Nunca he hecho demasiado caso a las teorías, menos aún si se trata de arte, porque, de teorizarse el hacer artístico o el cómo hacerlo, el arte corre el riesgo de perder su esencia artística. Claro que todo arte tiene un lenguaje, reglas y códigos, pero de nada sirven al artista si no rompe con ellos, si no trasgrede la teoría en busca de su propia expresión y expresividad. Podría ponerme pesado y ser pedante —no dudo que en ocasiones haya sido ambos— y hablar de una gramática del cine o mismamente de la novela, pero eso solo obedecería a creerme que así quedaría por encima o que estaría diciendo algo de peso; tal que “ahí queda eso, a ver cómo lo rebaten”. Lo cierto es que si decirlo me parece estúpido, rebatirlo también, sobre todo si uno piensa que, como cualquier medio expresivo que se ha querido ver como arte, el cine tiene sus teorías, ciertas reglas (a seguir o transgredir, según se decida) y un lenguaje que permite su expresión y comprensión; eso me parece impepinable y decirlo, una perogrullada. Lo de la gramática habría que verlo y cómo interpretarlo; por ejemplo, Ozu, afirmó que se había <<convertido en firme opositor de la gramática cinematográfica, entendida esta como un regla fija>>. Además de decir que no existía, aunque reconocía que había una serie de reglas que transgredía no por el gusto de pasar de ellas, sino por las necesidades que obedecen al espacio o a la técnica, y su sensibilidad a la hora de narrar: el qué expresar y la forma de hacerlo.
<<Muchas veces ignoro la gramática del cine. No me gusta darle demasiada importancia a la teoría, pero tampoco me gusta descuidarla. Será capricho mío, pero yo valoro las cosas en función del simple hecho de que me gusten o no.
El cine es un arte recién nacido, si lo comparamos con la literatura o las artes figurativas. Creo que no puede existir una gramatica especifica. Cuando filmo no quiero limitarme a obedecer un conjunto de reglas. Y, por otra parte, si la gramática fuese una regla absoluta como las leyes naturales, hoy en día sería suficiente con que hubiera una docena de directores de cine en todo el mundo.
Cuando ruedo una película no pienso en las reglas del cine, de la misma manera que un novelista, cuando escribe, no piensa en la gramática. Existe la sensibilidad, no la gramática.>>*
Lo dicho por este magistral cineasta japonés forma parte de un artículo que publicó en 1958, y coincido con lo que apunta sobre “transgredir” y la sensibilidad; y por supuesto, considero que cualquier persona valora las cosas en función del simple hecho de que le gusten o no. Cuestión aparte sería que actúe guiado por el gusto, pues a veces se imponen la obligación, el respeto u otras cuestiones como la autocrítica o la necesidad. Sobre todo, si parto de que si se pretende algo artístico, vivo, emotivo, original o divertido, seguir una regla que te dicen “has de seguir” podría jugar en contra del arte, de la viveza, de la originalidad —que no la confundo con novedad— y de la diversión; ya que la gramática, tal que conjunto de reglas rígidas, constriñe y el artista no se ciñe a ellas; de hecho, algunos las ignoran o las desconocen; en el caso de Ozu, lo primero; y en el de los pioneros que desarrollaron el lenguaje cinematográfico, lo segundo. Por contra, el lenguaje, como medio que empleamos para comunicarnos, posibilita porque obedece a la creatividad y a la imaginación. De ahí que un escritor o un cineasta, un pintor o un compositor, prefieran arriesgarse y ser honestos imaginando e inventando posibilidades; y si uno es tan honesto como Ozu, no le hará falta exhibirse y, sin embargo, el estilo del japonés es inconfundible para cualquiera que tenga una noción de cine más allá del comercial actual; lo es precisamente porque buscaba su propio lenguaje, uno que pasase desapercibido a ojos del público en beneficio de la obra a crear. ¿Gramática? Ni siquiera la novela debe ceñirse a una; más bien, me parece necesario que se rompa para escapar de sus ya limitados márgenes. En cuanto a que el lenguaje vive en constante cambio, resulta incuestionable, ya que forma parte de nosotros, seres cambiantes por naturaleza y condicionados por los cambios que se producen en nuestro mundo. Pero ningún cambio asegura que lo que viene mejore lo que relega al olvido; ni que deba gustar su evolución o involución. Sencillamente, se adapta a los tiempos, a los usos y a los intereses que se imponen, más que nada porque la expresión va ligada al individuo en su momento histórico, a condicionantes políticos y, hoy, sobre todo a la propaganda, a la publicidad, a la insistencia en reducir la palabra a mera imagen sin significado, a las modas, al artificio y a la superficialidad dominante ya en las redes, ya en las escuelas, en las casas, en las calles, en las instituciones y en las altas esferas que, de bochornosas, semejan a ras de suelo. Visto así, parece que pienso que vamos listos, pero no; pues, los de a pie actuales tampoco diferimos tanto de los corrientes de tiempos pretéritos. Solo la apariencia y el discurso cara el público han cambiado, pero el mal uso de la gramática sigue ahí, pues solo la utilizan bien aquellos que son conscientes de que no se trata de algo rígido, sino de un conjunto de reglas cambiantes del que el artista, si bien debe conocer, ha de alejarse no por capricho sino porque toda sensibilidad escapa a las normas, quiere ser libre para sentir y construir su mundo. Por lo demás, el arte no se fabrica, se crea en esa sensibilidad del artista y en la sensibilidad de quien admira o rechaza la obra que contempla y que su interpretación acaba; pues ahí, en su “mirar”, es donde la obra adquiere el sentido final para cada espectador, lector u oyente…
*Entrecomillado de Yasujiro Ozu: La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine (traducción de Amelia Pérez de Villar). Gallo Nero, Madrid, 2017.











