Hasta la fecha, salvo sus dos aportaciones a la saga Bourne, el interés cinematográfico de Paul Greengrass parece decantarse hacia acontecimientos reales que, en mayor o menor medida, forman parte de la Historia de las últimas décadas. Esta constante de mostrar sucesos reales, enfocados desde un continúo movimiento de cámara, también se descubre en Capitán Phillips (Captain Phillips, 2013), en la que Greengrass adaptó la experiencia vivida por el marino que da título al film, cuando en 2009 el barco que capitaneaba fue abordado por un grupo de piratas somalíes, a quienes, en la ficción, el espectador descubre en su medio natural, un espacio opuesto a aquel donde por primera vez se observa a Phillips (Tom Hanks), cuando este comparte con su mujer (Catherine Keener) la preocupación por el futuro de sus hijos dentro de un entorno donde la competitividad se ha convertido en la clave del éxito o del fracaso. La doble introducción de los personajes permite comprender que los primeros se encuentran obligados a realizar actos de piratería y el segundo a cumplir con un trabajo que le aparta de los suyos, pero que le permite ofrecerles un futuro mejor, ilusión inexistente para los habitantes de la aldea somalí donde los pescadores, amenazados por un señor de la guerra local, han cambiado la captura tradicional por la de los barcos que transitan por la zona. Este ambiente de opresión y pobreza choca de pleno con el mundo que Phillips deja tras de sí, en apariencia más civilizado y moderno, y menos peligroso que las aguas donde la amenaza pirata es una realidad que le mantiene alerta y le aconseja preparar a su tripulación para un encuentro no deseado. No obstante, y a pesar de la rápida reacción de los marineros, el mercante no cuentan con los medios necesarios para repeler el ataque de los cuatro hombres que no tardan en apoderarse del puente de mando donde Phillips y dos compañeros se convierten en sus rehenes. Si esta circunstancia se desarrollase en una película de acción del estilo de Alerta máxima (Under Siege, 1992), la situación límite la resolvería un tipo duro entrenado para romper brazos y cuellos, pero este no es el caso, ya que Capitán Phillips expone una amenaza real que afecta a hombres corrientes, que en un primer instante se esconden en la oscuridad del navío a la espera de protagonizar los sucesos que no tardan en desarrollarse, y que concluyen con la liberación de la nave, aunque con el secuestro del capitán. Este hecho inicia un segundo momento narrativo, aquel que centra su interés en los cinco individuos que navegan rumbo a la costa africana dentro del bote salvavidas del carguero, en cuyo interior el nerviosismo y la tensión aumentan a cada minuto, apoderándose tanto del rehén como de los cuatro piratas, aunque estos últimos continúan aferrándose a la idea de que su prisionero puede proporcionarles el rescate que satisfaga las demandas de sus jefes. Sin embargo, Phillips es consciente de que nadie negociará por él, como también lo es de haber perdido el control de su existencia, lo que implica que deba asumir decisiones drásticas que nacen de un instante de miedo y presión que agudiza su instinto de supervivencia, pero también la creencia de que nunca regresará con su familia a ese entorno civilizado que tanto le preocupaba al comienzo de la película.
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