sábado, 4 de agosto de 2018

Martín (Hache) (1997)


La mediocridad y la hipocresía no son rasgos sociales exclusivos del hoy, sino del siempre, pues siempre se han impuesto con mayor facilidad en la sociedad que quienes intentan trasgredir los límites aceptados y establecidos por las mismas. Esta transgresión suele convertir a quienes la pretenden consciente o inconscientemente en individuos incomprendidos, cuando no marginales o marginados por el sistema; y Dante (Eusebio Poncela) es lo uno y lo otro porque ha dejado de mentirse y ha dado la espalda a una sociedad en extremo alienada y consumista que premia la medianía y fomenta los hábitos cotidianos que en el teatro califica de farsa existencial, una farsa que rechaza con su comportamiento, con su pensamiento y con sus palabras. A pesar de su coqueteo controlado —así lo afirma— con las drogas que para el resto de personajes mal funcionan como vía de escape a la insatisfacción y a la desorientación vital, la decisión y la postura existencial de Dante nos descubren a un hombre lúcido, por tanto, contradictorio (o a la inversa), a quien le encanta oírse y que se ha liberado de los prejuicios y los convencionalismos sociales que le habrían imposibilitado ver y comprender cuanto es, cuanto le rodea y cuanto son su amigo Martín (Federico Luppi), Hache (Juan Diego Botto) y Alicia (Cecilia Roth), la familia que, a su manera, intenta proteger del "asesino difuso" que la amenaza desde que el segundo sufre una sobredosis.


Como conciencia de Martín (Hache) (1997), Dante es la voz desde la que Adolfo Aristarain introduce la perspectiva liberadora, crítica, incómoda para algunos y a contracorriente que también se erige en la conciencia de ambos Martín, padre e hijo, a quienes el inolvidable personaje interpretado por Poncela intenta hacer comprender el nexo (el amor) que les une, pero que callan entre la confusión, el miedo y los temores, la insatisfacción, la incomunicación y la desorientación. Amistad, reflexiones y diálogos que suena honestos, soledad, miedos, la sombra del suicidio, que no solo amenaza a Hache, son algunos ingredientes que hacen de Martín (Hache) una de las mejores y más personales películas de Adolfo Aristarain y un punto de inflexión en su carrera cinematográfica. El film encuentra su filón y su razón de ser en los intérpretes, espléndidos en su labor, en las conversaciones que mantienen —es un film en el que la palabra se revela vital—, en sus enfrentamientos dialogados, en sus temores y en el humanismo que destilan los mejores largometrajes del cineasta argentino. Pero, por encima de todo, Martín (Hache) es una certera reflexión sobre el individuo y la sociedad, sobre la vida y las amenazas que se ciernen sobre la misma y sobre quienes, como Hache, buscan su lugar y se encuentran con las sombras que impiden reconocer y reconocerse o expresar aquellos sentimientos y emociones que Martín padre silencia por miedo y porque quizá no se sepa como expresarlos más allá del papel donde escribe sus guiones y las razones para vivir que entrega a su hijo. En contraposición, Dante destaca por haber equilibrado quien es y quién desea ser, por ello resulta el personaje más lumínico, sincero y generoso, aunque no carente de cierto egocentrismo, un personaje que intenta mitigar el dolor y la pérdida que observa en los Martín o en Alicia, tres almas amenazadas por el difuso asesino que acecha durante el reflexivo y valiente discurso desarrollado por Aristarain a lo largo de su espléndida película.



2 comentarios:

  1. Buena película, un trío de actores , . Roth,. Botto y Luppi, en buenos papeles. El director logra un trabajo de resonancias. Quisiera verla otra vez

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    1. Cuando la vi, tanto las actuaciones como la honestidad del film me sorprendieron gratamente. Y sin duda, estoy de acuerdo contigo, se trata de una buena película, que vista una segunda vez, proporciona la oportunidad de profundizar con mayor detenimiento en la reflexión propuesta por Aristarain.

      Gracias por tu comentario. Un saludo

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