Escribió José Martínez Ruiz "Azorín" en El buen Sancho que <<no hacer nada, para un escritor, es hacer mucho>> y, tras esta contradicción que suscribo, el bueno de Azorín explica que <<no hacemos nada en apariencia; pero nuestro subconsciente continúa trabajando. Y cuando volvemos al tablero, con las cuartillas y la pluma, nos encontramos con gérmenes de libros o de artículos, de novelas o de poemas, que no teníamos>>. Esta vagancia común a quien escribe es un periodo de supuesta inacción que no lo es, pues, detrás del momento de espera, se esconde el desarrollo de pensamientos y de ideas, búsquedas, recopilaciones, reflexiones y evocaciones, que posteriormente darán su fruto. La vagancia del escritor no es exclusiva de las letras, también la encontramos en quien pinta, esculpe, compone o en cualquiera que dé forma a un algo imaginado durante ese supuesto tiempo de no hacer. Aplicado al cine esto se relativiza en su vertiente más industrializada, aunque no desaparece en los cineastas convencidos y conscientes de querer crear o contar algo. Pueden pasar meses, quizá un año o varios, pero es inusual que transcurra más de una década entre las películas que estrena un mismo realizador, aunque a veces sucede porque el proyecto (u otras circunstancias) lo exige. Ese tiempo de ausencia de las pantallas no es un tiempo de ocio, sino de trabajo, tanto mental como físico, y así fue para Claude Lanzmann y su visión del holocausto, la cual cobró forma en la monumental e imprescindible Shoah (1985). Lanzmann pasó más de diez años indagando y entrevistando a diferentes testigos, víctimas y verdugos, de los campos de exterminio nazi. La cuantiosa información reunida posibilitó su segundo largometraje, estrenado doce años después de su primer documental, aunque más que un largometraje, Shoah es un ejercicio de evocación que, partiendo de una premisa similar a la expuesta por Alain Resnais en la magistral Noche y niebla (Nuit et Brouillard, 1955), obliga al espectador a imaginar, a no olvidar y a pensar sobre el pasado que se recuerda a través de las entrevistas que se suceden a lo largo de su metraje. El pasado evocado en Shoah es un tiempo pretérito que no se muestra empleando imágenes de archivo, sino usando las actuales de los lugares donde se produjeron los hechos que, desde las entrevistas realizadas, el documentalista pretende hacer llegar al espectador que los contempla desde un plano subjetivo, aquel que genera en su mente, aunque condicionada por la propuesta y por la perspectiva asumida por Lanzmann. <<No hay, en las nueve horas y media de la película, ni una sola imagen de archivo. La memoria no pasa por imágenes ya hechas. Estas últimas son la pantalla donde se proyecta el vacío, mientras que esa brecha es precisamente lo que funda la memoria>>. La memoria a la que se refiere Jean Breschand en El documental. La otra cara del cine revive el trauma que, incurable, se prolonga en el tiempo y alcanza el presente en el que Lanzmann empuja a sus entrevistados a revivir el pasado. Insiste en ello, y obtiene los resultados que desea, entre ellos el obligar a quien contempla su film a imaginar, sin caer en sentimentalismos, el horror de los campos de exterminio por donde la cámara parece flotar en determinados momentos de la película. Combinando silencios, palabras, posturas incómodas y la poética de imágenes que evocan el dolor, los fantasmas del ayer y la frialdad de un genocidio perfectamente estudiado y ejecutado por los nazis, el documentalista se sumerge en los hechos ocurridos en los campos de exterminio sin necesidad de representarlos en la pantalla. Pues, para el cineasta francés, resulta más interesante apuntarlos desde los recuerdos del presente que se acumulan en este trabajo documental que puede definirse como uno de los más complejos y contundentes acercamientos cinematográficos a la sinrazón y a la barbarie institucionalizada, a los prejuicios, a ignorancia, al miedo y a la aberrante ideología que precipitó la "shoá" (vocablo hebreo que vendría a significar catástrofe o aniquilación y posteriormente empleado para referirse al genocidio), de la cual Shoah tomó su título. De regreso a Azorín, y apropiándome de su reflexión, no hacer nada, para un cineasta como Lanzmann, es hacer mucho, ya que su ausencia de las pantallas no fue un tiempo de ocio o de inactividad, sino un periodo de investigación, de entrevistas, algunas tomadas sin conocimiento de los entrevistados, de filmación y del montaje de las imágenes que recorren los rostros, el silencio y los espacios donde se desarrollaron los hechos evocados en este documento único que quiso ser el film definitivo sobre la memoria y el holocausto.
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