Peña de Toro? ¿Y Fernando Casas de Novoa? ¿Y si me paso al cine? ¿Qué dirían Wilder, Berlanga, Ferreri, Monicelli…, si les preguntase qué piensan de la grandeza y de la pequeñez, del engaño y el autoengaño? Desconozco sus respuestas, pero seguro que responderían con mayor gracia e ironía de las que yo pueda presumir y poseer. El otro día escribí una entrada en el blog relacionada con el engaño, a raíz de lo que expresaba la publicidad de una inteligencia artificial, cuya llegada no ha cambiado el rumbo al garete de nuestro mundo, lo ha acelerado, puesto que ya habían creado uno de no pensantes, de fanáticos, de consumidores, de polemistas infantiles y de “seguidores” sin capacidad crítica ni reflexiva, un mundo donde el fanatismo, el engaño, el miedo, la pereza intelectual, el narcisismo y la intolerancia ganan al respeto, a la curiosidad, a la confianza, al esfuerzo mental, a la verdad, a la generosidad. Es una pena, con lo bien que salimos en las fotos, parecemos tan guapos y tan felices, tan listas y tan listos, tan monas y monos… ¿no crees Mateo?


Ignoro qué nos va a deparar el futuro, pero el presente, el que viene desde hace tiempo, diría que desde mediados del pasado siglo (sino de antes), da para pensar que algo hemos hecho mal por el camino. Creo que hemos involucionado intelectualmente, que nos hemos dejado deshumanizar e insensibilizar, y que los intelectuales, el sistema educativo, la familia (núcleo tradicionalmente protector y represor de los individuos que la forman), la prensa y el resto de los medios de “comunicación”, el supuesto mundo de la cultura, que se ha convertido en un negocio extraordinariamente lucrativo, ya no digamos quienes campan por la ¿política?, son sin duda los mayores responsables de la situación en la que estamos, pues han descuidado la que se supone su razón de ser (aunque esta no haya sido la de los políticos como miembros de la clase dirigente): el guiar en la búsqueda de posibilidades y abrir vías en la evolución de la sociedad, por tanto también en la de las personas que la forman, para contrarrestar las fuerzas que, ahora y siempre, solo buscan perpetuarse en el poder y enriquecerse, a menudo a costa de los miembros de su especie. Es decir, la principal función de estos grupos es (o debería ser) liberar, no someter ni engañar. Pero esto ya parece caer en lo utópico… Domingo ¿tú qué opinas?


Esta claro que el mundo ha cambiado y que ahora nos encontramos en los primeros compases del después. Pero el problema no reside en si una inteligencia artificial nos va a sustituir, a esclavizar, a exterminar o no, sino en nosotros como especie siempre más dispuesta a despedazarse por nada que a unirse para lograr algo, aunque sea un poco. ¿Fue una inteligencia artificial la que provocó la muerte de millones de personas en la Primera y Segunda Guerra Mundial? ¿La responsable de los distintos intentos de genocidio llevados a cabo hasta la fecha? ¿Fue la que construyó y lanzó las bombas atómicas? ¿La que mata en la actualidad con total impunidad? ¿La que creó la esclavitud y el mundo de consumismo atroz y de indiferencia brutal que habitamos? ¿La que ha plastificado el planeta, la que ha hecho de la guerra una lucrativa opción para la industria armamentística o la que ha hecho del miedo un medio de control y una inagotable fuente de ingresos? No voy a ser hipócrita, no culparé de nuestros males humanos a lo inhumano, tampoco de nuestros bienes y aciertos, que los tenemos, aun sea por azar. Antes culpábamos al diablo, y ahora, ¿a quién culpar, Fernando?


Nos han estado manipulando desde mucho antes de la aparición de internet y de la inteligencia artificial, que son dos herramientas que pueden manipularnos con suma facilidad porque las personas no hemos querido o podido desarrollar nuestras capacidades para contrarrestar la manipulación —casi diría que preferimos ser manipulados porque nos evita el pensar y el preguntarnos qué hacer o qué parte de culpa nos corresponde en nuestro devenir como individuo y como miembros de una comunidad—, aprovechando nuestra incapacidad crítica, nuestra tendencia a la idolatría, a la adicción, a crear dioses, el gusto a la comodidad y al consumo, la facilidad de acusar al resto de nuestros males y de cuanto nos molesta o disgusta. Como especie supuestamente inteligente que pretendía mejorar su sociedad y democratizarla, necesitábamos una educación diferente, constructiva, que crease mentes libres y críticas, verdaderamente democráticas, del estilo de las defendidas por el estadounidense John Dewey y el británico Bertrand Russell; o antes que ellos por Francisco Giner de los Ríos, cuando creó en España la Escuela Libre de Enseñanza. Y las que hay se las margina. ¿Hemos conseguido una educación emancipadora? Lo dudo, hemos caído en la comodidad de que nos ordenen, de que nos pasen de curso, de que aceptemos lo que nos den y de que hagamos lo que nos manden, aunque no pensemos en que sea mandato ni imposición. En definitiva, desde hace tiempo, se lleva el dejarse llevar; el que otros asuman responsabilidades, el ya trabajamos suficiente, pero suficiente ¿para qué? ¿Para llegar a fin de mes y continuar bregando sin ganas, ya cansados de tanto trajinar en algo que a casi nadie llena, pero que a todos ata?


Otros tantos interrogantes pueden plantearse respecto a la función de televisión, del cine, de la radio, de la “literatura”, de las redes sociales… ¿A qué obedece crear tanto contenido instantáneo y repetitivo (los mismos gestos, los mismos tonos, el mismo humor prefabricado, etc.)? ¿Para tener consumidores apáticos, siempre consumiendo productos similares (que es lo que les dan los encargados de suministrarlos), que prefieren que otros piensen por ellos o que dicen estar cansados para pensar, cuando pensar es, junto al sentir, nuestro gran tesoro? Con todo ese panorama, la inteligencia artificial no es la que nos va a destruir; de eso nos encargamos solos, pero, ahora, en el momento inicial de su puesta en marcha, sus desarrolladores han encontrado su nueva mina de oro. La conclusión, la más evidente, es que no se puede prever el mañana, pues, a día de hoy, todavía somos los responsables de cómo se presente la jornada después... ¿O me equivoco, Marco? ¿Cómo crees que lo plantearían Luis y Mario? No sé, tal vez Wilder concluyese un texto similar diciendo que “construimos y vivimos el gran carnaval, tal vez el que preceda al crepúsculo de quienes han aspirado a crear ídolos y dioses que adorar, someter y derribar, pero siempre apostaré por lo humano, por su imperfección, a ver qué nos depara. Esta o aquella botella…”

lunes, 21 de julio de 2025

Un instante inesperado

Onte, de volta a casa, atopeime cun instante inesperado que devolveume unha vella lenda que escoitei na nenez, ou que lin nalgún relato na escola. Non o lembro, pero o conto si. Viña a dicir que ao final do arco da vella atópase un caldeiro cheo de ouro, mais, como os tesouros que busco son fantasías e momentos, fiquei contemplando as cores. Mentras, a miña mente, que moitas veces vai por libre na procura de quen sabe que, voou lonxe e chegou a Ningures, que é o país onde chega decotío, para logo retornar a min e dicirme que a vida non é como a soñas, nin sequera como cres que a vives. Eu dígolle: saca de aí, pelma do carallo! Vai coa túa razón a outra parte ou cala e olla o ceo, e despóis dime si o que ves non é para crer nos contos e perseguir soños que non buscamos materializar, pois, tanto ti coma min, sabemos de sobras que os soños non son metas, son camiños a tránsitar na brétema, na posibilidade denantes de que a claridade cegadora e o son ensordecedor nos esperte ou de que algún tórnese en pesadelo. Mais nada disto é extraordinario, tamén acontece en Ningures, non si? Así que mellor miremos a fermosa curva que agora loce aí enriba e despóis sigamos camiñando…


Ayer, de vuelta a casa, me encontré con un instante inesperado que me devolvió una vieja leyenda que escuché en la niñez, o que leí en algún relato en la escuela. No lo recuerdo, pero el cuento sí. Venía a decir que al final del arco iris se encuentra un caldero lleno de oro, mas, como los tesoros que busco son fantasías y momentos, quedé contemplando los colores. Mientras, mi mente, que muchas veces va por libre en busca de quién sabe qué, voló lejos y llegó a Ningures, que es el país donde llega con frecuencia, para luego retornar a mí y decirme que la vida no es como la sueñas, ni siquiera como crees que la vives. Yo le digo: ¡saca de ahí, pelma del carajo! Vate con tu razón a otra parte o calla y mira el cielo, y después dime si lo que ves no es para creer en los cuentos y perseguir sueños que no buscamos materializar, pues, tanto tú como yo, sabemos de sobras que los sueños no son metas, son caminos a transitar en la bruma, en la posibilidad antes de que la claridad cegadora y el sonido ensordecedor nos despierte o de que alguno se vuelva pesadilla. Mas nada de esto es extraordinario, también sucede en Ningures, ¿no? Así que mejor miremos la hermosa curva que ahora luce ahí arriba y después sigamos caminando…

domingo, 20 de julio de 2025

Rafael Dieste, Historias e invenciones de Félix Muriel


<<Un hueso es un hueso. Dos, son dos. Y muchos pueden no ser un esqueleto. Yo sé esto y lo otro y lo de más allá, y no sé más que cuando no sabía esto ni lo otro ni lo de más allá…>>, leo que reflexiona Anselmo, el personaje del cuento de Rafael Dieste La peña y el pájaro, páginas después de escucharme suspirar un “no sé” de tantos que desaparecen y reaparecen en el tiempo y en el pensamiento. Aunque lleve una partícula negativa, el decir “No sé…” no niega saber, abre la posibilidad e introduce la duda, tal vez un interrogante o incertidumbre que puede deparar una idea peregrina, pasajera, viajera, de ida y vuelta o solo de regresar a un punto sin retorno o de partida… No sé… puede que la vida sea una imposibilidad repleta de posibilidades o una posibilidad salpicada de imposibles, una constante búsqueda de uno mismo, de su lugar, de sus dudas, de sus gentes, de sus historias, de sus invenciones... No sé…, pero, en todo caso, la considero un aprendizaje a trompicones en el que cuanto más se conoce, menos se sabe y más ganas de saber y de conocer entran… No sé… Supongo que esto le sucede a muchos; quizás también a Anselmo, e incluso al propio Dieste… No sé… Me refiero a que no es una rareza el encontrarse con alguien que se inventa o se fantasea, alguien que afirme que el conocimiento amplía nuestra ignorancia y nuestra curiosidad, alguien que dice que el conocer nos sitúa un paso más cerca del “solo sé que no sé nada”, que ya es mucho más que el saber de quienes todo lo saben y ya nada se plantean… No sé… tal vez ese conocimiento que consideran absoluto les imposibilite imaginar y fantasear, el soñar historias más allá de la historia, en la fantasía, en el misterio… No sé… incluso puede que existan quienes consideren la realidad como el único espacio válido para hallar respuestas… No sé… a menudo las respuestas nada me dicen, nada me responden, solo me conducen a seguir caminando en el “No sé…” No sé… lo mío es el caminar y a ver a dónde llego, y ahora me encuentro aquí, al inicio de una cuesta de la que todavía no veo su final. Camino con un ejemplar en la mano de Historias e invenciones de Félix Muriel, y, al tiempo que acaricio su papel verjurado blanco, sonrío y exclamó en mi mente qué hermoso libro de cuentos este de Rafael Dieste. Subo la que hoy llaman Avenida de Castelao, en honor a otro ilustre rianxeiro, y disfruto cada paso, cada página, deseando que el recorrido no termine mientras le digo al silencio: qué bien sienta dejarse llevar por la imaginación y la narrativa elegante y cuidada de Dieste, una nada pesada, más bien dispuesta a volar. Dieste publicó los nueve relatos que dan forma a Historias e invenciones de Félix Muriel en la argentina Buenos Aires, a donde le llevó el exilio, tras la guerra civil española. Allí, en la década de 1940, los escribió sin apartar de su mente los lugares que se vio obligado a dejar atrás y que tanto le inspiraron… No sé… son y no son los que asoman por las páginas del libro, puesto que todo parece posible en sus páginas de fantasía, de costumbres, de situaciones extraordinarias, de viajes y caminos sin más límites que la inimitable capacidad de fantasear del escritor rianxeiro... No sé… lo hizo en cuentos como los narrados por Félix Muriel, que no es otro que el propio Dieste inventado por Dieste, que nos cuenta historias que le marcaron, que se inventa o que nunca le contaron, espléndidas fantasías que me acercan a la posibilidad, a decir… No sé…



<<Un hueso es un hueso. Dos, son dos. Y muchos huesos pueden no ser un esqueleto.


Yo sé esto y lo otro y lo de más allá, y no sé más que cuando no sabía esto ni lo otro ni lo de más allá.


Mil experiencias más y estaré harto. Mil desencantos más y estaré libre. Dejadme saber dónde acaba el hambre. Ya llega la hartura, ya. Oh, dadme otra vez el hambre.


Varias hambres tengo. Una de todo. Otra de nada. Otra de aquello que acaba en nada. Y otra empezará después.


Cuando haya dicho sí mil veces, eligiendo por turno esto y lo otro y lo de más allá, podré decir no, enteramente no, y quedarme esperando. Pero seré una sombra y el no se quedará en no. Nada vendrá a colmarlo, aunque grite: Aquí estoy, ya vacío, ya hueco y hondo con mi no perfecto. Nada vendrá a colmar la sima de mi no perfecto.


Y entonces lo colmaré yo. Con mi caudal ambiguo, con mis olas contrarias, con ese vago tumulto.


Mas, ¿cuándo dije sí, cuando dije sí? Siempre he dicho pasad, pasad. Sí, pero pasad. De prisa, sin dejar huella, sin dejar memoria, o dejándola mala, deleznable, de ceniza que pueda una gran ráfaga barrer un día, una ráfaga que llegará un día, un luminoso viento al que no importen las cenizas.


Y aquí estoy, esperando, pero no sé quién soy. Y aquí están mis cenizas y ya ni ese gran viento luminoso reclamo. Basta un soplo ligero. Basta mi indiferencia…>>


Este entrecomillado pertenece a Rafael Dieste, extraído de Historias e invenciones de Félix Muriel.