La ironía del dinero (1955)
Mi memoria me dice que la primera película que vi de Edgar Neville fue Domingo de Carnaval (1945), aunque bien podría estar errada y haber sido otra la que ocupa dicho puesto, pero, diga verdad o mentira, no es momento para contradecirla y dejaré que me guíe durante los primeros compases de estas líneas, y a ver hacia dónde me conduce. A partir de aquel (supuesto) primer y afortunado encuentro intenté ver cuanto pude de un cineasta de buen vivir y manifiesto humor que me atrajo más si cabe con La vida en un hilo (1945), dicen que su obra maestra, y La torre de los siete jorobados (1944), para mi memoria la más memorable. También despertó mi entusiasmo con El crimen de la calle de Bordadores (1946) y sobre todo con las andanzas de Fernando y El último caballo (1950). Mas ahí no terminó mi idilio cinematográfico con Neville, pues, más serio y menos costumbrista, me sorprendió con la biográfica El marqués de Salamanca (1948) y con el melodrama Correo de Indias (1942). Tampoco puedo negar la enorme simpatía que me despertaron la autobiográfica Mi calle (1960) y la episódica La ironía del dinero (1955), como tantas otras de por aquel entonces, película mal estrenada en España (cuatro años después de su rodaje) y, a la postre, última producción de Producciones Edgar Neville. Quedan títulos por recordar que me gustaron más (o menos) que El baile (1959) y quizá menos (o más) que Nada (1946), pero que guardaré para otro momento, porque, aquí y ahora, mi atención y mi intención se centran en La ironía del dinero, siempre dispuesto a azuzar la picaresca o probar la honradez de quienes lo poseen y anhelan más y de quienes sin tenerlo también lo desean o, como en el caso de Frasquito (Fernando Fernán Gómez), les resulta indiferente.
Coproducido entre España y Francia, el film se divide en cuatro episodios independientes que son presentados por un narrador (Pedro Porcel) que se personifica en la pantalla y nos habla de un factor común: el dinero, siempre presente, aunque ausente de los bolsillos de Frasquito, el limpiabotas que asume su trabajo en pequeñas dosis, Sebastián García (Antonio Vico), honrado e infeliz oficinista salmantino que intenta devolver una billetera extraviada y sobrevivir a su grotesca mujer (Irene Caba Alba), Margot (Jacqueline Plessis), la voluble quiosquera que encuentra en un maletín su oportunidad para dejar de ser pobre, o el "hambrientito de Cuenca" (Antonio Casal), quien hace honor a su apodo y ninguno al oficio de diestro que ejercita de manera esporádica para conseguir la cantidad que le permitiría comprar las tierras que su padre y él trabajan. Ellos son los protagonistas a quienes el destino enfrenta a disyuntivas que ponen a prueba su honradez, encrucijadas que dan rienda suelta a esta satírica propuesta de escaso éxito comercial, pero repleta del ingenio y del humor de una de las personalidades cinematográficas fundamentales del cine español. Escrita, producida y dirigida por Neville, salvo el episodio de Margot, que fue filmado por Guy Lafranc, La ironía del dinero encaja a la perfección dentro del imaginario creativo de este destacado miembro de "la otra generación del 27", la formada por Enrique Jardiel Poncel, Miguel Mihura, José López Rubio o Antonio de Lara "Tono". Solo hace falta observar los rostros reconocibles de su cine (Guillermo Marín, Fernán Gómez, Antonio Casal, Mariana Larrabeiti o Manuel Arbó) que se dan cita en tres de los cuatro relatos, escuchar la partitura de su habitual Múñoz Molleda, divertirse con su humor autóctono y costumbrista, tras el que se esconden dosis de mala leche, sentir la presencia de un destino juguetón, del flamenco y de otros gustos del cineasta para asegurar que estamos ante un filme inimitable, puro Neville.
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